Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

jueves, 22 de junio de 2023

¿Somos dioses?


Sobre lo divino

Café Filosófico en Vélez-Málaga 13.9

16 de junio de 2023, Sociedad “La Peña”, 18:00 horas


“Solo te pido que entres en mi casa con respeto. Para servirte no necesito tu devoción, sino tu sinceridad; tus creencias, sino tu sed de conocimiento. Entra con tus vicios, tus miedos y tus odios, desde los más grandes hasta los más pequeños. Puedo ayudarte a disolverlos. Puedes mirarme y amarme como hembra, como madre, como hija, como hermana, como amiga, pero nunca me mires como alguien por encima de ti mismo. Si la devoción a un dios cualquiera es mayor que la que tienes hacia el dios que hay dentro de ti, les ofendes a ambos y ofendes al uno.”

Escrito en letras de oro en la puerta del templo de Sekmeth (Karnak)


¿Somos dioses?

Estos encuentros de filosofía practicada procuran dar la ocasión de abrir la mente hacia nuevas posibilidades de vivir, favoreciendo un cambio de visión. Ya cada uno guarda celosamente sus ideas y creencias. Si después de un café filosófico todo ha quedado dentro en el mismo lugar que antes, nada se ha movido o removido, algo habría fallado. Pero esto no sucedió en el caso que traemos con estas palabras. El último café filosófico de la temporada, celebrado en “La Peña” de Vélez, propició una evolución en la aproximación de los participantes al tema de Dios. Un aprendizaje del grupo, una apertura a nuevos modos de tratar con lo divino fuera y dentro de nosotros, si lo hubiere.

Ya, desde la pregunta inicial del encuentro, se entrevió que son posibles distintos grados de comprensión (o conciencia) de la realidad. Como ya los primeros filósofos griegos y los sabios de oriente fueron capaces de ver, si miramos el mundo a través de nuestros sentidos, todo cambia, lo existente muestra su impermanencia, siempre todo es distinto; pero, si no solamente miramos de un modo sensorial, entonces, intuimos algo que no cambia, algo que permanece, una constancia, una identidad, una unidad en lo que hay. Esta segunda mirada, más reflexiva, nos abre a otro tipo de realidad, que también podemos captar, pensar o incluso sentir. Así, los participantes transmitieron al grupo experiencias como las que siguen: hay muchas situaciones dolorosas, pero en todas persiste un fondo de amor, que te permite superarlas; muchas son las formas históricas y sociales que adopta el ser humano, pero todas son humanas; podemos decir que hay una esencia humana que se expresa de múltiples maneras; yo soy una renovación constante de mí misma; el permanente cambio está atravesado de un anhelo de conexión o de unidad; la admiración por la vida es una constante en mí; los estados de ánimo cambian, mi aprendizaje o control de ellos es más estable y depende de mí misma; la tradición busca persistir, la historia es de los cambios; hay un tiempo que cambia (que se puede medir y calcular) y un tiempo más allá de esos cambios; mi necesidad de entender este mundo cambiante es una constante; el sentimiento es permanente, el modo en que se vive es distinto cada vez; cambia mi cuerpo con la edad y el tiempo pasa muy rápido, pero yo soy el mismo que era; las circunstancias son pasajeras, pero yo soy yo; cambia el valor de las cosas, pero no cambia su belleza. Piénsalo: tal como captas el mundo, ¿todo cambia o algo permanece?; o mejor, ¿eres capaz de ver los dos aspectos?

Este grupo de investigación sobre el tema de Dios (que descartó el resto de temáticas: la tendencia a normalizarlo todo, los valores, el conservadurismo, la locura, el destino) se propuso un programa, orientado por estas preguntas: ¿Quién es Dios?, ¿para qué Dios?, ¿somos dioses?, que luego el transcurso de la discusión misma agruparía en sólo dos dos cuestiones: quién y para qué es Dios, y si nosotros tenemos algo de divinos. Y la primera tanda de intervenciones ofreció una buena bandeja de posiciones o perspectivas sobre el tema: la pregunta sobre dios es siempre una pregunta humana, diríamos, sobre nosotros mismos en el fondo; dios es un invento de los poderosos para justificar sus estatus; la búsqueda de dios satisface una humana necesidad de consuelo, un intento de entender lo desconocido y dar razón de las desgracias que nos acaecen; en la actualidad son otros los dioses: el poder, el consumismo, la ciencia y la tecnología, etc., que incluyen sus propios núcleos sagrados y sus rituales; en realidad, siempre ha habido dioses, en todas las épocas, desde elementos de la naturaleza hasta concepciones más abstractas o separadas de lo sensorial; dios podría ser entendido como la idea de un primer arquitecto, imaginado a semejanza humana; dios tiene que ver con una dimensión interior nuestra; o más bien, que la idea de dios es un modo de expresar nuestra ignorancia; finalmente, se dijo que, a diferencia de la la ciencia, el conocimiento sobre Dios no avanza; a lo cual el moderador quiso preguntar: ¿qué indica la persistencia de la pregunta sobre dios: que no merece la pena, o bien, la importancia de esta pregunta?

Esta nueva perspectiva situaba la discusión en un lugar diferente y (casi) todo el grupo convino en la necesidad de realizar una distinción muy importante, de manera que todas las anteriores posiciones de los participantes pudieran quedar clarificadas: debemos distinguir entre la religión (o religiones) y Dios. No hay que confundir ambos planos conceptuales. Las distintas religiones culturales o epocales no serían más que la expresión o plasmación de una raíz profunda, ubicada en una dimensión de la espiritualidad humana. Esto explicaría que haya tantas religiones, y que si se ahonda en el fondo de todas ellas, podamos encontrar un poso común. Esto explicaría que las personas que son verdaderamente religiosas (más allá de rituales o figuras sagradas), puedan entenderse y respetarse, la comprensión religiosa propia del otro. (En este sentido se recomienda la lectura de la novela corta El alma del mundo, de Frédéric Lenoir). Sin embargo, como aludíamos, no todos compartían esta primera conclusión del grupo. Y para eso estamos dialogando: cada discrepancia es una oportunidad para ahondar en el problema, objeto de la discusión.

La discrepancia afloró hasta la superficie cuando el grupo se planteó la última cuestión introductoria del diálogo: ¿somos dioses?, que se formuló de un modo menos crudo y también menos peligroso: ¿hay algo divino en nosotros? Pues bien, esta discrepancia, como decíamos, permitió indagar más profundamente: si para ti la naturaleza debe ser respetada, dado su valor propio o carácter sagrado, si nosotros formamos parte de la naturaleza, ¿no tendremos también nosotros mismos algo de sagrado? Y si tú (otro de los participantes) no admites que haya nada espiritual o sagrado, que todo lo que hay es lo que puede verse y tocarse, al principio de este encuentro, no obstante, dijiste que, a pesar del paso del tiempo y de los cambios en tu cuerpo, tú seguías siendo el mismo... ¿qué significa esto? ¿No sientes que dentro de ti hay algo que no cambia, que permanece hasta cierto punto a lo largo de tu vida? Y si es así, ¿esto que no cambia no podría ser una dimensión superior o espiritual en nosotros, aunque tú no la quieras llamar así? Pues no importan los nombres. Lo que es real es la experiencia detrás de los nombres. Y si esta conexión desaparece, los nombres, efectivamente, no son nada más que nombres. Así, podemos hablar de Dios, o bien, de algo trascendente o absoluto, de un nivel de conciencia superior (o distinta) a la conciencia individual o cotidiana. Por eso los primeros filósofos griegos, que eran tan sabios porque fueron capaces de empezar a pensar por sí mismos, no hablaron nunca de Dios, sino de “lo divino” (to theión). Es muy posible que cuando damos el paso de personalizar esta experiencia de lo divino o espiritual en el mundo y en nosotros mismos, esto ya marque el punto de entrada en lo religioso, tal como se lo considera habitualmente en las religiones organizadas. Y es posible que fuera esto, acerca de lo que discrepaban en el fondo nuestros dos participantes.

El diálogo, de este modo, fue gradualmente alcanzando una evolución en el pensamiento. Una mirada más amplia, que promueve un cambio de visión. Es suficiente situarse en un lugar diferente: desde la idea de Dios llegar a pensar en lo divino, desde ahí llegar a lo espiritual, y desde lo espiritual, tomar conciencia de algo idéntico en nosotros, nuestra identidad profunda. Pero esto solamente sería un cambio conceptual. Un recorrido experiencial partiría de esa conciencia personal profunda (más acá de mis ideas, creencias, estados de ánimo, cambiantes, pasajeros), que no cambia, para poder comprender todo el conglomerado conceptual en torno a Dios. Así pues, ¿somos dioses? No, en absoluto, si con ello nos referimos a las concepciones religiosas habituales: no somos omniscientes, ni omnipotentes, ni inmortales ni perfectos. (Además de lo peligroso y dañino que la historia ha demostrado que puede llegar a ser el creerse uno eso.) Pero esto no es todo lo que hay. Reducir lo espiritual a lo religioso y esto a una religión particular, no deja de ser una peligrosa deformación conceptual. Para poder alcanzar aquel estado de conciencia, hace falta una mayor consciencia. Y esto puede desarrollarse, ahondando, si se practica una atención sostenida y lúcida, sin ideas, una pura conciencia sin objeto, puesta en la intuición originaria o vivencia “yo soy. Vale.



domingo, 11 de junio de 2023

Sobre la crispación social


Café Filosófico en Vélez-Málaga 13.8

19 mayo de 2023, Sociedad “La Peña”, 18:00 horas


Y la teoría es capaz de apoderarse de las masas cuando argumenta y demuestra ad hominem; argumenta y demuestra ad hominem cuando se hace radical. Ser radical es atacar el problema por la raíz. Y la raíz, para el hombre, es el hombre mismo...

Karl Marx, Crítica de la Filosofía del derecho de Hegel


¿Cuál es el origen de la crispación social?

Cuando hoy hablamos de “crispación”, podemos referirnos a dicho fenómeno en relación a alguno de estos tres niveles: contracción repentina y pasajera de algún tejido muscular o una parte del cuerpo; irritación o exasperación de alguien, desde el punto de vista psicológico (estos dos tipos definidos por la RAE); o bien, el uso que se ha extendido bastante en el contexto político-social actual: un malestar o alteración de la vida social debido principalmente a la exacerbación de las posturas (ideas o creencias), provocado, quizás, por lo que oímos llamar “polarización social”, y de lo cual hemos tratado en un reciente café filosófico (será que preocupa). Nos contraemos sobre nosotros mismos (aumenta la tensión) al ver y oír ciertas posiciones sin posibilidad de diálogo o reconciliación. Y nos crispamos: ¿cómo puede ser esto?, ¿sólo puede ser así?, ¿es que he de elegir entre esas dos únicas posturas o posibilidades? ¿El otro es el culpable? Me contraigo individualmente y, socialmente, se va enrareciendo el ambiente; todo paso por pequeño que sea se hace intransitable, no viable, imposible. Entonces, el malestar individual y el malestar social se alimentan mutuamente. Pues bien, ¿cuál es el origen de esta crispación?, ¿es endógena o está fabricada por factores externos, intereses interesados? Puedes seguirnos en esta investigación, si es tu deseo comprender un poco mejor el mundo en que vivimos.

Pero antes, permíteme que me refiera a lo que sucedió previamente, las respuestas de los participantes a la pregunta inicial que planteó el moderador del diálogo: ¿puedes señalar una cualidad tuya, de la que estés orgulloso, una virtud en ti? Esta no es una cuestión baladí. Generalmente, somos más conscientes de nuestras limitaciones actuales (consideradas erróneamente defectos, fruto de la comparación con lo que nos gustaría o se nos exige, que hemos integrado como propio), pero nos cuesta más mostrar la propia luz (Mónica Cavallé). Y esto no es egolatría ni presunción, si se anota conscientemente. Es un ejercicio también necesario en este mundo de la extrema competición, el éxito y la excelencia mal entendida (por contraste o comparación). Y no se aprecia el valor en sí de algo. Pues bien, ahí van unas cuantas excelencias reconocidas por nuestros participantes: saber gestionar emocionalmente a un equipo de personas; escuchar sin juzgar; ser capaz de percibir un sentido diferente de las cosas; no rendirse uno nunca; continuar siendo el niño que pregunta por qué; ser la alegría en las situaciones; seguir teniendo fe, también religiosa; la búsqueda de la positividad en todo; la capacidad para la empatía; la extroversión; la timidez, que me ha llevado a respetar el espacio de cada persona; la sensatez, suma de empatía e inteligencia; y, finalmente, dijeron, la coherencia personal.

Volvemos. Algunos de los participantes piensan que la crispación social siempre ha existido. Y este es su origen: desde siempre hemos clasificado todo lo que nos rodea. Algo muy humano, diría Nietzsche. Para sobrevivir, necesitamos ordenar el mundo, aunque solamente sea una ficción nuestra, que nos creemos, y con ella funcionamos. Porque todo lo que existe es siempre diverso y cambiante. Pero no soportamos el vacío. No soportamos no saber. Y necesitamos controlar, quizás para dominar y sentirnos poderosos. Por eso, dijeron ellos y ellas, que históricamente funciona la “ley del péndulo”. Lo que hoy es, mañana puede ser lo opuesto. Así las modas. Así las tendencias o los estilos en cualquiera de las áreas del quehacer humano. Pero, entonces, ¿qué nos pasa hoy?, ¿por qué lo vivimos con una tensión desmedida? De esto dependía el que hubiera discusión enriquecedora, pues, si solamente íbamos a decir que siempre ha existido... Y se dio con la diferencia propia de nuestra época: la confusión, el malestar, la tensión proviene de la convivencia actual de tendencias contrapuestas, su simultaneidad. Y, sobre todo, cuando nuestras sociedades son tan complejas, tan diversas, tan plurales (al menos en posibilidades) que todo aparece revuelto y bullendo en la misma olla; tanto los jóvenes como los adultos viven confundidos, se sienten perdidos. Ofuscados. Y la crispación puede emerger con suma facilidad. La extrañeza aparece, como apuntó la participante que propuso el tema del día, cuando nos damos cuenta de que ahora contamos con más información, más medios que en otras épocas... ¡y nos crispamos con todo tipo de situaciones que ya podrían estar superadas¡ Por ejemplo, las derivadas de la diversidad sexual, racial, cultural, mental, etc. En lugar de tolerancia y comprensión hacia la diversidad, aparece la polarización, una extrema dualidad y escisión, tanto interna como externa.

¿A qué puede deberse esta incapacidad para mirar al otro (y a lo otro) por sí mismo y no con las gafas empañadas? Nuestros participantes esbozan dos hipótesis: a) no hemos evolucionado mental, emocionalmente; estaremos muy adelantados en nuevas tecnologías, pero no humanamente, para ser capaces de hacernos cargo de este mundo lleno de situaciones diversas y cambiantes; b) determinados intereses crean “cortinas de humo” para ocultarse (es decir, lo que desde Karl Marx se ha venido entendiendo por “crítica de las ideologías”, que habrían de ser desenmascaradas), y de ese modo, esos intereses, alcanzar sus objetivos finales de poder y de dinero; políticamente, y por desgracia, esto parece mostrar, incluso, rentabilidad electoral; se le viene a decir a votante: “tienes que elegir entre nosotros o el caos”. Además, los medios de comunicación hacen de altavoz, mientras que la educación formalizada resulta insuficiente para hacer frente a toda esta avalancha de crispación social: ver sus causas y ayudar a adoptar una actitud más madura.

Pero, nuestros encuentros filosóficos no solamente son descriptivos o explicativos, además, tratan de ofrecer salidas, las que los participantes ven en ese momento; que si las ven ellos y ellas, seguramente puedan ser compartidas por otras personas. Lo primero a señalar es que se necesitan salidas globales o generales y salidas individuales. El primer tipo de salidas eran más difíciles de prefigurar por las personas que allí estaban reunidas. Pero el todo no es nada sin las partes... así que el grupo se apresta a proponer algunas iniciativas que partan de (y cuenten con) nosotros mismos: exigir (de abajo-arriba) un cambio de tendencias, una denuncia de esta vida social insostenible (nadie se va a beneficiar de veras en el medio o largo plazo de esta exagerada, extremista, radical polarización social), aprender a pensar por nosotros mismos, tratar de funcionar en las relaciones sociales sin etiquetas (esas simplificaciones tan irreales). Y la educación tendría que jugar un papel fundamental. Pero, otra educación, dirigida al autoconocimiento. Y esto se dice primero referido a los propios educadores o responsables públicos en cualquier área: si no se conocen a sí mismos y caen fácilmente en el etiquetado inconsciente (o acrítico) de la realidad, ¿qué transmitirán los educandos o los receptores de la información? Siendo como es cierto que se educa más con el ejemplo que con lo que se exige de una manera explícita. Si yo no soy capaz de mirar lo que hay de insondable, de misteriosa profundidad inagotable en mí mismo, cómo podré apreciarlo en los demás. ¿Qué veré en los demás? ¿Fichas ordenadas en un casillero? Las polaridades contrapuestas e irreconciliables estarán servidas. Y la crispación social. Vale.  

domingo, 4 de junio de 2023

¿Qué es habitar cuando habitamos?


Sobre el habitar

Café Filosófico en Torre del Mar 2.6

11 de mayo de 2023, Taberna El Oasis, 18:00 horas


Un día, quizá, vendrá un signo de otro planeta. Y, por un efecto de solidaridad cuyos mecanismos ha estudiado el etnólogo en pequeña escala, el conjunto del espacio terrestre se convertirá en un lugar. Ser terrestre significará algo. Mientras esperamos que esto ocurra, no es seguro que basten las amenazas que pesan sobre el entorno. En el anonimato del no lugar es donde se experimenta solitariamente la comunidad de los destinos humanos.

Marc Augé, Los no lugares


¿Qué es habitar cuando habitamos?

El pensamiento se construye juntos, como el lenguaje. Y un grupo que dialoga (filosóficamente –una actitud) como el nuestro, construye pensamiento juntos. Alumbra verdades sentidas. Las actualiza en el momento. Un saber de primera mano que ahonda en lo que nos hace ser. Ahí se puede descansar. Un fondo elocuente de silencio. Somos nosotros mismos que nos hablamos. Nos comprendemos. Habitamos el habitar. Por eso nuestro café filosófico de aquella tarde de mayo, en medio de una temporada de DANAs, a las que hemos dado la bienvenida por tanta sequía, fue pasando del silencio al habitar desde el silencio, que es vida, que es base de la vivencia. Tendrás que continuar con nosotros para entendernos. Para entenderlo. Para entenderte.

Tenía el moderador del encuentro que preparar una reflexión sobre el silencio, con motivo de una mesa redonda en la que iba a participar. Y ya que estaba con personas dispuestas a filosofar, con la capacidad para filosofar, por qué no podrían ayudarle. Y les preguntó: ¿qué significa para vosotros el silencio? Y éstas fueron las ayudas que recibió: el silencio es reflexión; la forma más natural de expresarme; el encuentro conmigo mismo, que en este momento no es posible, pues está interfiriendo un miedo en mí; para mí significa recogimiento; no estar llena, estar en paz contigo misma, ya sea que estés sola o acompañada de más gente; la ausencia de ruido mental y emocional; es el fundamento de la música, y antes de su ejecución, cuando la música emerge; lo he saboreado más estando en soledad; el silencio para mí es silencio si es elegido; callarse uno lo que tiene que decir es la versión negativa del silencio: impide la relación; el silencio es una calma confortable que te abriga, aprendes y estás más receptivo; yo pienso que el silencio no existe, sólo el ruido (no obstante, ¿cuando no hay ruido, qué es lo que hay?); el silencio es sanador; lo necesitamos, ¡somos silencio!; para mí es una paz esencial en mi vida. Preguntado luego el moderador, pasadas casi dos semanas, si le había servido esta rápida introducción sobre el silencio vivido, respondió que “no sabíamos cuánto”.

¿Qué es habitar? (El cuerpo, un espacio, una situación, el planeta...). Y dijeron que “habitar” es formar parte fundamental de algo, como un anclaje en la tierra, una experiencia cuasi-mística al alcance de todos; cuando todo lo que tiene que ser está presente, en estado óptimo. Y esto último desencadenó la discusión. ¿Solamente es habitable lo óptimo? ¿No es habitable la enfermedad o el dolor, por ejemplo? Tras la toma de conciencia, la respuesta fue unánime: se habita lo que hay. Cuando habitas de veras la enfermedad o el dolor, esto te sitúa en sus límites, puedes verlo, sentirlo y, con la distancia del observador, lo que sea en cada caso te va doliendo menos, preocupando menos... Por lo tanto, el grupo tuvo claro que “habitar” es una disposición mental, una conciencia del momento (momento a momento), que permite transitar la vida, que procura honrar la vida. Pregunta, entonces, el moderador: ¿de qué manera, entonces, podemos deshonrar la vida, y no estar habitándola, estando con lo que hay? Y responden: cuando nos dejamos arrastrar por el victimismo, cuando nos dejamos manipular, cuando huimos, cuando nos engañamos, cuando nos conformamos, cuando me dejo conducir por pre-juicios, cuando me callo y me traiciono a mí mismo, a la vida que bulle en mí.

Así pues, el ser humano se caracteriza por su capacidad para el habitar, su capacidad para hacer de cualquier cosa su morada, su hogar. Sin embargo, estaba allí presente una concepción, una mirada que introdujo en el diálogo el disenso. En la práctica, llevó al grupo a poder alcanzar una cota superior de comprensión. ¡Bienvenido el momento negativo de la dialéctica! (Hegel). “Yo habito algo cuando soy dueña de ello”. Y esta impresión desencadenó, de nuevo, como decimos, la discusión productiva: ¿habitar es ser dueños, poseedores, capaces de controlar, de gestionar, lo que se habita? Esta pregunta llevó a extraer las consecuencias de lo que se estaba afirmando... a dónde nos llevaba. Y, en las sucesivas aclaraciones, con el consiguiente cuestionamiento fue apareciendo, gracias a ello, el componente afectivo del habitar... que estaba quedando en la penumbra, sin salir todavía a la conciencia. Habitamos algo cuando lo queremos, lo cuidamos, lo reconocemos, nos responsabilizamos de ello.

Además, esta discusión previa (si habitar es poseer), condujo el diálogo hacia la consideración de los riesgos de esta actitud, que pueden percibirse hoy en día: si pudieran estar en la base de nuestra relación con nuestro planeta. Esa casa más grande. Compartida con otros seres animados e inanimados. ¿Qué estamos haciendo en ella? En el caso de otros seres vivos, quizás bastaría relacionarse con el entorno como habitat, pero nosotros podemos habitar nuestro entorno (natural y cultural), puede llegar a ser morada... ¿Nos relacionamos con el planeta como lo haríamos con nuestro hogar? ¿Honramos nuestra casa compartida, cada una de sus habitaciones? ¿Habitamos el habitar mismo, y lo que esto significa? ¿Estamos a la altura de este tiempo? ¿Somos conscientes? Quizás haya que comenzar por aprender a habitar nuestro cuerpo, nuestras emociones, nuestra mente (y que no sean un laberinto torturador). Quizás haya que comenzar por aprender a habitar las estancias o los espacios que nosotros mismos fabricamos, ya desde su diseño y su finalidad. Es posible que, dentro de unos pocos miles de años, algunos etnólogos (si los hubiere) descubrieran los abundantes restos arqueológicos, que nosotros llamamos estaciones de tren, aeropuertos, grandes superficies comerciales, autovías, avenidas de varios carriles, complejos turísticos o campos de golf, y se preguntaran si allí vivía alguien, si esos lugares estaban habitados. Y si lo estarían sus cuerpos y sus emociones. Qué mente...