Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 19 de noviembre de 2023

¿Todo es perdonable?


Sobre el perdón

Café Filosófico en Torre del Mar 3.1

19 de octubre de 2023, Taberna El Oasis, 18:00 horas

La comprensión es observar sin condenar. La comprensión produce entendimiento porque no hay condena ni identificación, sino observación silenciosa.(...) En esta observación, por lo tanto, hay completa comunión: el observador y lo observado están en comunión completa. Esto ocurre cuando estáis profundamente interesados en algo.

Jiddu Krishnamurti

¿Todo es perdonable?

Estamos en Torre del Mar, en la Taberna El Oasis, y volvemos a preguntarnos por la tecnología. Una creación nuestra que, como todas, interactúa con nosotros. Y esa interacción ha de ser muy consciente, de lo contrario, en lugar de estar a nuestro servicio, como medio que es, puede pasar (o está ya pasando) lo opuesto, que seamos nosotros los que estemos a su servicio. Una forma moderna de esclavitud. En general la relación que tenemos con la tecnología (con las nuevas tecnologías, pues no paran de brotar como en una almáciga en la que hemos plantado hace siglos unas determinadas semillas...), decimos, nuestra relación con las tecnologías galopa sobre una percepción ambivalente (dependerán los efectos de su uso, se dice), pero en general, la población es consciente de cómo moldea nuestras vidas. Hay una intuición social de su trascendencia. Tanto es así que, tocada esta cuestión al inicio del diálogo, al grupo le fue difícil desprenderse de ella. Casi todas las temáticas propuestas aquella tarde, en la que acudieron participantes que rebosaban nuestra sala, giraron alrededor de la tecnología: la política, la existencia, la esclavitud, las guerras, el poder, se vieron ligadas a la tecnología, mediante la conjunción copulativa “y”. Por suerte, se abrió paso el perdón... queremos decir, la temática del perdón. Pero eso vino después. Antes, cada uno de los participantes expresó su extrañeza con la tecnología, que es el comienzo de la filosofía, mirar lo que hay como si lo viéramos por primera vez.

La tecnología de Internet, a veces, me supera; la posibilidad de comunicarnos tan fácilmente con los teléfonos móviles me quita libertad; veo que se evalúan las tecnologías después de haber sido implantadas; he tenido que adaptar mi forma de enseñar a las nuevas tecnologías; mi relaciones personales han cambiado; me siento más controlada, pues mi información personal está on line; me causan estrés los medios de comunicación; han simplificado mi trabajo; mi movilidad ha cambiado; una bici me cambió la vida; Internet facilita mis gestiones; la información está disponible; tanta inmediatez me molesta, que tenga que responder tan rápido a una llamada; el móvil te acerca las personas que están lejos, pero te aleja de las personas que están cerca; los problemas de adicción cambian la vida de las familias; sé que sería otra persona sin la tecnología; me he visto obligada a tener una página web propia; la fotografía en línea te acerca lugares para pintarlos... fueron algunos de los testimonios de los participantes y, en todos puedes, querido lector o lectora, entrever un riesgo que tendríamos que evaluar juntos.

Muchas cosas están pasando a nuestro alrededor, y quizás haya mucho que perdonar. O no. Quizás existan acciones imperdonables. Sobre esto quiso reflexionar el grupo reunido allí, en la taberna El Oasis, y así nos sentíamos, como su nombre indica, en un oasis en que podíamos dialogar juntos. Veremos qué pasa con el perdón. O qué pasa con nosotros. Lo que estaba claro, antes de comenzar, era que el grupo quería alejarse de la visión judeocristiana del perdón ligado a la culpa, y de la compasión mal entendida. Si perdono a alguien, no le hago ningún favor. Quizás me lo haga a mí mismo. Pero antes de preguntarnos: ¿todo es perdonable?, quizás tendríamos que empezar por saber ¿qué es perdonar? De manera que, antes de hablar de las condiciones del perdón, habría que tener claro sus ingredientes. Y a eso se aprestaron rápidamente. Pero, ¿no son lo mismo, en el fondo, los ingredientes y las condiciones de una cosa? Veremos...

¿Olvidar es perdonar? Parece que no... algunos dicen que perdonan pero no olvidan, o viceversa. ¿De qué olvido hablamos? ¿Hablamos de olvidar o hablamos de otra cosa? Y comienzan los participantes a decir que perdonar es comprender. Una comprensión profunda de lo que ha sucedido, sus causas, su rigen, sus motivaciones, el conocimiento o el desconocimiento de la situación de que partían los actores implicados. Fuera la noción de culpa, tan dañina. Mejor: hacerse uno cargo, responsabilizarse, cuidar. Y cuando se comprende, se perdona, y uno se libera y el otro se libera. Queda borrado todo resentimiento y toda culpa. Pero esto no sucede inmediatamente, sino que necesita un proceso, que posee sus fases: después de la reacción condicionada, automática, del resentimiento o la culpa, si no huimos, si no atacamos, si no nos encerramos, viene la distancia. El tomar distancia: soy capaz de adoptar otra perspectiva, mirar desde otro sitio, más elevado, no atrapado por la circunstancia. Observar y nada más. Más tarde, puede venir el entender lo que ha pasado, por qué ha pasado, ponerme en el lugar del otro, ver la situación como él la ve (esto es posible, dicen nuestros participantes, si hay una buena disposición, desde el principio hasta el final del proceso). Luego, es posible que sea capaz de empezar a ver al otro como soy yo, que busca lo que busco yo, básicamente, vivir bien. Y, si me abro a saber del otro, si obtengo más información de la situación, puedo comenzar a aceptar o asumir lo ocurrido (que no es justificarlo en sus consecuencias o el daño) y quizás el camino del perdón pueda quedar más despejado.

Pero, ¿el perdón solamente viaja en una dirección? ¿Del que perdona al perdonado? ¿Es posible que constituya una necesidad por ambos lados? ¿Que el perdón sea bidireccional, pero que no siempre se encuentren ambas direcciones? Nos dicen los participantes: ambas partes viven mal. Nadie vive bien, si no se perdonan, cada uno su parte, el error del otro, cada uno a sí mismo. ¡Nadie vive bien! Esto lo hemos experimentado todos, alguna vez, de un modo más pasajero o de un modo más continuado. El resentimiento puede durar toda la vida... y se vive muy mal, pero que muy mal, quizás sin darse uno mucha cuenta del porqué. Esto es muy reconocible en las relaciones más cercanas: entre padres e hijos, entre los que eran buenos amigos... Por eso, estas situaciones necesitan un trabajo personal por ambos lados. Arriba se han sugerido algunos aspectos del camino. Finalmente, el grupo indagó si puede hablarse de perdón en el ámbito más general de la sociedad o las sociedades. Y sí, se puede hablar y puede que el proceso sea el mismo... Recordad con Ortega y Gasset que si no ayudo a salvar mi circunstancia (social o histórica), tampoco me salvo yo.

Y nos quedaba pendiente la segunda pregunta: ¿puede haber algo que sea imperdonable? Pero ya llevábamos mucho tiempo dialogando... y no queremos alargarnos. Así que el moderador del encuentro se limitó a realizar una rápida encuesta. El trabajo principal ya estaba hecho: sabíamos qué era perdonar, (en el fondo) un acto de amor, que nos unifica dentro y fuera de nosotros. El grupo había madurado. Así pues: ¿hay algo que sea realmente imperdonable? Y la inmensa mayoría respondió: que no. Cuanto más comprensión y autocomprensión, más capacidad de perdonar y de sentirme perdonado (que esto no es siempre fácil). Entonces, puede abrirse un nuevo amanecer. Salud.



domingo, 5 de noviembre de 2023

¿Por qué mentimos?

 


Sobre la mentira

Café Filosófico en Castro del Río 7.1

06 de octubre de 2023, Peña Flamenca Castreña, 18:00 horas

Sea por ejemplo, la pregunta siguiente: ¿me es lícito, cuando me hallo apurado, hacer una promesa con el propósito de no cumplirla? Para resolver de la manera más breve, y sin engaño alguno la pregunta... me bastará preguntarme a mí mismo: ¿me daría yo por satisfecho si mi máxima (salir de apuros por medio de una promesa mentirosa) debiese valer como ley universal para mí como para los demás? ¿Podría yo decirme a mí mismo: cada cual puede hacer una promesa falsa cuando se halla en un apuro del que no puede salir de otro modo? Y bien pronto me convenzo de que, si bien puedo querer la mentira, no puedo querer, empero, una ley universal de mentir, pues según esta ley, no habría propiamente ninguna promesa, porque sería vano fingir a otros mi voluntad respecto de mis futuras acciones, pues no creerían en mi fingimiento, o si, por precipitación lo hicieran, pagaríanme con la misma moneda; por lo tanto, mi máxima, tan pronto como se tornase ley universal, se destruiría a sí misma".

Immanuel Kant

¿Por qué mentimos?

A ver, estamos rodeados de tecnología. Y la aceptamos como algo que ya forma parte de nuestra vida. No nos podríamos imaginar sin tecnología. Esto es lo propio del hombre moderno, tipo occidental. Porque técnicas siempre ha habido, el ser humano es un ser con la capacidad técnica de transformar su entorno, no solamente adaptarse a él, pasivamente. Pero la tecnología es otra cosa: es técnica más ciencia. Y mucho mayor su alcance y sus consecuencias. Porque la tecnología no sólo transforma el entorno, que ya es bastante (miremos a nuestro alrededor), sino que nos transforma a nosotros mismos y nuestras vidas. Estamos tomando consciencia de ello desde mediados del siglo pasado. De ser la ecnología, como debería, un medio para los fines que nos propusiéramos (mejor entre todos), ha pasado a convertirse en un fin en sí mismo, y nosotros un medio para el desarrollo de las tecnologías. No están a nuestro servicio, sino que nosotros estamos a su servicio. Esto ya parece claro, a estas alturas.

Así notamos (y nuestros participantes lo anotaron, en este primer diálogo filosófico de la temporada en Castro del Río) que muchas veces somos nosotros los que tenemos que adaptarnos a una determinada tecnología: así, me siento más controlado, soy un número; me impide pensar; interfiere en mis relaciones; tuve que abandonar mis estudios porque no podía seguirlos, al ser on line; ha provocado éxodo social y laboral; ha cambiado mi modo de comunicarme; me he sentido más controlado en mi empresa; estuve enferma, intenté aclararme con internet y me confundía más que me aclaraba; la banca on line me aleja de mi dinero y excluye a muchas personas, porque ahora son más bien usuarios que personas; las nuevas tecnologías producen adicción. ¿Nos estaremos engañando a nosotros mismos con nuestra veneración actual por las tecnologías, pensando que nos dan, cuando en realidad nos quitan? Sin duda, necesitamos una reflexión social, y en serio. sobre la tecnología.

Después de este preámbulo, el encuentro abordó directamente la mentira. Cualquier mentira. ¿Por qué mentimos? Pero, lo primero, distinguir entre verdad y mentira. Cuando mentimos afirmamos o manifestamos algo contrario a lo que sabemos, creemos o pensamos, dice la RAE. Pero la verdad es otra cosa, está más allá de nosotros porque la verdad es a pesar de nosotros, y la buscamos denodadamente, la realidad. Pues bien, los participantes quisieron distinguir distintos tipos de mentira, con sus restricciones propias.

La (llamada) mentira piadosa. Una mentira, dicen, para no hacer sufrir al otro. Con muy buena intención, pero, ¿puede ser contraproducente a la larga? Por ejemplo, una persona enferma, con un pronóstico terminal, si quiere saberlo, ¿no debería saberlo? Una persona que ha sido adoptada por sus padres, ¿no debería conocer la verdad? ¿No hacemos un mal a los demás y a nosotros mismos evitando la verdad? Luego está el modo de comunicarla, que es muy importante: el momento adecuado, adecuado a la situación vital y emocional de la persona afectada. Para esto, sí hace falta la piedad, pero no para ocultar la verdad a sabiendas o mentir.

La mentira interesada. ¿Es lícito mentir para satisfacer un interés u obtener un beneficio? Sucede mucho. Y mueve mucho... en las empresas, en la política, en la mercadotecnia, con los bancos, con las aseguradoras, etc. ¿Por qué no lo iban a hacer los individuos en sus relaciones? ¿O fue al revés, primero los individuos y luego las corporaciones? En todo caso, si mentimos de esta manera, es necesario prever las consecuencias, evitar los daños y, sobre todo, reflexionar: ¿es necesario mentir para satisfacer un interés propio? Puede que, en el fondo y a la larga, sea más “productivo” ser sinceros y mostrarse como realmente somos... Imaginad un político o una empresa que esto lo pusiera por bandera y lo llevara a cabo en la práctica... “Vendería” más que nadie. Esto sí que sería un auténtica innovación en el mercado. Y vaya si lo buscamos.

La mentira por superviviencia. Se dan situaciones en la vida en las que mentir parece una opción válida, si está en juego algo valioso, como la vida o la libertad. Aunque jure que no mentirá, nadie se escandaliza si un acusado mienta. Pero aquí puede haber una necesidad insoslayable, quizás. Cuando sucede en una situación “a vida o muerte”, pero no cuando se convierte en norma o en una forma de vida. No si uno se engaña a sí mismo. O bien, si la situación no es, en realidad, tan desesperante o crucial.

En fin, que nuestros participantes estuvieron un largo rato analizando algunos de los casos de mentira y sus circunstancias. E iban quedando satisfechos. Pero, el moderador, que tiene algo de aguafiestas o moscardón socrático, pregunta: ¿la mentira es justificable en sí misma? Y expuso el caso que plantea Immanuel Kant: si alguien, cuya vida está en peligro de muerte, se esconde en nuestra casa y el perseguidor nos pregunta, ¿hemos de ocultar que está escondido en nuestra casa y mentir? Y todos los participantes, ellos y ellas, dijeron que sí... y que se fuera a tomar el viento el referido Kant. Pero mirad (éste se defendía), si esta norma de “mentir cuando convenga” la extendemos universalemente (es decir, que todo el mundo debería hacerlo cuando lo considere necesario) esa misma norma o máxima de acción, nadie creería a nadie y se destruiría la posibilidad misma de la convivencia. Pero nada, que no estaban de acuerdo... y con razón. En ocasiones la ética kantiana es excesivamente rigorista y se sitúa fuera del contexto vital particular. El contexto y las circunstancias en que está inscrito un acto moral es muy relevante para emitir un juicio o deliberar qué debemos hacer. Y cada caso es único e irreductible. ¿Puede un juez aplicar una ley a un caso de un manera ciega o general, desconociendo las circunstancias particulares de dicho caso? De hecho no lo hace... por eso las sentencias se acompañan atenuantes y agravantes.

¿Cómo salir de este embrollo? El grupo determina como clave para juzgar una mentira, su valor o idoneidad, el que no conlleve un autoengaño del propio agente de la acción. Si yo soy plenamente consciente de mí y de la situación, y existe una suficiente transparencia en mi interior para poder juzgar con objetividad lo exterior, y no miento como un hábito, sino que tomo la mejor decisión de que soy capaz, en cada caso, y decido conscientemente mentir o no mentir, entonces, mi acción sería adecuada. ¿Qué te parece esta conclusión? En los subrayados estarían las claves, lo que ha de ser trabajado personalmente. Tú decides, pero no te mientas a ti mismo. Que sepas lo que estás haciendo en cada momento y por qué. Y la pregunta fundamental, que nunca debo olvidar: ¿de verdad, es necesario que yo mienta en este caso? Kant sigue vivo y coleando. Vale.




sábado, 4 de noviembre de 2023

¿Por qué somos tan susceptibles?

 
Sobre nuestras susceptibilidades

Café Filosófico en Vélez-Málaga 14.1

03 de octubre de 2023, Sociedad “La Peña”, 18:00 horas


Admiro a las personas que son como yo quiero llegar a ser, pero a la vez, estoy rechazando a las personas que son lo opuesto de lo que quiero llegar a ser (…) Cuando yo siento una reacción de oposición activa, de rechazo contra algo o contra alguien o contra un defecto, esto está indicando que este defecto también está presente en mí y lo estoy reprimiendo.

Antonio Blay


¿Por qué somos tan susceptibles?

Comenzamos nuestro primer encuentro de la temporada en Vélez-Málaga, dentro de un proyecto renovado: Ágora de Filosofía practicada. En esta ocasión, se trató de nuestras susceptibilidades, que al parecer son muchas hoy en día. Nos hemos vuelto, nos parece, muy susceptibles; que no es lo mismo que ser sensibles. Y sucede tanto a los individuos como a la sociedad en general, por lo menos, la que nos rodea. La sociedad de la hipersensibilidad y de lo políticamente correcto (otra manera de acercarnos al mismo fenómeno que preocupó aquella tarde de martes a los asistentes). Como una participante expresó con vehemencia, nos sentimos muchas veces inseguros, por miedo nos callamos o nos autocensuramos, no vaya a ser que alguien se moleste, no vaya a ser que se diga algo inconveniente, no vaya a ser que yo atente, sin querer, contra algo o alguien... Y ahí está situada la cosa, de manera que ya no distinguimos entre lo hecho o lo dicho y la intención que lo anima, y esto, como sabemos por lo menos desde Kant, es necesario considerarlo para poder juzgar un determinado acto moral.

Pero dejemos que el relato de lo que aconteció aquella tarde, allí, en la Sociedad “La Peña”, se cuente con su propio orden. Lo primero que se hizo fue dar la bienvenida a las personas interesadas en estos encuentros filosóficos, que son ya muchas, las que se han ido sumando a lo largo de estos trece años de filosofía practicada. Y se recordó su naturaleza y las reglas básicas del encuentro. Y se planteó, como de costumbre, la cuestión de inicio, autorreflexiva. Puesto que es fundamental para vivir bien cómo nos relacionamos con nosotros mismos, hay que desarrollar la autoafirmación (no ya la autocrítica o la recriminación hacia nosotros mismos, que suele ser frecuente), pero no como un deseo o una huida de algo. Pregunta el moderador: ¿cuándo ha sido la última vez en que nos hemos sentido orgullosos, satisfechos de nosotros mismos?

Y los participantes, ellos y ellas, desgranaron para nosotros sus experiencias: en lugar de discutir, dejar que mis hijos reflexionen por sí mismos; he sido capaz de reiniciar una peña que existió en otra época; logré convencer a mi hermano para que saliera a la feria y se lo pasó muy bien; me siento muy bien conmigo misma al acabar mi trabajo cada día; he sido capaz de venir hoy aquí y hablar en público; me atreví a decir lo que pensaba y todo fue muy bien; he iniciado una colección diferente de libros; le di a mi hijo un dinero que necesitaba; hacer cada día al acostarme examen de conciencia; me robaron mi viejo móvil y me alegré; junto con otras personas mayores hemos leído un cuento a unos niños; me sentí ofendida, pero no me disgusté y hablé con esa persona; contemplar la arboleda debajo de mi casa; ayudé a un amigo que lo estaba pasando mal; he sabido cuándo debía callarme; fui capaz de grabar un vídeo de presentación de mi nueva web; he visto a mis amigos muy bien en mi casa; he podido repetir y comprender una práctica de un curso que había realizado; una señora se desmayó y logré sujetarla antes de que se diera contra el suelo... Y ahora es tu turno.

Y comenzamos con el diálogo propiamente dicho: ¿vivimos en una sociedad donde predominan las personas hipersensibles? Y las discrepancias iniciales a la pregunta mostraron poco a poco un malentendido de base: era necesario distinguir entre sensibilidad y susceptibilidad, entre la empatía y la reactividad. Por un lado, sentir como propio lo que sienten los demás y, por otro lado, la reacción automática o subconsciente en nosotros respecto a lo que hacen o dicen o piensan los demás. ¡Y de esto último estábamos hablando! La sensibilidad es necesario mostrarla para hacer de este mundo un lugar mejor, pero la susceptibilidad supone una carencia en la persona que la siente (o mejor, la padece) y necesita de un trabajo consigo misma, con o sin ayuda. Pero veamos todo a su tiempo, porque a esta conclusión se llegó después de un análisis del grupo, acerca de los factores que nos vuelven tan susceptibles. Vamos a seguirlos en sus pesquisas sociológicas y psicológicas, pues fueron cercando el fenómeno desde lo exterior y desde lo interior.

Muchas veces somos más o menos susceptibles dependiendo del estado interior de la persona, si se siente bien o mal consigo misma. Esto es el fondo de tantos malentendidos y disgustos que nos acontecen, por ejemplo, en la redes sociales de internet. No es lo que leo que se dice, sino, como diría Epicteto si viviera esta época, cómo me tomo yo lo que estoy leyendo que ha sido escrito por otro. Y esto está gobernado por mi estado interior que ya estaba previamente en mí. Por eso, es tan importante pararme a pensar mi respuesta, pensar con cautela lo que escribo, si lo pienso de verdad o es consecuencia de mi estado emocional (que siempre es pasajero), y no simplemente limitarme a reaccionar. Unos segundos de dilación en la respuesta es suficiente en bastantes ocasiones.

Muchas veces pretendemos enfatizar los derechos de las minorías y eso está bien, sobre todo cuando es necesario, porque preceden olvidos, discriminaciones o maltratos. Pero es importante ser conscientes de cómo llevarlo a cabo adecuadamente. Es importante considerar cómo se definen y se defienden los derechos y la singularidad de la minoría en cuestión, sin por ello poner en la penumbra a otras minorías o a las mayorías (si las hay). El desconocimiento mutuo suele ser muy nocivo, pues produce interpretaciones sesgadas que llevan a emitir juicios, o bien, a producir reacciones que no satisfacen en absoluto al otro; que conducen a no sentirse reconocidos por las manifestaciones del otro. El principio, aquí sería: quien sufre, sufre por algo, una causa o necesidad no cubierta, que los implicados deberían comunicarse y ser capaces de comprender mutuamente.

Muchas veces los medios de comunicación, de todo tipo, no buscan el bien y la verdad, o lo intentan más bien poco, y se vuelven tóxicos, sesgados, subjetivos, interesados... Y se sobre-dimensiona lo escandaloso, lo morboso, lo que puede vender más (que a la vez contribuye a (mal)educar a la sociedad en esta dirección), se busca lo que puede diferenciarle de otros medios, satisfacer a sus respectivas parroquias, que esperan oír lo que quieren oír y las personas no investigan por sí mismas, etc. Y se olvida el cuidado que un buen profesional del periodismo, por ejemplo, nunca debe dejar de lado: no confundir entre información e interpretación o juicio. Si nos fijamos, lo que predomina muchas veces no es la información o el análisis objetivo (en lo posible), sino más bien los juicios de valor y las opiniones, que se presentan como si fueran un saber. Esto molestaría mucho a Platón: el saber no se puede confundir con la opinión, el saber es una opinión fundada en buenas razones, y ésta es la clave, que suele olvidarse a menudo. Y esto también sucede en la política, por desgracia. Si alimentamos la polarización, no nos extrañemos del conflicto constante entre susceptibilidades.

Muchas veces la reacción susceptible se ha producido porque la situación ha tocado algo no desarrollado, o reprimido, de la persona, y reaccionamos, porque no sabemos responder de otra manera. Ésta puede ser la base psicológica de la susceptibilidad, y la susceptibilidad sería su efecto resultante. Precisamente, como señala el sabio Antonio Blay, eso que me altera, que me saca de mí, eso que produce dentro de mí una protesta, es una posibilidad de conocerme mejor. Los demás me ayudan a conocerme mejor, más todavía los que no están de acuerdo conmigo o son (o creo que son) diferentes; hasta mi mayor enemigo puede mostrarme una faceta de mí que yo desconocía. Algo a trabajar, algo a desarrollar. Y cuando esto lo practico (observar por qué en mi interior se está removiendo algo y qué se está removiendo) dejo de ser tan susceptible o reactivo y empiezo a relacionarme mejor conmigo mismo y con los demás.

En definitiva, seríamos menos susceptibles, si aprendemos a dejar de confundir sensibilidad y susceptibilidad, mi derecho a expresarme y la impulsividad inconsciente, lo que se debe a mí y a mis cosas y lo que realmente viene del otro, la información o los datos y los juicios o la interpretación, si aprendemos a no interpretar las situaciones humanas de un modo simplista o reductivo, sólo desde un punto de vista, el mío, parándonos a pensar, a reflexionar, en definitiva, mirarme yo antes de mirar a los demás y verme a mí en los demás, que son básicamente como yo y buscan básicamente lo mismo que yo, vivir y no solamente sobrevivir. Es posible que, de esta manera, fuéramos poco a poco menos susceptibles y más nosotros mismos y que pudiéramos vivir de un modo más auténtico nuestra realidad. Precisamente, éstas son capacidades que ayuda a desarrollar la práctica de la filosofía. Y eso hacemos juntos aquí. Salud.




miércoles, 1 de noviembre de 2023

¿Cómo educar en valores en un mundo tan diverso?

 Detalle del mural "La tierra te habla, escúchala" de Sake Ink

(Detalle del mural "La tierra te habla, escúchala" de Sake Ink)

Sobre la educación en valores

Diálogo Filosófico en Málaga 2.1

25 de septiembre de 2023, Ateneo de Málaga, 18:30 horas

La primera y más importante parte de la filosofía es la que trata de la práctica de los preceptos. Por ejemplo: “No mentir”. La segunda, es la referida a las demostraciones: “Por qué es preciso no mentir”. La tercera es la que afirma y articula las anteriores: ¿Por qué es esto una demostración, qué es una consecuencia, qué una contradicción, qué es verdadero y qué es falso? Esta tercera parte es necesaria para la segunda, y la segunda para la primera; pero la más necesaria de todas, y en la que han de reposar, es la primera. De ordinario, invertimos tal orden; nos detenemos enteramente en la tercera y todo nuestro afán gira en torno a ello y descuidamos por completo la primera. Así pues, mentimos, pero tenemos a mano cómo se demuestra que no hay que mentir.

Lucio Flavio Arriano, Enquiridion o manual de Epicteto


¿Cómo educar en valores en un mundo tan diverso?

Todos somos más o menos conscientes de la complejidad del mundo en que vivimos o, al menos, así nos lo parece. Es posible que al pasar de los años, en décadas venideras, puedan percibir nuestros problemas como complicaciones de nuestra mente de ahora. Ojalá sea así. La cosa es que lo vivimos de una manera agobiante, y muchas veces parece que nos falta el aire. Los medios de comunicación usuales se encargan de echar leña al fuego y nos atiborran con una carga de malas noticias que a cualquiera le cuesta mantenerse en pie. ¡Una buena noticia, por favor!, parece decirnos nuestro subconsciente... Y eso mismo fue lo que el moderador del encuentro planteó a los asistentes. Vamos a sacudirnos el polvo de tanta mala noticia. Si estamos atentos, todos los días hay buenas noticias, de hecho, estamos aquí y el mundo funciona, es muy posible que gracias a la acción callada de millones y millones de personas que sostienen el mundo más allá de lo que trasciende en los noticiarios. Pero eso no parece ser noticia... Vamos a impugnarlo. Y así lo hicieron nuestros participantes.

Por ejemplo, los equipos del Málaga y del Unicaja han ganado, por ejemplo, alguien oyó en el autobús que en el Ateneo se hacían estos diálogos filosóficos y aquí está con nosotros, por ejemplo, mirad lo que las mujeres están consiguiendo también en el deporte, por ejemplo, miremos que llega el otoño cargado de nuevas sensaciones, por ejemplo, sabed que los maravillosos arrecifes coralinos de Australia se han recuperado, por ejemplo, que existe un espacio en donde todavía cabe el diálogo, por ejemplo, muchas veces la buena noticia es que no haya noticias, por ejemplo, todavía hay un mínimo de educación en las personas, por ejemplo, todavía somos capaces de entendernos, por ejemplo, Málaga está de moda, esperemos que en el buen sentido, por ejemplo, haber podido recuperar la filosofía después de tantos años, por ejemplo, hay en nuestra ciudad muchas actividades culturales, por ejemplo, el sol continúa dando en la fachada, por ejemplo, estamos vivos, por ejemplo, ha llovido en el norte de donde vengo, por ejemplo, no saber nada, que es el comienzo de todo saber, por ejemplo, se ha creado una institución que acaba de acoger a quince personas, y si no percibimos ninguna buena noticia, hay que aprender a mirar de otra manera, hacia el lugar adecuado.

Pues bien, si el nuestro es un mundo tan diverso y complejo, como decíamos al comienzo de este relato, ¿cómo educar en valores hoy día? Un mundo convulso, difícil y desbocado, en donde todo parece que se confunde y que nada es, con una mínima consistencia. Un mundo líquido, dicen. La educación tiene hoy un gran reto, así pues. Porque no basta el conocimiento de los valores o las proclamas oficiales o pedagógicas. En demasiadas ocasiones, observamos la distancia que hay entre lo que decimos que hay que hacer y lo que hacemos de hecho. De manera que muchas veces es más eficaz el ejemplo o el modelo, que tomamos como referencia, que las normas o lo que debe ser, según se proclama desde las instituciones y las buenas intenciones. Con esto, los participantes anduvieron un largo rato planteando el problema que les preocupaba, la crudeza y la realidad del dilema que acucia a la educación en nuestros días, ya sea en el contexto familiar, escolar o en cualquier otro contexto: cómo mantenerse a distancia del adoctrinamiento y la libertad desorientada.

Sabemos la diferencia que existe entre la información y el conocimiento; disponer de mucha información pero carecer de criterio propio para discriminar entre toda ella... Así pues, nuestros participantes, ellos y ellas, más allá de la educación en unos valores determinados (que pueden caer en el vacío, ser demasiado abstractos o teóricos y no ajustarse demasiado bien a cada caso particular) abogaron por una educación que tome como su centro el desarrollo de la madurez personal. Sin esta base, cualquier valor puede encallar en cualquier puerto, convertido fácilmente en arrecife. De este modo, por ejemplo, contemplamos con estupor cómo descarrila el modo de hacer política en la actualidad. Si trabajando juntos se puede perseguir lo que sería mejor en un caso dado, pero priman los intereses de partido, conseguir el poder y mantenerse en él a toda costa; si hago lo que me hacen o hago lo que debo sólo si calculo que me van a pillar o soy muy crítico pero muy poco autocrítico, etc. En general, si el móvil de mis acciones son el miedo, la comodidad o el deseo, seguramente, me será muy dificultoso interpretar un determinado valor y aplicarlo correctamente a un caso particular. Sin embargo, la verdadera y necesaria madurez para ser capaz de llevar a cabo los valores (lo que consideramos valioso en cada momento y digno de ser perseguido y puesto en práctica) se va alcanzando si desarrollamos las cualidades básicas o esenciales que están en el fondo de la realización de los valores. De lo contrario, se nos antoja, y lo observamos a diario, muy complicado vivir y convivir de acuerdo a valores.

Pongamos algunos ejemplos: la libertad es un valor fundamental, pero una personalidad poco madura lo puede convertir en tiranía (“mi libertad vale más que la de los demás”); la igualdad puede derivar en igualación, olvidando o arrasando las diferencias; la lealtad, se puede convertir en partidismo o un seguimiento ciego de la acciones más injustas; la tolerancia, en tolerancia de lo intolerante o intolerable; el respeto, en sumisión o temor; la belleza, en huero esteticismo puede llevar a justificar cualquier acción inmoral; el amor se puede convertir en posesión, control o dominación de los demás; y así podríamos continuar... Entonces, lo reiteramos: ¿de qué nos sirven los valores sin son personas inmaduras las que los llevan a cabo? Este es el reto de la educación actual, si tomamos conciencia de dónde vienen nuestros problemas cotidianos con los valores. Si son lo más valioso, ¿cómo no se ven plasmados en la realidad, en la sociedad y en los individuos, y vivimos rodeados de tantas y tan cuestionables actitudes y comportamientos? Desde siempre, los sabios nos han dicho que cualquier cambio exterior es una consecuencia de nuestra transformación interior... Vamos a comenzar por ahí. Autoconocimiento y autorrealización. La buena educación podría comenzar por tratar de desarrollar esto (si los propios educadores ya han realizado este trabajo previo consigo mismos, claro). Y, ¿cómo lograr el desarrollo de nuestras cualidades esenciales? Practicando su expresión en nuestra vida y en las relaciones con los demás. Si hemos saboreado nuestra identidad, nuestra energía, nuestro amor, nuestra inteligencia profundos, interiores, no necesitaremos defendernos, mintiendo, atacando, huyendo... sino que nos mostraremos tal cual somos. La conciencia de nuestro propio valor favorecerá la realización auténtica de los valores... Esto es.