Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

lunes, 24 de junio de 2024

¿Cómo puede la víctima convertirse en verdugo?


Berto Martínez Tello, óleo sobre tela, 190x170, 2024.

Sobre verdugos y víctimas

Café Filosófico en Castro del Río 7.6

10 de mayo de 2024, Peña Flamenca Castreña, 18:00 horas


En qué condiciones se inventó el hombre esos juicios de valor que son las palabras “bueno” y “malvado”?, ¿y qué valor tienen ellos mismos? ¿Han frenado o han estimulado hasta ahora el desarrollo humano? ¿Son un signo de indigencia, de empobrecimiento, de degeneración de la vida?¿O, por el contrario, en ellos se manifiesta la plenitud, la fuerza, la voluntad de la vida, su valor, su confianza, su futuro?

Friedrich Nietzsche


¿Cómo puede la víctima convertirse en verdugo?

«Si tú te miras, ¿qué queda?». Con este verso finaliza el conocido poema de María Zambrano “El agua ensimismada”. Si tú te miras, desde una mirada franca, limpia, a la escucha de tu ser, qué ves, qué eres, en el fondo de ti mismo. Esto propuso el animador del encuentro filosófico. Y para ello, como trabajo previo, dirigió una breve meditación. Para estar con uno mismo, e ir dejando de lado las sensaciones, las emociones, los pensamientos del momento, a ver qué queda todavía en nosotros, y si eso podemos ser nosotros. Posiblemente permanecerán otras sensaciones, emociones o pensamientos más puros, y habría que seguir ahí, en silencio, a la escucha, atentos, muy atentos, porque eso no somos nosotros (“neti, neti”, no eso, no eso, que decían los sabios orientales de la “no-dualidad”). Estar ahí, hasta toparnos con el sujeto de tales sensaciones, emociones o pensamientos últimos, quien soy yo.

A continuación, el grupo tuvo mucho cuidado para encontrar el tema del diálogo aquella tarde. La actual guerra de Gaza acaparaba la preocupación de los allí reunidos, en la Peña flamenca castreña. Para ponernos todos en situación, se recuerdan algunos de los episodios antecedentes del ya viejo, enquistado y trágico “conflicto” palestino-israelí. Así, los participantes contarían con la misma información de partida. Pero, dado que estamos construyendo un diálogo filosófico, no podemos quedarnos en ese territorio de los acontecimientos históricos, con su barbarie actual. Esto era el telón de fondo. A nosotros nos interesaba la indagación filosófica que nos podía suscitar. Para saber mejor, para ir más lejos, ahondar. Y de las posibles preguntas que podíamos hacernos, fue ésta la que demostró un mayor interés: ¿cómo la víctima puede convertirse en verdugo? En tantas ocasiones, como sucede... En tantos casos de violencia de unos seres humanos sobre otros: abusadores, tiranos, acosadores, maltratadores, discriminadores, explotadores... En tantos casos, si escarbamos un poco, descubrimos que, en ocasiones, primero fueron víctimas y luego mudaron sus acciones y la actitud a verdugos. Esto contiene un enigma. Tratemos de encontrar alguna clave juntos, con los participantes.

Después de proponer explicaciones varias (o mejor dicho, gracias a ellas), el grupo formuló esta hipótesis, en forma de pregunta: ¿alguien que realmente se siente fuerte necesita demostrarlo? Quien necesita demostrar su fuerza, quizás en el fondo se siente débil... Esto situaba la problemática, y el tema de fondo, en un lugar nuevo, no sabíamos todavía si prometedor. Los participantes veían muy claro que aquella persona que necesita demostrar que es más que otra, con esto muestra una debilidad, en alguna parte de su personalidad. Y así trata de compensarlo. Un sentimiento de carencia, de vacío, de miedo, de no ser, de falta de plenitud, se instala en ella y ha de encontrarle un sentido, ha de comprender por qué se siente tan mal. Es posible que dicho estado interior haya sido adquirido, que esté influido por las circunstancias adversas de su vida, de su educación, pero el hecho sería que se instala en la persona. La cuestión es que se siente amenazada, en peligro su propio ser. ¿Cómo salir de ahí? Esta angustia vital... no ser, no valer, esta soledad, podría adoptar distintas salidas o reacciones. La persona puede volverse sumisa o rebelde, o puede tender a aislarse. Pero todas son posiciones reactivas. No actuamos conscientemente, siendo nosotros mismos, sino que saltamos como resortes, hacia dentro, hacia fuera o nos apartamos de la dinámica social habitual. Esto lo vieron muy claro, ellos y ellas, sin tener que recurrir al sabio Antonio Blay, que lo analiza detalladamente. Así, afirma que «realizarse es descubrir lo que uno es detrás del error en que uno vive, y si uno no descubre el error no puede vivir la verdad de sí mismo (…) La verdad salta a la vista por ella misma cuando quito los obstáculos que la cubren y los obstáculos que la cubren son todas mis creencias y todos mis miedos y mis deseos, toda esa superestructura que se ha ido poniendo» (Ser. Curso de psicología de la autorrealización).

Pero sí recurrieron a Nietzsche, que fue citado en la reunión. Recordemos que para este pensador, habitualmente muy lúcido, en el ser humano aparecen dos actitudes básicas ante el hecho (trágico, más allá del pesimismo y del optimismo) de existir: afirmar la vida con todo lo que conlleva, o bien, negar la vida, no aceptarla, por eso mismo. Esta segunda actitud es de tipo reactivo, en el sentido que decíamos. Y así, hablaba de la aparición histórica de dos clases de moral, en función de estas actitudes, activa o reactiva, respectivamente: “moral de señores” y “moral de esclavos”. Una moral (o conjunto de normas y valores), esta última, basada en el resentimiento (o “espíritu de la venganza”) hacia sí mismo, hacia los demás, hacia la vida misma. En el interior de estas actitudes, diríamos (y ellos y ellas lo dijeron así, a través del diálogo), está instalada la idea de confianza o desconfianza en el fondo de uno mismo, de los seres y de la vida misma.

Esto supone un alejamiento, o una desconexión, de dicho fondo, que siempre es positivo y pleno y completo; y como la persona se siente separado de su propio fondo más íntimo, busca como puede su modo propio de salir de ahí, con el menor daño posible, de ese vacío existencial. Porque en ese fondo, situados ahí, viviendo desde ahí, no hay sufrimiento (precisamente, es lo que vislumbraron los participantes con el ejercicio inicial del encuentro, recordemos: lo que queda, cuando quitamos esas capas emocionales, mentales o sensoriales que nos arrastran en la vida cotidiana). Esto que nos impulsa a vivir positivamente es lo que llamó Spinoza (que también es traído a la reunión) “conatus”: «cuanto más se esfuerza cada cual en buscar su utilidad, esto es, en conservar su ser, y cuanto más lo consigue, tanto más dotado de virtud está; y al contrario, en tanto que descuida la conservación de su utilidad –esto es, de su ser–, en esa medida es impotente» (Ética demostrada según el orden geométrico). Este impulso vital, diríamos, es como la fuerza de un motor de explosión, que produce el movimiento, y si el engranaje depara una marcha atrás, el vehículo avanza hacia atrás (en el caso de nuestra discusión, reactivamente); y si el engranaje organiza una marcha adelante, el vehículo lo hace hacia adelante (activamente). El impulso vital o energía siempre está presente, pero nuestras experiencias y sus envoltorios mentales nos llevan a poder vivir con más plenitud, o bien, que la vida se nos aparezca como algo insoportable.

¿Podemos comprender ahora, algo mejor, por qué algunos seres humanos necesitan demostrar que son superiores a otros seres humanos o no humanos? ¿Por qué los verdugos, tantas veces? ¿Por qué, en ocasiones, las víctimas que se convierten en verdugos? Eso espera este grupo de personas, que se reunieron aquella tarde para entender mejor qué está pasando en oriente próximo... y en tantos otros contextos, en donde los seres humanos (demasiado humanos, que diría Nietzsche) tratan de salir desesperadamente de su situación vital interna, de miedo, de angustia o de deseo, con tanta violencia como exhiben y tanto sufrimiento como infligen, a generaciones enteras de grupos o personas. En fin, salud y vida, pero vivida con autenticidad.

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