Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

martes, 28 de abril de 2015

Sobre las relaciones interpersonales (2)

Café Filosófico en Vélez-Málaga 6.8

17 de abril de 2015, Cafetería Bentomiz, 17:30 horas.


Si no nos queremos a nosotros mismos, si no hemos descubierto que nos pueden querer, nos costará querer. Nuestro amor se verá siempre desvirtuado por la herida de nuestro corazón y amaremos de un modo posesivo o indiferente, angustiado o superficial, incluso perverso, si la herida es profunda e inconsciente.

Frédéric Lenoir, El alma del mundo.


La relación es realmente un proceso de descubrimiento de uno mismo, es decir, un proceso de conocimiento propio; en esa revelación hay muchas cosas desagradables, actividades y pensamientos inquietantes y molestos. Como no me gusta lo que descubro, huyo de una relación que no es agradable hacia otra que lo sea. La relación, por lo tanto, tiene muy poco sentido cuando sólo buscamos satisfacción mutua; pero se vuelve importante en extremo cuando es un medio de descubrimiento, de conocimiento de uno mismo.

Krishnamurti, La libertad primera y última.



¿Por qué se dan tantos conflictos en las relaciones personales?

No sé si estás de acuerdo en que el otro es siempre un misterio. Y hasta es bueno que así lo sea. El otro ser humano que tengo enfrente, o al lado de mí, es como yo en lo fundamental, pero, ¿no es cierto que si quiero saber de él tengo que dejarle ser lo que es?, y en todo caso, si quiero saber algo de él, ¿no tengo siempre, como mínimo, que preguntarle y luego saber escucharlo? Las relaciones personales son muchas veces problemáticas, las relaciones personales nos preocupan. Y seguimos relacionándonos, y continuamos buscándolas. Diríase que son un drama, mayor o menor, según los casos y las situaciones. O al menos, así lo vivimos muchas veces, como un drama que repetimos o nos apegamos para sentirnos aparentemente, al menos, más cómodos. “Todo sigue igual, yo también”. Son difíciles las relaciones, pero son tan importantes… No en vano, el hombre es un animal social por naturaleza (Aristóteles). Acompáñanos en este viaje por las tortuosas relaciones de los humanos, hasta llegar a algún claro del bosque donde poder residir juntos un rato. Cuando la noche se hace de día. “Cuando al ver a un desconocido reconocemos en él a un hermano, entonces amanece el día y la noche se acaba”, según reza un viejo cuento que recoge Frédéric Lenoir en su libro El alma del mundo, tan leído en Francia.
Comencemos por nosotros mismos: ¿Quién soy yo? “Yo soy alguien, una persona que…”. Y para conocerse un poco más entre sí los participantes, fueron esparciendo semillas que señalaban cómo se sentían en el momento en que comenzaba este café filosófico, cuyo relato comienza ahora de verdad.

—Yo soy alguien que ha tenido que esperar a ser mayor para conocerse.
—Yo soy el que lleva más de medio siglo buscando la felicidad.
—¿Tengo que ser alguien? ¿No puedo ser algo? —Por supuesto, tú eres, tú dinos. Nosotros no somos nadie.
—Yo soy una semilla…
—Yo soy uno que le gusta crear, crear cosas.
—Yo simplemente soy. Yo soy. —Efectivamente, para ser algo o alguien, primero hay que SER…
—Investigo, busco y al final espero encontrarme a mí misma.
—Yo soy cada cosa que he vivido. —¿Y las que estás viviendo?
—Adoro curiosear.
—Yo soy mis errores, multiplicado por mis defectos, dividido por mis virtudes. —Comprendido, te lo guardas para ti, el resultado de tu operación.
—Yo soy el que busca la verdad, el que investiga para ello.
—Yo he sido por exigencia de los demás, me he rebelado, y ahora estoy empeñada en comprobar si yo soy así como esperaban que fuera. Ahora busco ser yo misma.

Aquellas personas que llegaron tarde se perdieron esto, y los demás a ellas, lo que podían
haber dicho. Había ganas de abordar la Inocencia y el Origen del enamoramiento y el Cambio político. Pero no tantas como las que confluyeron alrededor de las buenas Relaciones interpersonales. Yo soy, pero nosotros somos. ¿Qué somos nosotros? ¿Cómo somos que hay tantos conflictos entre nosotros? ¿Por qué tantas veces no funcionan bien las relaciones entre las personas? Y seguimos y seguimos… ¿Por qué? Dos grupos de hipótesis se abrieron camino entre los asistentes. 1) Nos ponemos un disfraz, llevados de nuestro propio miedo, lo que nos hace estar a la defensiva, quizás resultado de las malas experiencias del pasado; 2) Somos diferentes, con diferentes objetivos, intereses, diferentes expectativas y sucumbe el entendimiento ante tanta diferencia.

—Claro, es lo que sucede cuando nos ponen por las nubes una película, que vamos a verla y nos defrauda.
—¿Y en dónde está el problema: en la película o en la expectativa?
—¿Pero hay muchos tipos de relaciones? —Protesta una participante.
—¿Aún así, lo que estamos diciendo vale para todas ellas: los disfraces, las diferencias, las expectativas, la falta de comunicación…?
—Me temo que sí.

Y el grupo se encaminó hacia el mercado de los disfraces, la ocultación, sea hipócrita o no lo sea, la ocultación de uno mismo ante sí mismo; luego vendría lo demás, a su debido tiempo.

—Como decís, la ocultación tiene “patas cortas”, pero a veces  es comprensible. No quieres estropear una relación bonita que está al principio, para así que llegue pronto la decepción y el fracaso.
—¿No decepcionar? ¿Por qué sucede esto?
—Por miedo a que pueda fracasar la relación.
—La inseguridad también  afecta.
—O quizás la inseguridad esté en el origen del miedo. Por eso, también hay disfraces inconscientes.
—Yo quiero añadir que es algo que se va aliviando cuando vas madurando con la edad.
—Pero no es general.
—Ya.
—Pero escuchad: cuando caiga la máscara que nos hemos puesto, vendrá el conflicto, más tarde o más temprano.
—Sí, estaríamos poniendo una traba al futuro, una grave hipoteca a la relación futura.
—Entonces, eso no sería más que una traición a la relación y una traición a ti mismo.
—Sí, hacemos daño y nos hacemos daño.
—Y diciendo lo que pienso y mostrándome como soy, ¿no haré también daño?
—No, háblalo. ¡La forma irrespetuosa en que lo digas es lo que hace daño!

Y como una apoteosis, o mejor una catarsis, el grupo rió un momento filosófico único ante el comentario de uno de los participantes, que pareciera dicho momento que venía por sí solo, que se le esperaba y que caía como agua de mayo: “¡Podemos relacionarnos bien a pesar de ser tan diferentes y de mostrar abiertamente que lo somos!”. ¡Había que estar allí! ¡Tenías que haber estado allí! Así es. No pasa nada. Aquí estamos. Y ahí estuvo una participante adulta, que contó su impresión cuando nació su hijo, que parecía un “monillo” y los demás tratando de animarla y ella, que no le hacía falta, insistiendo en la realidad, en la verdad: “Es feo el niño”. Era feo… Y nos contó que fue creciendo en edad y en belleza. ¡Y no pasó nada por decir en su momento lo que había!

—Os advierto que todos fingimos.
—Y quizás no pase nada, si son cosas superficiales, formalismos sociales, rutinarios…
—Efectivamente, es cuando la ocultación afecta a algo fundamental cuando hay que temerle.
—Sí, cuando hipoteca de verdad el futuro de la relación, cuando hace daño y nos hacemos daño —sugiere con afán sintético el moderador—. ¿Y qué es lo fundamental?
—Los valores.
—Las consecuencias.
—La honestidad —nos estábamos acercando...
—¡La confianza mutua! Cuando se ve afectada algo tan profundo como la confianza mutua, aunque sea con algo más o menos nimio.

Una de las participantes —precisamente, la que propuso esta problemática— confiesa su preocupación, lo que mostraba que el curso del diálogo filosófico no le satisfacía del todo. Se refirió a situaciones propias de un ambiente social tóxico, en el que todo se toma a mal, en el que la persona va cogiendo inseguridad, en donde se van creando círculos viciosos de daño mutuo, sin que los protagonistas sean conscientes de ello, de cómo unos a otros se están haciendo daño, incluido cuando alguno piensa que él posee el control y que no es la víctima sino el verdugo (recordad el análisis marxiano: el explotador también vive alienado). ¡Y ocurre porque los protagonistas no lo saben! ¡Desconocen que el infierno que están pasando no es necesario pasarlo! Que es algo creado entre nosotros mismos.

Tomar consciencia de lo que está pasando, sí, muy importante para separarse, sufrir menos y contribuir a cambiar las cosas. Si no se empieza por ahí, poco se puede hacer.
—Y esta es una tarea educativa —una joven de la reunión lo dijo—. Ayudar a los chicos y chicas a darse cuenta de situaciones que no han de soportarse.
—Ya se hace.
—Pero se hace poco.

Allí estábamos para enriquecernos, para aprender unos de otros y estábamos aprendiendo. Todos sufrimos con estas cosas y también tenemos mucho que aprender unos de otros. Actitudes más adecuadas, más constructivas.

—No olvidéis lo que hemos hablado antes: las formas importan mucho. Por ejemplo, en lugar de acusar al otro: “tú eres…”, empezar por ti: “yo me siento…”, y ya todo puede cambiar.
—Sí, en vez de hacerte el experto (“yo lo sé todo sobre ti”, “sé lo que vas a decir”, “siempre haces lo mismo”), recordar que todo cambia, que nada permanece, que cambiamos a cada instante, empezando por las células de nuestro cuerpo.
—Mostrar apertura. Todo dependerá de lo abierto que te muestres, de cómo recibas al otro, abierto en canal o con una coraza reforzada puesta encima.
—¡Pero eso es muy difícil de llevar a la práctica! —replica la persona que se quejaba antes de los ambientes tóxicos.
—Correcto, es difícil pero es importante. Nos jugamos mucho en ello: no anularse a uno mismo, no traicionarse…

Y así, con este bagaje previo, esta madurez adquirida por el grupo durante todo el tiempo que duró la discusión hasta este punto, el otro grupo de hipótesis que quedaba pendiente de abordar, se podía comprobar con facilidad mediante deducción. Pero esto es sólo posible cuando los principios están bien maduros, bien trillados. No fue necesario mucho tiempo para que fluyeran las conclusiones, que iban suscitando fácil apoyo por parte de los asistentes. Tú no estuviste —aunque espera este narrador que dichas conclusiones te aprovechen casi tanto como a ellos—. Estate muy atento, lector, pues te va tu vida, que es relacional, en ello. Ante tantas diferencias, tantas expectativas, tantos intereses que parecen separarnos, dos propuestas, dos salidas:

a) La aceptación de las diferencias, de lo que somos y de lo que queremos cada uno. Somos diferentes, ¿y qué? Partamos de ahí. Para ello, mantener una permanente actitud investigadora, descubridora. No dar nada por sentado, porque provenga de ti. El otro puede ser diferente. Y eso es bueno, también para ti. ¿Sabes por qué?
b) Un diálogo, pero no cualquiera, que no prejuzgue. Si no prejuzga al otro, comprende. Si comprende, entonces ve con claridad, y ya no contribuye a enturbiar la relación. Y para ver, atender. Atiende al otro. Y aunque el otro prejuzgue —te prejuzgue—, tú no prejuzgues, atiende. Los dos saldréis ganando, antes o después.

Esto es lo que vinieron a decir.

viernes, 17 de abril de 2015

El gobierno a favor del pueblo (I): ¿Qué es vivir en democracia?

El gobierno a favor del pueblo (I): ¿Qué es vivir en democracia?

La dēmokratía fue un experimento político efectuado en un momento y lugar determinados, que no se ha realizado nunca más de un modo completo y satisfactorio. La Atenas clásica, en el marco social de la pólis griegaDe ahí que el “gobierno a favor del pueblo” siga siendo hoy día una idea revolucionaria. Es cierto que la democracia ateniense de la antigüedad posee carencias y graves limitaciones, percibida en su conjunto desde nuestra propia comprensión actual. Pero vayamos a recoger sus frutos, no vayamos a anclarnos en el pasado. Tratemos de estar aquí y ahora.
 ¿Puede haber democracias, que siendo democráticas, sean injustas, corruptas o falsas? Nos afecta mucho la pregunta puesto que, orgullosos y a veces ingenuos, proclamamos que vivimos en democracia. Es necesario, a la altura de nuestro tiempo, afinar un poco más. Para comenzar, tomemos un punto de referencia constitutivo: el Discurso fúnebre de Pericles, tal como nos lo trasmite Tucídides en sus crónicas de la Guerra del Peloponeso (Libro segundo, 37).
 Disfrutamos de un régimen político que no imita las leyes de los vecinos; más que imitadores de otros, en efecto, nosotros mismos servimos de modelo para algunos. En cuanto al nombre, puesto que la administración se ejerce a favor de la mayoría, y no de unos pocos, a este régimen se lo ha llamado democracia (traducción de Antonio Arbea).
 La traducción del término dēmokratía —según las fuentes consultadas— oscila desde la consideración habitual de un “gobierno de muchos” a un “gobierno al servicio de muchos”. La diferencia es crucial, pues daría inicio a dos concepciones alternativas: la democracia que históricamente hemos ido contemplando, una democracia en la que el poder lo ejerce la soberanía popular a través de sus representantes; o bien una democracia en la que se gobierna al servicio de los intereses de la mayoría, lo mejor posible hacia el bien común, lo ejerza el pueblo más o menos directamente —mucho mejor cuanto más participativa y directa—. Y lo decisivo sería queeste segundo sentido podría valernos de instancia crítica respecto a los desarrollos históricos que se han dado, los diferentes intentos democráticos, actuales y pasados.
 ¡En cuántas ocasiones una traducción desviada ha podido marcar el futuro! Pedro Olalla en su Historia menor de Grecia, recreando el discurso de Pericles, también recoge este segundo sentido del gobierno democrático, en que se gobierna o administra “según los intereses de la mayoría y no los intereses de unos pocos”. Pues bien, de esta manera podemos entender muchas cosas, de antes y de ahora.
 Por eso, Aristóteles nos cifraba las formas genuinas de gobierno que persiguen el interés general (monarquía, aristocracia y “politeia” o democracia moderada), y las distinguía muy bien de otras formas de gobierno corruptas, que persiguen el interés propio, como la tiranía, la oligarquía o la democracia demagógica.
Y tanto insiste Platón, cuando nos ofrece un prototipo de buen gobernante dentro del diseño de su República ideal, basado en las virtudes de la sabiduría y de la justicia entendida como armonía, cuando insiste en la importancia de la buena educación de los mejores, un modelo político en el que el gobierno se ejerce por deber ciudadano y no por el deseo de poder; y que nunca se pierda de vista la finalidad última de todo buen gobierno: el bien común, el amor a la ciudad. O bien, cuando alzaba sus críticas feroces contra la demagogiaal estilo sofista, un “gobierno de los ignorantes”, pues no basta la mayoría para tomar buenas y acertadas decisiones, sino que el gobierno ha de estar basado en el saber y no en la manipulación de la verdad y la realidad por parte de políticos hábiles e interesados que nada tienen que aportar al bien de todos.
 “Lo cierto es que el Estado en el que menos anhelan gobernar quienes han de hacerlo es forzosamente el mejor y el más alejado de disensiones, y lo contrario cabe decir del que tenga gobernantes contrarios a esto” (Platón,República, libro VII).
 Pero, ya mucho antes, los griegos llevaban en sí mismos —en su visión de la naturaleza humana— el germen democrático. Ellos ya lo sabían. El ser humano forma parte del Cosmos y su naturaleza sólo puede desplegarse verdaderamente dentro de una comunidad democrática (donde no sólo sea permitido, sino exigido ser persona, como nos sigue recordando María Zambrano muchos siglos después). Porque el griego antiguo no se siente tanto individuo como ciudadano (sin su ciudad, sería un desarraigado, sería “nadie”, aunque esto le valiera a Ulises delante de Polifemo), pues la “palabra pensada” (lógos) le hace ser quien es, un ser limitado que ha de cuidarse mucho de no caer en la insolencia (hýbris) de creerse un dios y llegar a atentar contra el orden natural (phýsis).
 Prometeo, el titán de la humanidad, lo comprendió muy bien, pues lo sufrió en sus inmortales carnes. Y no fueron suficientes las habilidades técnicas —como el manejo del fuego— con que, de un modo filantrópico, equipó Prometeo a los seres humanos para que pudieran sobrevivir. Nos cuenta Platón en su diálogoProtágoras, que los hombres fundaban ciudades para salvarse de la fieras, pero cuando se reunían acababan atacándose unos a otros, se dispersaban y morían. Esto llevó a Zeus a temer por el futuro de los mortales, tanto que envió entonces a Hermes para que les trajera a los hombres “el sentido moral y la justicia”, sin olvidar la amistad. Pero, preocupado y confuso, preguntó a Zeus, entonces, el mensajero de los dioses:
 “¿Las reparto como están repartidos los conocimientos? Están repartidos así: uno solo que domine la medicina vale para muchos particulares, y lo mismo los otros profesionales. ¿También ahora la justicia y el sentido moral los infundiré así a los humanos, o los reparto a todos?”. “A todos, dijo Zeus, y que todos sean partícipes. Pues no habría ciudades, si sólo algunos de ellos participaran, como de los otros conocimientos. Además, impón una ley de mi parte: que al incapaz de participar del honor y la justicia lo eliminen como a una enfermedad de la ciudad”.
 ¡A todos! ¡Las cualidades políticas forman parte de todos por igual! Todos serían capaces de gobernarse a sí mismos, orientándose entre todos hacia lo mejor para todos. De manera que el alumbramiento de losprincipios democráticos —de este experimento socio-político jamás visto— solamente podía acaecer entre los griegosIsegoría: igualdad de palabra; Isonomía: igualdad ante la ley; Isomoiría: igualdad de oportunidades;Koinonía, una comunidad con vistas al bien común.

Más información | El gobierno del pueblo
Imagen| El discurso de Pericles

Publicado en Homonosapiens

viernes, 3 de abril de 2015

Sobre la vida comunitaria

Café Filosófico en Vélez-Málaga 6.7

20 de marzo de 2015, Cafetería Bentomiz, 17:30 horas.

“Lo único que puede producir un cambio radical y una liberación psicológica creadora es la atención diaria, el darse cuenta de instante en instante de nuestros móviles, tanto los conscientes como los inconscientes” (Krishnamurti, La libertad primera y última).
 
“Luego no discuten [ni los hombres ni los dioses] sobre si el que comete injusticia debe pagar su culpa, sino sobre quién es el que comete injusticia, qué hace y cuándo?” (Platón, Eutifrón).

¿Cómo es posible vivir en comunidad?

¿Podemos cambiar, si nosotros mismos no cambiamos? Por lo general, todos queremos vivir mejor, en una sociedad donde pueda la vida humana y no humana desarrollarse del modo más digno posible. Pero, ¿quiénes serán los artífices? ¿Vendrán líderes maravillosos a salvarnos? ¿Bastará que cambiemos las estructuras, si nosotros seguimos pensando y haciendo lo mismo, con respecto a nosotros mismos y a los demás? ¿Vendrá la revolución exterior sin una revolución interior? ¿Cuánto duraría, en ese caso?  ¿De lo contrario, sería
auténtica? ¿Nos sentiríamos satisfechos, sin una mínima coherencia dentro-fuera? Pues bien, nuestros participantes de las horas previas a la venida de la primavera, supervivientes del eclipse solar de ese mismo día, hablaron de la vida interior, de la convivencia con uno mismo, más tarde de la vida exterior comunitaria y, finalmente, necesitaron afinar bien el acorde interior-exterior, para que éste pudiera sonar algo armonioso. ¿Te quedas con nosotros? Se va  a hablar de ti. Observa…
¿Has sido capaz en alguna ocasión reciente de perdonarte a ti mismo? Mal te vas a llevar contigo mismo si no eres un poco indulgente, comprensivo en alguna medida, si no llegas también a amar tus errores, tus lagunas, tus carencias. Forman parte de ti, tanto como todo lo demás. La importancia de la Autocompasión, que no tiene que ver con el muy cristiano “dar pena”, darse pena o sentir lástima del prójimo, sino que está ligado al sentir con… -tigo mismo, con el otro. Así de simple, así de complicado tantas veces en el diario.

—Sí, yo así evité la culpa. —Tan corrosiva —apunta este narrador.
—Yo me agarro mi (cordial por su forma) pastilla de jabón, y mientras me voy duchando, me quedo limpio de las culpas que arrastraba. —Ritual, que al final de encuentro quedó como estribillo mágico de una de las participantes.
—Cada vez que me perdono a mí misma, de tantas autoexigencias, es una liberación… —Había vivido y sufrido lo que decía, por eso lo decía de verdad.
—Cuando he sido capaz, simplemente he buscado una solución, en lugar de martirizarme. —¡Y cómo nos martirizamos, tanto que quedamos seriamente embotados para encontrar una salida!
—Pregunto: ¿Perdonarse, es algo que se pueda aprender? —Claro mujer, o más bien, hay que desaprender las rutinas del autocastigo, de la culpa, de la pena que he de cumplir para sentirme purgado.
—Sí, en muchos casos, sobre todo la generación adulta aquí presente, hemos recibido una educación de la culpa y el castigo autoinflingido.
—Pero, ¿todo debe ser perdonado? ¿El perdón no posee límites?
—Yo sólo sé decirte que yo he hecho lo que he podido. ¿Tengo que sentirme culpable, a pesar de todo?

Y por aquí podía haber seguido la discusión de aquel día, pero nuestro método prescribe que
nos cercioremos bien de aquello de lo que queremos de verdad dialogar, explicitando suficientemente la temática. Y compitió en justa lid, pero no era ese el tema del día. Sorpresivamente, se alzó con fuerza un tema exótico, muy técnico: el “Comunismo originario”. Y ni el “Amor humano”, ni mucho menos, la “Influencia de los padres” ni los “Límites del perdón”, aunque éste se anunciara con antelación. ¿O más bien se hallaba en el fondo de la cuestión tratada? Tú podrás juzgarlo a continuación.
¿Qué idea del comunismo de Karl Marx tenemos hoy día? ¿Sería aplicable? ¿Se lo ha aplicado acertadamente? ¿Qué puede significar el comunismo a la altura de nuestro tiempo? Pero —sugiere el moderador—, ¿no sería ésta una cuestión demasiado técnica? ¿Tenemos aquí los textos marxianos para poder contrastar lo que digamos, si Lenin, Stalin u otros regímenes políticos históricos o actuales se atuvieron o se atienen a su letra y a su espíritu?

—No parece posible. —Están de acuerdo los participantes.
—¿Y si le damos un giro a la temática para que reciba un tratamiento ajustado a nuestra reunión, un café filosófico? —Propone el moderador.

Y después de un breve diálogo, fue madurando esta pregunta, que encierra suculentos matices, y que podía habilitar muy bien nuestra discusión: ¿Cómo sería posible la vida comunitaria? Y no se pasa por alto, primero, definir con claridad de qué íbamos a hablar, antes de referirnos a ello. “Vida en común”, es decir, la vida junto a otros con los que hemos de pasar largo tiempo de nuestras vidas, sean muchos o pocos, interactuando, compartiendo el mismo espacio más o menos próximo, conviviendo, rompiendo la convivencia y tratando permanentemente de reconstruirla por necesidad.

—¿Es posible la vida en común?
—No, habríamos de estar bien educados en la generosidad, en la solidaridad…
—Y no te olvides de la responsabilidad.
—Ni de las “sombras” internas que cada uno llevamos con nosotros, pues no somos todo lo luminosos que recogen las grandes palabras que habéis citado. —Es verdad —piensa ahora este relator—, aquellas cosas inconfesables de nuestra trastienda emocional o mental, que nos enturbian por dentro y que se interponen constantemente entre nosotros.
—Por eso, desde pequeños, nos vienen bien unos estándares, unas normas a las que atenernos…
—Sería posible la vida en común, ¡si quitáramos el dinero! —Esto se discutió más tarde, con alguna aportación que indicaba que era posible, a través de iniciativas como la “moneda hora”.
—Pero tendría que haber líderes, los líderes son necesarios. —Luego se dijo que no hacen falta líderes, sino representantes…
—Y no olvidar la individualidad, los talentos individuales, no deberíamos perderlos. Nada de igualitarismo, de colectivismo anulador del individuo.
—Además, tened en cuenta los abusos y los abusones. Esto sería un grave impedimento para que fuera posible la vida comunitaria.

Las dos últimas intervenciones hicieron necesaria la distinción —que emergió del diálogo mismo— entre “ser iguales” y “tratarnos como iguales”, como seres humanos que somos. Y esta distinción, a su vez, evolucionó hacia la consideración de la justicia distributiva (de origen platónico y aristotélico, pero, curiosamente, muy ligada a la propuesta marxiana). Un participante veterano de nuestro café filosófico introdujo la noción, y además de resultar clarificadora cundió entre los participantes como un manantial inagotable de sugerencias. Anteriormente se habían ido poniendo algunas condiciones a nuestra imagen de una “vida comunitaria”. Pero, ¿aquél resistiría como principio central de la posibilidad de la misma? ¿Sería suficiente? Ya sabéis: “A cada uno según sus necesidades y de cada uno según sus capacidades”. La polémica estuvo servida durante un buen rato, pues afloraron las ideologías, no ya las ideas diferentes, sino los sistemas cerrados de ideas que buscan legitimar determinados intereses. En este caso, se trataba de ideologías políticas. Derecha e izquierda, más a la izquierda, más a la derecha… Costaba a veces mantener una discusión filosófica.

En concreto, fueron dos los participantes que se enzarzaron en lo que parecía una discusión ideológica interminable. Y la dificultad principal para discurrir por ella buscando la verdad y el bien —como procura la filosofía— era que cada contendiente proponía un caso en apoyo de su tesis, ¡que nadie más que ellos podía contrastar! Aunque, hay que saber que no les pasaba algo distinto de lo que les sucede también a los dioses del Olimpo, como se recoge en el Eutifrón de Platón: disputan constantemente, pero no lo hacen sobre qué es la justicia, sino sobre si esto que tenemos delante, este caso, es justo o no es justo, es decir, cómo aplicar la justicia a este caso particular. Debió el moderador acordarse de este diálogo entre Eutifrón y Sócrates y fue lo que le valió para poner un poco de orden; asintiendo los contrincantes, que
estaban de acuerdo en el principio y que lo difícil era determinar qué casos caen bajo dicho principio.

Satisfecha la aclaración, se prosiguió: ¿Sería suficiente el principio de justicia para hacer posible la vida comunitaria? Y, a las condiciones anteriores, añadieron los participantes algunas restricciones dignas de reseñar:

—No olvidemos que todo no puede ser igual, que unos trabajos requerirán más reconocimiento por su mayor cualificación o mérito. —Y a partir de ahí, la discusión condujo a la importante distinción entre necesidades que cubre una tarea y cualificación que se necesita para ejercerla, de manera que una contribución a la comunidad pudiera ser valiosa de modos variados y no de sólo uno (por ejemplo, es importante el trabajo de un ingeniero, pero también lo es el de un agricultor).
—No olvidemos estar alerta para no confundir valor y precio, no seamos necios, como advierte el proverbio machadiano. —Efectivamente, no sólo el mercado ha de dar valor a las cosas y a lo que hacen las personas. Nos perderíamos muchas cosas de valor.
—Y no olvidemos tampoco que la realización de la vida comunitaria es más factible en pequeñas comunidades. —De ahí que ellos transformaran esta restricción en una posibilidad: cuando se tratara de una gran comunidad, que ésta estuviera compuesta de una red de pequeñas comunidades en donde rigiesen los mismos principios básicos.

¿Qué te parece? Al final, ¿no han hablado también los participantes de marxismo? ¿Y no se han mostrado utópicos? Aunque, ¿por qué hay que renunciar a ello, si queremos mejorar nuestro mundo? Antes de juzgarlos, recuerda que ellos también te han hablado del riesgo de los abusos que podrían darse, y ante los que hay que estar alertas. Y de nuestras sombras. ¡En cuántas ocasiones no hemos sufrido de otros, o hemos volcado sobre los demás nuestras propias miserias! Proyectar fuera lo que me pasa dentro —generalmente, de un modo inconsciente— es de lo más habitual entre nosotros. Sin embargo, ¿pueden convivir en paz y armonía personas que no se conocen a sí mismos, que desconocen sus propias sombras? (Imagina que coinciden muchas de ellas en un mismo lugar y tiempo). ¿Podemos realmente mejorar el mundo en que vivimos, si nosotros mismos no evolucionamos? Si nuestros usos y costumbres siguen siendo los mismos, o respondiendo a lo mismo, ¿cambiará de veras nuestro mundo, nuestro mundo común? Comencemos por sanear nuestra propia casa dando luz a nuestras sombras. Comencemos por perdonarnos también, que no es justificarnos ni es hacer dejación de nuestra responsabilidad en nuestra propia vida, sino que es ser conscientes de nosotros mismos, lo que nos pasa y por qué nos pasa, observando sin juzgar, para poder convivir en una paz nacida de la paz interior de cada uno… En fin, esto es algo de lo que saca en limpio este narrador que te ha narrado lo que vino a suceder aquel día