Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 8 de marzo de 2015

Sobre las rutinas

Café Filosófico en Vélez-Málaga 6.6

20 de febrero de 2014, Cafetería Bentomiz, 17:30 horas.



“Acercaos, pues, un momento, hijos de Júpiter, y os mostraré que nadie puede poseer la egregia sabiduría y la felicidad, si no guía la Locura. En primer lugar, hay que confesar que todas las pasiones humanas pertenecen a la Locura. Lo que distingue el loco del sabio es que aquél está guiado por las pasiones, y éste por la razón. De ahí que los estoicos alejen del sabio todas las perturbaciones, consideradas como enfermedades, aunque en realidad las pasiones no sólo son los pilotos encargados de llevar al puerto de la sabiduría, sino que también suelen ser en cualquier función de virtud algo así como espuela y el acicate que induce a obrar bien. Sin duda Séneca, doblemente estoico, protestará contra esto, pues prohíbe al sabio toda clase de pasión. Pero al que hiciera esto no le quedaría nada de ser humano, sino que se convertiría en un Demiurgo, un nuevo Dios que nunca existió, o, para decirlo más claro, en una estatua de mármol con figura de hombre, privada de inteligencia y de todo sentimiento humano”  (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura).


¿Por qué seguimos rutinas en nuestra vida?

Sí, el último Café filosófico versó de las rutinas. No la rutina en singular, como tedio y aburrimiento, que también, sino del aspecto positivo de vivir de acuerdo a determinadas rutinas propias de cada uno. Pero no podéis ni imaginar cómo llegó el grupo a elegir la discusión sobre las rutinas. Pues, inicióse el encuentro hablando de todo lo contrario: la locura. Seguidnos durante este relato y lo comprobaréis.

“¿Cuál sería la última “idea loca” que has tenido o has realizado?” Planteó el moderador a los asistentes. “¿Y por qué no…? ¿Y sí…?”. Quería el moderador incitar a que cada uno despertase en sí mismo la locura que también somos, muchas veces mitigada y reprimida por la diosa razón —toda una tradición nos ha llevado a relegar la pasión y el instinto, las emociones y la intuición como algo prehumano cuando, quizás, no haya nada más humano. Por un rato, dar rienda suelta a lo inaudito y desorbitado, a lo deseado e insensato. Darle luz también, por si no es sólo —como dicen—
nuestra sombra, ese oscuro desorden interior. Erasmo de Rotterdam nos lo recuerda constantemente: es una locura de la razón creer que mucho de lo que somos y lo que hacemos no se debe a la locura. Bendita locura, que nos saca de la rutina, a este “homo insanis” que también somos.

Pues bien, una que se ha metido en política, otra que persigue la locura de recuperar alguna vez la monotonía —¡sí, tu cara de extrañeza está justificada!—, otro que se da permiso a sí mismo para dejar que las cosas sucedan por sí mismas, otra participante que manifiesta su propósito —dice ella, que loco— de permitirse fluir con las cosas, otra que confiesa su locura de seguir un Curso de griego homérico en inglés, y después de ella, como queriendo decir algo más loco todavía —siendo en realidad muy cuerdo—, otra participante manifiesta su propósito de realizar algunas actividades más físicas, como el patinaje o la danza, ¡que ya está bien de tanto cultivar al mente!; y teníamos aquella tarde a un joven participante que hace poco había montado dos empresas, ¡hala, en plena crisis económica!, otro que decía que su mayor locura, últimamente, había sido venir a este café filosófico (¡en dónde pensará que se ha metido!); de este otro participante, su mayor y más reciente locura ha sido pretender quedarse a cuidar a su hermano en el pueblo, porque luego moderó su decisión para convertirla en algo más sensato (¡qué se pensaran estos participantes que es la locura! —protesta la Locura) y, mientras, otros participantes ni cataban la locura hacía tiempo; por lo menos —afirmaba un joven participante—, “no pensar tanto”, y otro más mayor, que su máxima locura había sido creer que “hablando se entiende la gente”. Así es la locura humana —queridos amigos— inesperada, y hasta cuerda.

Y después de esta locura concatenada, nada mejor que contraponer la rutina. Las rutinas, por más señas. ¿Por qué seguimos rutinas en nuestra vida? ¿Cómo sería nuestra vida sin rutinas? Por la primera de estas dos preguntas comenzó a desgranarse la discusión… No sin antes definir con una mínima precisión qué entendemos por “rutina”: “costumbre o hábito”, “repetición”, “normalidad”, “automatismo”, “predicibilidad”, “seguridad”, “comodidad”, “confort”. Con estas connotaciones puedes construir tú mismo, como ellos hicieron, una muy buena definición. Y si no te crees que es tan buena definición, ¡ahora vas y buscas una mejor en un diccionario, si puedes!

Como ellos dijeron, disponer de rutinas te ahorra esfuerzos, por eso es una “tendencia inercial del ser humano” —dijo el participante más veterano. “Una plataforma de lanzamiento”, así no tenemos que estar innovando continuamente —dijo otra participante.

—¡Pero esta sensación es errónea! —protesta esta misma participante. La rutina nos da una falsa idea de seguridad. Es una ilusión. Todo, no para de cambiar. Así que mejor “dejar que la vida te lleve”.
—¿Cómo dices? —vehementemente, replica el participante que hablaba de rutina como inercia humana. ¿Qué la colectividad, la masa, te lleve?
—No, la vida.
—Mejor decir, ¡el azar!
—No, la sabiduría de la vida.

Una tormenta se desencadena en estos instantes y se procede a aclarar, entre todos, en qué sentido podría ser una ilusión la seguridad que aparentemente te oferta la rutina.

—¿Y si fuera una “rutina consciente”, elegida voluntariamente?
—¡Así, sí!
—Sí, así sí.
—¡Pero eso no es posible! Nunca es tan voluntaria la rutina, nunca somos tan conscientes de ella.
—Veamos —propone una de las participantes: “Veamos nuestro planeta y los seres humanos desde lejos”.

Y el experimento se mostraba dúctil al problema suscitado. Por un lado, nuestras rutinas pueden cubrir y facilitar la satisfacción de necesidades básicas, dispensar de tener que pensar cómo realizar actividades rutinarias; y de ese modo, poder dedicar nuestra atención a otros asuntos más interesantes para nosotros en un momento dado. Es útil la rutina. Por otro lado, las rutinas sociales nos liberan de otros inconvenientes. No hay que estar siempre decidiendo, acordando, pactando, discutiendo… Es trabajoso. De manera que, desde una perspectiva cósmica, el beneficio para el ser humano de seguir rutinas parecía obvio. Y ahora vino un momento filosófico precioso, tratando —como se procedió a continuación— de pensar algún aspecto negativo de la vida rutinaria. Y lo personalizó: “No tengo la valentía de actuar de otro modo, me convierto en esclavo de mis propias elecciones, y por no complicarme la vida, sigo rutinas cómodas”.

—Entonces, ¿qué te aporta la rutina?
—Orden, comodidad, seguridad.
—¿Y por qué amas tanto eso?
—Porque soy caótico…
—Tú habías propuesto la temática de la rutina, ¿no?
—Sí.
—Para esto estamos aquí, para conocernos a nosotros mismos. Gracias.

Señalan los participantes que un peligro de las rutinas consiste en que pueden coartarnos, aunque haya cierto nivel de elección de la rutina. De ahí que el grupo acuerde una doble distinción harto interesante: entre rutina virtuosa y rutina “viciosa”, en función del grado de elección personal, por un lado, y entre rutina, que puede ser útil en ocasiones, y vida personal rutinaria. Y esto es lo que sería más pernicioso, esto es lo que habría que evitarse a toda costa. Este resultado lleva a una de las participantes —que lo vive muy cercano— a plantear una situación muy esclarecedora para todos los asistentes al diálogo: un bebé que está llorando y la rutina de unos padres que les lleva a coartar la vida que se está expresando de un modo tan expresivo, pretendiendo que el bebé se calle a toda costa para seguir con la normalidad de sus rutinas diarias.

A partir de la discusión de este ejemplo, los participantes llegan a una conclusión provisional que mucho puede interesarte. Tú tendrás tus propias rutinas. Vigila, entonces, que no te lleven a romper del todo la conexión con tu vida, con tu propio cuerpo. Te facilitan la vida, pero el precio es la desconexión con lo que eres. Ten cuidado. Pueden ser ideas, creencias, emociones o pautas de conducta, todas ellas automatizadas, inconscientes, condicionadas. Te liberan y te lastran. Te mantienen detrás de tu vida (por su querencia al pasado) o por delante (por estar vertidas hacia el futuro), pero te alejan del presente eterno que somos, cuando estamos en la vida aquí y ahora, que es lo único real. Ten cuidado. Ellos te lo recomiendan: realiza un escaneo periódico para observar el estado de tus rutinas, y que no te traicionen. Mira a ver hasta qué punto son elegidas conscientemente por ti.


El grupo muestra abundantes ganas de continuar, pero ya es tarde en la tarde. Antes de marcharnos, el moderador se acuerda de la otra gran cuestión que nos preocupaba al comienzo de la discusión: ¿Cómo sería nuestra vida sin rutinas? ¡Y ya había sido respondida! Había sido todo el rato el referente opuesto, el contrapunto permanente. El contrapunto de la locura no se había apartado desde el principio, pues se habló de la rutina y de la no rutina, y cuando la negación y la locura estaban presentes lograban sacar lo mejor de nosotros: no renunciar a la conexión con la vida que somos. Que la racional y ordenada rutina se aplique bien el parche. Salud.