Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

viernes, 23 de octubre de 2015

Sobre la fidelidad en el amor

Café Filosófico en Vélez-Málaga 7.1
16 de octubre de 2015, Cafetería Bentomiz, 17:30 horas.



¿El verdadero amor debe ser fiel?

      ¿Hay un Amor (con mayúsculas) o este amor está ya tan pasado como el amor platónico? Bien es cierto que hoy apostamos por el amor real de los sentidos, la emoción y la carne. ¿De qué nos vale querer una imagen, la idea que yo me he construido de lo amado para no reconocer mis limitaciones ni su realidad mundana? Sin embargo, una vez reconocida la realidad, que es la que tienes delante —no busques más—, no te desvíes del compromiso adquirido, pues si no me eres fiel, ya no me quieres, o peor aún, nunca me quisiste. ¿No parece haber aquí un contrasentido, una esquizofrenia? El único amor verdadero debe ser terrenal, pero exigimos una fidelidad sobrenatural. No te pierdas este relato de lo que aquella tarde del viernes 16 de octubre vislumbraron los asistentes al primer café filosófico de la temporada 2015-2016.

domingo, 18 de octubre de 2015

Filosofar con niños y niñas


El arte de preguntar al estilo socrático puedes apreciarlo en toda su extensión y plenitud de la mano de uno de sus mejores practicantes hoy día, el filósofo francés Óscar Brenifier, verdadero “sócrates vivo”. En Internet puedes encontrar numerosos vídeos donde exhibe este arte socrático de la mayéutica. Pero esta metodología también puede aplicarse con niños pequeños y también contribuye a abrir su mente, a desarrollar su juicio propio, su sentido crítico y su autoconocimiento. Como insiste Brenifier, se trata no sólo de ayudar a los niños a pensar, sino de ayudar a desarrollar en ellos sobre todo la capacidad de pensar el pensamiento. Hay diversas técnicas. Por ejemplo, si un niño tiene dificultades para expresar las razones por las que piensa algo —el porqué de su respuesta—,  se le puede proponer una situación absurda para sacarlo del irreflexivo y socorrido “porque sí”, podemos utilizar el modo hipotético, la forma negativa, o bien, podemos solicitar de la clase su acuerdo o desacuerdo con una respuesta de ese tipo. Veamos un pequeño diálogo, que Brenifier transcribe —en su obra La práctica de la filosofía en la escuela primaria—, y que logra sacar a un niño de cinco años de su encerramiento mental:

              — ¿Por qué quieres un postre?
            — No sé.
            — ¿Para jugar?
            — Sí.
            — ¿Juegas con el postre?
            — No.
            — Entonces, ¿quieres un postre porque quieres jugar?
            — No.
            — ¿Por qué quieres un postre?
            — No sé.
            — ¿Es porque tienes sed?
            — Sí
            — Si te doy agua, ¿te estoy dando un postre?
            — No
            — ¿Quieres un postre porque tienes sed?
            — No.
  — ¿Por qué quieres un postre?
  — Porque tengo hambre.

martes, 6 de octubre de 2015

Terapia filosófica

 

     El aprendizaje —siempre inacabado— de cómo vivir bien ha sido el trabajo principal en que se ha centrado la filosofía auténtica de todos los tiempos, comenzando en occidente por la antigua filosofía griega. Y dicho aprendizaje empieza por conocerse a uno mismo, como rezaba una vieja inscripción en el templo de Apolo en Delfos.

      Los diálogos socráticos de Platón —los de su primera época— muestran el arte de preguntar de su maestro. Pero todas las preguntas que Sócrates dirige a su interlocutor, en cada caso, van encaminadas especialmente a poner a prueba su propia vida, la actual comprensión de sí mismo y de su mundo; están dirigidas a examinar cómo va viviendo. De ahí que pueda convertirse este arte de preguntar, que ayuda al “otro” a descubrir por sí mismo quién es y cómo le va su vida, en una herramienta terapéutica. Y no hay modo más certero de conocerse a uno mismo que poner en tela de juicio todas nuestras aparentes seguridades; nada más provechoso para provocar una evolución más allá de tus creencias erróneas o limitadas, que te ayude a transformar tus habituales patrones de conducta, causantes de tu malestar o sufrimiento.

      Recuerda, con Sócrates, que el malvado —es decir el que actúa mal para sí mismo o para los demás—  es en realidad un ignorante, cuya conducta está basada en falsos juicios sobre sí mismo y sobre la realidad. Carencias personales, cuyos efectos podrían gradualmente disolverse, una vez que uno es consciente de ellas, y entiende que, de una manera errónea, sólo buscaba su propio bien.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Estar en lo que se está




Observamos a un niño pequeño jugando con un objeto cualquiera, lo maneja entusiasmado como si lo viera por primera vez, tan metido en el juego que no existe nada más en el mundo. Está en lo que está. Observamos ahora a nuestro acompañante en el cine, absorto en la pantalla. En ese momento no sabe que él existe, pero existe. No es consciente de sí mismo como sujeto que mira las imágenes de la pantalla, pero sabe lo que está pasando, y luego, si le preguntas, te cuenta todos los detalles de la película y lo mucho que le ha gustado. Es decir, que en dicho estado de conciencia, tú estás allí, tú ves, pero no te ves a ti mismo (¿cómo puede ser eso?). Si embargo, como estás en lo que estás, estás a pleno rendimiento.

Imagínate si este estado lo pudieras llevar a tus tareas diarias. Así de concentrado, ¿en cuanto tiempo podrías acabar tu trabajo? Seguro que en mucho menos tiempo de lo habitual. Y a nuestros alumnos, ¿qué les pasa cuando no rinden en clase? Eso es: no están atentos, no están en lo que están. Sin embargo, tenemos la suerte de que la atención se puede educar, se puede ejercitar. ¿Cómo? Aprendiendo a atender al presente. Esto es posible cuando atendemos a lo que está aconteciendo. Lo sabrás porque tú has desaparecido como sujeto mental, pero estás completamente presente en la situación, realizando de manera muy productiva tu tarea. Estás fundido en ella con el objeto. O mejor dicho: no hay sujeto ni objeto, no hay dualidad. Compruébalo. Estás presente cuando tu “yo superficial”, con toda su carga de preocupaciones, deseos y juicios de valor que te desconcentran, estresan e inquietan, está ausente. Si aprendes a quitarte de en medio, disfrutarás mucho más de lo que estés haciendo y además serás más eficaz. Tu yo profundo actúa por ti, es decir, realmente tú mismo.

jueves, 23 de julio de 2015

El gobierno a favor del pueblo (II): ¿Aprenderíamos algo de la vieja democracia ateniense?

El gobierno a favor del pueblo (II):  la herencia de Grecia

¿Estaríamos dispuestos a aprender algo de la vieja democracia ateniense? Por allí también se cocían habas. Hubieron tiempos de discordia, en donde la existencia de una oligarquía dominante —que desde siempre la ha habido— provocaba graves desigualdades que desembocaban en serias hambrunas y revueltas sociales. El suelo cultivable —los recursos— estaba en manos de unos pocos, y los más desfavorecidos junto con sus hijos podían ser esclavizados por los ricos —de una manera u otra—, pues al final tenían que responder del endeudamiento con su propia persona. Eran los tiempos previos a Dracón (621 a. de C.), quien introdujo las primeras leyes escritas, y después también. Lo que había cuando intervino Solón (594 a. de C.), el mediador (diallaktés) que, según nos cuenta Aristóteles en su Constitución de los ateniensesluchaba y discutía contra unos y otros, o bien, a favor de unos y otros, y los exhortaba a que de mutuo acuerdo cesaran la philonikía, el deseo de ganar siempre a toda costa, el gusto por el enfrentamiento y la rivalidad, provocado por el amor al dinero, la avaricia y la arrogancia de los ricos. Así fue capaz de prohibir los préstamos sobre la libertad de persona y condonó las deudas privadas y públicas que llevaban a la pobreza y a la servidumbre (“descargas”), teniendo en cuenta el bien común y la salvación de la ciudad. En lugar de hacerse tirano, en virtud de su buen predicamento entre pobres y ricos, cargado de sensatez, plasmó en un marco legal la necesaria corresponsabilidad pública, especialmente cuando atravesaban momentos difíciles.
¿Nos suena de algo todo esto? No es utopía, ya se hizo una vez. Sí pero… Tópico número uno: la democraciadirecta en Atenas fue algo esporádico, efímero, experimental. Sin embargo, duró 186 años de una forma continuada (desde las reformas de Clístenes), o bien, si contamos desde Solón, serían 272 años. ¡No está nada mal! Tópico número dos: la democracia griega solamente es un sistema apto para pequeñas comunidades, no complejas. Puede ser, pero la población de Atenas en el siglo IV a. de C. era de 250/300 mil habitantes y los que tenían derechos ciudadanos entre 30 y 60 mil en el siglo V. Asistían a la Asamblea del pueblo (o Ekklesía) de cuatro a seis mil ciudadanos y se celebraban cada mes o cada semana. ¿Pero no tendríamos nosotros infinitamente más medios que ellos de interactuar y de comunicarnos? Tópico número tres: era un sistema político para ciudadanos ociosos, cuyas tareas realizaban los esclavos. También formaban parte de la ciudadanía reconocida las clases menos pudientes y más laboriosas: labradores, artesanos, pescadores…, y cuidaban exquisitamente de que todos pudieran participar en la vida pública, que era, en aquellos tiempos, como decir en la vida política. Tópico número cuatro: designar a los cargos públicos por sorteo es una práctica ineficaz y aberrante. No obstante, los griegos lo percibían como lo más democrático, integrando así a todos, más allá de si eran ricos, famosos o elocuentes. También, era un modo de prevenir la corrupción y la acumulación de poder, derivada de la profesionalización de los cargos. Incluso, los posibles peligros de este sistema se minimizaban trabajando en equipos de colaboración y aprendizaje mutuo. Es interesante, como destaca Aristóteles, que todos alguna vez puedan “gobernar y dejarse gobernar por turnos”.
¿Y quién tiene derecho a intervenir en la vida pública? Cualquier ciudadano que así lo deseara. Para esta función de ciudadano iniciador de alguna cuestión de interés, ni era examinado previamente ni tenía que rendir cuentas al finalizar su intervención o proceso iniciado por él, siempre que persiguiera el interés general y el bien de la ciudad. Eso sí, no debían estar en suspenso sus derechos ciudadanos; por ejemplo, por atimía (si no tomaba partido un ciudadano en los asuntos públicos o no pagaba sus deudas con la ciudad)El ostracismo, que suponía además el exilio, se aplicaba cuando un ciudadano sobresalía en exceso y se sospechara que podía convertirse en tirano. Pues bien, muy diferente era la situación para los funcionarios o magistrados, que debían rendir cuentas en todo momento, puesto que servían a la gente: un examen previo podía inhabilitarlos y se revisaba con cuidado su labor tras finalizar el cargo, que generalmente duraba un año máximo y, en muchas ocasiones, una sola vez en la vida. Especialmente ocurría con los pocos cargos electosque había (tesoreros y estrategos principalmente), que favorecían a los ricos para que pudieran responder con su patrimonio, en caso de menoscabo de la hacienda o de los intereses públicos. Y aunque la tributación era progresiva, según las rentas de cada uno, los ricos tenían deberes especiales para con la comunidad: si se daban circunstancias extraordinarias debían adelantar un dinero que luego se les devolvía, también dotar completamente una nave trirreme o costear los ensayos y vestuarios de los coros de música o baile de una ceremonia o concurso dramático. Pero tampoco la justicia social quedaba allí descuidada. Según expone Aristóteles en su Política (Libros VI-VII): “Hay una ley que dispone que los que poseen menos de tres minas y están impedidos físicamente para el trabajo sean examinados por el Consejo y que les sean concedidos a cuenta del fisco dos óbolos diarios a cada uno como alimento”. Y esto es sólo un ejemplo.
No sin dificultades fueron pasando los atenienses de la virtud heroica a la virtud política o ciudadana; pero nosotros estamos asistiendo en estos tiempos al acelerado retroceso de la posibilidad de una ciudadanía activa y participativa, y al advenimiento irrefrenable de la figura predominante del cliente, el usuario, el consumidor o el votante, y socialmente, convertidos en deudores de por vida y siervos, las personas y los Estados. Pasividad frente a actividad, comparsas de los grandes poderes político-financieros en lugar de señorío ciudadano.
Imagen | Colina de Pnyx, sede de la Asamblea ateniense (detalle)
Más información | Pedro Olalla, Grecia en el aire (2015)

Publicado en Homonosapiens

domingo, 5 de julio de 2015

Sobre las migraciones humanas

Café Filosófico en Vélez-Málaga 6.10

19 de junio de 2015, Fundación María Zambrano, 17:30 horas.


“Y así, la primera respuesta a esa pregunta formulada o tácita de por qué se es un exiliado es simplemente esta: porque me dejaron la vida, o con mayor precisión: porque me dejaron en la vida. La respuesta, la misma que tendría que dar a quien le preguntase, que por qué es hombre o que por qué ha nacido, si fuera encontrado un día sobre las aguas o arrojado por las ondas. (…) Y así el exiliado está ahí como si naciera, sin más última, metafísica, justificación que esa: tener que nacer como rechazado de la muerte, como superviviente; se siente, pues, casi del todo inocente, puesto que ¿qué remedio tiene sino nacer? Esto está más allá y sobre toda razón justificante” (María Zambrano, Carta sobre el exilio).


Ya lo pensaba con claridad Gorgias —aquél sofista griego no tan sofista— que el contraejemplo más palmario de la imposibilidad de la comunicación humana radica en la disparidad de la experiencia. Las experiencias humanas son personales e intransferibles, diferentes en el que habla y el que escucha, y así, hablar de cosas distintas impide a menudo que nos entendamos. No nos entendemos porque estamos hablando de realidades diferentes. De ahí la importancia, en un diálogo humano, de comprobar aquello de lo que se está discutiendo y cerciorarnos de que estamos tratando de lo mismo. Míralo, verás como esto funciona demasiadas veces. Pero no se trata de que nos obliguemos a discurrir por el mismo cauce; a menudo es más importante que encontremos un soporte común a los diversos enfoques de la materia abordada. En el fondo, es mucho más inteligente discernir hacia dónde apunta la necesidad de los participantes para tener que enfilar el mismo tema desde orientaciones y hacia finalidades diferentes. Y esta fue la trastienda del diálogo filosófico —último de la temporada— que compartió espacio con las cosas personales de María Zambrano.

Así pasó, pues la Fundación que lleva su nombre nos albergó y nos atendió, y nos ofreció como se ofrece al viajero que padece la sed y el hambre no saciado del camino. Nos dio lo que necesitábamos. Estar lo más cerca posible de María Zambrano, quien más supiera en sus entrañas del caminar y del exilio que pudiera ser la vida humana. (Gracias por tan generosa acogida). ¿Sería éste el trasfondo de la discusión de aquella tarde? El abismo del ser humano: “¿qué remedio tiene sino nacer?”. Y ya que ha nacido, querer ser, buscar un sentido, sobrevivir, vivir como un exiliado, “porque me dejaron en la vida”. Si continuáis leyendo esta crónica, ya veréis ya a qué se refiere este relator que también estuvo allí presente, gozando de la oportunidad de filosofar en la cercanía de la librepensadora veleña. Pero antes debemos presentar a los participantes.

¿Y tú en qué confías más? Ellos te van a decir en qué confiaban, pero no sobraría que tú también te lo mirases. Date cuenta que si te falta la actitud de la confianza, estarás continuamente echando en falta muchas cosas, añorando las del pasado o anhelando las del futuro. “Yo pienso que todas las cosas van mejorando con el paso del tiempo; de lo que
menos se desconfía habitualmente es de la naturaleza (¿y tú?, dime: “yo confío en la naturaleza de las cosas mismas”); yo confío en mí mismo y en mi lógica de la razón humana; yo confío en el ser humano y, ¿por qué no voy a confiar en el profesional de un determinado área?; yo confío en mi instinto personal, en mi intuición; y yo en el conocimiento humano, en lo que tenemos ya sabido y en la posibilidad de llegar a saberlo; yo suelo ser desconfiado y acabo confiando en mi propio criterio; yo confío en llegar a entender y en poder ser consciente; yo confío en la vida misma, con eso está casi todo dicho; yo confío en la experiencia fruto del conocimiento”.

—¡Un momento! —resonó en la sala de la Fundación María Zambrano. Hay un matiz importante que se puede estar escapando.
—¿Cuál es? —preguntó el moderador del encuentro.
—Confiar no puede llevar a dejar de lado mis responsabilidades.
—Efectivamente, confiar no es “hacer dejación”.

Y siguió la ronda de confianzas: “Yo soy confiada con la gente de mi alrededor; yo confío en el destino: todo sucede por algo —aunque lo descubramos a posteriori, como se alumbró en el último Café filosófico, recordó el moderador; yo confío en la autoexigencia, en la necesidad de un método, pero, efectivamente, no sólo hay que pensarlo sino también sentirlo uno mismo así; es importante confiar en las personas cercanas a ti, y unas veces confío más que otras, según las fases de mi vida; yo soy muy confiada y abierta, el miedo es lo que nos hace desconfiar; yo confío en la propia lógica de los acontecimientos, y cuando me desaparece esta lógica busco cómo recomponerla cuanto antes”.

Con anterioridad a este despliegue de confianzas el conductor del encuentro leyó unos apropiados textos de María Zambrano, que tocaban la naturaleza de la reunión filosófica que allí nos había traído. Eran de su libro Filosofía y Poesía:

“Hoy poesía y pensamiento se nos aparecen como dos formas insuficientes; y se nos antojan dos mitades del hombre: el filósofo y el poeta. No se encuentra el hombre entero en la filosofía; no se encuentra la totalidad de lo humano en la poesía. En la poesía nos encontramos directamente el hombre concreto, individual. En la filosofía al hombre en su historia universal, en su querer ser. La poesía es encuentro, don, hallazgo por gracia. La filosofía busca, requerimiento guiado por un método”.

Y, efectivamente, nuestra reunión filosófica es un encuentro variado en edades e intereses, que nos completa de múltiples maneras y que, de cuando en cuando, se presta, con algunas resistencias, a la aparición de momentos únicos, filosóficos, en los que súbitamente nos es dada la extraña suerte de hallar alguna extremadamente enriquecedora singularidad vital. Sin embargo, no deja de buscar con alguna orientación, cierto camino o método que encauza la discusión y la hace más probablemente fructífera. No es una charla ni una tertulia, ya lo saben los más asiduos, pero allí había nuevos participantes aquella tarde.

“Todos los hombres tienen por naturaleza deseo de saber”, dice Aristóteles al comienzo de su Metafísica, justificando así de antemano “este saber que se busca”. Mas, pasando por alto que en efecto todos los hombres necesiten este saber, se presenta en seguida la pregunta en que pedimos cuenta a la filosofía. ¿Cómo si todos te necesitan, tan pocos son los que te alcanzan?”.

Era muy consciente María Zambrano: una pregunta decisiva que enfila el destino histórico de la filosofía a lo largo de los últimos siglos. “¿Cómo si todos te necesitan, tan pocos son los que te alcanzan?”. Es posible que la manera de abordarla los propios filósofos de profesión tenga algo que ver. Vamos a acercar la filosofía a la vida de cada uno de nosotros, vamos a convertirla en una experiencia y en una práctica, vamos a filosofar juntos. Un modo en que la filosofía pudiera poseer la relevancia necesaria para el tiempo en que vivimos. Una razón por la que estábamos allí aquella tarde de junio, sin nada mejor que hacer que venir a filosofar.

Dejemos, entonces, que siga manifestándose el relato, como si lo contara Simón el zapatero, cronista primero de los usuales encuentros socráticos que se celebraban de su misma zapatería. Las dianas de aquel día: La Confianza, El Trato a los animales, La Emigración, El Sufrimiento, La Felicidad, La Originalidad de Nuestro pensamiento. Y éstas, las afiladas saetas que apuntaron y trataron de acertar en el blanco de La Emigración, la temática más deseada: ¿Qué es emigrar? ¿Qué nos lleva a emigrar? ¿Posee peligros, es una amenaza o una riqueza? Sin embargo, parecía que veíamos doble: ¿la emigración o la migración? La diana era movediza, los aciertos más intuitivos que metódicos. ¿De qué estábamos hablando en el fondo? Esto se iría conociendo con el transcurso de la discusión. Sus vaivenes nos lo dirían.

—Yo soy científico y tiendo primero a definir las cosas.
—No hay problema, también es un requerimiento propio de nuestra reunión —agrega el moderador.
—Todos somos de alguna manera emigrantes. Y no es sólo la distancia geográfica, y en qué dirección, lo que la define.
—Entonces, qué me decís: ¿Cómo podemos definir el proceso migratorio?

Y dijeron que emigrar es un traslado de “frontera”, de cualquier tipo. Hay muchas clases de fronteras que delimitan nuestras vidas terrenales. Un cambio de modo de vida, que puede ser voluntario o forzado. Y se definió tentativamente el fenómeno migratorio humano de una manera bastante metafísica, arraigado en lo básico de lo humano: “Salir de mí”. Pero esta definición no dejaba satisfecha a una parte de la concurrencia: emigrar
debe relacionarse con “salir de mi lugar”. Y como esto nos situaba en una alternativa, en una bifurcación, el moderador propuso resolver mediante votación tal encrucijada. Y aparentemente preferían ahondar en la idea de salir de mi lugar de vida habitual. Aparentemente, porque veréis: cuando trataban de proseguir por este camino —el sentido más usual en que se entiende el fenómeno migratorio—, afloraba el sentido más metafísico de “una salida de mí mismo”. Unos deseaban hablar de los problemas actuales a que nos enfrenta la emigración del sur al norte, pero otros querían ir más lejos, o quizás más cerca de nosotros mismos: la migración como una componente existencial de la vida humana. Y así se conducía la discusión, algo errática, sin aparente posibilidad de reconciliarse entre ellos mismos, los participantes. Eso sí, eran muy respetuosos y educados; pero un larvado disgusto lastraba la reunión. Necesitaban reconciliarse, pero no se reconciliaban. ¿Estarían ellos mismos mostrando la esencia de las migraciones humanas, con dicha necesidad de reconciliarse? En toda discusión has de salir de ti mismo. Piénsalo. La reconciliación contigo mismo, no sólo pero también, va ligada a la reconciliación con los puntos de vista de los demás.

Así que el moderador propone abordar la cuestión de la definición a través de la segunda saeta o pregunta inicial: ¿Qué nos lleva a emigrar?

—Si, como estáis manifestando, desde siempre el ser humano ha emigrado, ¿qué nos lleva a emigrar?
—La necesidad de experimentar.
—Pero también por necesidad material, para comer. Y hoy es lo que pasa.
—No sólo se emigra para mejorar tu bienestar material. También por turismo, para conocer otros lugares o culturas.
—No hay que olvidar que la humanidad —el homo sapiens— empezó siendo nómada. Fuimos todos nómadas al principio.
—¿Y por qué fuimos, y podemos ser todavía, nómadas en algún sentido? —pregunta el moderador.
—Para conocer, para descubrir… Mi idea es que, en el fondo, está siempre la búsqueda de conocimiento: el sujeto no logra saber cómo vivir o sobrevivir mejor y, entonces, emigra.

Pero esta reducción de la necesidad de emigrar a la búsqueda de conocimiento va a suscitar bastante controversia entre los asistentes. Pretende defender esta tesis provocativa —que se empecinó bastante y fue mostrando sus virtudes— que el vivir es un “saber hacer”, y que cuando se produce una carencia de información suficiente, esto lleva a desear vivir mejor (“quiere vivir mejor”), pero para ello ha de saber más, otras nuevas formas de vivir. De ahí la necesidad de emigrar. Pero no satisfacía este desarrollo, a pesar de las sugerencias que contenía: “La emigración forzada no tiene que ver con el conocimiento”. Este contraejemplo mostraba dos cosas: una, que no todos los participantes se sentían cómodos con dicho planteamiento; y dos, el fuerte deseo, alimentado por la cruda realidad de las barcazas que intentan cruzar el Mediterráneo, de hablar del problema de la emigración. El drama actual. Esto lleva al moderador, una vez establecida con toda la claridad posible la anterior tesis, a dejar rienda suelta a los participantes y que puedan dar salida a sus preocupaciones.

—¿Qué os parece si ya abordamos la tercera pregunta que nos planteábamos al comienzo? —dijo, entonces, el moderador. ¿Posee peligros la emigración, es una amenaza o una riqueza?
—Sí es una riqueza en muchos aspectos.
—¡También de conocimiento!
—En este fenómeno hay ambivalencia, pues depende de cómo se vea, y según en el momento en que se vea. Por ejemplo, ahora con la crisis económica la percepción es diferente. Se ve más como una amenaza.
—Sí, pero algo se ve como una amenaza porque hay miedo.
—¿Qué es antes? —Pregunta el moderador.
—Siempre, el miedo que está en ti te lleva a ver una amenaza en lo que está fuera de ti.
—Interesante…
—La emigración siempre es enriquecedora, pero debe darse una adaptación mutua, de los
que llegan y los que la reciben. Tiene que ser querido también por nosotros.
—Influye mucho cómo se muestra este problema mediática y políticamente.
—De hecho, depende mucho de la procedencia del país del que vengan los inmigrantes.
—Y esto, qué duda cabe, es una imagen que ha sido creada mediática o políticamente.

¿Con qué te puedes quedar, querido lector, de este café filosófico? Eres libre; pero mira bien si en toda la problemática entera de la emigración no está presente la ampliación de horizontes, de conocimientos y de acciones, para poder vivir mejor. Aprendiendo. Si comprendemos esto, quizás estaríamos en disposición de ir más allá y entender un poco mejor el fenómeno completo de las migraciones humanas, y a la persona emigrante misma. Sus necesidades. El fenómeno de la emigración como una expresión de la necesidad migratoria humana. Muchas veces desgarrada, es cierto, y otras dramática. Una migración que puede ser exterior (otras gentes, otras tierras, otros desafíos…) o puede ser interior (hacia lo profundo de ti mismo, que siempre ha estado ahí, esperándote). El ser humano como emigrante o caminante perpetuo. De ahí que diga María Zambrano: “Y así, la primera respuesta a esa pregunta formulada o tácita de por qué se es un exiliado es simplemente esta: porque me dejaron la vida, o con mayor precisión: porque me dejaron en la vida”. Aquí te deja este relator, con la mente pensando y la emoción flotando.

miércoles, 3 de junio de 2015

Sobre el propósito en la vida

Café Filosófico en Vélez-Málaga 6.9
15 de mayo de 2015, Centro de Arte Contemporáneo, 17:30 horas.



“No pueden [ustedes] conectar los puntos mirando hacia el futuro; solamente pueden conectarlos mirando hacia el pasado. Por lo tanto, tienen que confiar en que los puntos de alguna manera se conectarán en su futuro. Tienen que confiar en algo — su instinto, su destino, su vida, su karma, lo que sea—. Esta perspectiva nunca me ha decepcionado y ha marcado la diferencia en mi vida” (Steve Jobs, Discurso durante la ceremonia de graduación de la Universidad de Stanford, 2005).


“Cuando yo voy permitiéndome sentir todo, sin reaccionar agresivamente, sin huir, entonces llega un momento en que, después de pasarlo mal y permitir que este pasarlo mal lo viva abiertamente, con sinceridad, a fondo, curiosamente desaparece el malestar” (Antonio Blay, Ser).


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Centro de Arte Contemporáneo - Vélez-Málaga
Cada encuentro filosófico es singular, como cada momento de nuestra vida. En este día, la novedad estaba clara: realizábamos por primera vez nuestro café filosófico en el Centro de Arte contemporáneo (CAC) de Vélez-Málaga. Vaya por delante, antes de nada, el agradecimiento de todos los que estuvieron allí presentes. Un florido patio nos acogió apaciblemente, donde la discusión fue mostrándose tímida unas veces y enardecida otras.
Sabiéndolo o sin saberlo, todos buscamos nuestra propia autorrealización —llámale de otro modo, si lo necesitas—. Pero, una condición de suma importancia para esta finalidad sería que no te quedaran demasiados deberes pendientes, que los conflictos —contigo, con los demás— que la vida te ha ido presentando, los hayas podido ir liquidando de la mejor manera posible. Que no se vayan acumulando muchos residuos ahí guardados, en la penumbra inconsciente de la trastienda de tu vivir de cada día. Por otro lado, ¿está clarificado en ti el propósito de tu vida? Si no, no vivirías bien. Preocupaba esto a los participantes de aquella tarde tranquila de primavera, sin terral y a resguardo de los malos vientos.
Y comoquiera que estábamos en un centro de arte, y además, de arte contemporáneo, el moderador tuvo a bien iniciar la sesión —después de haber leído un texto referido a la anterior— con el siguiente interrogante: ¿Cuándo he sentido yo la belleza últimamente? Y actualizaron allí los participantes sus respectivas experiencias estéticas. Y dijeron que ahora mismo, oyendo a los pájaros mientras volaban; y dijeron que contemplando la inocente belleza de las flores que ella misma cuidaba; y dijeron que la belleza está en el ambiente que se crea con pequeñas cosas de la vida; y recordaron la belleza sentida, por ejemplo, asombrándose de la furia iracunda del mar contra un acantilado norteño; cuando visionaba una película “redonda”; mientras paseaba a la orilla del mar; es maravilloso cuando la gente es capaz de tomar decisiones auténticas que proceden de su interior; y cuando la vida le sorprende con gestos, como la risa de su madre enferma, ¡cómo la disfrutaba!; sin embargo, la belleza ya la tienes dentro, está en ti; y está en todos los sitios, pero la apreciarás en la medida en que tú estás allí para apreciarla, tendrás que prestar mucha atención.
Y después, se preguntaron por el PROPÓSITO de estar aquí en este mundo — antes que por el desarrollo de las capacidades humanas o la conmemoración del 15M y su significado—. Pero, comencemos por el principio: ¿Hay un propósito en la vida? Y además, ¿de qué hablamos? ¿Qué significa la palabra “propósito”? De un modo titubeante, acudimos los allí presentes a la etimología: pro / positum, que en latín viene a querer decir “poner algo hacia adelante”, es decir, “proponerse algo”, con su dimensión de futuro ineludible. Tener un propósito podría indicar una meta, una finalidad. ¿Un sentido? ¿Es lo mismo sentido que finalidad o meta? Estas distinciones terminológicas mantuvieron perplejos a los participantes durante algunos instantes. Y mereció la pena, porque si no tenemos claro qué es un propósito, malamente podríamos tener claro nuestro propósito, ni tampoco el propósito de la vida. Afectaba a la cuestión misma que se discutía.

—Mi experiencia como enfermero me dice que el sentido de la vida está muy ligado al sentido de tu vida, necesita ser integrado con el propósito de tu propia vida.
—Pudiera ser que, si preguntamos el para qué del propósito de la vida, entonces hablemos de una meta, y que si preguntamos el porqué, estaríamos hablando del sentido de la vida.
—Puede ser. Y entonces, la meta puede ser algo más interno de la persona y el sentido algo más externo, más allá de nosotros, que me integra en algo más allá de mí mismo.
—Yo, mi finalidad no la veo, la voy descubriendo, la iré descubriendo en todo caso.
—Pero está ahí. Ocurre como cuando entras en una habitación a oscuras, todo ya está ahí, solamente hacía falta que estuviera iluminado.
—¡Muy interesante! Otro ejemplo cotidiano puede ser cuando vamos circulando con niebla, que creemos no ver nada hasta que al irnos acercando todo se va clarificando. Pues igual con la finalidad de nuestra vida.
—Y muchas veces el sentido lo vas descubriendo hacia atrás

Este último comentario encendió rápidamente una mecha entre los participantes: ¿Y si voy siguiendo una meta, una finalidad, un propósito, y esto es hacia adelante, pero el sentido lo descubro hacia atrás, girándome y volviendo la vista hacia atrás, hacia lo vivido? Antes no lo veía y ahora ya lo veo, todo tiene sentido. Perseguía una meta, intuía lo que tenía que hacer, lo que tenía que buscar, lo había anticipado y cuando ya lo he realizado descubro todo su valor, toda su plenitud, un sentido completo. Sin embargo, en este punto emerge una cuestión crítica. Necesario. ¿Y si dicha vuelta hacia atrás no es otra cosa que una justificación, una excusa para autojustificarte?

—Una justificación sí, una excusa, no. No es lo mismo.
—De todos modos, será muy conveniente observar esto con atención, tener cuidado con esto, esclarecerlo en tu vida. Tratar de no autoengañarse.

De hecho muchas terapias psicológicas —señala el moderador— ya trabajan con esta premisa: volver consciente lo inconsciente. Si lo que está inconsciente en ti, tomas conciencia de ello, el condicionamiento inconsciente se desactiva y te libera de sus automatismos, que te llevan a veces a sufrir más de la cuenta.

—Sí, y todos aquellos asuntos que son desagradables y que tendemos a reprimir, son necesarios para poder integrarlos y clarificar nuestro propósito. Son parte de la vida.
—Son una oportunidad.

Efectivamente, porque si logras integrar todos estos aspectos de ti, obtendrás un “yo más integrado”, estado de conciencia en el que pudiera ser que el sentido, tu propósito en la vida, quedara mejor despejado. Pudiera ser más transparente para ti. Pero mientras mantengas deberes pendientes contigo mismo y no entiendas los conflictos como oportunidades de aprendizaje que nos presenta la vida, tu propósito se te escapará entre los dedos. Tu autorrealización está en juego con ello, pues si no hay luz dentro de ti, tu propósito puede quedarse mientras tanto a oscuras. Ellos extrajeron esto para ti. Aprovéchalo.

Satisfecha, al parecer, esta inquietud, el grupo se precipitaba hacia un lugar diferente. O quizás, no tanto. Fue necesario. Entre ellos, apareció la inquietud con la muerte, aprovechando que estaba presente una persona cuyo trabajo le acerca diariamente a esta realidad.

—Según tu experiencia, ¿todo el mundo muere lo mismo? ¿O algunos mueren mejor que otros, más a gusto o más a disgusto?
—El problema no está tanto en los que se van, sino en los que se quedan. Los familiares de la persona moribunda que no lo dejan expresarse. No lo escuchan. Piensan más bien en sí mismos. No soportan el dolor y prefieren darle medicamentos paliativos.
—Sí, en Occidente no llevamos bien la muerte. La queremos dejar de lado y no mirarla de frente.
—Hay un cuento oriental que expresa bien la idea de la muerte como algo natural: “La semilla de mostaza”. —Y lo contó para todos.

—Pues yo no me resisto a regalaros la definición que han dado de la muerte, durante un reciente taller de filosofía en el CEIP El Romeral, unos niños y niñas de 11 años. ¿Qué es el morir?: “Cuando algo o alguien cambia de algún modo, es decir, es el final de una etapa, pero puede comenzar otra”. 

sábado, 23 de mayo de 2015

¿Quién soy yo?

¿Quién soy yo? Podríamos pensar a primera vista que la inquietud humana contenida en esta pregunta es egocéntrica, que responde a una conciencia muy moderna y muy occidental, que el sujeto es un descubrimiento de aquí. Cambia la situación, si me doy cuenta de que lo que yo soy, ya lo soy, ya lo he sido siempre. Pero más cerca de casa, todavía, nos deja sentir que somos un algo más del universo, y que si todos formamos parte y venimos de ahí, todos somos ese universo. A través de esta perspectiva, no es tan difícil situar la envergadura de la pregunta “¿quién soy yo?” en la universalidad del anhelo humano por saberse y por ser, como todos los demás seres del aglomerado de partículas de galaxias y estrellas que nos compone y recompone continuadamente. Es tan universal la pregunta que la vida de todo ser humano se esmera sin apenas desfallecer, consciente e inconscientemente, por rondarla y agradarla. Yo mismo soy un caso particular de ti mismo. Seas joven o viejo, niño o adulto, mujer o varón, rico o pobre, más sabio o menos sabio.
Porque nos preguntamos ahora por nuestra esencia y no por nuestras cualidades, lo que somos de verdad, en el fondo de nosotros mismos. Imagina que somos como una lechuga: comienza a deshojarla, capa a capa, si llegas al cogollo, habrás llegado al centro desde donde se despliegan uno tras otro los niveles de tu conciencia personal. De este corazón sale todo lo demás. Te puedes quedar en la superficie, pero entonces ignoras el fondo oceánico, del que emergen y donde se anclan todas las olas; tus oleadas de entusiasmo y de tristeza, tu afán egoísta unas veces y más compasivo otras, tus carencias y tu plenitud, si eres paciente en el mirar. Mira adentro, comprenderás lo de fuera. Descubre la verdad. Retira por un momento la tapadera de la realidad sensorial y más densa para alcanzar la sutileza de la vida y la existencia. No te quedes en lo que te han dicho o en lo que has oído —presta más atención—, mira bien lo que somos. A cada momento, puedes hacerte esta pregunta: “Si yo no fuera todo eso, ¿seguiría siendo el que soy?”. Tú eres tu nombre, tu fecha de nacimiento y donde vives, pero sin ellos, ¿ya no serías tú? Tú eres tu cuerpo, pero si tuvieras otro cuerpo distinto, ¿no seguirías siendo tú mismo? Tú eres tu profesión, pero ¿sólo eso? Eres “trabajador, amable, buen compañero, juguetón y buen amigo, más nervioso o más tranquilo”, eres muchas cosas. ¿Sabrías distinguir lo más profundo de ti y no confundirlo con lo más aparente? Quizás lo más hondo sea lo más importante, más adelante en nuestras vidas.
Te copio una serie de respuestas posibles. De ellas, ¿cuáles te parecen que son más básicas, más esenciales?Aristóteles ya te previene para que no te quedes colgado de lo accidental (que puede darse, pero podría no darse: de este modo, ser humano es esencial, pero no ser blanco o negro de piel, que sería accidental). Yo soy: “bueno, amor, alguien que ayuda, capaz de resolver problemas, ordenado, sereno, listo, una persona, positivo, original, alguien que aprende, yo mismo, alguien que llega a ser, que tiene buen corazón, feliz, un ser vivo, de carne y hueso, diferente, alguien que se quiere a sí mismo, lo profundo de mi corazón”. Todas ellas son respuestas que te ofrecen —después de un trabajo filosófico— unos niños y niñas de entre 7 y 11 años, durante el desarrollo de unos recientes talleres de filosofía con ellos y con ellas*, siguiendo la metodología de Óscar Brenifier.
Si te sorprende la hondura de algunas de sus conclusiones —que luego transformaron en algo más personal—, quizás debes preguntarte conmigo lo siguiente: ¿En qué momento y por qué motivo va perdiéndose esta capacidad de preguntar por nosotros mismos? En lugar de un pensamiento mecánico, más creativo, más conciencia y menos dejarme arrastrar por la corriente; en lugar de respuestas ya dadas, buscarlas, mis respuestas, no las que esperan de mí, acordes a la imagen que me voy formando de mí mismo, a base de creerme lo que otros me dicen —o muestran— que soy. Todos somos filósofos, puesto que buscamos saber para ser, entonces, ¿cuándo y de qué manera dejamos de filosofar? Algo de ello adviene cuando alejamos la vida de la filosofía, o bien, cuando desligamos la reflexión filosófica de la propia vida humana de cada uno de nosotros, que para el caso viene a ser lo mismo.

Imagen| Yo soy: Lo profundo de mi corazón (Irene, 8 años)
Más dibujos: ¿Quién soy yo?
*Estos talleres de filosofía se realizaron en el CEIP El Romeral de Vélez-Málaga

Publicado en Homonosapiens