Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 27 de febrero de 2022

Sobre la falta de aprendizaje


Café Filosófico en Capileira 1.2

25 de febrero de 2022, Biblioteca Pública, 17:00 horas


Tan pronto como acabó de pronunciar estas palabras, el caballero recordó que no necesitaba probar nada. Ya era bueno, generoso y amoroso. Por lo tanto, no debía sentir ni miedo ni dudas. El dragón no era más que una ilusión.

Robert Fisher, El caballero de la armadura oxidada


¿Por qué no aprendemos?

A nuestro segundo Café filosófico en Capileira acudieron más personas. Algunas de ellas venidas desde Órgiva. Hay que decir, para empezar nuestro relato, que hace ya mucho que atravesamos tiempos difíciles. Y en el ambiente persiste una sospecha: no aprendemos. Ni de la pandemia: sólo queremos volver a la normalidad anterior, como si ya fuese suficiente y no tuviéramos nada que mejorar. Ni de las guerras: parece que no aprendemos de la historia. Y ahora la sentimos más cerca, está en Ucrania. ¿Por qué no aprendemos lo necesario? Quizás la clave está en el conocimiento de nosotros mismos y no en causas externas. De lo contrario, puede que estemos condenados a repetir nuestros errores y el sufrimiento que esto conlleva. Si tomamos nuestras ilusiones como realidades y el “dragón del miedo y la duda” no deja de crecer en nosotros. Por eso es siempre bueno preguntarse por uno mismo. También para mantener a raya nuestros miedos. Ya entenderéis por qué decimos esto.

La cosa es que el moderador del encuentro, después de explicar algunos rasgos de lo que veníamos a hacer allí, aquella tarde, planteó la posibilidad de un repaso a la pregunta quién soy yo. Y que, en el transcurso del breve diálogo, supiéramos por dónde buscarnos a nosotros mismos. Ahondar. No resultaba fácil a todos los participantes. Será una falta de costumbre, de la que, quizás, tú también te veas afectado. Haz un repaso. Ellos y ellas dijeron que yo soy un ser humano, que soy un escritor, porque esto no se distingue de mí mismo, que soy un trabajador, porque no me concibo sin alguna actividad con la que ganarme la vida, que soy una persona comprometida, que soy pura curiosidad, que soy activa, una actividad constante, que simplemente soy, que soy una cara o expresión del Todo, que soy un perpetuo aprendiz, que soy una felicidad activa. Y esto es lo que dio de sí este repaso rápido. En un taller de profundización, sin duda, iríamos más lejos, hacia el centro mismo de nuestras periferias personales, sociales, emocionales, pensadas, imaginadas.

¿Por qué no aprendemos? Y ocurre tantas veces... Debe haber obstáculos en el aprendizaje... Pero no todos los participantes consentían en admitir que no aprendemos. No paramos de aprender, muchas veces inconscientemente. Muchas veces sin querer, a la fuerza. El aprendizaje es siempre un proceso inacabado para el ser humano. Por ello, se propuso definir primero qué es eso de aprender. “Aprender” es la adquisición de nuevos conocimientos, nuevas formas de actuar, nuevas formas de ser. Y claro, eso quiere decir que aprender es algo muy personal, se aprende respecto a lo que ya hacemos o pensamos o sabemos o sentimos. De ahí que cada uno posea su propio ritmo de aprendizaje y su exigencia de lo que es una nueva adquisición. De ahí que una de las participantes insistiera: «¡no aprendemos!» ¿Sería excesiva su exigencia hacia sí misma y hacia los demás? Si así fuera, entenderíamos su insistencia, tan vehemente. Si así fuera, ella podría tener algo que aprender en este sentido, como finalmente llegó a admitir. «Aprendemos, pero yo quiero más». En definitiva, que el grupo estuvo de acuerdo en que constantemente aprendemos, pero cada uno a su ritmo, según su propio criterio.

«Pero también hay un aprendizaje social», quiere ampliar otra participante. Si embargo, se le pregunta: «¿Por dónde empezamos a aprender, aprendiendo individual o socialmente?» Y se concluye: «Todo aprendizaje es antes que nada individual» Y, cuando existe una masa crítica de personas con suficiente desarrollo y madurez, los avances sociales se van decantando por sí solos. Una vez aclarado todo esto, se procede a examinar esos obstáculos que nos impiden aprender... pero ya en el seno de una discusión más madura. Progresivamente, había ido gestándose. Todo es materia de aprendizaje. En este punto: ¿cuáles son los mayores obstáculos para el aprendizaje? Y ahí van algunas respuestas. No somos capaces de gestionar nuestros conflictos, tanto internos como externos, nos faltan recursos, repetimos una y otra vez las mismas respuestas y lo pasamos mal por lo mismo, no nos entendemos aunque el otro tenga en el fondo los mismos problemas, y así un largo etcétera. Pero muchas veces se trata de que no queremos aprender. Y esto es un problema de voluntad. Otras tantas veces la causa habría que buscarla en el modelo social adquirido desde la infancia. Según sea su apertura o su cerrazón, si se educa en la autonomía del individuo o no lo hace. Pero la discusión va madurando, como decimos, y se llega a una clave de bóveda: el miedo. Pues los modelos sociales contribuyen a generar miedo en los individuos, que es un modo básico de control social.

¿Cuál es el miedo que más nos condiciona y nos impide avanzar con lucidez? El miedo creado, todos aquellos miedos artificiales que se instalan en nuestra mente, fruto de vivencias anteriores y con los cuales nos identificamos. Hay un miedo genérico: el miedo a vivir, que no es más que un larvado miedo a morir. Ese miedo mayúsculo, hiperbólico como la duda de Descartes. Por eso la sabiduría antigua proponía (ya Platón en su diálogo Fedón) el filosofar como un aprendizaje para la muerte. Poder vivir cada día con la ligereza y la consciencia suficientes. Y, ¿cómo disipamos esos miedos creados, ilusorios? Hay diversas técnicas psicológicas, que suponen casi siempre un enfrentarse gradualmente con el objeto de nuestro miedo. Pero también podemos ser conscientes de ese mismo carácter ilusorio de nuestros miedos y hacer que el Dragón de la duda y el miedo, en lugar de ir creciendo delante de nosotros, vaya perdiendo su toda fuerza. Examinar nuestros juicios incompletos o inadecuados sobre nosotros mismos, sobre el mundo, sobre los demás, y que se vaya deshaciendo su influjo. Y para esto tenemos la reflexión filosófica practicada junto a otros. ¿Saldríamos nosotros más nobles y capaces de aquel encuentro? En la siguiente ocasión lo comprobaríamos, cuando nuestro dragón apareciera detrás de unos arbustos.






miércoles, 23 de febrero de 2022

Sobre el optimismo

 

Café Filosófico en Vélez-Málaga 12.5

18 de febrero de 2022, El Pianista del Carmen, 18:00 horas


Mi fórmula para expresar la grandeza en el hombre es 'amor fati' (amor al destino): el no querer que nada sea distinto, ni en el pasado, ni en el futuro, ni por toda la eternidad. No sólo soportar lo necesario, y menos aún disimularlo..., sino amarlo.

F. Nietzsche

¿Somos optimistas o pesimistas?

A todos nos pasan cosas. Unas más agradables que otras. Incluso algunas, por nada querríamos volver a vivirlas. Y ahí es donde se aprecia la fortaleza de un ser existente, su vitalidad, como diría Nietzsche. La prueba del algodón: ¿estarías dispuesto a vivir lo que has vivido una y otra vez? Es su doctrina más abismal, la del eterno retorno de lo mismo. Y no es cuestión de que vaya pasar o no –no lo sabemos–, es una cuestión de actitud. Cómo vivo mi vida... Ser optimista o pesimista, con todos sus grados e inconsecuencias, son dos actitudes extremas, que ocultan todo el resto de matices... Lo veremos a través de este nuevo encuentro de nuestro café filosófico en Vélez-Málaga, en la cafetería El pianista del Carmen. Es muy posible que si el “buen” tiempo continúa, la próxima vez podamos agruparnos en su magnífica terraza con vistas a La Fortaleza.

Amor fati”. Con esta formulación, Nietzsche nos plantea un tema que va más allá de lo que a primera vista podamos pensar. Crucial. La aceptación. Sin esta actitud básica no es posible afrontar adecuadamente la vida. Lo primero es situarse en la realidad. Ver lo que hay. Sin esto, nuestra respuesta siempre será errada. Y no digamos salidas como la huida o el rechazo o la sustitución de lo que no nos gusta. De aquí proceden numerosos desequilibrios mentales, si se exageran dichas respuestas. Pero, aceptar no significa un “no hacer” resignado o desesperanzado. Nada de eso. Una vez que hemos tomado conciencia cabal de lo que hay, somos más libres para decidir qué hacer, con conocimiento de causa. Y podemos optar por no hacer nada y dejar que todo siga su curso (a veces es lo mejor), o bien, podemos optar por cambiar algo (a veces esto es lo que toca). Pero sobre la base de los hechos asumidos como hechos, cuya responsabilidad no atribuyo a otros. Pues bien, como muestra de que aceptación no es igual a resignación, el moderador del encuentro propuso a los asistentes que nombraran, en voz alta, si querían, algún cambio consciente. De esta manera consciente, ¿qué querrías cambiar en tu vida? Por ejemplo, trabajar la paciencia, por ejemplo, adoptar mejores hábitos, más saludables, por ejemplo, aprender a tomarme mejor lo que no depende de mí, por ejemplo, valorar mi suerte, por ejemplo, profundizar en la confianza, por ejemplo, no renunciar a mi combatividad, pero cambiar la forma de expresarla, por ejemplo, ser más rotunda cuando hay que serlo, por ejemplo, ser más directo, por ejemplo, apreciar lo que sí depende mí. (Ya veis que el filósofo estoico Epicteto estuvo allí con nosotros). Y, ahora es tu turno...

Antes de seguir con el relato de este encuentro filosófico, conviene no dejar de lado varias aclaraciones que los participantes quisieron dejar sobre la mesa. 1) Que la felicidad no tiene que ver con el optimismo; 2) que el optimismo puede ser variable, según qué aspectos consideremos de la vida en un momento o época determinados: así, algunos pueden ser muy optimistas respecto al desarrollo científico-técnico, pero no podemos serlo en cuanto a nuestro compromiso social y moral; y 3) que el optimismo o el pesimismo son tendencias y no una cosa consumada. Sobre esto abundaron un poco más: son tendencias potenciales, es decir, que pueden darse más o menos; que son tendencias ciertas, a falta de alguna explicación genética o educacional, que no tenemos; y que estas tendencias pueden ser más marcadas y claras en las sociedades tradicionales, pero mucho menos marcadas en las sociedades abiertas de nuestro tiempo. Quedó en el tintero una cuestión de bastante interés: si las experiencias dramáticas del pasado (sociales o individuales) nos llevan a ser más pesimistas o más optimistas. Optimistas también, ¿por qué no? Pero esto lo dejamos para que tú lo pienses y lo contrastes con tu propia experiencia, o con tu conocimiento de la experiencia de otros.

Una cuestión muy importante afloró, no obstante: ¿cuál es la actitud más natural: el optimismo o el pesimismo? Concluyen que el optimismo lo es más... Si no fuera así, no habríamos llegado hasta aquí. No habríamos sobrevivido. Un pesimismo consecuente desembocaría en alguna forma de suicidio... Imaginad un educador o una persona que se levanta cada mañana y ha de atender a su negocio: ¿podría desempeñar su labor diariamente, de una manera satisfactoria? Y sin embargo, ¿por qué cuesta más mostrar en público el optimismo? Parece que está mal visto, que lo normal es quejarse o criticar de mala manera lo que sucede a diario. Mostrarnos optimistas con lo que que sucede sería mostrarnos fatuos o ingenuos. Deberíamos preguntarnos por qué esto se vive así. Realmente, el mundo no funcionaría sin la gran cantidad de personas que hacen cada día lo que tienen que hacer, creyendo en lo que hacen, con empeño e ilusión. Claro, que esto sale en los noticiarios... Muchas veces, la TV y las RRSS son auténticas fabricas de pesimismo. Así se comprende las frecuentes explosiones de vacuo optimismo, como contrapartida o reacción. Pero ya sabemos que los extremos se tocan, siempre. En este caso, los liga su “irrealidad”. Además presentan, cada una de estas dos actitudes, sus propios peligros equivalentes, sólo que de signo contrario: por exceso de irrealidad o por defecto de realidad, que viene a ser lo mismo.

¿Cuál sería entonces la actitud más adecuada? Es obvio: aquella que es capaz de abrazar la realidad, tal como es. Ellos y ellas lo dijeron. Y este es el verdadero vitalismo –ahora entendemos mucho mejor a Nietzsche. Un santo decir sí a lo que es, un sí dicho más allá del optimismo y del pesimismo. Sólo esto nos permitirá ir madurando, ir percibiendo de una manera más objetiva. Sólo esto es la auténtica vitalidad. Aunque no me guste lo que estoy viviendo. Ya aprenderé... Y agradeceré a la vida todo lo que me ha dado por otro lado, cuando creía que me estaba quitando. Todos tenemos la experiencia de que esto es así, después de llevar un tiempo suficiente aquí, existiendo. Acabamos con una expresión que gustó mucho a una participante: ser capaz de “valorar lo que es valioso”. El valor de cada cosa, más allá de si me gusta o no me gusta, si conviene o no conviene a mis intereses, tan interesados, tan pegados a cada momento, momentos que son tan pasajeros. Ampliar la mirada.







sábado, 19 de febrero de 2022

Taller "Quién soy yo"


Taller de filosofía en Torre del Mar 1.1

16 de febrero de 2022, Antigua Azucarera, 18:00 horas

¿Cuál es la pregunta fundamental que uno puede hacerse? Sin duda: ¿quién soy yo? Y, si no fuera frecuente mirar esto, entenderíamos por qué nos va hoy como nos va. En el frontispicio del tempo de Apolo, en la antigua Delfos, figuraba su importancia: “Conócete a ti mismo y conocerá el universo y los dioses”. En ti está el tesoro. Mira con atención y muéstralo en lo que piensas y en lo que hagas. Si te conoces, en el grado que sea, en esa misma medida podrás relacionarte mejor con los demás, podrás comprender mejor el mundo, estarás más satisfecho de tu propia vida. ¿Es o no es importante indagar en quiénes somos? En algún momento, todos tomaremos conciencia y necesitaremos ahondar en ello. Hace años que en el blog que mantengo, Palestra de Filosofía, “¿Quién soy yo?” no deja de ser la entrada más visitada, con diferencia. Se va percibiendo lo que necesitamos, pero la respuesta está en nosotros mismos, si ahondamos en la pregunta por nuestra identidad. No cómo somos, sino quiénes somos, más allá de ideologías, creencias, hábitos o automatismos, más allá del personaje que me he ido construyendo y que creo ser y, de acuerdo a eso, vivo... y sufro. La experiencia con los modelos que se nos han dado, nos ha ido construyendo una forma de vernos y, en función de eso, una forma de ver a los demás y a la propia realidad. Si cambia la noción de mí mismo y cómo me vivo, cambiará mi mundo. Pues bien, tuvimos la ocasión de plantearnos juntos esta trascendental pregunta en la Antigua Azucarera. Desde aquí expresamos nuestro agradecimiento a la Tenencia de Alcaldía de Torre del Mar por su apoyo a este tipo de iniciativas de filosofía practicada. Veamos.

Somos como una lechuga: en nosotros se han ido configurando diversos niveles de profundidad personal. Si vamos quitando las hojas, desde las más superficiales a las más profundas, ¿qué queda?, como se pregunta María Zambrano en uno de sus conocidos poemas (“El agua ensimismada”): Si tú te miras, ¿qué queda? El cogollo, el centro, el núcleo de lo que somos. Aquello de que dependen nuestras demás facetas, que no serían como son por sí mismas. Igual que le pasa al efecto respecto a su causa, a lo originado respecto a su origen. Ahí tendremos que ir, ahondando en sucesivas oleadas, que es de lo que trató el taller. Antes, conviene crear el ambiente adecuado y la predisposición interior... Una meditación, un breve ejercicio de centramiento, vendría al pelo.

1) Aquello que está en ti debido a tus circunstancias de nacimiento o por avatares de la vida en este mundo, sociales o familiares, o bien, aquellas otras circunstancias convencionales que te vienen dadas, que tú no has elegido y que podrían haber sido de otra manera... todo eso, no eres tú. Así que no te empeñes en que tú eres fulanito o menganito, porque, si tus padres te hubieran puesto otro nombre, o bien, hubieras nacido y vivido en otras circunstancias, ¿ya no serías tú en el fondo?

2) No pretendas afirmar tampoco que eres el que vive en tal o cual sitio, o que te dedicas a esto o a lo otro, porque, cuando todo ello cambie, ¿ya no serías tú?, o bien, antes de ser eso, ¿ése no eras tú? Muchas cosas de tu vida van modificándose, tú vas cambiando, pero, ¿qué es eso que siempre eres? ¿De dónde te viene la sensación “yo soy”? Eso no cambia... así que no digas que eres un educador jubilado o una abuela o un jugador de fútbol.

3) Pero si llegas al punto en que te parece que ya has profundizando bastante, que ya has indagado lo suficiente y, por ejemplo, estás convencido –como algunos de los participantes– de que eres igual a los demás, creadora, luchadora, un eslabón de luz, que eres tú mismo, que eres plural, que eres un ser humano, una partícula que vibra en el silencio, amor, que eres sentimiento, un ser digno en desarrollo..., reflexiona si más bien no te estás refiriendo a cómo eres, tus cualidades o características personales aquí y ahora, y no a lo que eres, a tu identidad.

4) Yo soy creatividad, combatividad, luz, yo mismo, persona, vibración, amor, sentimiento, intencionalidad, energía, pero todavía puedo ahondar más. Cómo soy se refiere a mi modo de ser, variable, construido, cambiante; lo que soy, se refiere a mi naturaleza, de qué estoy hecho, qué soy yo; pero así, ¿ya sé quién soy? Quién soy yo... esto es difícil de expresar con palabras, aquí la filosofía meramente racionalista se queda corta... No es algo deducible, todo lo más asociable metafóricamente. Todo lo más: podemos decir lo que no somos. Por esto, quienes somos, quizás sólo sea posible sentirlo. Y lo hemos sentido muchas veces... cuando me siento a mí mismo a la vez que estoy contemplando algo, excelso o cotidiano, una emoción, una idea, un objeto, cuando estoy atento a mí mismo. No es posible definirlo conceptualmente, pero podemos verlo, intuirlo, notarlo, experimentarlo. Lo que la razón no puede, lo puede la experiencia interior. Y su acceso se puede ir trabajando... Sea un ejercicio que recoge, de diversos modos, Mónica Cavallé en su libro El arte de ser (Editorial Kairós, 2017):

Señala con el dedo un objeto cercano y obsérvalo. Después descríbelo con tanto detalle como puedas. En efecto, es una cosa dotada de formas, colores, textura…

Ahora, señala hacia otro lugar. El suelo, por ejemplo. Descríbelo del mismo modo.

Apunta después hacia alguna parte de tu cuerpo y descríbela. También una cosa dotada de forma, tamaño, límites…, ¿no?

Ahora observa y señala el lugar desde el cual estás mirando, un lugar que no se haya a distancia alguna de ti. ¿Qué percibes? Descríbelo también. Pero hazlo atendiendo a la experiencia presente, sin recurrir a la memoria o a la imaginación, como si fuera la primera vez que lo observas. No confíes en lo que crees o has aprendido que hay ahí, sino tan sólo en tu experiencia directa. ¿Puedes apreciar alguna forma, algún color, es cosa alguna?

¿La respuesta ha sido que “no es nada” o algo parecido? No te preocupes, pero eso es lo que tú eres.

Ahora bien, esa “nada” simplemente significa que está vacía de objetos, no que no seas nada. Precisamente, tú eres lo que hace posible los objetos. Sin ti no serían. ¿Lo estás sintiendo? Tú eres ese espacio que acoge a todos los objetos y experiencias, un espacio lúcido desde donde se despliega tu dedo, las percepciones de la habitación, tus pensamientos, tus emociones… Tú eres tu centro, que no es lo que los demás ven de ti. Ellos te ven como una cosa o un objeto en el mundo. Pero tú ya sabes ahora que eres mucho más que eso.

–“No veo nada”, ¿sigues diciendo quejumbroso? De acuerdo, pero es una “nada” muy viva, una nada muy especial que se ve a sí misma, que es consciente de sí misma y del mundo que contiene. Tú eres esa consciencia que es consciente de sí misma. Toda experiencia posible acontece en ella. ¿Hay algo mayor que eso?

sábado, 12 de febrero de 2022

Sobre el valor de mi vida

Café Filosófico en Castro del Río 5.2

11 de febrero de 2022, Peña flamenca castreña, 18:00 horas


En realidad, «Rosebud» es el nombre escrito en un trineo con el que Kane jugaba cuando niño, en la época en que aún vivía rodeado de afecto y devolviendo afecto a quienes le rodeaban. Todas sus riquezas y todo el poder acumulado sobre los otros no habían podido comprarle nada mejor que aquel recuerdo infantil. Ese trineo, símbolo de dulces relaciones humanas, era en verdad lo que Kane quería, la buena vida que había sacrificado para conseguir millones de cosas que en realidad no le servían para nada. Y sin embargo la mayoría le envidiaba...

Fernando Savater. Ética para amador


¿Cómo dar valor a nuestra vida?

La vida transcurre plácidamente y, en ocasiones, tomamos conciencia del valor de la misma. A veces, somos conscientes de lo que tiene más valor abruptamente, por las malas. Pero, sea como sea, no hay ser humano que, en algún momento, no se plantee el valor de su propia vida y de lo que hay más valioso en ella. Os invitamos a seguirnos por esta vereda, a ver qué encontramos. Los participantes de esta segunda edición del Café filosófico en Castro del Río, después de dos meses debido a la crudeza de la pandemia, te invitan a seguirlos en su indagación. El marco era nuevo, la Peña flamenca castreña, y agradecemos la acogida, en este espacio de tanta raigambre en nuestro pueblo, y su apertura a una actividad de naturaleza filosófica. Especialmente, a su presidente, Paco Sánchez y a Julio Porcel, persona sensible donde las haya. Y, de nuevo, reconocemos el trabajo de organización y difusión de la Delegación de Cultura de Castro del Río. Además, ésta ha sido la primera vez que se ha grabado la sesión (por parte de TeleCastro). Un nuevo reto, una nueva experiencia.

El facilitador del encuentro plantea una cuestión de actualidad, pues algún día habrá de llegar a ello: si la pandemia se acabara mañana, ¿qué es lo primero que harías? Y suponemos que sus aportaciones no diferirán demasiado de las tuyas... Todo esto lo estamos viviendo juntos y compartimos sus consecuencias. Ahí van. Yo daría muchos besos y abrazos a todo el mundo, retomaría las maltrechas relaciones familiares. Lo que más echo de menos es poder ir a cualquier sitio y librarme de tantas reglas y prohibiciones. Y poderme mover libremente por donde quisiera. Como podéis suponer, dejar atrás el miedo que nos atenaza en estos momentos es lo que estaba debajo de todo lo que se iba diciendo. Por eso, no vivir con miedo será el principal deseo de los participantes. Seguimos. A alguno le preocupaba, y por eso tenía ganas de comprobarlo, cómo reaccionaría después de acabada la pandemia, cómo lo llevaría. Seguro que alguno o alguna os lo preguntáis. Seguimos. Pues, yo estaría muy intrigada observando todo lo que había pasado, y poder ver el rostro de cada ser humano, a ver qué huella le había dejado todo esto que nos está pasando. Y viajar, quién no lo desea. Pero esta readaptación será rápida, vaticina un participante, somos muy adaptables. Y si lo pensamos, puede que en el fondo no haya cambiado tanto nuestra vida. Quizás, tuviéramos algunos reparos al estar con muchedumbres, pero sería transitorio, se curaría con los abrazos.

¿Cómo dar valor a nuestra vida? Habría que empezar por valorar lo que tenemos y no sólo lo que no tenemos, como a menudo sucede. Pero convenía, antes de continuar, que se aclarara qué es aquello a lo que damos valor, cuál es la noción de lo valioso. Y se dice, con razón, que para que algo sea valioso hemos de tomar conciencia de su valor. Además, solemos dar más valor a aquello que ha supuesto un esfuerzo su consecución y, sobre todo, valorar algo significa preservarlo. Pero, cuando una de las participantes insiste en que el valor emerge por contraste con otra cosa, por referencia a un modelo, se desata la discusión. Porque esta idea suponía el sempiterno conflicto individuo/sociedad. Significaría que los valores ya nos vienen construidos, social e históricamente, por educación, y que el ser humano particular se ve atrapado por una red de influencias y condicionamientos. Así pues, ¿lo valioso sería lo que es valioso para mí o lo que es valioso para los demás? ¿Mi valores, son realmente míos? Esto plantea el viejo problema filosófico de si hay valores universales... O dicho de una manera: si hay valores valiosos en sí mismos, que valgan por sí mismos, que posean un valor intrínseco. Y los participantes se aprestan a detectar esos valores que pudieran ser más universales, válidos en todo tiempo y lugar. Y los hay: la libertad, la vida, la familia, el bien... Pero claro aflora el conflicto: porque hay tanta variedad, tanta diversidad cultural, tantas diferencias individuales... ¿Qué hacemos con todo esto? ¿Cómo lo integramos, en esa universalidad de los valores? Y he aquí la solución que ellos y ellas te brindan: puede que el valor sea el mismo, pero expresado de distinto modo, según las circunstancias y las necesidades en cada caso. Por ejemplo, si tomamos como referencia el valor de la vida, si una cultura o una persona elige no alargar innecesariamente la vida de un ser querido o de sí mismo, también estará defendiendo el valor intrínseco de la vida, de un modo propio o particular. Son recomendables, en este sentido, algunas películas que abordan el problema: una se le quedó grabada hace muchos años a este relator: La balada del Narayama.

De todo lo dicho, que ayudara a determinar el valor de algo, el ser conscientes se iba mostrando como su modo crucial y definitivo. Ahora bien, ¿cómo llegar a ser conscientes de lo que es valioso en sí mismo? El enfrentarse con la posibilidad de la muerte, tomar conciencia de nuestra propia muerte, que somos seres finitos y limitados, ayuda bastante –creen algunos participantes– a valorar lo que de veras importa. El atender, con una mirada nueva, a las cosas sencillas y cotidianas, también puede propiciar el despertar de la conciencia de lo que es valioso por sí mismo. Además, podemos aprender de otros, de lo que les pasa a otros; adelantaríamos mucho. No siempre es necesario que tú pases por lo mismo, mira, observa y aprende a valorar. En ocasiones, no tener alternativa, te permite valorar lo que es digno de ser valorado. En definitiva, aprender a valorar lo valioso en sí mismo, y no como medio para otra cosa, supone un proceso de maduración, de desarrollo de la persona. Y para esto la vida te ofrece diversas vías, y numerosas oportunidades, para que aprendas. Por las buenas o por la malas. Muchas veces se requiere un aldabonazo, otras veces una cocción lenta y que casi no se nota. Pero la vida no es tan corta como para que no te ofrezca las suficientes ocasiones con las que poder despertar. Que a ti vida te ha venido fácil y cómoda en exceso, que alguien ha sido malcriado, que has rehuido las decisiones difíciles, que has tenido suerte hasta ahora... No te preocupes, en la vida hay de todo y para todos. Tu despertar llegará antes o llegará después. Recuerda el significado de la última palabra que pronuncia el Ciudadano Kane antes de morir: Rosebud

domingo, 6 de febrero de 2022

Sobre el estado de duelo


Café Filosófico en Torre del mar 1.1

03 de febrero de 2022, Taberna El Oasis, 18:00 horas


Cualquier acontecimiento de nuestra vida

que pone fin a una situación conocida

mosnos enfrenta con la muerte.

Théa Schuster


¿Cómo afrontaremos el estado anímico de duelo?


Primer Café filosófico en Torre del Mar. Gracias a la colaboración de la Tenencia de Alcaldía y, para estos cafés filosóficos, de la Taberna El Oasis. Y de oasis particulares fue la primera parte de este encuentro. Tal como se define en la RAE, todos buscamos, a menudo, una tregua, un descanso, un refugio en las penalidades o contratiempos de la vida. Pero queremos oasis que sean activos, lúcidos y conscientes, no de los otros: puramente evasivos o adictivos. Yo elijo hacer una parada, cambiar de aires o de actividad, incluso entretenerme, pero sabiendo que lo hago y por qué lo hago y, mientras estoy ahí, me enriquezco, desarrollo mis otras cualidades, más allá de las tareas cotidianas. ¿Cuál es tu consciente oasis particular? Quizás, pasear por la montaña en medio de la naturaleza, quizás los atardeceres y los amaneceres –amar el principio y el final de todo–, quizás el amanecer, pero desde mi ventana, desde donde se abren todas las posibilidades del día, quizás el oasis del quiero hacer y no lo que tengo que hacer, quizás la lectura de un libro que ha sido como escrito para mí, quizás estar en la playa o ese momento de las ocho de la mañana en que puedo crear, quizás, dar las gracias por la grandeza de lo que hay, o quizás andar y andar kilómetros frente a la saturación en la mente, o quizás, esos momentos especiales para ser más conscientes, o quizás, leer buena poesía por la noche, o bien, quizás, la pintura, mi forma de meditación personal.

¿Qué es un duelo y cómo afrontarlo? Estaba claro, para los participantes, que ambos aspectos, la naturaleza y la actitud ante un duelo van de la mano. Porque el estado vital o anímico de pérdida, su naturaleza, no puede desligarse de cómo se vive. ¡Como tantas cosas en la vida! La mirada crea el objeto. Pero dicho sentimiento no sólo aflora con la muerte de un ser querido, sino que en todo cambio (o crisis) o sensación de abandono (o vacío) también. Algo acaba y ha de comenzar algo distinto, y esta transición cada uno la vive según su propia biografía de pérdidas, y cómo haya aprendido a afrontarlas. Así, observamos cuán diferente las personas se relacionan con sus pérdidas. Pero todas han de pasarlo... y si parece que no les afecta, quizás haya que preguntarle si se había ido preparando para esa pérdida. Incluso, se puede decir que todo duelo puede contener un sesgo cultural... En cada cultura se lleva a efecto de una manera, igual que se toma diferente el hecho de la muerte.

Pero, quizás, el dolor anejo a cada pérdida sea necesario vivirlo. ¿Y el sufrimiento, también es necesario vivirlo? No es lo mismo. Los participantes en este diálogo filosófico te dicen que no es así. Que está el hecho objetivo (o natural) de la pérdida, pero también lo que tú te dices sobre ello, y esto siempre podría ser de otra manera. Es evitable vivir así, sufriendo. Que sea inútil, no lo diríamos, puesto que el dolor quizás sea necesario atravesarlo a fondo, pues son muchos los frutos del dolor bien vivido: el desarrollo de la fortaleza, la madurez, la independencia, la posibilidad de vivir una vida ascendente. También es evitable el sufrimiento patológico: cuando la persona ya no saber vivir sin sufrir, tanto forma parte de su vida, tanto se ha identificado (o apegado) que no es capaz de vivir de otra manera. Se constituye en su “zona de confort”. Prefiere eso, a la sensación de vacío o de nada.

Y, ¿cómo podemos librarnos del sufrimiento inútil? Ese dolor mal comprendido, vivido como inevitable. Te lo dicen ellos y ellas: reinventarse cada vez, vivir por uno mismo; aprender a prepararse, entrenarse con las “pequeñas muertes” para pérdidas mayores (o la propia muerte), como nos decía el sabio Ibn Arabi; lo primero: la aceptación del hecho de la pérdida, sin ello no hay salida posible del estado de duelo; y el crecimiento personal y el desarrollo de los recursos personales –cualquier situación sirve para ejercitarse; y esto enseñarlo desde pequeños, inclusive en las escuelas –otras escuelas muy diferentes a las actuales. Y si hay que acompañar en el duelo, ¿cómo lo haremos?: en silencio; no le digas, no le aconsejes, simplemente estar ahí con esa persona. Así pues, ¿puedes mirar el retrato de tu ser querido, que falleció, con felicidad? ¿Puedes recordar aquella amarga experiencia con alegría? ¿Puedes volver a verle, y comprenderle? ¿Puedes sentir compasión, porque no sabía, en el fondo, lo que hacía? ¿Puedes perdonarte y darte otra oportunidad? Si la respuesta es sí, has superado adecuadamente tu duelo.


El ave Fénix 

Cualquier acontecimiento de nuestra vida que pone fin a una situación conocida nos enfrenta con la muerte. Realidades tan diferentes como el final de un periodo vital, del tiempo de felicidad y sinsabores de una relación, la pérdida de un ser querido, una enfermedad, un accidente o, simplemente, cuando los hijos se van de casa: todas son verdaderas experiencias de muerte. En un primer momento, estamos aturdidos, no comprendemos qué es eso que nos haya podido suceder, mientras la tierra continua girando como si nada hubiese ocurrido. Después, el peso del sufrimiento nos asfixia, dejándonos solos en un terrible cara a cara con lo inaceptable, algo que nadie comparte ni puede compartir, pues cada ser humano vive su propia vida, diferente de la nuestra. Nos engulle la negrura solitaria de un largo túnel, como le sucediera antaño a Jonás, tragado por la ballena. Sólo podemos vivir de la mañana a la noche, un día cada vez. Sin mañana, sería demasiado duro.

Pero luego, de golpe y porrazo, el canto de un pájaro, un rayo de sol, el vuelo de una golondrina nos acaricia el corazón. Una sonrisa efímera, o una música lejana nos conmueven. Lentamente, como sonámbulos, salimos del túnel, recuperamos nuestro lugar en la vida. Nada ha cambiado, y sin embargo todo es diferente, más intenso, y sobre todo más hermoso. Mientras atravesamos el túnel, perdimos nuestra orgullosa reinvindicación de que se nos debe todo. Esa humilde alegría de vivir anuncia nuestro renacimiento.

Théa Schuster