Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

martes, 1 de agosto de 2023

¿Por qué tanto miedo al cambio?


Sobre el miedo al cambio

Café Filosófico en Capileira 2.5

25 de julio de 2023, Terraza La Llorería, 20:00 horas


A propósito de todas las iniciativas, hay una verdad elemental cuya ignorancia mata innumerables ideas y espléndidos planes: en el momento en el que uno se compromete de verdad, la Providencia también lo hace. Toda clase de cosas comienzan a ocurrir para ayudar a esa persona, cosas que sin su previo compromiso jamás habrían ocurrido. Todo un caudal de sucesos se pone en marcha con aquella decisión ayudándole por medio de incidentes inesperados, encuentros insospechados y ayuda material que nadie hubiera soñado que pudieran ocurrir. Si sabes que puedes, o crees que puedes, ponte en marcha. La audacia tiene genio, poder y magia.


Johann Wolfgang von Goethe


¿Por qué el miedo al cambio?

Sabemos que el miedo es una emoción natural en los seres vivos. Aparece más claramente en un ser cuanto más conciencia posee de la cercanía de un daño o un peligro para su integridad. Y se manifiesta de muy diversas formas, desde reacciones químicas a movimientos automáticos, desde huidas o camuflajes programados genéticamente a reacciones viscerales o inhibiciones personales. Todo ello les permite a los seres vivos adaptarse mejor, adelantándose a los efectos probablemente nocivos para sus vidas. Pero esto no es lo que más inquieta a un ser (humano) que se pre-ocupa por tantas cosas, que pueden suceder en el futuro, o bien, le han quedado grabadas del pasado, sino el miedo construido mentalmente, aunque posea también influjo social o cultural. Tenemos miedo a la muerte, miedo al ridículo, miedo incluso al amor; miedo, en el fondo, al miedo, a sentir miedo a perder algo, a que algo cambie, miedo al miedo que podemos sufrir por todo aquello que sea desconocido o sea diferente. De ahí que, quizás, el mejor tratamiento del miedo, para hacernos fuertes en el miedo, sea entenderlo como una actitud. El miedo como una determinada actitud ante lo que nos da miedo, que nos puede llevar, más allá del dolor, a sufrir. Éste fue el modo cómo los participantes en este diálogo filosófico, en la agradable terraza de la cafetería La Llorería, con largas vistas al Barranco del Poqueira, enfocaron sus propios miedos, en especial, el miedo a los cambios en la vida.

En efecto, estábamos en uno de los pueblos más bonitos de la Alpujarra (y, oficialmente, de España), y el moderador, amante de estas tierras altas, sol y agua y nubes, quiso preguntar acerca de eso que más valoraban los participantes del hecho de vivir en la Alpujarra. Y señalaron valores como los siguientes: el fresquito de aquí; el paisaje montañoso y la gente solidaria; el darse los saludos al cruzarse por la calle; el despertarse con los pájaros y la cercanía de las personas; el verdor, lo fresco, la montaña, el sosiego; la seguridad, la tranquilidad y la gente sana; el silencio y la amplitud de la mirada que aquí es posible; la ausencia de prisas y la relación íntima con la naturaleza; el poder ver con nitidez las estrellas; el que mis hijos hayan crecido de la manera que yo quería; aquí nos vamos cambiando unos a otros, los que vienen con los que están y los que están con los que vienen; me siento arraigada.

Lo desconocido, lo diferente, quizás nos asusta. Pero, ¿por qué mostramos resistencia a los cambios, esos virajes de la vida hacia lo desconocido o lo diferente?, ¿qué es lo que nos da miedo del hecho de que se produzcan cambios? Si lo miramos sin más, sin añadir nada mental (creencias, ideas, valoraciones), siempre se están produciendo cambios, constantemente. La escuela de Éfeso (Heráclito, Crátilo...) lo destacaron como una propiedad inherente de todo lo que existe o physis, como lo llamaban. En el mundo todo es gracias al cambio. Unos seres se transforman en otros, dialécticamente y evolucionan. ¿Por qué tantas veces esto, que es un hecho natural, cósmico, se vuelve traumático para los seres humanos? Nuestros filósofos y filósofas, desde la altura de su mirador, desenvolvieron algunas hipótesis, que nos ayudarían a comprender este miedo a los cambios, en sí mismos (puesto que suceden) inevitables. Con sus respectivas actitudes inadecuadas que nos llevan a sufrir por ello y, luego otras actitudes más adecuadas que nos permitirían sobrellevar mejor los cambios, incluso, llegar a saborearlos, a disfrutarlos. Veamos.

1) El miedo se origina cuando se producen cambios rápidos... Pero, ¿qué es lo que está en peligro con ese cambio acelerado?, pregunta el moderador. Se pierde mi identidad, quién soy yo, responde la participante. Diríamos: me pierdo a mí mismo, me disipo en la vorágine de los cambios. Ya no sé quien soy. Yo estoy en peligro.

2) El miedo aparece cuando los cambios no son conformes a mi vida... Pero, ¿por qué amas tanto lo que es conforme a tu vida?, pregunta el moderador. Porque me he identificado con ello, responde otra participante. No sabría vivir de otra manera. Y ahora, éste es el problema no ya de la identidad, sino el problema de la identificación. Si yo me identifico con algo (mi familia, mis posesiones, mi prestigio social...), si esto cambia, si le va mal, a mí me irá mal y sufriré. Así, al poner fuera de mí lo que soy, quedo a merced de los acontecimientos, vivo en un continuo desasosiego.

3) Otra manera en que puede aparecer el miedo a los cambios consiste en verme obligado a tener que prescindir de mi habito, de mi costumbre. Me siento cómodo con lo que hago, me va bien, así me siento orientado. Me da seguridad. Un cambio puede llevar a que la tierra debajo de mis pies se vuelva un completo pozo de arenas movedizas. Y yo no quiero eso. Estoy bien como estoy. No quiero vivir así, sometido a esa inestabilidad.

4) El miedo muchas veces se alía con la pereza. Es más cómodo no pensar, no vivir, no sentir... de una manera diferente. Prefiero la comodidad a la autonomía personal, ante el riesgo pasarlo mal. Y éste era uno de los obstáculos, según Kant, para alcanzar la mayoría de edad o madurez personal. ¡Qué cómodo ser menor de edad! Que la vida viva por mí. Sí, qué pasa. ¿Es que no puedo querer eso? Soy libre de elegir (o eso creo).

5) Finalmente, en numerosas ocasiones son las circunstancias las que me desaconsejan el cambio. Circunstancias de la vida apremiantes, aplastantes, extremas, que no puedo controlar. Y prefiero aferrarme a lo de siempre, para poder resistir mejor. No enfrentar esas circunstancias. Mejor salir algo magullado que no lisiado emocional, existencial o psicológicamente, para toda la vida. No quiero perder el control de mi vida, no quiero que se vuelva convulsa. Prefiero mi zona de confort, aunque sea desagradable. Un mal menor.

En fin, una vez aportado todo esto, el grupo tuvo la suficiente lucidez para ver que el panorama podía ser otro enteramente distinto, si nos enfrentáramos a estos miedos de otra manera. Si pudiéramos dar esquinazo al miedo al miedo que nos atenaza en cada situación cambiante (a pesar de que el mundo no sería el mundo sin cambiar constantemente, como decíamos). Pues bien, una actitud es la manera de situarse ante algo. El lugar (mental) desde el que nos posicionamos ante una realidad, interna o externa. Así lo definieron los participantes de un café filosófico celebrado la temporada pasada en otro lugar. Repasemos, pues, lo que vieron nuestros participantes. Aquellas actitudes más adecuadas delante de nuestros miedos a los cambios. Sigamos el mismo orden; y aplícate el cuento en tu propia vida:

1´) Primero, por un lado, tomar conciencia de que los cambios en mi vida me han hecho como soy, como me veo ahora, que yo no sería el mismo sin esos cambios. Que en lugar de destruirme, los cambios me han ido construyendo, o también puede decirse, que me han dado la ocasión de descubrirme, actualizando mis capacidades (Aristóteles). Y que, por otro lado, los cambios en mi vida (ha cambiado mi cuerpo, han cambiado mis preferencias, mi estilo de vivir, etc.), lo han hecho sobre una base de continuidad, puesto que sigo sintiéndome yo mismo en el fondo. Nada que temer. Atrévete a jugar, pues, el juego de la vida.

2´) Si resulta que temo a los cambios porque puedo perder todo aquello con lo que me he identificado; si he puesto mi valor en algo que, en el fondo, no soy yo, que toda identificación es falsa por principio (“yo no soy eso”, nos dice la sabiduría indú), queda despejado el camino a seguir: deshacer tales falsas identificaciones. Cultivar mi verdadero ser. No poner mi realidad en otra cosa que no soy yo. Si pierdo una cosa, siempre puedo encontrar otra. Si algo me falla, puedo probar otras opciones. La fuente de mi creatividad, y mis posibilidades, no está en las cosas o situaciones, sino en mí mismo. Tu auténtico valor siempre ha estado en ti mismo.

3´) Es cierto, seguir la costumbre, tu costumbre, cabalgar a lomos de los hábitos es seguro. Aparentemente. Pues el pasado ha sido ya clausurado y el futuro sigue siempre abierto. Nunca te valdrá del todo para un caso nuevo lo que ya probaste en los casos anteriores. Tendrás que estar abierto a los matices, a la novedad, a lo diferente. Sólo en tu mente dos situaciones pueden ser idénticas. Qué tal si en lugar de ver el cambio de hábitos o de costumbres como un peligro, comenzamos a verlo como una oportunidad. ¡Cuántas veces lo que habíamos percibido como un peligro, se mostró una ocasión para vivir de otra manera! Aprendamos del pasado, que para eso está, y no para condicionar el presente.

4´) La pereza es, en realidad, una falta de voluntad, de energía, para poner en acción lo que sé que he de hacer o decir. No querer pasar por ahí. No querer sentir. No estar dispuesto a errar o sufrir. Para qué. Con lo cómodo que estoy como estoy. Pero, la falta de energía lleva a más falta de energía, y a menos voluntad cada vez. Sin embargo, el ejercicio de expresar lo que siento, lo que pienso, lo que quiero, desarrolla mi energía, mi voluntad. Cada vez tendré más. La voluntad es un músculo que puede ejercitarse y cada vez seré más fuerte y reaccionaré más eficazmente ante los estímulos, siempre cambiantes. Cada pequeña victoria, me prepara para la gran victoria: vivir una vida más consciente y más libre.

5´) Por último, todo aquello que no puedo controlar puede mutarse en aventura, si tan sólo cambia mi actitud. La actitud es una posición interior. Y esta voluntad de aventura también se puede ejercitar y puede desarrollarse. Es la valentía. Se puede entrenar en situaciones más sencillas, más familiares o cercanas y prepararme para otras más complejas. Aprender a encontrarme suspendido en el abismo, sin apoyo firme. Para ello, sólo necesito abrirme a lo desconocido, a lo diferente, y dejarme llevar, lanzarme... ya tendré tiempo de afianzarme, seguro que en la pared del abismo (todo abismo posee un borde y una pared) habrá algo a lo que pueda agarrarme. Porque, en realidad, la vida ya es una aventura. Sólo se trata de despertar a dicha conciencia. Y confiar.

Si somos capaces de vivir interpelando a la vida que hay en nosotros, desde lo profundo de nosotros mismos, la vida nos responderá siempre de manera satisfactoria. Si esto no lo ves claro todavía, lo llegarás a ver poco a poco. Vuelve a leer el texto inicial de Goethe. Es la experiencia compartida de vivir con convicción. Vale.