Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 31 de diciembre de 2023

¿Cómo acceder a lo sagrado?


Sobre lo sagrado

Café Filosófico en Vélez-Málaga 14.3

05 de diciembre de 2023, Sociedad “La Peña”, 18:00 horas


Uno no debe sentir una pueril repugnancia al examen de los animales más sencillos pues en todos los seres naturales hay algo de maravilloso. Así como Heráclito –según cuentan– invitó a a pasar a unos visitantes extranjeros, que se detuvieron al verlo calentarse junto a un horno, diciendo «aquí también hay dioses» así mismo debemos acercarnos sin reparos a la exploración de cada animal, pues en todos hay algo de natural y hermoso.

Aristóteles, De las partes de los animales


¿Cómo acceder a lo sagrado?

¿Es posible tratar de lo sagrado sin reducirlo a lo religioso? Y cabrían otros lugares comunes... ¿Es posible que la dimensión de lo sagrado sea accesible a todos, incluso a los que dicen que son (o se dicen a sí mismos que son) ateos? Según la RAE, lo sagrado es objeto de veneración y de respeto, y bien, todos los seres humanos poseen la capacidad para estimar lo sagrado, algo digno de veneración o respeto. Sin embargo, nuestro mundo contemporáneo parece haberse desacralizado, quizás fruto de esa reducción que apuntábamos al principio. Veamos lo que nuestros participantes pueden decirnos pensando juntos de veras sobre ello, yendo a la raíz, en este caso, de lo sagrado. Curiosamente, en la Plaza de las Carmelitas, a la que da nuestro lugar de reunión, la Sociedad La Peña de Vélez, se oía a lo lejos el bullicio de algunos rituales pre-navideños. Buena ocasión para hablar de lo sagrado de una manera, en lo posible, lo más auténticamente posible.

Esta vez, el preámbulo del café filosófico giró en torno a la distinción muy antigua, muy griega, muy humana, entre la diferencia o diversidad de los seres y la semejanza o unidad entre los seres. Es muy fácil fijarse en las diferencias de los seres de este mundo (biológicas, culturales, sociales individuales...), pero una mirada más atenta también puede ir descubriendo que muchos de los seres comparten semejanzas, algo común o, en algún grado, universal. Y, hablando en términos humanos, pregunta el moderador: ¿qué es eso que nos une a todos los seres humanos, en lo que nos asemejamos, que nos hace semejantes? Pero, se trata de conectar con aquello que hayas podido experimentar en primera persona, de un modo muy especial. Por ejemplo, Aristóteles nos transmitió que “todos los hombres buscan ser felices”, aunque, cada uno y cada una lo haga a su manera, de diversas maneras, a veces, incluso aparentemente contradictorias. Esta pregunta por lo común, o lo que nos une, es crucial en nuestro tiempo: necesitamos esta perspectiva de lo común nada menos que para dialogar, y para entendernos... y ya se sabe cuáles son las alternativas actuales a la ausencia de (o la incapacidad para) el diálogo, que a menudo sufrimos. Y he aquí eso común entre nosotros que solemos obviar, según ellos y ellas: el querer vivir bien, la necesidad de vincularse, la aspiración a ser mejor, la búsqueda de compañía o la amistad, interactuar, compartir, nuestra capacidad, más o menos dormida, para ponerse en el lugar del otro, el amor, la entrega, la capacidad para la comprensión de lo diferente, sin olvidar que el ser humano es, de por sí, flexible y siempre podemos llegar a ser de otra manera y, finalmente, compartimos la capacidad para lo sagrado, en la que el grupo quiso, a continuación, profundizar.

Lo sagrado. ¿Qué es lo sagrado? ¿Por qué algo es sagrado? ¿Cómo podemos conectar con lo sagrado? Y, enseguida, se propuso una hipótesis de trabajo: lo sagrado no es algo exterior o lejano a nosotros, sino que lo sagrado es una dimensión de lo humano. Para poder comprobarlo, el animador del encuentro propuso el recurso a alguna experiencia profunda con lo sagrado. Analizando estas experiencias podríamos indicar algunos componentes de la esencia de lo sagrado. Veremos. Y así se procedió. Desde las diferentes experiencias iban emergiendo, desde cada una, lo común a todas ellas: el cuidado, la unidad, la alegría, la belleza, la quietud, el amor... Lo sagrado, pues, tendría que ver con todo eso. (Y mirad que no difieren mucho de eso que buscábamos anteriormente como lo semejante o común entre nosotros; ¿será esto lo sagrado en nosotros?). Lo sagrado llama al cuidado, lo sagrado te conecta con algo uno, lo sagrado lleva a sentir la plenitud, la belleza, tu conexión con lo sagrado produce una quietud dentro y una armonía con lo exterior. Compruébalo a partir de tu propia experiencia, a ver
si lo sagrado no te sitúa en algo de todo eso... Porque, efectivamente, la experiencia con lo sagrado, que es también en su esencia sagrada, no se puede explicar, sino que tendría que experimentarse. Ahí estriba la dificultad y su grandeza. No puede explicarse, pero puede notarse, pues te transforma y produce una transformación a tu alrededor. Tú te lo notas y puede que se te note, sin aspavientos. Esto te dicen los participantes, para que seas más consciente, cuando lo experimentes.

Pero la cuestión que más intrigaba a los participantes era cómo poder acceder a lo sagrado. ¿Hará falta aislarse? En absoluto, nos dicen. El acceso a lo sagrado es interior y no hace falta viajar hasta el Tíbet o recluirse en un monasterio. Puede partir de un profundo anhelo de armonía o puede sobrevenir escuchado música con atención y de un modo inmersivo. Pero casi siempre surge de una demanda interior que solicita de uno mismo darle cauce. Escucharla. Su inundación produce en nosotros ese tipo de efectos o o respuestas que más arriba, ellos y ellas, desgranaron: cuidado, autocuidado, unión, vida, belleza, alegría, quietud, amor... Así se vive lo sagrado. En lo cotidiano; no hay que irse muy lejos, como se ha dicho. En dicha experiencia se anclan las diferentes formas exteriores de expresión de lo sagrado, ya sea en un contexto religioso o no religioso. Pues, todo lo existente o vivo en sí mismo es sagrado si, desde ahí, desde la conciencia de lo sagrado, miramos y nos miramos. ¡Salud para apreciarlo este nuevo año 2024! Nos hace mucha falta...

viernes, 29 de diciembre de 2023

¿Cómo somos capaces de banalizar la muerte?

 

Sobre la banalidad de la muerte

Diálogo Filosófico en Málaga 2.2

27 de noviembre de 2023, Ateneo de Málaga, 18:30 horas


Únicamente la pura y simple irreflexión —que en modo alguno podemos equiparar a la estupidez— fue lo que le predispuso a convertirse en el mayor criminal de su tiempo. Y si bien esto merece ser clasificado como «banalidad», e incluso puede parecer cómico, y ni siquiera con la mejor voluntad cabe atribuir a Eichmann diabólica profundidad, también es cierto que tampoco podemos decir que sea algo normal o común. No es en modo alguno común que un hombre, en el instante de enfrentarse con la muerte, y, además, en el patíbulo, tan solo sea capaz de pensar en las frases oídas en los entierros y funerales a los que en el curso de su vida asistió, y que estas «palabras aladas» pudieran velar totalmente la perspectiva de su propia muerte. En realidad, una de las lecciones que nos dio el proceso de Jerusalén fue que tal alejamiento de la realidad y tal irreflexión pueden causar más daño que todos los malos instintos inherentes, quizá, a la naturaleza humana.

Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén


¿Cómo somos capaces de banalizar la muerte?

Una vez más, estamos reunidos en el Ateneo de Málaga para dialogar juntos. A través de una investigación conjunta, ahondamos en el problema o cuestión que nos interesa, en un proceso que evoluciona y hay que estar atentos para poder seguir sus movimientos. Pero es necesario que nos escuchemos, que guardemos nuestro turno de palabra, que nuestras intervenciones sean breves, que hayamos pensado de antemano lo que vamos a decir y por qué y de qué manera puede contribuir a la indagación misma; por esto conviene sopesar cada uno para sus adentros lo que va a decir, no repetir lo ya dicho, actualizar nuestra intervención según el transcurso de la discusión y dejar que el moderador pueda entablar pequeños diálogos con la persona que acaba de hablar, para incidir, para aclarar, para mirar de otra manera y ser capaces de pensar lo impensado. En esta ocasión, sobre la muerte, si acaso nuestra sociedad tiende a banalizar la muerte.

Antes de abordar la cuestión, se le dedicó unos minutos a la toma de conciencia de la diferencia entre la esencia y la apariencia. Muy antigua, muy griega, muy humana. Los presocráticos sacaron a la luz este problema típico del vivir en este mundo. Y, en la otra punta de nuestra historia, los autores incluidos en la llamada escuela de la sospecha vislumbraron cómo bajo la apariencia de unos valores dominantes rige una actitud afirmadora o negadora de la vida (Nietzsche); cómo la infraestructura material de la sociedad determina nuestra conciencia moral, política o religiosa (Marx); cómo nos constituye en un alto grado nuestra parte de la mente inconsciente (Freud). Pues bien, vamos a mirarlo en nuestra vidas, según nuestra propia experiencia: ¿cuándo algo se me había mostrado de un modo que luego resultó ser de otro modo, en el fondo? Y los participantes fueron ofreciendo un amplio repertorio de apariencias, cosas que parecían ser y no eran, tras una segunda mirada más consciente y reflexiva: si aquel presumía de su saber, es que no era tan sabio; nuestro Estado no es del bienestar, sino de los intereses económicos dominantes; un profesor que sabía mucho de su materia pero nada del trato con las personas; una persona que pretende ayudar a otros, pero quiere ser reconocido; en esta sociedad muchas cosas están al servicio del espectáculo; al principio, pensaba que no podía con unos ejercicios y sí que podía realizarlos; no te fíes tanto de lo que alguien dice, mira su lenguaje no verbal; cuidémonos de los falsos librepensadores; y de las relaciones interesadas; de los que parecen afables y son unos tiranos con su familia; una vez hicimos un viaje en furgoneta, se averió y pudo verse de qué estaba hecho cada uno; cuidémonos también de la hipocresía en el ámbito del humanismo o la religión; conviene que miremos lo que se hace de hecho y no lo dicen que debe hacerse; también nos conviene mirar más allá de lo físico o material; y más allá de las modas, incluidas las modas que se visten de espiritualidad; y quizás, alguien puede hacer algo por un motivo muy distinto a lo que parecía, esperemos un poco y miremos después; las fotografías pueden ser muy bonitas, pero miremos lo que hay de verdad o realidad en ellas; y mirad que no tiene un porsche, sino que lo que tiene son deudas; en la construcción europea, ¿no hay mucho de apariencia, si se continúa abordando la migración de la misma manera que hasta ahora? Por último, fijaos que todos los pre-juicios son en sí mismos apariencias.

Seguimos. Conocerán ustedes la cuestión de la banalidad (del mal), propuesto y desarrollado por Hannah Arendt, a raíz de su análisis del caso Eichmann: exterminaba a personas judías pero, desde su propia visión, él sólo cumplía órdenes, cumplía con su trabajo y únicamente quería hacerlo lo mejor posible. Algo muy grave está ocurriendo en una conciencia cuando solamente es capaz de ver esa parte, y no todo el daño que está causando. ¿Pasará lo mismo con la muerte? De tan habitual y frecuente, ¿no nos estaremos volviendo insensibles? Son tantas las muertes que presenciamos en los noticiarios, tantas las guerras, tan implacable la lógica de la guerra, las escenas cinematográficas tan explícitas de violencia, y tantas veces justificada en los filmes, en los videojuegos... que lo acabamos desvinculado de los valores, se devalúa y decae su gravedad. O, al menos, esa sensación tenemos muchas veces. ¿A qué puede deberse? Nuestros participantes despliegan algunas hipótesis. En realidad, es la vida la que ha perdido valor, y por eso se produce la devaluación de la muerte. Aunque, se suscitan algunas dudas al respecto: quizás valoremos más la vida en estos tiempos; quizás siempre se ha banalizado la muerte, sólo que ahora tenemos más información de lo que sucede, simultáneamente, en todo el planeta. Y desde estas dudas se deslizó la segunda hipótesis: la sensación percibida de que la muerte se ha desvalorizado se debe a que disponemos de más información y tantos casos de muertes llegan a saturarnos. Finalmente, una tercera hipótesis implicaba el interés de ciertos poderes establecidos para que la gente se mate entre sí; es duro y es triste decirlo, pero la muerte es rentable; pero antes hay que volverla banal; y por eso hay tanto negocio en torno a la muerte.

En este momento, el moderador del encuentro quiso darle un giro al diálogo, quizás por ver el asunto desde otro ángulo: estamos hablando de la muerte de otros... pero, ¿qué hay de mi propia muerte? ¿Banalizamos nuestra propia muerte? De algún modo, ¿huyo de la muerte, hecho al que me veo abocado? Si olvido o quiero olvidar, u otros están interesados en que olvide mi propia muerte, ¿extrañaría la tendencia a banalizar la muerte? Hoy en día abundan las maneras de procurar evadirse del hecho de que voy a morirme, aunque, en verdad, yo sea básicamente un ser consciente de su propia muerte (Heidegger). No pienses, no la sientas, disfruta, diviértete, vive el momento... ¡y cuánto hay montado sobre esto! Cuando, precisamente, es la muerte lo que da un sentido humano a la vida. No le dio tiempo al grupo a desarrollar más esta línea de investigación, pero tú puedes pensarlo: ¿cuántas son las variadas maneras en que hoy tratamos de quitar el foco de nuestra propia muerte? A pesar de que podría decirse: dime cómo vives tu muerte y te diré cómo vives tu vida.

Será cierto, es posible, que la muerte en estos tiempos sea banalizada para convertirla en un negocio y poder hacer negocio con ella. Las guerras, las armas, la violencia, conseguir el poder a cualquier precio... A todo esto añadamos el negocio alrededor de la evasión o sustitución o inconsciencia de la muerte, convertida en una transacción comercial de este mundo. Una forma de infierno. Será cierto, es posible, tan cierto como que la muerte y la vida se devalúan juntas. Vale.

martes, 12 de diciembre de 2023

¿Qué es respetar?


Sobre el respeto

Café Filosófico en Torre del Mar 3.2

23 de noviembre de 2023, Taberna El Oasis, 18:00 horas

No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a decirlo.

Evelyn Beatrice Hall (inspirada en la actitud de Voltaire)

¿Qué es respetable?

Decimos que vivimos en sociedades democráticas. Y no hablamos de las que quieren sus tiranos que parezcan democracias. Hablamos de las democracias formales y consolidadas. Y el problema sería que se quedaran solamente en eso. Porque es muy posible que echemos en falta, más que una democracia exterior, una democracia interior. Hundiría sus raíces en cada uno de los ciudadanos, si en cada uno de ellos y de ellas acaece el respeto a la diferencia del otro. En el respeto a las diferencias se juega la calidad de las relaciones sociales y políticas. Pero, de nuevo, no se trata de respetar las diferencias en el otro, sino de respetar al otro con sus diferencias. Esto quiere decir que, primero, he de contemplar al otro como un ser valioso en sí mismo, tanto como yo, un igual a mí. Si esto se olvida se desmorona el edificio democrático. Los griegos lo sabían muy bien: la demokratia supone que todos los ciudadanos poseen suficientes capacidades para hablar y decidir en la ekklesía o asamblea. La desconfianza en las capacidades del otro (una falta de respeto fundamental) arruina cualquier democracia. Quien no piensa como yo también puede tener razón, así como mis adversarios políticos. Entre todos hemos de buscar lo mejor; desde nuestros puntos de partida diferentes, perseguir el bien común. De manera que, si nuestros asistentes al café filosófico de noviembre, en Torre del Mar, indagaron acerca del respeto, ya podéis calibrar mejor la importancia de este tema para todos nosotros.

Antes, dialogaron sobre los valores, no solamente el respeto. ¿Cuál sería el valor central en torno al que gira mi vida en este momento? Así, desfilaron: la coherencia, el respeto a mí mismo y a los demás, la serenidad, la naturalidad, la lealtad, el tiempo propio, la autenticidad, el autocuidado, la autosatisfacción, la justicia, la integridad, la profundidad de las vivencias, la consciencia, la memoria, el amor, la tolerancia... pero lo más buscado, el respeto. No extraña, pues, que fuera propuesto como tema para el diálogo filosófico que, propiamente, comenzaba a continuación. Durante las aclaraciones, que fueron necesarias en la exposición de los anteriores valores, se evidenciaron dos aspectos a tener en cuenta, cuando hablamos de valores: que han de ser aplicados en cada caso y situación , y esto supone evitar que se vuelvan rígidos y, además, no olvidar la aparición de posibles dilemas, situaciones en las que hay que decidirse y hay que aprender a decidirse.

¿En qué consiste respetar? ¿Todo es respetable? Los asistentes fueron por partes... Comenzaron las aportaciones personales sobre lo esencial del respeto, aquello que lo convierte en verdadero respeto, así como la necesidad de ir dejando de lado algunas confusiones habituales, que nos conducen a quedarnos en la mera superficie del respeto, algo que solamente se le parece. Respetar es aceptar aunque no se esté de acuerdo. Respetar es entender, porque si algo no se concibe desde dentro de sí mismo, no se respeta de veras. Respetar es apreciar, antes que nada, la dignidad del sujeto, su valor en sí mismo. Respetar es posible, si quien respeta se respeta a sí mismo. Miradlo, porque la RAE no recoge ni por asomo todos estos matices. Es una de las ventajas de poder dialogar juntos, filosóficamente. Y luego siguieron. Respetar es comprender, pero comprender no es justificar los actos llevados a cabo. Y aquí hubo que detenerse: era necesario distinguir entre la persona y sus actos. Lo que una persona hace o piensa o dice ha de ser respetado, pero no tiene por qué ser justificado o permitido, si es dañino o va contra la posibilidad de expresarse u obrar los demás. Recordad la cita que antecede a este relato, de inspiración volteriana: defenderé hasta el final la posibilidad de que podamos discrepar. La persona siempre puede ser comprendida, y debe ser respetada. Incluso sus ideas, pero no por ello las acciones a que den lugar. Esto es decisivo.

La anterior distinción entre la persona y sus actos ya enfilaba al grupo hacia una respuesta a la segunda pregunta que se habían planteado: ¿todo es respetable? Fue muy iluminador constatar cómo esta diferenciación es crucial para llevar a cabo satisfactoriamente algunas profesiones, que tienen por objeto alguna relación de ayuda a otras personas. ¿Cuál sería el sentido de la docencia o del trabajo social, si se olvidan de mirar a la persona que siempre está detrás de sus acciones, aunque sean reprobables? Mejor sería que abandonasen sus respectivas profesiones, ¿no es verdad? Y continuaron los participantes analizando situaciones que, de todo punto, no deberían ser respetadas: como se ha dicho, si una actitud implica no respetar la diferencia de los demás, por ejemplo, si directamente se rechaza lo diferente por ser diferente, o bien, no se le permite expresarse; no debería respetarse tampoco la manipulación consciente de la verdad, y de ese modo, manipular a los demás, o bien, satisfacer intereses de carácter interesado (puede que de esto haya mucho en la actualidad); tampoco, la manipulación del bien o lo mejor en un caso dado, por ejemplo, querer hacer pasar un bien individual por un bien general (lo que tampoco es raro en los usos actuales de la “mala política”).

En este punto, el diálogo dio un giro muy interesante, por lo fructífero de su resultado. Recordemos una idea que había quedado anteriormente expuesta, pero no desplegada: el respeto a los demás ha de comenzar por el respeto a uno mismo. Y, además, aplicando lo hallado sobre la esencia del respeto, decíamos que de poco vale un respeto que no se pone a prueba a sí mismo, con aquello que se está en desacuerdo. Pero claro, plantea en voz alta uno de los participantes: “Yo no voy a tener nunca un desacuerdo conmigo mismo; ¡soy yo mismo!”. Y esto suscitó una de las discusiones más bonitas del encuentro. ¿Estaba el grupo de acuerdo con tal afirmación? Pues no, casi todos dijeron que no. ¿A qué se referían? Lo puedes suponer: en nosotros también hay divisiones internas, provocadas por nuestras dudas, nuestros conflictos, nuestros miedos... En mi interior tengo diferencias, con las que me he de reconciliar, reconociéndolas primero. ¿Cómo? Aprendiendo a ser consciente de mí mismo, conociéndome a mí mismo. Para vivir en armonía fuera, necesitamos cultivarla dentro, poder ser un espejo limpio para poder mirar a los demás con auténtico respeto. Mirarnos y reconciliarnos, mínimamente, con nuestras sombras interiores. De lo contrario, todo respeto a los demás podría encubrir algo mío que me impide verlos, entenderlos, desde sí mismos. Me sería fácil respetar (y valorar y apreciar) a quien se parezca a mi imagen de mí, o bien, a la imagen de quien quiero ser o lo que quiero alcanzar, pero sería más complicado respetar a quienes son verdaderamente diferentes; posiblemente, los percibiría como obstáculos para mi propio desarrollo, en función de mis propios deseos y temores.

Una de las participantes propuso, casi al principio del diálogo, tener en cuenta la etimología de la palabra “respeto” o “respetar”. Y ahora podíamos todos comprender la importancia de acudir al origen de nuestro lenguaje, pues es muy posible que, históricamente, hayamos perdido el contacto y nos hayamos desviado, dando lugar a confusiones que luego nos impiden conocer y conocernos adecuadamente. Respetar, en latín, se dice respectare, que podemos traducir como “volver a mirar”. Y esto es maravilloso. Porque respetar implica volverse a mirar aquello que puede ser digno de respeto. Cuando lo hago, cuando vuelvo a mirar con más atención (o miramiento, diríamos) puedo ver a lo otro más fácilmente como es. Y cuando así lo veo, en sí mismo, por sí mismo, no es nada difícil llegar a respetarlo. No lo es. Esta segunda mirada o reflexión es lo que necesita el respeto para existir. Pero también puedo volver a mirarme a mí, lo que podemos llamar, entonces, autorreflexión, comprenderme, respetarme y quererme. Y ya no será difícil que también pueda amarte a ti, pues, lo valioso en mí, está también presente en ti. Vale.







viernes, 8 de diciembre de 2023

¿Qué es una educación para la paz?


Sobre la educación para la paz

Café Filosófico en Castro del Río 7.2

10 de noviembre de 2023, Peña Flamenca Castreña, 18:00 horas


Estaba un día Cura (el cuidado) atravesando un río y al ver gran cantidad de arcilla, cogió una buena porción y, distraídamente, comenzó a modelar una figura. Mientras pensaba para sí qué había hecho, se le acercó Júpiter. Cura le pidió que infundiese espíritu al trozo de arcilla modelado y Júpiter le concedió el deseo. 

Pero al querer Cura ponerle su nombre a la obra, Júpiter se lo prohibió, diciendo que debía ponerle su nombre, por haberle infundido la vida. Mientras Cura y Júpiter discutían sobre quién debía ponerle su nombre, se levantó la Tierra (Tellus) y dijo que sólo a ella le correspondía darle nombre al nuevo ser, puesto que le había dado el cuerpo. La discusión se prolongó largo tiempo, hasta que los litigantes escogieron por juez a Saturno, el dios del tiempo, que dictó la siguiente sentencia: 

Tú, Júpiter, por haberle dado el espíritu, lo recibirás a su muerte; tú, Tierra, por haberle ofrecido su cuerpo, recibirás el cuerpo. Pero por haber sido Cura quien primero dio forma a este ser, será quien lo acompañe mientras viva. Y, en cuanto al litigio sobre el nombre, que se llame “homo”, puesto que está hecho de “humus” (tierra).

Higinio


La perfectio del hombre –el llegar a ser eso que él puede ser en su ser libre para sus más propias posibilidades (en el proyecto)– es “obra” del “cuidado”.

Heidegger


¿Qué es una educación para la paz?

Vivimos en un mundo dramáticamente convulso. No deja de haber guerras, porque sigue habiendo constantes desigualdades, porque nos seguimos viendo como diferentes sin un fondo de igualdad, común, comunitario. La humanidad como hermandad. Seres humanos que básicamente buscan lo mismo... quieren vivir bien consigo mismos y con los demás. Pero no es posible sin una armonía o justicia mínima, como proponía Platón, en el diseño de su ciudad ideal. Y Platón, como nosotros, ponemos la máxima esperanza en la educación. La panacea de nuestro tiempo, de la que se espera la realización de un mundo mejor. Si algo no funciona en la sociedad... pues, que la educación se encargue de prevenir el problema. Otra tarea más para la escuela. Y si ésta falla, se dice entonces que el déficit educativo viene de las familias. Pero, ya vamos sospechando que lo que más educa (o des-educa) es la actitud dominante en un determinado mundo, el ambiente, la comunidad creada. No lo que se proclama o se escribe en el apartado de los buenos propósitos, sino lo que se hace de hecho. No se educa enseñando valores, sino mostrándolos con nuestros actos y constatando que se puede vivir mejor de otra manera. Si deseamos un mundo en paz, algo tendremos que hacer diferente. Y esto buscaron nuestros participantes, aquella tarde en el salón de la Peña flamenca castreña.

De nuevo, como decíamos en un reciente café filosófico, en otro lugar más al sur todavía, hará falta una buena dosis de creatividad. Algo escaso en estos tiempos, según parece. Y, la creatividad no hay que buscarla fuera... es una cualidad interna, humana, nuestra. Aunque, ciertamente, sí habrá que estar atentos, abiertos, a la escucha del ser (Heidegger), para poder recibir las novedades. ¿Cuáles? Las que necesitamos, aquí y ahora... Desde luego, no va a ser, lo que necesitamos, una educación para la competitividad, si queremos vivir en una mayor armonía, justicia o paz, que de eso ya tenemos bastante. Y analizaron ellos y ellas los inconvenientes de tal educación. Repetimos que no hablamos de lo que se dice o se pone en leyes y libros de texto, sino de los ejemplos o modelos que funcionan habitualmente. Una competitividad que uno de los participantes calificó, citando a Byung-Chul Han, de “violencia neuronal” en nuestros días, con consecuencias nocivas incluso para la salud individual.

De esta competitividad reinante está ausente la colaboración, el compartir, el valor de hacer algo por sí mismo y no de cara a un objetivo, un beneficio, un éxito, ser mejor que los demás, que son vistos como rivales, adversarios o enemigos. Por esto mismo andaron muy finos en el análisis, al distinguir (y no confundir, como se hace) competitividad y competencia. Cuando la competitividad es “sana”, entonces es competencia, combatividad pero no hostilidad, va a favor de sí y no en contra del otro, para sentirse mejor consigo mismo (esto es el espíritu del resentimiento, del que hablaba Nietzsche). La competencia, o competitividad sana, no busca anular ni ganar ni acumular. Esto es enfermedad de nuestro tiempo. Busca el desarrollo de las cualidades o capacidades que le son propias a cada uno. Y esto recuerda el valioso sentido de la “virtud” entre los griegos anteriores a Sócrates, que podríamos referir aquí como excelencia: la virtud es el desarrollo excelente de una cualidad propia de un ser. Y no hablamos, primeramente, en términos morales. Así, puede haber caballos o pianistas virtuosos, si han desarrollado de un modo excelente las cualidades que les son propias, la velocidad en la carrera o la habilidad en la interpretación con el piano, respectivamente. Entonces, no se trata de ser mejor que el otro, sino del valor mismo de lo que se hace. Con esto, simplemente, ¿no viviríamos en sociedades más pacíficas?

Una auténtica educación para la paz tendría que evitar caer en la comparación entre personas, doblegar al adversario, vencer, sobresalir más que otros, estar más arriba en la gradación convencional... Sería preferible valorar la casilla de salida de las acciones, las cualidades propias, cuidar del otro, cuidarnos. ¿Cómo viviríamos, si una cultura del cuidado se instaurara en nuestras sociedades? Porque hay talentos propios de cada ser que pueden descubrirse con la práctica, si se les deja emerger. Porque hay inteligencias múltiples (Howard Gardner). Porque no es buena siembra educativa imponer un modelo social (lo que debe ser, lo que debe hacerse) desde fuera. Todas las corrientes de sabiduría nos enseñan que la virtud, el desarrollo de una cualidad propia, viene de dentro afuera y no al revés. Esto sería imponer o adoctrinar. Entonces, el sujeto se siente invadido, menospreciado. Y el sujeto reacciona como puede, culpabilizándose, apartándose o sacando la mejor tajada posible de la situación. No ser víctima. Y no vivir angustiado. Sobrevivir del modo que sea. ¡Imaginad qué diferentes escuelas serían, las que pusieran el cuidado mutuo en su centro!

El análisis de la competividad rampante les llevó a los participantes hasta el lugar del cuidado. Podrían analizarse otros rasgos incompatibles con una cultura para la paz, pero no dio tiempo. Sin duda que tú, querido lector o querida lectora, podrías, junto a otros, continuar indagando: ¿qué nos impide hoy en día el despliegue claro hacia una cultura de la paz? Ellos y ellas encontraron en la competitividad mucho trabajo pendiente, y lo situaron en el advenimiento gradual de una cultura del cuidado o sorge, como lo nombrara Heidegger en Ser y tiempo. Cuidado del ser. La educación como pastoreo del ser. Estar a la escucha. Acompañando la aparición de mundos posibles. Ocupándonos de lo que hay. Que no se enquiste. Que no se endiose. Que no nos extravíe. Estando abiertos. Estando vivos. Salud.






domingo, 3 de diciembre de 2023

¿Cómo prevenir los conflictos?

Cristóbal Toral, Personaje de Hopper tomando el sol en un cuadro mío, 2005-2006 

Sobre los conflictos

Café Filosófico en Vélez-Málaga 14.2

07 de noviembre de 2023, Sociedad “La Peña”, 18:00 horas

[La ética] no puede partir de un punto de vista abstracto ajeno a la historia, o del punto cero de la historia. Más bien tiene que considerar que la historia humana –también la de la moral y la del derecho– ha comenzado desde siempre (...) concretada históricamente en las correspondientes formas de vida.

Karl-Otto Apel

Hablemos de creatividad. Nuestras respuestas o acciones son creativas cuando estamos conectados con lo que hay, con la situación particular, profundamente, por consiguiente, con el ser que la anima, que le hacer ser de ese modo, existir. Como diría Heidegger, cuando estamos en la actitud de escucha del ser. Y entonces emerge una idea, una salida, un objeto... nuevos, inéditos. Es decir que la creatividad tiene más que ver con nuestra apertura, receptividad o disponibilidad interior, que una inspiración de origen exterior, del tipo que sea. Aunque me viniese, si no soy capaz de recibirlo, de qué nos valdría. Nuestra receptividad es lo que depende de nosotros. Y no digamos cuando hay conflictos, que fue lo que se plantearon los participantes aquella tarde, en el salón principal de la Sociedad Recreativa y Cultural La Peña, un grupo menos numeroso que otras veces. Si los conflictos se perpetúan a menudo, y tanto nos hacen sufrir, herida sobre herida, es muy posible que sea esta actitud creativa la que nos falte; segada por una serie de creencias erróneas, que los participantes fueron analizando para nosotros.

Antes, repasaron algunas de las facetas de su vida, en las que ellos y ellas se sentían habitualmente más creativos. Esos contextos o momentos en que somos menos mecánicos, menos rutinarios, menos previsibles. Por ejemplo, caminando en soledad, o dejando suelta la mano, que dibuje líneas o manchas en un papel, o escuchando música, que me vengan continuamente posibles coreografías, o buscando un sitio tranquilo que me ayuda a pensar de otro modo, o bien, leyendo libros de historia, como descubro otros modos de ver el presente. Tú puedes considerarlo también: ¿cuándo sueles ser más creativo, más creativa, porque estás más receptivo, más receptiva?

A nuestros participantes les interesaba (o les inquietaba) qué son los conflictos, si pueden prevenirse y cómo prevenirlos. Y, a ello se aprestaron con bastante vehemencia. Hallar una definición era importante, pues podía suponer un punto de partida crucial para el desarrollo del diálogo. Según lo veían, en todos los conflictos aparece un bien (un objeto material, una idea o un valor) en disputa; y la disputa se desarrolla porque, acerca de ese bien, llegan a diferenciarse perspectivas, imágenes o sentimientos que, según lo viven sus protagonistas, resultan incompatibles. Es decir, que son realmente las interpretaciones básicas de cada una de las partes las que entran en conflicto, y no tanto los objetos mismos en disputa. Esto ya es importante, para darse cuenta de ello. El siguiente esquema les resultó extremadamente útil y poder encauzar satisfactoriamente la discusión: las creencias provocan emociones que conducen a determinadas acciones incompatibles, tal y como se percibe cuando el conflicto está ya avanzado. ¿Y qué sucede cuando las creencias de partida son (o pudieran ser) erróneas? Pues nada, o mucho... el conflicto irreversible está servido. Esta idea se la debemos a lo que nos han enseñado Sócrates-Platón. De ahí su actualidad, siempre.

Pero este relator no sería fiel a lo acontecido allí, aquella tarde, si no dijera que hubo un conflicto actual (y muy preocupante) que estuvo muy presente en todo momento: el (viejo, que no deja de ser por eso menos grave) conflicto palestino-israelí, recrudecido (¡y de qué manera!) estos días de una manera tan dramática. Pero, en lugar de ponernos directamente a hablar de ello, atrapados por las emociones desbordadas que podíamos sentir, adoptamos la perspectiva filosófica: la filosofía trata de principios que funcionan debajo de las experiencias y que se ven reflejados, por eso, en variados casos o situaciones. Pues bien, la distinta interpretación de sus protagonistas, quizás la más básica (piensan nuestros participantes), pudiera ser ésta: el mismo territorio es visto como “nuestra tierra y de nuestros antepasados”, o bien, como “la tierra prometida”. Por tanto, un conflicto, en términos de Karl-Otto Apel, entre la comunidad real o fáctica y la comunidad ideal. Pero, ¿no debería toda comunidad ideal, para realizarse, tener en cuenta y valorar y respetar la comunidad fáctica o existente? ¿Podría ser este error el que está en la base de este conflicto, desde sus inicios, tras la segunda guerra mundial? Nuestros participantes continuaron indagando... otras posibles creencias erróneas.

En general, los conflictos de cualquier clase pueden deberse a la falta de respeto por la visión del problema que se ha situado en el otro. Cualquier forma de anacronismo también puede ser peligrosa: nos referimos al hecho de olvidar el presente, y querer justificar el futuro (que todavía no es), a través del pasado (que ya no es). Además, los intereses inmediatos pueden cegarnos y llevarnos a malinterpretar lo que sucede, y entrar en la pelea de dos maneras: los intereses previos de las partes pueden conducir a errores de percepción, a partir de sesgos interesados, que lleve a tergiversar la evaluación del presente (y obstaculizar la búsqueda de lo mejor en cada caso); y además, incluso, puede haber ocasiones en que pueden convivir intereses que quieran usar los conflictos para su beneficio propio. Por último, según el análisis de nuestros participantes (lo que fue posible ese día), individualmente, también pueden darse creencias erróneas: por ejemplo, las que están detrás de las personas que muestran un perfil dominador; por ejemplo, necesitan dominar a otros para sentirse fuertes ellos mismos; sin duda, una falta de desarrollo interior.

Y no hay que olvidar estos dos principios erróneos, que suelen olvidarse en este tipo de situaciones humanas de conflicto dañino e irresoluble (en sí mismo, el conflicto puede ser muy productivo, si se encauza adecuadamente): 1) el denominado imperativo técnico, es decir, que si algo puedo hacerlo, tengo que hacerlo, perdiéndose de nuevo la conciencia de si es lo mejor en este caso y situación; 2) y el principio que podíamos denominar acción-reacción ciego, lo que lleva habitualmente a una escalada, cada vez mayor y peligrosa, del conflicto, una espiral de violencia, tan frecuente, a la que nos conduce la “lógica” de la guerra. Así pues, ¿qué es lo que precisamos en un conflicto para que no se convierta en irreversible, peligroso o dañino? Parar y tomar conciencia, tomar distancia de lo inmediato, mirar juntos dónde estamos y qué es lo que queremos, que sea lo mejor para todas las partes. No dejarse arrastrar. No ser pasivos, sí, porque ser pasivos es dejarse arrastrar por el conflicto mismo, continuar como hasta ahora. Por lo tanto, mejor ser activos, parar y ser conscientes. Lo otro viene sólo, pero esto necesita de nosotros. Estar abiertos. Estar atentos, disponibles, a la escucha de lo que hay. ¡Cuántas veces hacemos en estos casos de conflicto lo que siempre se hace! Por eso, ¡seamos creativos! ¿No falta de esto, en tantos conflictos que se han enquistado? Mirar de otro modo para ver... la nueva posibilidad.