Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

lunes, 25 de septiembre de 2023

¿Cómo es posible aceptar las diferencias?


Sobre las diferencias

Café Filosófico en Capileira 2.6

29 de agosto de 2023, Terraza La Llorería, 19:30 horas


Que nadie, mientras sea joven, se muestre reacio a filosofar, ni, al llegar a viejo, de filosofar se canse. Porque, para alcanzar la salud del alma, nunca se es demasiado viejo ni demasiado joven.

Epicuro, Carta a Meneceo


¿Cómo es posible aceptar las diferencias?

No hacemos otra cosa que girar en torno al sol. Lo hacen los planetas y lo hacemos nosotros. De manera que el grupo tuvo que adelantar media hora el momento de su encuentro filosófico. No en vano, había pasado algo más de un mes y había cambiado nuestra situación respecto del sol. Pensado de otro modo: el sol es el norte que nos orienta con su luz y nos permite ver más claro. Los seres humanos accedemos a una mayor claridad a través del diálogo. En realidad, pensar juntos es un acto de amor, que nos reúne entre nosotros y con el universo. Pues bien, aquella tarde, se concitaron todas las diferencias de este mundo. Y las hay. Innumerables. Pero quizás se pueda percibir algo más, a través de ellas... Heráclito de Éfeso fue capaz de verlo: una unidad de base, no arbitraria, que puede comprenderse según lógos, la palabra universal pensada. Allí había diferencias, éramos diferentes, pero dialogando nos entendíamos. A medida que el sol pasaba al otro lado del Barranco del Poqueira, nos iba dejando una luz lechosa y mate, que nos seguiría acompañando.

Pensemos un poco la utopía, propone el moderador del encuentro. La utopía positiva que nos orienta en nuestra búsqueda. ¿Cuál sería tu deseo para un mundo mejor? Levantemos la vista y miremos hacia el horizonte: en este momento, algo con lo que me pueda comprometer, algo factible, porque también depende de mí. Y esto nos dejaron dicho, ellos y ellas: vivir las pausas, recuperar la responsabilidad en la política, que el voto inteligente de los ciudadanos sea la norma, no alimentar la apatía, volver una y otra vez al respeto mutuo, un pesimismo combativo que no se abandone a sí mismo, entendernos y evitar el sufrimiento evitable, que la vida sea vivida desde el corazón, cultivar lo bueno dentro de nosotros para que pueda expresarse fuera, pensar antes de hablar, poder vivir más desde nuestro centro...

Y dio comienzo el diálogo sobre la diferencias: ¿por qué nos cuesta aceptar las diferencias? Pero, ¿nos cuesta tanto? Quizás sea una pregunta tendenciosa. Así que el grupo la sustituyó por esta otra, más neutra: ¿es posible aceptar las diferencias? Y se sucedieron las aportaciones del grupo. Se dijo que lo fundamental es no negarlas. Es necesario empezar por ahí. Pero, no negarlas en la práctica, en el día a día, porque es muy fácil en el discurso: “no, si yo acepto las diferencias y a los diferentes...”, pero ya sabemos lo que pasa en demasiados ocasiones. Lo cierto es que, con frecuencia, las diferencias se perciben de una manera conflictiva. De ahí que el grupo, con su propia conducción, mostraba que la primera pregunta seguía activa todavía: ¿por qué nos cuesta tanto convivir con lo diferente?

Y éstas fueron las hipótesis que el grupo lanzó al aire entre los cuerpos, para ser valoradas: los impermeables intereses contrapuestos; siento que se ataca mi inseguridad, y recibo la diferencia como una amenaza; tengo miedo a lo desconocido; los prejuicios me ciegan, no miro con apertura; entiendo la relación como una lucha de poder: dominar o ser dominado; ah, y la vieja envidia: el otro tiene lo que yo creo carecer. Y en esto, que el moderador pregunta: ¿por qué alguien me cae mal; su sola presencia me altera y me saca de mí? Y el grupo convino, tras una breve discusión, que, en el fondo, en estos casos, lo que sucede es que una insatisfacción con una parte de mí, que yo reprimo, la veo reflejada en el otro, y se desencadena la incomodidad, el malestar, la protesta interior que se traslada exteriormente, contra el otro. De este modo, mis incomodidades en la relación con los demás son una buena guía para conocerme mejor a mí mismo... esas partes de mí que aún no he integrado adecuadamente.

A continuación, el grupo quiso volar sobre la alfombra mágica de una actitud constructiva (ya que habíamos comenzado hablando de la utopía...). Cultivemos la curiosidad. Cuando viajamos a lugares distintos del nuestro, la curiosidad está a flor de piel. ¿Por qué no adoptarla como actitud “por defecto”, porque sí, antes de pensar nada, antes de juzgar nada. ¿Y ser conscientes del otro y a la vez de mí? Esto podría mantener a raya el miedo a perderme, y no sentir al otro como una amenaza... Es un ejercicio altamente reconstituyente: cuando presencio algo diferente o que no me gusta, tratar de ser consciente a la vez de mí mismo. Pruébalo. No posee contraindicaciones ni efectos secundarios. Y comprender. La comprensión, generalmente, ha sido mal comprendida. Pues no se trata de dejar pasar todo, no hacer nada contra lo injusto o dañino, o justificarlo, sino tratar de verlo desde sí mismo... aceptar la diferencia y ya luego decidir qué hago con respecto a ella. Pero apreciarla, valorarla en su contexto propio de sentido. Muchas veces, para poder aceptar las diferencias externas a mí, habré de hacer primero un trabajo de aceptación de lo mío. Es un hecho de experiencia cómo la falta de integración interior (no haber resuelto mis problemas de relación conmigo mismo), nos lleva a un desarraigo o a una disarmonía con lo exterior.

No dio tiempo a seguir por este camino, pero los participantes te han abierto una puerta por la tú puedes entrar... a ver, lo que encuentras. Es muy posible que, traspasar la puerta de la tolerancia a lo diferente (que no es lo mismo que ser indiferente ante las diferencias), puedas vivir mejor. De eso trata la Filosofía. El médico atiende al cuerpo y la Filosofía, en el verdadero sentido, atiende al alma, estaban seguros Sócrates o Epicuro. Ex-sistir (en el mundo) supone contrastar, comparar, y así aparecen los conceptos, esas etiquetas útiles que la mente necesita para orientarse y poder sobrevivir, estableciendo gradaciones y clasificaciones de los seres. Esto es humano. Así nos vamos conformando en este mundo. La clave está en no quedarse ahí y poder ver las etiquetas como etiquetas y no como realidades; simples metáforas, que diría Nietzsche. La cuestión decisiva para vivir bien (y no solamente sobrevivir) es no quedarnos a la intemperie, en esa apariencia, no perder el sentido básico de la orientación, todavía ser capaces de volver a casa, a la unidad que somos, llámala esencia, hermandad o como quieras. Sucede cuando soy capaz de ver al otro, en el fondo, como me veo a mí, que busca lo mismo que yo... quizás ser feliz, cada uno a su manera. Vamos, pues, a buscarlo juntos. Salud.





martes, 1 de agosto de 2023

¿Por qué tanto miedo al cambio?


Sobre el miedo al cambio

Café Filosófico en Capileira 2.5

25 de julio de 2023, Terraza La Llorería, 20:00 horas


A propósito de todas las iniciativas, hay una verdad elemental cuya ignorancia mata innumerables ideas y espléndidos planes: en el momento en el que uno se compromete de verdad, la Providencia también lo hace. Toda clase de cosas comienzan a ocurrir para ayudar a esa persona, cosas que sin su previo compromiso jamás habrían ocurrido. Todo un caudal de sucesos se pone en marcha con aquella decisión ayudándole por medio de incidentes inesperados, encuentros insospechados y ayuda material que nadie hubiera soñado que pudieran ocurrir. Si sabes que puedes, o crees que puedes, ponte en marcha. La audacia tiene genio, poder y magia.


Johann Wolfgang von Goethe


¿Por qué el miedo al cambio?

Sabemos que el miedo es una emoción natural en los seres vivos. Aparece más claramente en un ser cuanto más conciencia posee de la cercanía de un daño o un peligro para su integridad. Y se manifiesta de muy diversas formas, desde reacciones químicas a movimientos automáticos, desde huidas o camuflajes programados genéticamente a reacciones viscerales o inhibiciones personales. Todo ello les permite a los seres vivos adaptarse mejor, adelantándose a los efectos probablemente nocivos para sus vidas. Pero esto no es lo que más inquieta a un ser (humano) que se pre-ocupa por tantas cosas, que pueden suceder en el futuro, o bien, le han quedado grabadas del pasado, sino el miedo construido mentalmente, aunque posea también influjo social o cultural. Tenemos miedo a la muerte, miedo al ridículo, miedo incluso al amor; miedo, en el fondo, al miedo, a sentir miedo a perder algo, a que algo cambie, miedo al miedo que podemos sufrir por todo aquello que sea desconocido o sea diferente. De ahí que, quizás, el mejor tratamiento del miedo, para hacernos fuertes en el miedo, sea entenderlo como una actitud. El miedo como una determinada actitud ante lo que nos da miedo, que nos puede llevar, más allá del dolor, a sufrir. Éste fue el modo cómo los participantes en este diálogo filosófico, en la agradable terraza de la cafetería La Llorería, con largas vistas al Barranco del Poqueira, enfocaron sus propios miedos, en especial, el miedo a los cambios en la vida.

En efecto, estábamos en uno de los pueblos más bonitos de la Alpujarra (y, oficialmente, de España), y el moderador, amante de estas tierras altas, sol y agua y nubes, quiso preguntar acerca de eso que más valoraban los participantes del hecho de vivir en la Alpujarra. Y señalaron valores como los siguientes: el fresquito de aquí; el paisaje montañoso y la gente solidaria; el darse los saludos al cruzarse por la calle; el despertarse con los pájaros y la cercanía de las personas; el verdor, lo fresco, la montaña, el sosiego; la seguridad, la tranquilidad y la gente sana; el silencio y la amplitud de la mirada que aquí es posible; la ausencia de prisas y la relación íntima con la naturaleza; el poder ver con nitidez las estrellas; el que mis hijos hayan crecido de la manera que yo quería; aquí nos vamos cambiando unos a otros, los que vienen con los que están y los que están con los que vienen; me siento arraigada.

Lo desconocido, lo diferente, quizás nos asusta. Pero, ¿por qué mostramos resistencia a los cambios, esos virajes de la vida hacia lo desconocido o lo diferente?, ¿qué es lo que nos da miedo del hecho de que se produzcan cambios? Si lo miramos sin más, sin añadir nada mental (creencias, ideas, valoraciones), siempre se están produciendo cambios, constantemente. La escuela de Éfeso (Heráclito, Crátilo...) lo destacaron como una propiedad inherente de todo lo que existe o physis, como lo llamaban. En el mundo todo es gracias al cambio. Unos seres se transforman en otros, dialécticamente y evolucionan. ¿Por qué tantas veces esto, que es un hecho natural, cósmico, se vuelve traumático para los seres humanos? Nuestros filósofos y filósofas, desde la altura de su mirador, desenvolvieron algunas hipótesis, que nos ayudarían a comprender este miedo a los cambios, en sí mismos (puesto que suceden) inevitables. Con sus respectivas actitudes inadecuadas que nos llevan a sufrir por ello y, luego otras actitudes más adecuadas que nos permitirían sobrellevar mejor los cambios, incluso, llegar a saborearlos, a disfrutarlos. Veamos.

1) El miedo se origina cuando se producen cambios rápidos... Pero, ¿qué es lo que está en peligro con ese cambio acelerado?, pregunta el moderador. Se pierde mi identidad, quién soy yo, responde la participante. Diríamos: me pierdo a mí mismo, me disipo en la vorágine de los cambios. Ya no sé quien soy. Yo estoy en peligro.

2) El miedo aparece cuando los cambios no son conformes a mi vida... Pero, ¿por qué amas tanto lo que es conforme a tu vida?, pregunta el moderador. Porque me he identificado con ello, responde otra participante. No sabría vivir de otra manera. Y ahora, éste es el problema no ya de la identidad, sino el problema de la identificación. Si yo me identifico con algo (mi familia, mis posesiones, mi prestigio social...), si esto cambia, si le va mal, a mí me irá mal y sufriré. Así, al poner fuera de mí lo que soy, quedo a merced de los acontecimientos, vivo en un continuo desasosiego.

3) Otra manera en que puede aparecer el miedo a los cambios consiste en verme obligado a tener que prescindir de mi habito, de mi costumbre. Me siento cómodo con lo que hago, me va bien, así me siento orientado. Me da seguridad. Un cambio puede llevar a que la tierra debajo de mis pies se vuelva un completo pozo de arenas movedizas. Y yo no quiero eso. Estoy bien como estoy. No quiero vivir así, sometido a esa inestabilidad.

4) El miedo muchas veces se alía con la pereza. Es más cómodo no pensar, no vivir, no sentir... de una manera diferente. Prefiero la comodidad a la autonomía personal, ante el riesgo pasarlo mal. Y éste era uno de los obstáculos, según Kant, para alcanzar la mayoría de edad o madurez personal. ¡Qué cómodo ser menor de edad! Que la vida viva por mí. Sí, qué pasa. ¿Es que no puedo querer eso? Soy libre de elegir (o eso creo).

5) Finalmente, en numerosas ocasiones son las circunstancias las que me desaconsejan el cambio. Circunstancias de la vida apremiantes, aplastantes, extremas, que no puedo controlar. Y prefiero aferrarme a lo de siempre, para poder resistir mejor. No enfrentar esas circunstancias. Mejor salir algo magullado que no lisiado emocional, existencial o psicológicamente, para toda la vida. No quiero perder el control de mi vida, no quiero que se vuelva convulsa. Prefiero mi zona de confort, aunque sea desagradable. Un mal menor.

En fin, una vez aportado todo esto, el grupo tuvo la suficiente lucidez para ver que el panorama podía ser otro enteramente distinto, si nos enfrentáramos a estos miedos de otra manera. Si pudiéramos dar esquinazo al miedo al miedo que nos atenaza en cada situación cambiante (a pesar de que el mundo no sería el mundo sin cambiar constantemente, como decíamos). Pues bien, una actitud es la manera de situarse ante algo. El lugar (mental) desde el que nos posicionamos ante una realidad, interna o externa. Así lo definieron los participantes de un café filosófico celebrado la temporada pasada en otro lugar. Repasemos, pues, lo que vieron nuestros participantes. Aquellas actitudes más adecuadas delante de nuestros miedos a los cambios. Sigamos el mismo orden; y aplícate el cuento en tu propia vida:

1´) Primero, por un lado, tomar conciencia de que los cambios en mi vida me han hecho como soy, como me veo ahora, que yo no sería el mismo sin esos cambios. Que en lugar de destruirme, los cambios me han ido construyendo, o también puede decirse, que me han dado la ocasión de descubrirme, actualizando mis capacidades (Aristóteles). Y que, por otro lado, los cambios en mi vida (ha cambiado mi cuerpo, han cambiado mis preferencias, mi estilo de vivir, etc.), lo han hecho sobre una base de continuidad, puesto que sigo sintiéndome yo mismo en el fondo. Nada que temer. Atrévete a jugar, pues, el juego de la vida.

2´) Si resulta que temo a los cambios porque puedo perder todo aquello con lo que me he identificado; si he puesto mi valor en algo que, en el fondo, no soy yo, que toda identificación es falsa por principio (“yo no soy eso”, nos dice la sabiduría indú), queda despejado el camino a seguir: deshacer tales falsas identificaciones. Cultivar mi verdadero ser. No poner mi realidad en otra cosa que no soy yo. Si pierdo una cosa, siempre puedo encontrar otra. Si algo me falla, puedo probar otras opciones. La fuente de mi creatividad, y mis posibilidades, no está en las cosas o situaciones, sino en mí mismo. Tu auténtico valor siempre ha estado en ti mismo.

3´) Es cierto, seguir la costumbre, tu costumbre, cabalgar a lomos de los hábitos es seguro. Aparentemente. Pues el pasado ha sido ya clausurado y el futuro sigue siempre abierto. Nunca te valdrá del todo para un caso nuevo lo que ya probaste en los casos anteriores. Tendrás que estar abierto a los matices, a la novedad, a lo diferente. Sólo en tu mente dos situaciones pueden ser idénticas. Qué tal si en lugar de ver el cambio de hábitos o de costumbres como un peligro, comenzamos a verlo como una oportunidad. ¡Cuántas veces lo que habíamos percibido como un peligro, se mostró una ocasión para vivir de otra manera! Aprendamos del pasado, que para eso está, y no para condicionar el presente.

4´) La pereza es, en realidad, una falta de voluntad, de energía, para poner en acción lo que sé que he de hacer o decir. No querer pasar por ahí. No querer sentir. No estar dispuesto a errar o sufrir. Para qué. Con lo cómodo que estoy como estoy. Pero, la falta de energía lleva a más falta de energía, y a menos voluntad cada vez. Sin embargo, el ejercicio de expresar lo que siento, lo que pienso, lo que quiero, desarrolla mi energía, mi voluntad. Cada vez tendré más. La voluntad es un músculo que puede ejercitarse y cada vez seré más fuerte y reaccionaré más eficazmente ante los estímulos, siempre cambiantes. Cada pequeña victoria, me prepara para la gran victoria: vivir una vida más consciente y más libre.

5´) Por último, todo aquello que no puedo controlar puede mutarse en aventura, si tan sólo cambia mi actitud. La actitud es una posición interior. Y esta voluntad de aventura también se puede ejercitar y puede desarrollarse. Es la valentía. Se puede entrenar en situaciones más sencillas, más familiares o cercanas y prepararme para otras más complejas. Aprender a encontrarme suspendido en el abismo, sin apoyo firme. Para ello, sólo necesito abrirme a lo desconocido, a lo diferente, y dejarme llevar, lanzarme... ya tendré tiempo de afianzarme, seguro que en la pared del abismo (todo abismo posee un borde y una pared) habrá algo a lo que pueda agarrarme. Porque, en realidad, la vida ya es una aventura. Sólo se trata de despertar a dicha conciencia. Y confiar.

Si somos capaces de vivir interpelando a la vida que hay en nosotros, desde lo profundo de nosotros mismos, la vida nos responderá siempre de manera satisfactoria. Si esto no lo ves claro todavía, lo llegarás a ver poco a poco. Vuelve a leer el texto inicial de Goethe. Es la experiencia compartida de vivir con convicción. Vale.




sábado, 29 de julio de 2023

¿Qué es la buena convivencia?


Sobre la buena convivencia

Café Filosófico en Castro del Río 6.8

30 de junio de 2023, Peña Flamenca Castreña, 20:00 horas


Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces;
pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos.


Martin Luther King



¿Qué es la buena convivencia?

De entre los temas propuestos en la tórrida tarde castreña del 30 de junio, en la ya acostumbrada Peña Flamenca, se llevó la palma el dedicado al análisis de la convivencia: ¿qué es la buena convivencia? La pregunta se nos antojaba algo redundante pues, los allí presentes, no concebíamos que una relación mutua que no fuese buena pudiera ser calificada de convivencia; sin embargo, como se apuntó que bien podrían darse relaciones entre dos o más personas –ya sean de pareja, entre compañeros de trabajo, etc.- en las que dominara un mero soportarse mutuo y forzado, se convino el mantener el calificativo de buena en la pregunta sobre la convivencia, para resaltar nuestra intención de aspirar a un nivel más elevado e íntegro a la hora de vivir-con (que no otra cosa significa convivir) otras personas. A la pregunta anterior habría de añadirse otra para tratar de articular nuestra investigación conjunta: ¿por qué, a menudo, resulta tan difícil convivir?

Ya planteado el tema, una participante –bien curtida como el resto del grupo en el campo de batalla de la convivencia- se apresuró a defender que “la clave fundamental de toda buena convivencia es el respeto mutuo”. Otro de los asistentes, tomó la réplica para defender que el fundamento de la convivencia no reside tanto en el respeto hacia la(s) otra(s) persona(s) como en el respeto a unas normas básicas que, previamente, deben haber estado consensuadas. ¿Tiene prioridad entonces el respeto a las personas o a las normas que regulan la convivencia? El conflicto sale en este punto a relucir y el diálogo parece caldear los ánimos por momentos. ¿Puede hablarse de convivencia –o de buena convivencia- cuando las normas resultan injustas para alguna de las partes? ¿Son lícitas esas normas? Según uno de los participantes, todas las normas son lícitas siempre que se hayan consensuado y aceptado previamente. En este punto el moderador cita a modo de ejemplo el documento privado con las abusivas condiciones que el físico Albert Einstein impuso a su primera mujer Mileva como requisito para continuar viviendo en el domicilio familiar. Una de las participantes se revuelve: “lo primero debe ser el respeto a la persona y, en todo caso, en toda convivencia hay unas normas implícitas que deben inculcarse mediante la educación”. “¿Puede haber acuerdo a la hora de consensuar las normas –pregunta otro asistente con mucha intención- si previamente no hay respeto entre las personas?” Nos parece claro que es importante respetar las normas de convivencia pero, no obstante, estas normas no son un fin en sí mismas sino que su sentido es precisamente garantizar una convivencia justa entre las personas: dar prioridad a las normas por encima de las personas sería como poner el carro delante de los caballos. Al consenso alcanzado, apostilla uno de los asistentes que el fundamento para toda buena convivencia se cifra en el amor (la “querencia”, dice) al otro.

La cuestión del respeto iba a necesitar de una labor de desenredo y clarificación teniendo cuenta las confusiones que se manifestaban. ¿Qué es lo que debemos respetar: a las personas o a sus actos o ideas? ¿Puede haber tolerancia si previamente no hay respeto? Uno de los filósofos cafeteros dice que “todas las opiniones son respetables” y otra compañera comenta que “no respeto a alguien que me ataque por mis valores e ideas”. El moderador tira entonces de ironía socrática para plantear al grupo su intención de propinar una paliza a algunos de los participantes por ser de otro pueblo, algo que dice no parecerle bien: ¿es respetable esta opinión? ¿Sería respetable este modo de proceder? Tras unos titubeos iniciales (habría que conocer tus razones, etc.) esta forma de pensar acaba por resultar a todos inaceptable de manera evidente. La compañera que dice no respetar a quien le ataque por sus ideas, reconoce que lo importante no es el ataque a sus ideas sino a su persona (el no sentirse ella respetada). Poco a poco emerge la comprensión de que no debemos confundir a las personas con las ideas o valores que, en un momento dado defienden. Precisamente, es esta identificación de las personas con sus opiniones, creencias, valores o actos una de las claves que nos permite comprender por qué nos resulta tan difícil convivir. Salta a la palestra el ejemplo de los hinchas radicales de un equipo de fútbol: su identificación con su equipo es tal que cualquier crítica o cuestionamiento de su equipo es valorado como algo personal, como una crítica o cuestionamiento de ellos mismos, lo que desencadena actitudes y respuestas de intolerancia y agresividad (literalmente y considerando su identificación, les va en ello su ser). Sin embargo, la hostilidad de un aficionado radical a un equipo hacia los adversarios se nos ofrece como algo irracional pues, si no hubiese otros equipos, el juego del fútbol no sería posible. Nos parece mucho más sensato alimentar una rivalidad sana y meramente deportiva, que permita a los aficionados al fútbol disfrutar y divertirse con un buen encuentro de fútbol, en armonía con los aficionados rivales. “La discrepancia es buena”, añade una de las asistentes, sabedora de que la intolerancia es fuente de dogmatismo y acaba con esa riqueza propia de la diversidad. “Convivir –se dice- es algo que se hace con las personas no con las ideas, valores o creencias”. Abundando en la capacidad de distinguir entre una persona y sus actos, uno de los filósofos de aquella tarde nos pone el ejemplo de una persona que comete un crimen fruto de un estado esquizofrénico. “¿Hemos de condenarlo irremisiblemente o comprenderlo?”-se pregunta. Y añade: “¿Debemos creer en la reinserción de personas que comenten malos actos?”. Para él no hay lugar a la duda, dice que “hay que creer siempre en las personas”, algo en lo que resuena la sentencia bíblica que nos encomienda condenar al pecado pero no al pecador y también la máxima spinoziana de comprender antes de condenar. Otro de los integrantes (discípulo de Sócrates infiltrado en el grupo), propone, a modo de recapitulación y resumen tres importantes aclaraciones sobre lo dicho: una cosa es comprender un determinado acto y otra muy diferente es justificarlo, no debemos confundir el respeto a una persona con estar de acuerdo con ella (con sus ideas, creencias, valores, etc) y, por último, no caer en la confusión que supone identificar a una persona con sus actos. Seguro que, de evitar estas confusiones, la convivencia será un ejercicio menos complicado de lo que a menudo nos resulta.

La conversación continúa con un ejemplo extremo propuesto por uno de los asistentes: ¿puede hablarse de buena convivencia en el caso de una pareja en el que uno de los dos, por estar enamorado, acepte y tolere sufrir abusos por parte del otro? Y, ¿qué diríamos si esa relación tóxica es el resultado de una patología genética o de una circunstancia personal (por ejemplo, el haber uno sufrido abusos en el pasado). ¿Somos realmente libres de elegir respetar a otra persona o estamos determinados genética o culturalmente? La cuestión parece desviarse del tema inicial y el tiempo apremia, quizás sea un tema apasionante para otra tarde de café y filosofía. Sin embargo, volviendo al tema de la convivencia, el compañero que propuso el anterior ejemplo parece tenerlo claro cuando es interrogado: no puede hablarse de amor cuando se trata de una relación en la que uno de los afectados sufre un daño. “No se debe llamar amor –añade otra participante- a la sumisión o dependencia. No se trata en este caso de amor, sino de miedo”. Todos hemos convenido anteriormente en que la clave de una buena convivencia es el respeto hacia el otro, ahora bien, dicho respeto, si es profundo, no puede provenir de otra fuente que no sea el reconocer en el otro la valía intrínseca e inalienable que encuentro en mi propio fondo. Dicho de otra manera: no puede haber respeto a los demás si, previamente, no me valoro y respeto a mí mismo. Una conclusión compartida aquella tarde, muy cercana a esta hermosa cita de Joel Osteen, que quizás pueda servir de colofón y cierre para toda una temporada de encuentros filosóficos: “Si no puedes convivir contigo mismo, entonces nunca podrás convivir con otras personas”.


Alfonso J. Viudez Navarro






lunes, 24 de julio de 2023

¿Qué es la verdad?


Sobre la esencia de la verdad

Diálogo Filosófico en Málaga 1.5

26 de junio de 2023, Ateneo de Málaga, 18:30 horas

Yo afirmo amigos [habla Sócrates], que todos nosotros debemos buscar en común –ya que nadie está al margen de la discusión– un maestro lo mejor posible, primordialmente para nosotros, pues lo necesitamos, y luego, para los muchachos, sin ahorrar gastos de dinero ni de otra cosa. Quedarnos en esta situación, como ahora estamos, no lo apruebo. Y si alguno se burla de nosotros porque, a nuestra edad, pensamos en frecuentar las escuelas, me parece que hay que citarle a Homero, que dijo: «No es buena la presencia de la vergüenza en un hombre necesitado». Con que, mandando a paseo al que ponga reparos, tomemos tal empeño en común por nosotros mismos y por los muchachos.

Platón, Laques

¿Qué es la verdad?

¡Uy, la verdad qué mancillada, qué proscrita en estos tiempos! De ahí que sea tan importante plantearnos juntos cuál es la esencia de la verdad. El espacio es idóneo: la Sala Muñoz Degrain del Ateneo de Málaga, donde la cultura se concita. El contexto es idóneo: un diálogo filosófico, cuya dinámica interna permite indagar juntos. Y hacer preguntas. Y buscar respuestas. Tradicionalmente, se identifica la verdad con los hechos. Pero qué sucede si resulta que no hay hechos puros sin sujetos puros. Si todo hecho es una construcción social y cultural, fruto de una representación de la realidad, una realidad ya interpretada, como nos avisaba Rilke y luego la psicología de la percepción ha “demostrado”. Esta situación humana del conocimiento se ha ido descubriendo, pero siempre ha funcionado. Y continúa funcionando, ahora con los conocimientos “científicos”, psicológicos y sociológicos, convertidos en herramientas puestas al servicio descarado y sin escrúpulos de algún interés o medio (poder o dinero, principalmente, como señala Habermas). No sorprende la confusión de la población, su desarraigo político, si las fronteras entre la verdad y la opinión, lo real y lo virtual, los deseos y la realidad se han ido desvaneciendo. Si cualquiera tiene derecho a decir lo que quiera, justificar como quiera lo que hace o dice, y no hay razones mejores unas que otras, si todo es justificable, si el lenguaje (que contiene sus propias limitaciones) se puede manipular descaradamente y sin rubor, no sorprende que a algunos les dé lo mismo hablar de la verdad o inventársela o que muchos teóricos hablen de que vivimos en tiempos de la posverdad. Sócrates contra sofistas. La diferencia está en la actitud: ¿por qué no empezar a cultivar una adecuada actitud ante la verdad, antes de empezar a hablar de “los hechos”? Quizás la verdad sea más una actitud que un hecho. Este es el descubrimiento que te ofrecen los participantes de este diálogo filosófico. Quédate con nosotros.

Nuestra época, aparte de ser una época de tremenda confusión, no va muy bien que digamos. Somos conscientes. En muchos aspectos. Y mucho de lo que sucede no depende de nosotros, pero otros claramente sí, como diría Epicteto. Pues bien, ¿qué hago yo para que este mundo sea un lugar mejor para vivir (y convivir)? No hablamos de grandes hazañas o heroicidades. Acciones cotidianas: escuchar a una persona, colaborar de alguna manera con una ONG o similar, ser muy consiente de mi voto en unas elecciones, o de mi consumo diario, aprender a cuidar de mí mismo, cumplir con mi parte o mis obligaciones, etc. Miremos si hay cosas que nosotros podemos hacer. En el caso de nuestros participantes, esto es: mostrar las contradicciones, agitar el pensamiento de las personas; procurar actuar según mi conciencia; tratar de no molestar innecesariamente a los demás; considerar a los demás, valorándolos, respetándolos; dando tanto como los demás me ha dado a mí; escuchar al otro; promover un consumo responsable, una relación más adecuada con la naturaleza, por ello colaboro con algunas asociaciones; ayudar a apartar de las personas la agresividad como una manera de relacionarse; colaboro con algunas ONGs, trato de escuchar sin juzgar, trato de ser solidaria, doy gracias; trato de cultivar la empatía; trato de ser sensible al dolor de los demás; y yo, hago música. Pues bien, ¿qué puedes hacer tú, que depende nada más que de ti?

¿Es posible la verdad? Y para ello: ¿qué es la verdad? Estos dos momentos de la indagación orientaron al grupo en su búsqueda. (Y no se abordaron estos temas paralelos: la relación entre verdad y vida, ni entre verdad y felicidad, solamente, la relación entre verdad y conocimiento; o quizás sí, de otro modo... lo veremos hacia el final). Comenzaron, pues, a recoger los hallazgos conceptuales que nos permitirían definir la esencia de la verdad: si hay verdad, es porque hay objetividad (quiere decir que todo lo subjetivo ha sido apartado para que no interfiera); si hay verdad es porque hay coherencia entre lo que decimos (el lenguaje) y lo que es (la realidad), una concepción muy aristotélica, la verdad como adecuación, todo un clásico; hay verdad cuando algo coincide con la definición, fruto de un consenso; hay verdad cuando es el resultado de un proceso de investigación que cumple todas las garantías de que somos capaces, y este proceso nos iría aproximando gradualmente a la verdad, por ejemplo en el sentido de Karl Popper. Además, la verdad no debe ser confundida con otra cosa que no es: lo obvio o evidente con lo imaginario o la ficción o lo virtual; lo indiscutible con lo que es más que discutible; la opinión con la creencia, ni la creencia con un punto de vista, ni un punto de vista con un saber bien fundamentado; recordemos lo que nos decía Platón: el saber es la opinión fundada en buenas razones (y esto último es lo decisivo). Si lo miramos, en el fondo toda definición de la verdad incluye un componente absoluto: si algo es verdad, no puede mostrarse más adelante que no era verdadero, en tal caso es que no era la verdad; si es verdad entonces no puede dejar de serlo. Pero no todos los participantes lo vieron tan claro, lo aceptaban, sí, pero a la altura de nuestro tiempo, eran también conscientes de que toda verdad incluye un componente construido, humano, y por tanto falible. Y ahí estaba la dificultad... ¿Qué es la verdad? ¿Es posible alcanzar una verdad única, absoluta, o más bien, toda verdad está abocada a ser sustituida por otra verdad, que toda verdad es provisional?

En eso estaba el grupo, en este impasse, cuando uno de los participantes planteó una situación, algo tópica, referida a la percepción: vemos un 9 o un 6, según desde dónde miremos la imagen en el papel. Entonces, el moderador preguntó: alguien verá un nueve y otra persona verá un seis, pero, ¿por qué en ambos casos no verán nada más que un nueve o un seis? Pareciera que hay algo común, que sólo hay esas dos posibilidades. Tras esta momentánea y pequeña perplejidad, preguntó: ¿sois capaces de ofrecer una definición de la verdad que sea capaz de recoger, a la vez, su carácter absoluto y su carácter construido? Esto que parecía inicialmente un misterio inescrutable, con el diálogo fructífero, fue cayendo por su propio peso: parece ser que nuestras definiciones son absolutas y, en cuanto definiciones o conceptos puros, se cumplen, pero en la práctica nunca se alcanza del todo eso que exigen tales definiciones. Entonces, ¿cuál puede ser un concepto de verdad acorde con tal situación? Pero atentos: ¡la salida de una situación paradójica, siempre conduce a una nueva visión! Y ellos y ellas accedieron a vislumbrar el nuevo panorama. Una nueva concepción (quizás muy vieja, pero descubierta allí mismo, aquella tarde): la verdad como búsqueda. La verdad es la búsqueda misma de la verdad. Cuando se busca, se intuye lo buscado, si no, no podría buscarse; y a la vez, lo encontrado no agota la búsqueda misma. Porque, quizás, sólo pueda hablarse, auténticamente, de verdad nada más que en presente, aquí y ahora. Buscar la verdad y encontrar lo que es la verdad aquí, en este caso, en este momento. La verdad renovada o actualizada. Siempre viva. La búsqueda de la verdad no es solamente una construcción de la realidad ni tampoco coincide sin más con lo hallado.

Pero esta concepción de la verdad exige mucho de nosotros: una actitud adecuada, siempre atenta, siempre abierta, siempre receptiva, siempre disponible, siempre honesta, sincera con nosotros mismos. Esto es lo fundamental. Éste es el árbol que da buenos frutos. Auténticos frutos reales y verdaderos. Riquísimos. Todo lo demás, no sería nada más que ceguera o presunción. Fruto amargo o muy verde todavía. Imagine el lector qué clase de “verdad” encontraríamos (si es que la encontramos) a partir de actitudes opuestas a las anteriores... Además, esta visión de la verdad nos ofrece grandes ventajas. Nos evita caer en peligrosos extremos: el dogmatismo y el relativismo. No hay una única verdad, ni cualquier cosa es la verdad. Pensar de un modo dogmático, aparte de abortar cualquier investigación posible (ya se cree que se sabe todo), llega a ser muy nocivo en la práctica: intolerancia, discriminación, etnocentrismo, nacionalismo, imperialismo, etc. De todo ello hemos sufrido mucho a lo largo de la historia. Por su parte, el relativismo, más allá de la admisión de la diversidad que ha de llevar a la comprensión mutua, no debe abocarnos a la justificación indiferente de cualquier manifestación ética o política, injusta o que atente contra los derechos humanos, otros seres o la vida en el planeta. No todo vale (igual). De esto también hemos visto mucho, y estamos viendo en la actualidad. En el fondo, se piensa que no hay verdad, por lo tanto, para qué esforzarse en buscarla siquiera. De nuevo, Sócrates frente a la sofística.

Finalmente, tomar conciencia de la importancia de la actitud ante la verdad, condujo al grupo a plantearse si toda verdad ha de ser buscada, si el ser humano ha de ir siempre, intencionalmente, en pos de la verdad. Y los rasgos, que ya se habían entreabierto, de la actitud de búsqueda de la verdad, nos indicaban un nuevo sendero que transitar, para quien esto le diga algo: si estamos atentos, abiertos, presentes, receptivos, disponibles, si somos nosotros mismos ante lo real... es posible que no se necesite nada más. Fuera las prisas, fuera la angustia, fuera el afán de dominio, fuera la prepotencia, fuera la competición, fuera el creernos unos dioses. La verdad se decantará, por sí sola vendrá a nosotros. ¿Pasaremos de largo, estando delante de nosotros? ¿Estaremos preparados para recibirla? Porque nos va a transformar... Vale.




martes, 18 de julio de 2023

¿Es bueno que todo se normalice?

 Sobre la normalización social

Café Filosófico en Torre del Mar 2.7

22 de junio de 2023, Taberna El Oasis, 18:00 horas


El poder se incardina en el interior de los hombres, realiza una vigilancia y una transformación permanente, actúa aún antes de nacer y después de la muerte, controla la voluntad y el pensamiento en un proceso intenso y extenso de normalización en el que los individuos son numerados y controlados.

Michel Foucault, Vigilar y castigar


¿Por qué la normalización social es percibida como un problema? Así lo vemos dentro. Hay un problema. Que las cosas se vuelvan frecuentes, típicas, repetitivas, que predominen o sean habituales, que se defiendan como naturales, lo que es debido, que respondan a una media (incluso estadística) de lo que suele hacerse o pensarse o decirse, no es en el fondo lo que nos preocupa, lo que nos molesta, lo que atenta contra lo más sagrado de nosotros mismos. No. Es su mensaje oculto: las cosas no pueden ser de otra manera; yo no puedo ser de otra manera. Ahí arraiga una injusticia fundamental. Y esto fue lo que estuvo en el fondo de la inquietud de los participantes. Aquella tarde, en que realizamos nuestro café filosófico en la terraza de la Taberna El Oasis. Síguenos en esta andadura. Como nos espoleaba Immanuel Kant: “atrévete a pensar por ti mismo”. Porque un “es” no puede dar paso a un “debe”, nos prevenía David Hume.

¿Qué es eso de lo que estás muy seguro/a? Pregunta el animador del encuentro, para abrir boca. Quizás afloren nuestros más profundos motivos del vivir. Quizás con esta autorreflexión observemos alguna grieta en el edificio de nuestras (aparentes) seguridades. Y esto nos lleve a ser más cautos, a que nos aseguremos un poco más... En cualquier caso, es muy sano mentalmente. Porque las ideas son siempre interpretaciones o representaciones de la realidad; los hechos, en la práctica, están siempre construidos; y solamente la experiencia directa, sincera y auténtica, nos ofrece evidencias, que no queden atrapadas por nuestros temores o deseos. Pues bien, esto dijeron: sé con seguridad que he de morir; estoy segura de mi conciencia mientras hago algo; que las cosas deben hacerse con amor; que me encuentro ahora mejor que antes; que soy feliz y que la felicidad se basa en el amor y que, cuando amo, mi yo desaparece; estoy segura de lo que siento, de mi ser consciente; sé que somos vulnerables, de ahí la importancia de cuidar y cuidarse; yo soy consciente de la incertidumbre en que vivimos; que un dolor vivido conscientemente te conduce a la felicidad; yo estoy convencida de mis ganas de crear, “quiero”.

Nuestros participantes quería saber: 1) ¿En qué consiste normalizar? 2) ¿Por qué esta tendencia a normalizarlo todo? 3) ¿Cuáles son los mecanismos que conducen a ello? ¿Qué podemos hacer? Y prefirieron, con buen criterio, comenzar por citar algunos ejemplos de situaciones que han perdido su carácter único, que se han normalizado, a las que nos hemos acostumbrado, a pesar de su injusticia o inadecuación: se ha vuelto normal que todo sea obsolescente, no digamos los objetos electrónicos, y además de un modo programado; nos hemos habituado a ver las tragedias humanas de otras latitudes, o no tan lejanas, como se mira la televisión; las violaciones grupales; la violencia desatada; la insensibilidad ante la pobreza o la discriminación; no hacer nada por mejorar el mundo que te rodea se ha vuelto lo normal. Y esto es lo que preocupaba. Todo puede llegar a normalizarse, pero a ellos y ellas les preocupaba la normalización de lo negativo, del sufrimiento evitable. Y les preocupa porque nos lleva a ser pasivos, a ser insensibles, a la inacción. Nos estamos inmunizando, como los insectos a los insecticidas, que necesitan cada vez una mayor dosis para ser efectivos; nos habituamos a todo, quizás para poder sobrevivir con un mínimo de equilibrio mental. Pero esto incluye el vivir con miedo, incluye la indolencia personal, una aceptación pasiva y no activa, una adaptación sumisa, que no es la sana flexibilidad despierta.

Qué mecanismos sociales refuerzan, reformulan o conducen estos procesos individuales que tienden a convivir pasivamente con cualquier cosa, aunque no nos agrade o con la cual no estemos en el fondo de acuerdo. Y el principal factor: que son procesos que se van dando poco a poco, como en el cuento de la rana en la marmita, que no es consciente de que se está cociendo hasta que ya es demasiado tarde, porque el calor subía muy lentamente. La repetición es otro mecanismo muy eficaz: ya sabemos de su eficacia, Goebbels nos dejó una desgraciada prueba, que nunca olvidaremos, con su propaganda nazi. La tendencia a minimizar lo que no interesa que sobresalga y que se sepa, a determinados intereses, ofrecer una información sesgada, no poder seguir una noticia en todas su fases, cuando deja de ser de actualidad, o bien, provocar la saturación del ciudadano, de manera que esto le lleve a esconderse en su propia vida. De ahí la importancia de la labor de los medios de comunicación. Si en la práctica no son medios libres, porque no lo son sus trabajadores, de publicar siguiendo criterios periodísticos adecuados, si se ven obligados a hablar más de declaraciones o juicios o interpretaciones que de hechos o acontecimientos... Una muestra es el deterioro actual de la política, y de la democracia. Se vuelve “normal” que se actúe por mera estrategia, en lugar de tratar de buscar el bien y la verdad, mentir porque todos lo hacen, corromperse porque otros lo hacen, etc. Y así se normaliza una forma de llevar a la práctica la democracia que es realmente una anomalía. Nos acostumbramos. Nadie ve más allá de lo que aparece. Y todos perdemos.

Pero todo esto no sucedería sin nuestra complicidad personal, consciente o, casi siempre, inconsciente. Yo siempre puedo darme cuenta de los “distractores” que se me presentan cada día para que no piense por mí mismo, para no sea yo mismo. Por ejemplo, siempre puedo darme cuenta y no caer en una concepción de la felicidad (predominante) en la que ésta se busca en lo inmediato, en el consumo o en la transacción: tengo que conseguir, tengo que poseer, tengo que conservar, tienes que darme lo que quiero para que yo sea feliz. Así pues, el primer paso es darse cuenta de cuánto mío no es en el fondo mío, sino que se ha ido construyendo en mí con los materiales que me han venido de fuera, del mundo en que vivimos. Así pues, la salida del proceso-apisonadora de la normalización comienza en la persona misma, en empezar a ser o vivir como persona, libre y conscientemente, como nos recuerda María Zambrano en su obra Persona y democracia. Quizás cada uno, gradualmente, pueda ir tomando conciencia, empezando por la pequeña escala, parcelas cercanas de mi vida. Pero esto requiere que refresquemos nuestra mirada, ver, mirar mejor, y no tanto pensar, interpretar, juzgar... Estar muy despierto, abierto a lo que hay. Educar nuestra mirada. Precisamente, lo que aquella tarde estábamos haciendo juntos. Reforzar estos buenos hábitos. Tratar de no acomodarse o de mirar como siempre se mira, sino mirar como se mira por primera vez, como lo hace el niño (es cierto, que con sus limitaciones cognitivas) y el artista cuando está creando, estando presentes y muy lúcidos. Precisamente, esto es lo que supone la actitud filosófica, que habíamos practicado aquella tarde en la terraza de la Taberna El Oasis. No ser como insectos que se dejan fumigar una y otra vez. Y esto es posible.



lunes, 3 de julio de 2023

¿En qué consiste la verdadera política?


Sobre la política

Café Filosófico en Castro del Río 6.7

26 de mayo de 2023, Peña Flamenca Castreña, 18:00 horas


Pues estas fueron distribuidas así: con un solo hombre que posea el arte de la medicina, basta para tratar a muchos legos en la materia; y lo mismo ocurre con los demás profesionales. ¿Reparto así la justicia y el poder entre los hombres, o bien las distribuyo entre todos? “Entre todos, respondió Zeus; y que todos participen de ellas; porque si participan de ellas solo unos pocos, como ocurre con las demás artes, jamás habrá ciudades”.

El mito de Prometeo” (Platón, Protágoras, 320 d)


¿En qué consiste la verdadera política?

El ambiente electoral en aquella tarde de mayo, previa a la jornada de reflexión de las inminentes elecciones municipales, debía necesariamente flotar en las mentes de los participantes del Café Filosófico en la acostumbrada Peña Flamenca de Castro del Río, inclinando decisivamente la balanza de las temáticas propuestas del lado de la política. Previamente, el moderador del encuentro formuló a los participantes una pregunta que también te atañe: En este mundo tan confuso y cambiante, donde el valor es tan perecedero, para ti, ¿hay algo de lo que estés completamente seguro/a?

Y continuó la sesión con el tema del día: ¿Cuál es la esencia de la política? ¿Responde a esa esencia la forma actual de hacer política? ¿Es necesaria la política? ¿Somos conscientes de esa necesidad? Así quedó configurado el atractivo programa filosófico de nuestra reunión. Para abrir boca, uno de los participantes –el más joven de todos- lanzó con determinación su propuesta personal a la pregunta acerca de qué es en sí misma la política. “La política –nos dijo- la entiendo como un apoyo necesario y una guía para el desarrollo social, las relaciones justas y formas sostenibles de bienestar”. La mayoría de los asistentes se manifestó de acuerdo con la verdad contenida en aquella tentativa de definición a la que, otra participante, añadió: “la política es convivencia en armonía”. Muy activa en sus inquietudes, otra de las asistentes aquella tarde se quejó del pasotismo y la desafección actual hacia la política, pues entendía que ésta es algo que requiere de la participación de todos mientras que, como forma de organización hacia determinados fines (así definía ella la esencia de la política), frecuentemente ocurre que suele orientarse más a cubrir intereses personales que al bienestar comunitario. Para clarificar las ideas y desenmarañar cierta confusión creada, uno de los participantes -muy curtido en los encuentros filosóficos- propuso diferenciar entre el sentido superficial (pero legítimo) de la política como forma de organización y el sentido ético de la misma, más profundo, como una búsqueda conjunta del bien común. Esa última definición supuso un punto de consenso, pareciendo a todos responder a ese sentido ideal –la política con mayúsculas- de lo que constituye la esencia misma de la política. Esta definición, se convino, recogía acertadamente la totalidad de los distintos aspectos planteados hasta ese momento.

Pertrechados con una idea común de la esencia de la política (aquello que ésta debería ser), los participantes se lanzaron a contrastar si la forma actual de hacer política se ajusta o no a dicho modelo y, en este punto, las conclusiones siempre fueron compartidas de manera general. Se dijo que la política actual peca de caer en la tecnocracia, es decir, dejar el mando de las decisiones políticas en manos de técnicos expertos que únicamente se rigen por el criterio de la eficacia pero sin atender, por ejemplo, a fines de tipo humanitario. De esta forma –recalcó una de las participantes- fuera de la voluntad política de atender a las personas, nunca se hubiese llevado tendido eléctrico a determinadas poblaciones muy pequeñas y aisladas por no ser económicamente rentable; tampoco se tomaría la decisión de que los trasplantes –por su elevado precio- formasen parte habitual de un programa público de sanidad. La esencia de la técnica se nos revela como la capacidad para buscar los mejores medios para determinados fines pero, en relación a qué fines deben ser perseguidos, los tecnócratas no entran a discutir, limitándose a aceptar como fin único la rentabilidad económica. Ahora bien, como ya se había discutido, toda política lleva en su esencia una aspiración ética y, por consiguiente, una valoración consciente acerca de qué fines deben ser perseguidos y qué valores deben orientar nuestra práctica. Caer en la tecnocracia es por tanto un alejamiento de la esencia de la política.

También se acusó a la política actual por su falta de veracidad, al caer continuamente en las típicas promesas incumplidas de la campaña electoral y por su carácter cortoplacista, al buscar sólo beneficios a corto plazo que den rentabilidad electoral. En relación a esto último, los participantes pusieron sobre el tapete la afirmación de que los graves problemas a los que nos enfrentamos, como la desigualdad social, la sanidad universal o el cambio climático, son problemas globales y requieren, para ser abordados, políticas a largo plazo con una actitud generosa y amplitud de miras. “El político –apuntó uno de los asistentes, buen conocedor de la filosofía kantiana- debe regirse siempre por el cumplimiento del deber, en lugar de hacerlo por sus intereses personales”. Otra de las críticas a la política actual fue la de su profesionalización, que acaba siendo causa de cierto acomodamiento cuando no de una abierta y flagrante corrupción. Uno de los participantes propuso como estrategia para optimizar la actividad política que los complementos del sueldo de los cargos públicos electos dependieran directamente de los resultados de su gestión, la cual debería ser valorada de manera externa, independiente y objetiva. Otros compañeros, sin embargo, manifestaron sus reservas respecto a esta propuesta ya que -así lo expresaron- esto acabaría por imponer a la política la mentalidad propia de la empresa y el mercado, alejando a la misma de esa esencia que es la búsqueda conjunta del bien común y abriendo la puerta a una perversión de todo el sistema. Como alternativa, se convino en la conveniencia de limitar el tiempo de participación en la política. En ese momento, uno de los asistentes –profesor de filosofía infiltrado aquella tarde- nos habló del ejemplo de ese extraordinario experimento que fue (con todas sus limitaciones que ahora vemos, como la exclusión de mujeres y esclavos) la primera democracia de la Grecia clásica: en ella todos los ciudadanos estaban llamados a participar, más tarde o más temprano, de manera activa en la vida política. Y, para deleite de los asistentes, ilustró sus palabras con una referencia a una lectura del Mito de Prometeo de Platón. En dicho texto, relata el insigne filósofo, cómo fueron repartidas las facultades entre las especies mortales y cómo, provistos los hombres de la sabiduría de las artes junto con el fuego (que Prometeo robó para ellos) pero no de la sabiduría política, se ultrajaban continuamente entre sí. Temiendo que los hombres llegaran al exterminio, Zeus ordenó entonces a Hermes que repartiese entre ellos el sentido moral y la justicia pero no cómo se habían repartido otras cualidades (de manera que unos pocos poseían el arte de la medicina y así con las demás artes y profesiones), sino entre todos los hombres por igual para que todos ellos –y no sólo unos pocos- participasen de la vida política.

Para terminar aquel intenso diálogo y dado que, de todo lo anterior se colige que todos los participantes estaban de acuerdo en subrayar la importancia que tiene la política, se abordó la cuestión acerca de si realmente somos o no conscientes de dicha necesidad. La opinión común fue la de que nuestra sociedad adolece de una falta generalizada de conciencia política y que la degeneración de la misma y los continuos casos de corrupción han acabado por crear cierta desafección hacia la misma, sobre todo entre los sectores más jóvenes. En el revuelo de comentarios surgidos, se marcó la diferencia entre participantes de mayor edad que, habiendo vivido la represión política del franquismo, valoraban enormemente la posibilidad de participar en la vida democrática y otros más jóvenes que manifestaban con sinceridad su alejamiento hacia la actividad política. Se recalcó entonces entre todos la importancia de cultivar la memoria histórica para no dar por sentadas ciertos derechos y libertades que, lejos de estar ahí desde un principio, son el resultado de las luchas y reivindicaciones en tiempos pasados. Asimismo, se destacó como un elemento negativo la extraordinaria complejidad de la política actual, fruto del fenómeno de la globalización que ha propiciado un salto sin precedentes en el ámbito de la acción política, desde la polis griega primigenia a nuestra vigente aldea global que abarca todo el planeta. Es por ello que se acabó concluyendo que, quizás ahora más que nunca, se deba reivindicar la necesidad de pensar en la política, de que esa aspiración filosófica, tan patente entre los asistentes a los cafés filosóficos, de vivir de manera consciente, no se quede en el ámbito de lo individual sino que, en tanto que –como nos advertía Aristóteles- somos animales sociales por naturaleza, se extienda también al ámbito de la comunidad política.

Alfonso J. Viudez Navarro

jueves, 22 de junio de 2023

¿Somos dioses?


Sobre lo divino

Café Filosófico en Vélez-Málaga 13.9

16 de junio de 2023, Sociedad “La Peña”, 18:00 horas


“Solo te pido que entres en mi casa con respeto. Para servirte no necesito tu devoción, sino tu sinceridad; tus creencias, sino tu sed de conocimiento. Entra con tus vicios, tus miedos y tus odios, desde los más grandes hasta los más pequeños. Puedo ayudarte a disolverlos. Puedes mirarme y amarme como hembra, como madre, como hija, como hermana, como amiga, pero nunca me mires como alguien por encima de ti mismo. Si la devoción a un dios cualquiera es mayor que la que tienes hacia el dios que hay dentro de ti, les ofendes a ambos y ofendes al uno.”

Escrito en letras de oro en la puerta del templo de Sekmeth (Karnak)


¿Somos dioses?

Estos encuentros de filosofía practicada procuran dar la ocasión de abrir la mente hacia nuevas posibilidades de vivir, favoreciendo un cambio de visión. Ya cada uno guarda celosamente sus ideas y creencias. Si después de un café filosófico todo ha quedado dentro en el mismo lugar que antes, nada se ha movido o removido, algo habría fallado. Pero esto no sucedió en el caso que traemos con estas palabras. El último café filosófico de la temporada, celebrado en “La Peña” de Vélez, propició una evolución en la aproximación de los participantes al tema de Dios. Un aprendizaje del grupo, una apertura a nuevos modos de tratar con lo divino fuera y dentro de nosotros, si lo hubiere.

Ya, desde la pregunta inicial del encuentro, se entrevió que son posibles distintos grados de comprensión (o conciencia) de la realidad. Como ya los primeros filósofos griegos y los sabios de oriente fueron capaces de ver, si miramos el mundo a través de nuestros sentidos, todo cambia, lo existente muestra su impermanencia, siempre todo es distinto; pero, si no solamente miramos de un modo sensorial, entonces, intuimos algo que no cambia, algo que permanece, una constancia, una identidad, una unidad en lo que hay. Esta segunda mirada, más reflexiva, nos abre a otro tipo de realidad, que también podemos captar, pensar o incluso sentir. Así, los participantes transmitieron al grupo experiencias como las que siguen: hay muchas situaciones dolorosas, pero en todas persiste un fondo de amor, que te permite superarlas; muchas son las formas históricas y sociales que adopta el ser humano, pero todas son humanas; podemos decir que hay una esencia humana que se expresa de múltiples maneras; yo soy una renovación constante de mí misma; el permanente cambio está atravesado de un anhelo de conexión o de unidad; la admiración por la vida es una constante en mí; los estados de ánimo cambian, mi aprendizaje o control de ellos es más estable y depende de mí misma; la tradición busca persistir, la historia es de los cambios; hay un tiempo que cambia (que se puede medir y calcular) y un tiempo más allá de esos cambios; mi necesidad de entender este mundo cambiante es una constante; el sentimiento es permanente, el modo en que se vive es distinto cada vez; cambia mi cuerpo con la edad y el tiempo pasa muy rápido, pero yo soy el mismo que era; las circunstancias son pasajeras, pero yo soy yo; cambia el valor de las cosas, pero no cambia su belleza. Piénsalo: tal como captas el mundo, ¿todo cambia o algo permanece?; o mejor, ¿eres capaz de ver los dos aspectos?

Este grupo de investigación sobre el tema de Dios (que descartó el resto de temáticas: la tendencia a normalizarlo todo, los valores, el conservadurismo, la locura, el destino) se propuso un programa, orientado por estas preguntas: ¿Quién es Dios?, ¿para qué Dios?, ¿somos dioses?, que luego el transcurso de la discusión misma agruparía en sólo dos dos cuestiones: quién y para qué es Dios, y si nosotros tenemos algo de divinos. Y la primera tanda de intervenciones ofreció una buena bandeja de posiciones o perspectivas sobre el tema: la pregunta sobre dios es siempre una pregunta humana, diríamos, sobre nosotros mismos en el fondo; dios es un invento de los poderosos para justificar sus estatus; la búsqueda de dios satisface una humana necesidad de consuelo, un intento de entender lo desconocido y dar razón de las desgracias que nos acaecen; en la actualidad son otros los dioses: el poder, el consumismo, la ciencia y la tecnología, etc., que incluyen sus propios núcleos sagrados y sus rituales; en realidad, siempre ha habido dioses, en todas las épocas, desde elementos de la naturaleza hasta concepciones más abstractas o separadas de lo sensorial; dios podría ser entendido como la idea de un primer arquitecto, imaginado a semejanza humana; dios tiene que ver con una dimensión interior nuestra; o más bien, que la idea de dios es un modo de expresar nuestra ignorancia; finalmente, se dijo que, a diferencia de la la ciencia, el conocimiento sobre Dios no avanza; a lo cual el moderador quiso preguntar: ¿qué indica la persistencia de la pregunta sobre dios: que no merece la pena, o bien, la importancia de esta pregunta?

Esta nueva perspectiva situaba la discusión en un lugar diferente y (casi) todo el grupo convino en la necesidad de realizar una distinción muy importante, de manera que todas las anteriores posiciones de los participantes pudieran quedar clarificadas: debemos distinguir entre la religión (o religiones) y Dios. No hay que confundir ambos planos conceptuales. Las distintas religiones culturales o epocales no serían más que la expresión o plasmación de una raíz profunda, ubicada en una dimensión de la espiritualidad humana. Esto explicaría que haya tantas religiones, y que si se ahonda en el fondo de todas ellas, podamos encontrar un poso común. Esto explicaría que las personas que son verdaderamente religiosas (más allá de rituales o figuras sagradas), puedan entenderse y respetarse, la comprensión religiosa propia del otro. (En este sentido se recomienda la lectura de la novela corta El alma del mundo, de Frédéric Lenoir). Sin embargo, como aludíamos, no todos compartían esta primera conclusión del grupo. Y para eso estamos dialogando: cada discrepancia es una oportunidad para ahondar en el problema, objeto de la discusión.

La discrepancia afloró hasta la superficie cuando el grupo se planteó la última cuestión introductoria del diálogo: ¿somos dioses?, que se formuló de un modo menos crudo y también menos peligroso: ¿hay algo divino en nosotros? Pues bien, esta discrepancia, como decíamos, permitió indagar más profundamente: si para ti la naturaleza debe ser respetada, dado su valor propio o carácter sagrado, si nosotros formamos parte de la naturaleza, ¿no tendremos también nosotros mismos algo de sagrado? Y si tú (otro de los participantes) no admites que haya nada espiritual o sagrado, que todo lo que hay es lo que puede verse y tocarse, al principio de este encuentro, no obstante, dijiste que, a pesar del paso del tiempo y de los cambios en tu cuerpo, tú seguías siendo el mismo... ¿qué significa esto? ¿No sientes que dentro de ti hay algo que no cambia, que permanece hasta cierto punto a lo largo de tu vida? Y si es así, ¿esto que no cambia no podría ser una dimensión superior o espiritual en nosotros, aunque tú no la quieras llamar así? Pues no importan los nombres. Lo que es real es la experiencia detrás de los nombres. Y si esta conexión desaparece, los nombres, efectivamente, no son nada más que nombres. Así, podemos hablar de Dios, o bien, de algo trascendente o absoluto, de un nivel de conciencia superior (o distinta) a la conciencia individual o cotidiana. Por eso los primeros filósofos griegos, que eran tan sabios porque fueron capaces de empezar a pensar por sí mismos, no hablaron nunca de Dios, sino de “lo divino” (to theión). Es muy posible que cuando damos el paso de personalizar esta experiencia de lo divino o espiritual en el mundo y en nosotros mismos, esto ya marque el punto de entrada en lo religioso, tal como se lo considera habitualmente en las religiones organizadas. Y es posible que fuera esto, acerca de lo que discrepaban en el fondo nuestros dos participantes.

El diálogo, de este modo, fue gradualmente alcanzando una evolución en el pensamiento. Una mirada más amplia, que promueve un cambio de visión. Es suficiente situarse en un lugar diferente: desde la idea de Dios llegar a pensar en lo divino, desde ahí llegar a lo espiritual, y desde lo espiritual, tomar conciencia de algo idéntico en nosotros, nuestra identidad profunda. Pero esto solamente sería un cambio conceptual. Un recorrido experiencial partiría de esa conciencia personal profunda (más acá de mis ideas, creencias, estados de ánimo, cambiantes, pasajeros), que no cambia, para poder comprender todo el conglomerado conceptual en torno a Dios. Así pues, ¿somos dioses? No, en absoluto, si con ello nos referimos a las concepciones religiosas habituales: no somos omniscientes, ni omnipotentes, ni inmortales ni perfectos. (Además de lo peligroso y dañino que la historia ha demostrado que puede llegar a ser el creerse uno eso.) Pero esto no es todo lo que hay. Reducir lo espiritual a lo religioso y esto a una religión particular, no deja de ser una peligrosa deformación conceptual. Para poder alcanzar aquel estado de conciencia, hace falta una mayor consciencia. Y esto puede desarrollarse, ahondando, si se practica una atención sostenida y lúcida, sin ideas, una pura conciencia sin objeto, puesta en la intuición originaria o vivencia “yo soy. Vale.



domingo, 11 de junio de 2023

Sobre la crispación social


Café Filosófico en Vélez-Málaga 13.8

19 mayo de 2023, Sociedad “La Peña”, 18:00 horas


Y la teoría es capaz de apoderarse de las masas cuando argumenta y demuestra ad hominem; argumenta y demuestra ad hominem cuando se hace radical. Ser radical es atacar el problema por la raíz. Y la raíz, para el hombre, es el hombre mismo...

Karl Marx, Crítica de la Filosofía del derecho de Hegel


¿Cuál es el origen de la crispación social?

Cuando hoy hablamos de “crispación”, podemos referirnos a dicho fenómeno en relación a alguno de estos tres niveles: contracción repentina y pasajera de algún tejido muscular o una parte del cuerpo; irritación o exasperación de alguien, desde el punto de vista psicológico (estos dos tipos definidos por la RAE); o bien, el uso que se ha extendido bastante en el contexto político-social actual: un malestar o alteración de la vida social debido principalmente a la exacerbación de las posturas (ideas o creencias), provocado, quizás, por lo que oímos llamar “polarización social”, y de lo cual hemos tratado en un reciente café filosófico (será que preocupa). Nos contraemos sobre nosotros mismos (aumenta la tensión) al ver y oír ciertas posiciones sin posibilidad de diálogo o reconciliación. Y nos crispamos: ¿cómo puede ser esto?, ¿sólo puede ser así?, ¿es que he de elegir entre esas dos únicas posturas o posibilidades? ¿El otro es el culpable? Me contraigo individualmente y, socialmente, se va enrareciendo el ambiente; todo paso por pequeño que sea se hace intransitable, no viable, imposible. Entonces, el malestar individual y el malestar social se alimentan mutuamente. Pues bien, ¿cuál es el origen de esta crispación?, ¿es endógena o está fabricada por factores externos, intereses interesados? Puedes seguirnos en esta investigación, si es tu deseo comprender un poco mejor el mundo en que vivimos.

Pero antes, permíteme que me refiera a lo que sucedió previamente, las respuestas de los participantes a la pregunta inicial que planteó el moderador del diálogo: ¿puedes señalar una cualidad tuya, de la que estés orgulloso, una virtud en ti? Esta no es una cuestión baladí. Generalmente, somos más conscientes de nuestras limitaciones actuales (consideradas erróneamente defectos, fruto de la comparación con lo que nos gustaría o se nos exige, que hemos integrado como propio), pero nos cuesta más mostrar la propia luz (Mónica Cavallé). Y esto no es egolatría ni presunción, si se anota conscientemente. Es un ejercicio también necesario en este mundo de la extrema competición, el éxito y la excelencia mal entendida (por contraste o comparación). Y no se aprecia el valor en sí de algo. Pues bien, ahí van unas cuantas excelencias reconocidas por nuestros participantes: saber gestionar emocionalmente a un equipo de personas; escuchar sin juzgar; ser capaz de percibir un sentido diferente de las cosas; no rendirse uno nunca; continuar siendo el niño que pregunta por qué; ser la alegría en las situaciones; seguir teniendo fe, también religiosa; la búsqueda de la positividad en todo; la capacidad para la empatía; la extroversión; la timidez, que me ha llevado a respetar el espacio de cada persona; la sensatez, suma de empatía e inteligencia; y, finalmente, dijeron, la coherencia personal.

Volvemos. Algunos de los participantes piensan que la crispación social siempre ha existido. Y este es su origen: desde siempre hemos clasificado todo lo que nos rodea. Algo muy humano, diría Nietzsche. Para sobrevivir, necesitamos ordenar el mundo, aunque solamente sea una ficción nuestra, que nos creemos, y con ella funcionamos. Porque todo lo que existe es siempre diverso y cambiante. Pero no soportamos el vacío. No soportamos no saber. Y necesitamos controlar, quizás para dominar y sentirnos poderosos. Por eso, dijeron ellos y ellas, que históricamente funciona la “ley del péndulo”. Lo que hoy es, mañana puede ser lo opuesto. Así las modas. Así las tendencias o los estilos en cualquiera de las áreas del quehacer humano. Pero, entonces, ¿qué nos pasa hoy?, ¿por qué lo vivimos con una tensión desmedida? De esto dependía el que hubiera discusión enriquecedora, pues, si solamente íbamos a decir que siempre ha existido... Y se dio con la diferencia propia de nuestra época: la confusión, el malestar, la tensión proviene de la convivencia actual de tendencias contrapuestas, su simultaneidad. Y, sobre todo, cuando nuestras sociedades son tan complejas, tan diversas, tan plurales (al menos en posibilidades) que todo aparece revuelto y bullendo en la misma olla; tanto los jóvenes como los adultos viven confundidos, se sienten perdidos. Ofuscados. Y la crispación puede emerger con suma facilidad. La extrañeza aparece, como apuntó la participante que propuso el tema del día, cuando nos damos cuenta de que ahora contamos con más información, más medios que en otras épocas... ¡y nos crispamos con todo tipo de situaciones que ya podrían estar superadas¡ Por ejemplo, las derivadas de la diversidad sexual, racial, cultural, mental, etc. En lugar de tolerancia y comprensión hacia la diversidad, aparece la polarización, una extrema dualidad y escisión, tanto interna como externa.

¿A qué puede deberse esta incapacidad para mirar al otro (y a lo otro) por sí mismo y no con las gafas empañadas? Nuestros participantes esbozan dos hipótesis: a) no hemos evolucionado mental, emocionalmente; estaremos muy adelantados en nuevas tecnologías, pero no humanamente, para ser capaces de hacernos cargo de este mundo lleno de situaciones diversas y cambiantes; b) determinados intereses crean “cortinas de humo” para ocultarse (es decir, lo que desde Karl Marx se ha venido entendiendo por “crítica de las ideologías”, que habrían de ser desenmascaradas), y de ese modo, esos intereses, alcanzar sus objetivos finales de poder y de dinero; políticamente, y por desgracia, esto parece mostrar, incluso, rentabilidad electoral; se le viene a decir a votante: “tienes que elegir entre nosotros o el caos”. Además, los medios de comunicación hacen de altavoz, mientras que la educación formalizada resulta insuficiente para hacer frente a toda esta avalancha de crispación social: ver sus causas y ayudar a adoptar una actitud más madura.

Pero, nuestros encuentros filosóficos no solamente son descriptivos o explicativos, además, tratan de ofrecer salidas, las que los participantes ven en ese momento; que si las ven ellos y ellas, seguramente puedan ser compartidas por otras personas. Lo primero a señalar es que se necesitan salidas globales o generales y salidas individuales. El primer tipo de salidas eran más difíciles de prefigurar por las personas que allí estaban reunidas. Pero el todo no es nada sin las partes... así que el grupo se apresta a proponer algunas iniciativas que partan de (y cuenten con) nosotros mismos: exigir (de abajo-arriba) un cambio de tendencias, una denuncia de esta vida social insostenible (nadie se va a beneficiar de veras en el medio o largo plazo de esta exagerada, extremista, radical polarización social), aprender a pensar por nosotros mismos, tratar de funcionar en las relaciones sociales sin etiquetas (esas simplificaciones tan irreales). Y la educación tendría que jugar un papel fundamental. Pero, otra educación, dirigida al autoconocimiento. Y esto se dice primero referido a los propios educadores o responsables públicos en cualquier área: si no se conocen a sí mismos y caen fácilmente en el etiquetado inconsciente (o acrítico) de la realidad, ¿qué transmitirán los educandos o los receptores de la información? Siendo como es cierto que se educa más con el ejemplo que con lo que se exige de una manera explícita. Si yo no soy capaz de mirar lo que hay de insondable, de misteriosa profundidad inagotable en mí mismo, cómo podré apreciarlo en los demás. ¿Qué veré en los demás? ¿Fichas ordenadas en un casillero? Las polaridades contrapuestas e irreconciliables estarán servidas. Y la crispación social. Vale.