domingo, 1 de junio de 2025

¿En qué consiste "soltar"?

 


Sobre la actitud de “soltar”

Diálogo filosófico on line 3.1

27 de mayo de 2025, portal “Filósofos Asesores”, 19:00 horas


            El genuino desapego no equivale a no desear, sino a desear soltando lo deseado. Equivale a vivir con una pasión desapegada.

Mónica Cavallé, El coraje de ser


Conviene al estudiante mirar en su interior lo que quiere decir en sus actos, en sus pensamientos, en sus motivos, en sus reacciones y tratar de discernir “apasionadamente-sereno” y sin finalidad alguna en ese mirar, lo que en él son atributos. Cuando la mente ve los atributos como atributos y no como parte de sí misma, tales atributos dejan de ser importantes. Quiere esto decir que cada atributo descubierto es un atributo que muere y, en consecuencia, una parte de nosotros mismos –de lo que creíamos ser nosotros mismos– que muere en sentido figurado. «Morid antes de morir».

Ibn Arabi, Tratado de la unidad


¿En qué consiste “soltar”?

Como diría el poeta Luis García Montero, aunque tú no lo sepas, todos nosotros sabemos más de lo que creemos saber. Sócrates no hablaba en vano: en nosotros ya está, esencialmente, todo lo que necesitamos saber para poder vivir bien, sólo que adormecido, esperando despertar. Y ésta puede ser una función de la filosofía de todos los tiempos, acompañar nuestra propia lucidez. Pues bien, esto ha quedado patente después de nuestro segundo Diálogo filosófico desde el sitio de Internet “Filósofos asesores”, formados en la Escuela de filosofía sapiencial (EFS), dirigida por Mónica Cavallé (además, existe una asociación profesional ligada a dicha escuela, de nombre “Sýnesis”).

Resulta que los participantes, ellos y ellas, eligieron como tema central del diálogo “el soltar”, pero previamente el moderador del encuentro había planteado una cuestión inicial sobre la muerte, desde una concepción que la percibe formando parte de la vida: aprender a morir para aprender a vivir mejor. Deseaban algunos de los participantes continuar con esta misma cuestión, pero, cosa rara, el moderador les pidió que eligieran otro tema, de manera que el encuentro fuera lo más variado posible en sus contenidos. Y mira tú por dónde, sobrevino de otra manera el tema de “la vida con la muerte”, como un “soltar” lo que nos acontece, evitando cualquier forma de apego que nos impida ver lo que hay tal como lo hay, y así poder vivir a partir de ahí. Y esto es maravilloso. Una pena que el moderador del encuentro filosófico no hubiera sido capaz en ese momento de percibir cómo el grupo trataba de ahondar en aquello que le había tocado en el fondo, del ejercicio filosófico inicial. (Pero bueno, para eso está aquí este relator). Vayamos por partes y contemos por su orden lo que aquella tarde, de finales de mayo, aconteció en un medio tan artificial, que fue humanizándose poco a poco.

El moderador comenzó por introducir las características peculiares de este encuentro filosófico. Antes dio las gracias a los asistentes y destacó la afluencia de personas interesadas que, en dos días y medio, coparon las plazas disponibles (ampliadas), si bien es cierto que solamente estábamos allí presentes veintidós personas, de las treinta y cinco plazas acordadas. Sin embargo, esto confirma, una vez más, el deseo generalizado de la ciudadanía de disponer de un espacio (público), un ágora de reflexión y diálogo. Escasean. Y así, el moderador hizo hincapié en la naturaleza presencial de un encuentro como éste, de manera que la sesión, en este caso, tan solo podría ser una aproximación, una muestra de lo que puede llegar a ser. De nuevo, se había pedido que no se grabara la sesión para, en lo posible, ayudar a crear un ambiente lo más natural, espontáneo y cómodo posible, en el que todos participemos como actores y no espectadores. Hay que decir que la inmensa mayoría de los asistentes no nos conocíamos, pero eso era lo de menos, ya que no interesa, para este encuentro, nuestra procedencia, formación o intereses particulares, pues venimos como personas y participamos, simplemente, desde nuestra propia experiencia como personas. En último término, se trata de pasar un buen rato filosofando juntos. A esto venimos y no a hablar de filosofía, sino a filosofar, como recomendaba Immanuel Kant.

Las reglas especiales del encuentro, dado el medio tan mediatizado en el que se desarrollaba la sesión, consistieron básicamente en cerrar los micrófonos y que las intervenciones fueran muy breves (para ello, es bueno pensar antes de hablar: ¿voy a aportar algo a la discusión del grupo, lo que voy a decir es oportuno, ya ha pasado su momento o ya ha sido dicho...? Y si, a pesar de todo, intervengo de ese modo, justificarlo); además de esperar mi turno de palabra y escuchar al otro (para ello, mientras tanto “quitarme yo –y mis cosas– de en medio”); y, finalmente, a diferencia de otras ocasiones, no hacía falta que todos respondieran en voz alta a la pregunta inicial, que a continuación formularemos (pues, en el fondo, se trata de una cuestión para uno mismo, una cuestión de autoconocimiento). Explicó también el moderador, muy brevemente, la procedencia y características de esta modalidad grupal de Filosofía practicada y, por último, anunció las peculiaridades del encuentro, tal como este animador o facilitador lo propone: los protagonistas son los asistentes y no necesitamos una charla previa por parte del filósofo práctico sobre un determinado tema o problema filosófico, que previamente se haya determinado (esta manera receptiva y abierta de llevarlo a cabo evita, además, algunos riesgos: por ejemplo, la fabricación previa de las respuestas y la defensa a ultranza de las mismas durante el diálogo); en fin, se trata de crear un ambiente público de diálogo, investigar juntos y poder acceder a algunas respuestas mínimas, provisionales, esenciales o básicas, que permitan a los asistentes clarificar sus nociones y continuar posteriormente la reflexión, con un mayor conocimiento de causa sobre la cuestión que sea. También, quiere este encuentro servir de estímulo para el desarrollo en la ciudadanía las habilidades propias del diálogo (no cualquier cosa es un diálogo: ha de haber trabajo conjunto y colaboración, una búsqueda conjunta del bien y la verdad; tampoco cualquier diálogo es un dialogo filosófico, en donde sea posible acceder a algún grado de autoconocimiento y transformación interior, que propicie a la vez un cambio en lo exterior de nuestras vidas).

Para abrir boca, para crear un ambiente de seguridad y confianza mutua, el moderador, como hemos dicho, plantea esta cuestión: “Trae a la memoria un cambio importante en tu vida y trata de ser muy consciente: en esos momentos, ¿qué acabó o murió?, ¿qué empezó o nació?”. Al objeto de entender el fondo del ejercicio convenía efectuar algunas aclaraciones previas: es obvio que la vida está en el inicio de nuestra existencia y se mantiene mientras vivimos; pero en el caso de la muerte, solemos considerar que, únicamente, está situada al final de la vida, que supone el final de la vida, y que la muerte y la vida son incompatibles; si está una, no está la otra y viceversa. Pero, ¿y si estuvieran ambas siempre presentes durante la vida, también la muerte y no sólo la vida? Por otro lado, el tema de la vida y la muerte ha sido un tema recurrente en la tradición filosófica. Así, en el diálogo Fedón de Platón se dice: “Cuantos se dedican a la filosofía, en el recto sentido de la palabra, no practican otra cosa que el morir y el estar muertos”. Michel de Montaigne, citando a Cicerón, señala que “filosofar no es otra cosa que prepararse para morir”. Por su parte, el sabio sufi Ibn Arabi aconsejaba a sus discípulos: “Morid antes de morir”. Estas manifestaciones, aunque son muy acertadas, pueden o suelen interpretarse de un modo dramático e incluso trágico, según los casos. Enfatizan el morir, olvidando que esta preparación o ejercitamiento de la muerte, se realiza viviendo. ¿Y si, en consecuencia, te preparase también para vivir? Vivir lleva a morir, pero ¿y si aprender a morir nos ayudara a vivir mejor? ¿Y si el morir y el vivir suceden en cada instante, momento a momento? La ciencia corrobora que, al cabo de unos ocho o diez años, nuestro cuerpo ha renovado casi todas sus células y, para eso, nuestras células habrían de morir continuamente. Y si miramos con atención cualquier proceso natural, nos resultará difícil desligar la muerte de la vida: el fruto sigue a la flor, la flor muere y el fruto nace, así como una idea sustituye a otra idea, una emoción a otra emoción, una experiencia a otra experiencia... y siempre, la misma presencia inseparable de la vida y la muerte, algo que empieza y algo que acaba. Así pues, tomemos conciencia de ello. Hacia esto mismo se orientaba el ejercicio filosófico propuesto. Y no interesa ahora referir cuáles fueron sus respuestas personales, la de los participantes, ellos y ellas, sino cuál es tu propia respuesta...

Pudo haber sido “el odio”, “el sentido de la vida” o “la relación con uno mismo”, pero fue “el soltar” el tema del día. ¿En qué consiste “soltar”? ¿Hay un momento mejor para soltar? ¿Qué obstáculos nos impiden soltar? Entendía el grupo, como punto de partida general, que es preferible soltar algo que te aprisiona o constriñe, que permanecer atrapados, vivir libremente y no de un modo condicionado, etc., pero quedaba todo un camino por recorrer, para que esto cobrara pleno sentido. Y así, hasta donde pudimos, lo fuimos recorriendo. De hecho, sólo dio tiempo, para no alargar más de la cuenta el encuentro, a tratar la primera pregunta. Aunque, sin demasiado esfuerzo, puede intuirse alguna respuesta a las dos restantes. Este trabajo te lo dejamos a ti, estimado lector o lectora, si tú quieres. Una pista posible para cada de las cuestiones: quizás, siempre sea un buen momento para empezar a soltar; quizás sea el mayor obstáculo para soltar nuestros lastres vitales (ese “espíritu del camello”, que diría Nietzsche) nuestra propia resistencia a soltarlos.

Una vez establecida la pregunta, siguiendo el método socrático (la pregunta orienta y circunscribe la indagación, además de abrir una brecha en nuestras comprensiones habituales), comienzan las intervenciones. “Soltar” consiste en quitar peso, que decíamos, pero como esto continúa siendo algo metafórico, afinamos un poco más: esos lastres pueden ser sueños, expectativas, objetivos, roles, hábitos..., en el fondo nuestros deseos, que no se pueden separar de nuestros temores. Soltar todo aquello que nos impide ser nosotros mismos, por ejemplo, algunos vínculos emocionales obstinados; eso que se dice ahora mucho, por influencia de un orientalismo a veces algo superficial: los “apegos” (pero no olvidar que los apegos pueden ser tanto agradables como desagradables; pues, tanto nos lastra lo que detestamos u odiamos como lo que deseamos revivir una y otra vez). De ahí que otro matiz del “soltar”, que dijeron ellos y ellas, consistiera en dejar ir sin crispación o tristeza. De todo esto necesitamos tomar conciencia, un cambio de mente, dejar de creer en lo que creíamos antes, nuestras autojustificaciones, para continuar siempre con lo mismo, como en un círculo infinito. “¿Y si lo que sucede es que me “sueltan” a mí?”, dijo una persona de las asistentes. Como ves, querido lector o lectora, el grupo a la vez que afinaba la naturaleza del soltar, debía ir deshaciendo confusiones o malentendidos. Otro participante dijo: “Pero, sostener un compromiso es necesario para vivir. ¡Con “soltar” parece que queréis defender la supresión de lo que nos hace humanos!”. Sin embargo, no se estaba diciendo que debíamos desprendernos de nuestros compromisos con la vida, con el mundo, con los demás; lo crucial, en este caso, es cómo sostengo yo ese compromiso: ¿quedo apegado a ese compromiso?, ¿quedo a su merced, siendo cegado o arrastrado por él, sin ya saber bien lo que estoy haciendo, diciendo o pensando? La actitud de “soltar” no se refiere a lo que suelto, sino a cómo lo sostengo, si me pierdo yo mismo en dicho trato con las cosas...

Y en este momento del diálogo, emerge, a través de una pregunta del moderador, una distinción que se antojaba esencial, aunque no todos los participantes pudieran apreciar su importancia en un principio: identidad frente a identificación. Los apegos (positivos o negativos) que conviene aprender a soltar son todos ellos identificaciones. Cuando yo me identifico con algo aparecen dos consecuencias evitables: primero, al identificarme con algo particular, yo me pierdo en ello, mi verdadera (y profunda) identidad queda oculta, relegada y reducida o menospreciada; y segundo, quedo al albur del objeto con el que me he identificado, pues tal como le vaya a ese objeto, o bien, a mi relación con él, así me irá a mí; si yo soy mi equipo de fútbol, yo soy mi idea o yo soy mi deseo (no que los tengo, sino que los soy), si éstos me fallan... ¿qué pasará conmigo?, ¿no creeré estar en riesgo yo, y entonces, podré ser arrastrado hacia el fracaso, la tensión, la angustia o la depresión, en el grado que sea? Yo no soy eso. Mi identificación no es mi identidad como ser humano. Yo puedo llegar a ser o hacer muchas cosas, pero lo que yo soy no se reduce a lo que he dicho, he hecho o he pensado en un momento dado. Yo soy todas mis posibilidades y no sólo algunas, las que he realizado, o bien, las que desearía realizar.

Con este bagaje, el grupo podía afrontar de otro modo el tema que nos había traído aquella tarde. Claro que esta nueva conciencia supone un proceso de maduración progresiva de mi capacidad para ser más consciente. Porque yo no soy mis creencias y, menos aún, las más arraigadas, por ejemplo, las creencias religiosas que se citaron en el transcurso del diálogo. De manera que el grupo llegó a una ensenada donde fondear sus barcos, aunque fuera provisionalmente: la importancia de aprender a soltar lo que no soy, todas mis identificaciones, para tratar de descubrir, cada día, un poco más, lo que yo soy en mi fondo. Esto no es fácil, pero al menos, ya sabemos hacia dónde orientarnos para poder vivir mejor, más plena y lúcidamente, también con una mayor serenidad. Una clave para aprender a renacer o renovarnos en cada instante. Aprender a vivir requiere aprender a morir, aprender a soltar lo que no somos esencialmente y poder vivir desde donde nosotros somos más nosotros mismos (esto es posible entrenarlo y puede experimentarse). No aferrarse a lo que no soy yo de verdad. No obstinarse. Aprender a decir “hola” a lo que viene y, cuando haga falta, aprender a decir “adiós” a lo que se va, dentro o fuera de nosotros. Nuestras células ya lo hacen. Vale.