Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 9 de marzo de 2025

¿Qué es integrarse?


Sobre la integración social

Café Filosófico en Capileira 4.1

11 de enero de 2025, Biblioteca Pública, 17:00 horas


Nada hay más útil para el hombre que el hombre

Baruj Spinoza


¿Qué es integrarse?

Estábamos finalizando las fiestas navideñas, y ya que han sido absorbidas, en todo o en parte, por el consumismo reinante, el animador de este encuentro filosófico que hacía algunos meses que no se celebraba en estas alturas de Capileira, se decidió a preguntar a los asistentes (algunos de pueblos aledaños y una participante venida desde Australia) por otra clase de regalo que quisieran ellos o ellas hacer, o bien que les hiciesen, y que no pudiera ser presa fácil de la sociedad de consumo. Y dijeron que tiempo para compartir, una conciencia feliz, la escucha activa, el silencio, el amor de la familia, la unión, la comprensión, la felicidad de mis hijos, la armonía... a lo que tú podrás añadir de tu propia cosecha, tus propios regalos. Porque el regalo más valioso no es el que se puede tener, acumular, comprar o vender, ¿no es cierto? Y si no, espera un tiempo y lo verás.

Después de esta reflexión tan navideña, los participantes orientaron su diálogo hacia el tema del día: la integración social. No fueron la adolescencia, el amor ni el derecho a opinar. Preocupaba la integración de unos de nosotros con otros de nosotros. Aunque esto, por el momento, solamente lo intuían. ¿Qué es integrarse? ¿Qué contexto favorece o perjudica la integración social de las personas?

El tema de diálogo, claro, arrastraba su propia razón de ser: vivimos en sociedades tan complejas, tan diversas, donde la tradición está mezclada de innovación, y mucha mucha tecnología, de modo que sentirse uno bien integrado, formando parte de donde se está y con quienes se está, no es una aventura fácil; antes no era fácil porque se trataba de sociedades cerradas y ahora porque ya no hay guías, como decía Margaret Mead, pero nunca ha sido fácil; el conflicto entre lo personal y lo social, querer ser yo mismo, pero no poder desarrollar mis capacidades si no es dentro de un contexto social, esa “sociable insociabilidad” de la que nos hablara Immanuel Kant ya en el siglo de la ilustración. Y si no se da la integración por los dos lados, lo social y lo personal (lo social en lo personal y lo personal en lo social) no estaremos ante una verdadera integración. Esto lo vieron muy claro nuestros participantes, como tendremos ocasión de comprobar.

Todo lo que iban diciendo juntos se encaminaba en esa dirección. Es necesaria la aceptación, por parte de la comunidad, del recién llegado o el diferente; y también, el conocimiento mutuo, del que llega y del que estaba. Una receptividad mutua. Esto es primordial. Sin ello, poco se puede hacer o se puede avanzar. Por eso, a continuación, se plantearon si había sociedades más receptivas o menos receptivas (dejando aparte, obviamente, que también puede haber personas más o menos receptivas, según su nivel de crecimiento personal). Antes, sin embargo, quisieron dejarse a sí mismos muy claro que los casos de identificación con un grupo, no son ejemplos de una verdadera integración, sino dependencia o anulación de sí mismos.

Pues bien, la ideología (política, religiosa o de otro tipo), la diferente procedencia cultural, más cuanto más alejada, la barreras económicas que, en el fondo, son discriminaciones debidas a desigualdades económicas, como es el caso de la aporofobia, según Adela Cortina, los intentos forzados o más sutiles de asimilación cultural, la aculturación, las conductas desviadas o irresponsables o deshumanizadas de los que tienen responsabilidades públicas... todo esto se convierte en obstáculos a la integración.

Sin casi darse cuenta, los participantes iban respondiendo a su preocupación inicial: qué es integración y cuáles los obstáculos que la interceptan. Cuanto más presentes dichos obstáculos, más complicada resulta la integración socio-personal y mayor la conflictividad social. Pero también, iban alumbrando una clave fundamental para comprender la fuente de tales dificultades, de la conflictividad que atraviesa en la actualidad el encuentro entre personas y sociedades. El drama aparece cuando nos quedamos en la superficie de lo que somos, como seres humanos, y vivimos y nos relacionarnos de acuerdo solamente a eso, las diferencias, que las hay, pero no es lo único que hay. Si nos damos la oportunidad de ahondar en nosotros mismos, descubrimos un poso común de humanidad (hecho de las mismas necesidades y, básicamente, los mismos temores y deseos), sobre esto podría asentarse la siempre abierta posibilidad de entendimiento, tanto mental (en cuanto a nuestras ideas y proyectos) como emocional (en cuanto a nuestros afectos y afecciones).

Vamos a ofrecernos humanidad unos a otros, lo que somos; vamos a ofrecernos a nosotros mismos, sin nada a cambio, constituirnos en auténticos regalos de nosotros mismos. Es posible que, de esta manera, la necesidad de integración mutua no sea más que palabras, que nosotros hayamos creado este problema en nuestras noches bajas, con sus días bajos. Sin duda, piensa este relator, que la contemplación de una maravillosa puesta de sol, cuyas luces asomaban, a esas horas, por las rendijas de las persianas bajadas de la Biblioteca, habrían podido causar en nosotros, los que allí estábamos, tal efecto emancipador. Pero, ¿y si fuese verdad en el fondo? Nada aparece en vano en nosotros, cuando viene de lo profundo de nosotros; si quieres, llámalo corazón. Solamente, es cosa de comprobarlo. Empezar a mirar lo extraño como familiar. Puede que siempre lo haya sido. Vale.





sábado, 1 de marzo de 2025

¿Cómo podría ser más justa la justicia?


Sobre la justicia

Café Filosófico en Castro del Río 8.2

20 de diciembre de 2024, Peña flamenca castreña, 19:00 horas

Por ello creemos que Pericles y los hombres así son prudentes, porque son capaces de considerar lo que es bueno para sí mismos y para la gente; creemos que son de esta clase los administradores y los políticos. Por ello, también aplicamos este nombre a la templanza en la idea de que salvaguarda la prudencia.

Aristóteles, Ética a Nicómaco, VI


¿Cómo podría ser más justa la justicia?

Entre los valores que más demandamos está la justicia. Pero tanto apelamos a ella que muchas veces no se la busca a ella misma, sino como medio al servicio de intereses particulares. Intereses interesados. Y entonces decimos que está siendo instrumentalizada la justicia. Como si solamente fuera justa cuando satisface nuestras expectativas. Pero una cosa es lo que yo deseo y otra lo que es justo, que considera el bien individual en (la máxima posible) armonía con el bien universal. Y si quisiéramos personalizar, diríamos que la justicia a menudo está siendo instrumentalizada por intereses políticos o bien mediáticos. Aquellos la usan para atacar al competidor político (en esa perversa dinámica de la mala política actual, que únicamente persigue desbancar al adversario para conseguir el poder a cualquier precio: los casos de corrupción política sólo se dan en “los otros”). Y éstos, los poderes mediáticos, aprovechan las causas judiciales para que todo el mundo tenga de qué hablar y puedan recibir los beneficios económicos concomitantes. Se construye una opinión pública (dividida, polarizada) de la cual es complicado liberarse y que acaba presionando a los jueces de un modo u otro, siguiendo aquella máxima sofista que consiste en convertir (a través de la persuasión o la tergiversación, si hace falta) lo que es mi bien y mi verdad en el bien y la verdad (para muchos, los máximos posibles). En fin, que el tema de la justicia, en nuestro tiempo, no dejaba indiferentes a nuestros participantes. Así que se pusieron manos a la obra de indagar cómo podría ser una justicia más justa.

Pero esto vendría después de una autorreflexión sobre lo distinto que es vivir o existir. Según Óscar Wilde, “vivir es la cosa menos frecuente en el mundo; la mayoría de la gente simplemente existe”. Tú también puedes pensarlo para tus adentros: ¿Qué haces habitualmente para vivir y no solamente existir? Estaba claro que el modo de vivir tiene que ver, por ejemplo, vivir desde la alegría o desde el enojo o la queja; elegir actividades que te realicen como persona, que salgan desde uno mismo; y elegir conscientemente, claro; y no aplazar o dilatar en el tiempo lo uno tiene claro que ha de hacer o decir; y ligar mis acciones a un sentimiento (no hablamos de emociones, pasajeras e inconstantes, o bien, sensaciones del momento), un sentimiento profundo, que lo será si viene de muy dentro de mí; y estar muy despierto, lo más despierto que uno pueda estar en cada momento; y estar presente, estar con quien estoy y sufrir y gozar, sin apego pero todo yo ahí presente acompañando; y asumir como propio lo que es propio y en lo ajeno lo universal que contiene; en definitiva, ser protagonista de tu vida, “empuñar” nuestra vida, como diría Heidegger. Vibrar con la vida, vivir sintiéndose uno vivo; y vivirlo todo, a fondo, agradable o desagradable, una actitud nietzcheana que tanto necesitamos en estos tiempos de búsqueda ciega de lo agradable y huida desbocada de lo desagradable. En fin, querido lector o querida lectora, que ahí dispones de unas cuantas pistas para poder contrastar con criterio cómo vives tu propia vida.

Seguimos. Una de las participantes comenzó relatando un caso cercano de injusticia o sesgo judicial, que no no vemos necesario contar aquí, precisamente, para no dar pie a las interpretaciones, cada uno desde su postura ideológica. Aunque, si hubierais estado allí, es muy posible que le hubierais dado la razón, en justicia. Y se refirieron las diferencias entre el modelo anglosajón de la justicia y el nuestro, que son de todos conocidas a través del abundante cine norteamericano de tribunales. Y también se habló del “Consejo de los hombres buenos” de la huerta murciana. Hasta que el diálogo logró abrir un canal: ¿qué es más justo, seguir la norma general a toda costa, o bien, mirar el caso particular, siempre diferente y único? Por un lado, la norma parece ahogarse a menudo en el lodazal burocrático y, por otro lado, la atención al caso único puede perder la orientación. De ahí que, como muy buen tino, los participantes, ellos y ellas, dijeran que ambos aspectos debían tenerse en cuenta. Que la justicia había de ser prudente, siguiendo la sabiduría práctica aristotélica incluida en la “phrónesis”: el arte de aplicar la ley general al caso particular. Ahí se juega mucho de lo que podríamos llamar acción o decisión justa, contando con que la norma de partida sea reconocida como justa, claro.

El segundo hilo que encauzó la discusión fue el de distinción entre lo legal y lo moral (o justo). El primero nos había llevado a integrar adecuadamente la norma y el caso particular, este segundo hilo iba a llevarnos a la comprensión de que el ethos (esa segunda naturaleza, que decía Aristóteles) siempre está detrás de la justicia, para que pueda ser justa. Es decir, que las leyes y la aplicación de las leyes, y que puedan ser justas, no deben apartarse de lo aceptable moralmente. La moral va cambiando, tratando de acercarse a un ideal de bien o justicia, que los seres humanos, en cuanto tales seres humanos, buscan plasmar en sus actos; pero las buenas leyes han de ir a la zaga, también evolucionando sin separarse en exceso de dicha aspiración moral. De lo contrario, las normas quedarían obsoletas, y por ende, se volverían inmorales o dañinas, injustas. Continuamente, la moral está revisándose a sí misma; la ley necesita ser revisada periódicamente, al menos.

Esto les llevó a nuestros protagonistas a pensar juntos que nada de lo anterior sería viable si las personas, sujetos de tales acciones lo más justas posible, no adquieren un alto grado de desarrollo moral. Esto significa que hay que cuidar sin empacho la formación de los jueces (y de la población en general, como demandantes y receptores de la justicia). Y esto es un aspecto muy descuidado habitualmente. Porque no hablamos de formación técnica o académica, sino del desarrollo de sus habilidades éticas, que implica alcanzar un mínimo grado de autoconocimiento, tales profesionales. Si no, ¿cómo iban a poder evitar que sus juicios estuvieran mezclados de juicios personales o prejuicios? Es sintomático que un abogado con experiencia sepa de antemano el cariz que podría tomar una causa judicial, si puede perjudicar o beneficiar a su cliente. (Otro día hablaremos de la falibilidad de los jurados y de la ética de los abogados).

Por último, nuestros participantes pensaron que lo que se estaba diciendo valía también para cualesquiera clase de profesionales: médicos, arquitectos, ingenieros, investigadores, informáticos, etc. Los protocolos, los planes, los diseños, los proyectos, los algoritmos... los llevan a cabo personas. Y cambian nuestra vida, la sociedad, nuestro planeta. ¿Quién dice que no necesita un científico, un técnico o un profesional cualquiera ser una persona madura, con un alto grado de desarrollo personal y moral? Ellos y ellas no, desde luego. Piénsalo tú también, mirando lo que pasa a tu alrededor. Salud.