Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Sobre nuestra propia vida




Café filosófico Almenara 4.2
30 de noviembre de 2012, Sala de biblioteca, 17:00 horas.

 ¿Por qué a veces no somos como queremos ser?

 ¿Qué he aprendido yo últimamente? Es bueno que, de vez en cuando, me lo plantee. Que examine mi vida y vea si algo ha cambiado y, si ha sido a mejor, en qué me ha ido mejor, y si ha sido a peor, cómo puedo hacerla mejor. Es un ejercicio que los antiguos sabios de ahora solían practicar y que no tiene que pasar de moda, pues los beneficios que trae consigo son tan útiles para ti como para mí. Lo llamaban examen de conciencia y estaba ya inventado desde siempre, antes de la era cristiana.

Por otro lado, este cronista es consciente de que han pasado ya algunas semanas desde la celebración del segundo café filosófico de la temporada, y de que algunas cosas que se dijeron yacen escondidas en la nebulosa de la memoria, pero no dudéis que otras las tiene muy frescas y muy claras, como si se hubieran pronunciado ayer mismo. Se centrará en éstas y las demás las componéis vosotros que estuvisteis allí. Erais diecisiete personas y es imposible hacer justicia a cada uno de vosotros, pero sí se puede intentar referir un poco de lo mucho que se aportó, esperando que ese poco pueda saber a mucho, a aquellos de vosotros que estáis leyendo este relato. Tened en cuenta, además, que se está escribiendo cuando se inicia el nuevo ciclo de la vida, según el calendario de los mayas (la cuenta larga que empezó a contar hace 5126 años, y que ha culminado su décimo tercer B´aktún), cuando tenemos por delante la oportunidad de una nueva esperanza.

Pues bien, aquí os dejo un ramillete de cosas aprendidas por nuestros participantes de aquel día. A algunos les costaba. Por eso, si los contáis, veréis que no hay tantos aprendizajes como personas asistentes. Quizás quiera decir esto que necesita este ejercicio de más entrenamiento, y no digo en el contexto de nuestra reunión, sino que hablamos de practicarlo más a menudo en nuestras vidas. Valorar y aprender a valorar. Y, primero, sobre nosotros mismos. Comencemos pues. Resulta que en Italia un taxista estaba tan interesado o más que él, en saber de él mismo; quiso saber sobre ti, aunque no te volviese a ver jamás, saber por saber, que es el saber más puro; buen aprendizaje para un corto trayecto de taxi. Dices que las personas te sorprenden, pero que ya sabías que te pueden sorprender; entonces, ¿dónde estaba la sorpresa, es que no puede pasar siempre, no es bueno que te sorprendan?; dices que te reafirmaste en ello; bueno, siempre es pronto todavía. Algunos, hace poco tiempo que aprendisteis palabras y significados nuevos; esta bien, pues somos más conscientes de algo si somos capaces de verbalizarlo: así, que “Moisés” no significa sacado de las aguas, sino hijo de rey, que la palabra “aureola” proviene de la palabra “oro”, y también aprendiste hace poco lo que significa la palabreja “emporio”, muy útil para saberla hoy día. También te has fijado en que lo que cuentan los mitos antiguos sigue estando vigente, y que la tragedia de Medea, por inhumana e incomprensible, no por ello significa que no pueda repetirse, ahí está el caso Bretón. Es importante que te hayas dado cuenta de que, si un mismo error ya lo has cometido más de una vez, es buena hora de corregirlo. Y resulta que como ya sabes más de algo, eso hace que seas capaz de ver más donde antes veías menos; te ha pasado cuando has aprendido nuevos conceptos de historia del arte. Pobre: cuando has sabido el funcionamiento de un acelerador de partículas, has descubierto otra manera más de poder morirnos; qué te creías, morir es lo más probable que le puede pasar al que está vivo, y saberlo es también saber vivir mejor. Es obvio que no todo es lo que parece, pero a veces lo olvidamos; paradojas de la vida que te permiten profundizar en ella; a ver: ése qué es entonces: ¿es un terrorista o es un héroe?; la vida qué es: ¿simple o compleja?; pero tanto si es más simple como si es más compleja, no olvides que no deja de ser la vida. Pues sí, no todo es como parece, y las apariencias engañan, lo comprobaste cuando trataste directamente a aquella persona y comprendiste que no era como te habían dicho. Finalmente, tú dijiste que las circunstancias económicas que vivimos -dicen que de crisis-, han hecho que el mismo gesto de tu padre mirando sus facturas -que son también las tuyas-, te parezca muy diferente; el día en que pudiste captar su significado.

La mentira ganó algún terreno, más todavía el aprender mismo. El racismo plantó dura batalla, pero fue la lucha por vivir nuestra propia vida lo que se convirtió en centro de atención, diana de nuestras inquisiciones de aquel día. Le preguntamos a nuestra vida y ahora mismo veréis qué nos respondió, aquella tarde en que no llovió a la hora del café filosófico, pero sí amenazó (¡qué nos importan las amenazas, si estamos convencidos!). ¿Por qué tenemos miedo al rechazo? ¿Por qué negamos nuestros propios intereses? ¿Por qué nos negamos a nosotros mismos? ¿Por qué nos traicionamos?  ¿Por qué no somos como queremos ser? Pregunta definitiva que hubo de matizarse, pues no satisfacía a todos los participantes: ¿Por qué a veces no somos como queremos ser? No olvidéis que allí había personas de todas las edades y de muy variados caracteres.

Ya te adelantan los participantes una respuesta a tan paradójica cuestión sobre nuestras vidas: el miedo. Ahora bien, conocer la respuesta no es lo mismo que entenderla y poder asomarse al balcón profundo de su verdad. El miedo –dice un participante olvidadizo- te lleva a olvidarte de ti. “Ya no te reconoces”. A través de preguntas del moderador, se aclaró que el miedo no es la causa, sino que es un efecto. Un efecto del temor a ser tú mismo. Así pues, ¿qué es lo que se teme? Y se responde: “no ser normal”. Estar fuera de la norma de lo socialmente establecido. “El miedo a ser anormal”. El joven participante que había propuesto el tema y contribuido intensamente a la constitución de la pregunta clave de nuestra discusión, era también el que estaba teniendo más protagonismo. Y aparentemente lo sentía más en sus carnes. Y decimos que aparentemente porque era algo que muchos jóvenes de la reunión así también lo percibían; y porque todos se implicaron –¡y de qué manera!- en la búsqueda de salidas a dicha situación, tan humana que nadie podía quedar al margen, tan humana (y más a ciertas edades tempranas), que a todos les había pasado.

Abundan en nuestros días –dicen- los grupos sociales a modo de “tribus urbanas”. Que si los Canis, que si los Pijos, que si los Heavies, que si los Góticos... Manadas de jóvenes temerosos de ser ellos mismos, queriendo ser ellos mismos pareciéndose a aquellos que no son ellos mismos. La salvación a través de la manada. Claro, esta es una visión desde fuera. Estar dentro lo cambia todo. Por esto tiene sumo interés una reunión como la nuestra, porque nos distanciamos de nosotros mismos. A ello contribuye el ambiente de reflexión serena y discusión pública. Y en este caso ayuda mucho el que esté compuesto de personas de las muchas edades de la vida. Y es que, si te fijas, no paramos de cambiar; ni tampoco dejamos de sonreírnos por todo aquello que en otra época nos pareció tan inmenso, tan importante, y que tanto nos angustió. El grupo allí presente no lo dudó un instante: quería convertirse en un grupo en lo posible terapéutico para cada uno de los participantes. Un grupo del que todos pudieran aprender algo para poder vivir mejor en adelante.

¿Cómo podemos mantener a raya el miedo no ser normal, a ser diferente? Pues hay que incidir mucho en ello, dicen. Hay que tomar el toro por los cuernos. Hacerle frente directamente a la cara. No dejar pasar, no dejarse llevar. Aunque, para ello hay que ser fuerte. (¿Quién ha dicho que era fácil ser uno mismo? Es una búsqueda constante, y una dura lucha para mantenerse firmes, cuando creemos haber encontrado un terreno más o menos despejado de nosotros mismos). Y no puedes ser fuerte si no crees en ti mismo. Pero, no te me desmoralices ya: esto se puede entrenar. Mira: un pensamiento positivo te ofrecen ellos, si tú eres de los que sufren por este problema: todos esos que no pueden pasar sin su grupo de referencia, que, para sentirse ellos mismos, necesitan parecerse a otros, que sean distintos de otros, lo están pasando tan mal como tú. Nadie anda sobrado en esta vida tan cargada de incertidumbres en que vivimos. Solamente hace falta que nos comuniquemos entre nosotros un poco más. Comprobaremos que todos buscamos aproximadamente lo mismo. Aristóteles lo resumió con la palabra felicidad. Y a nadie nos resulta fácil. Pero te alejas de la felicidad, cuando te alejas de ti mismo para ser otro distinto, por miedo a ser distinto. ¡Tú ya eres distinto! Cuando lo aceptes y lo asumas, empezarás a andar por el buen camino de tu propia vida. Y en su transcurso habrás madurado y podrás mostrar a otros el camino que tú has seguido, por si les sirve de algo a ellos mismos.

La discusión se volvió por momentos vehemente. Brincaba dando saltos fogosos desde la “necesidad de entrenamiento”, a la constatación de saber que los “demás sufren igual que tú” y esto te puede dar el ánimo suficiente para tratar de ser tú mismo. En un momento dado, se citó la historia de aquel brujo de una tribu, que hablando con el brujo de otra tribu, cayó en la cuenta de que había alguien más que hacía lo que él hacía: en este caso, conseguir con sus pócimas y embrujos que los miembros de la tribu lo tuvieran por adivino, y único posible benefactor de la comunidad.

-Autoafirmación, seguridad en ti mismo… Sí, muy bonito decirlo…
-¿Quieres saber cómo? No creas que nuestros participantes te van a dejar con la miel en los labios del deseo de saberlo.

A esta tarea se aprestaron los participantes durante el tiempo que quedaba. Hay muchas técnicas. Tú tienes que dar con las tuyas propias, las mejores para ti. Puedes descubrirlas, pero también puedes nutrirte con las experiencias de los demás. Las hay de viejos y de jóvenes. Y las hay que valen tanto para jóvenes como para adultos. Tomaron la iniciativa las personas adultas de la reunión. Luego vinieron las recomendaciones de los jóvenes. No te pierdas ninguna de ellas. Y adáptalas a ti. Ésta primera tiene como base, incluso, la moderna psicología del acompañamiento al éxito (coaching): visualizar positivamente una meta que quieras alcanzar. Tener clara la meta, te dará confianza, y la confianza es el primer paso para lograr el objetivo marcado. Sólo te queda evaluar adecuadamente los medios, de lo cual hablaremos otro día. Para autoafirmarse uno mismo hay muchos trucos: uno muy personal de uno de los participantes adultos era practicar el oponerse. “Yo me opongo”, a lo que digáis, yo me opongo. Truco que tiene resonancias adolescentes, pero del que pueden obtenerse grandes beneficios, utilizado no como forma de vida sino como terapia ocasional. Cuando tú veas que, por oponerte, el grupo ha podido llegar más lejos, te amarás un poco más, porque te sentirás un poco más útil. (Piensa, por otro lado, que no hacemos otra cosa en este encuentro dialéctico, que es un café filosófico, que la de enfrentar posiciones, de lo cual todos podemos enriquecernos). Otro truco de este participante es imaginarse a los demás desnudos. Una manera sui géneris de darse cuenta de que desnudos de “ropajes” todos somos iguales, más allá del ademán de superioridad, la indumentaria o la ostentación material. Si alguno tenéis problemas para hablar en público, debéis leer y practicar las recomendaciones del doctor Vallejo-Nájera (Aprender a hablar en público) y recordar que Demóstenes también se valía de trucos para que su tartamudez no le impidiera pronunciar los más afamados discursos que se han pronunciado. Por cierto, que uno de los participantes, del que todos dirían que se le da muy bien hablar en público, confesó que le costaba hablar en público. ¡Quién lo diría! (Ya te hemos insistido en que todos sentimos cosas parecidas y nos pasa aproximadamente lo mismo).

Claro está, todo este entrenamiento necesita tiempo. No se consiguen resultados tangibles de un día para otro. Hay que ir poco a poco, añadieron. Con cargas de trabajo progresivas, de manera que el aprendizaje sea eficaz y no te desanime. La diferencia entre los más jóvenes y los más adultos es que los adultos ya llevan más tiempo entrenando. Nada más. Ponte manos a la obra. Pero, sigamos relatando la discusión de aquel día: era el turno de los jóvenes.

-Una buena idea es tener cerca a una persona que te dé confianza.
-Pero, ¿eso te hace dependiente o independiente?
-Quizás un poco dependiente.
-Buscábamos trucos tuyos, que puedas usar por ti mismo.

A mí me ha ido bien pasar un poco de todo. Es cierto: nada es tan importante. Relativizar el problema o la dificultad no viene nada mal para el ánimo. Y a mí me ha valido, cuando algo me parece absurdo, prolongar el absurdo al máximo, hasta que se autodestruya. Todo esto, y más cosas, habrías escuchado si hubieras estado allí. Vale. Es tu turno.
  

lunes, 3 de diciembre de 2012

Sobre el miedo


Café filosófico Juan de la Cierva 1.2
23 de noviembre de 2012, Sala de Biblioteca, 17:30 horas.

 ¿Por qué tenemos miedo?

Café filosófico 1.2 Biblioteca IES Juan de la Cierva
¿Alguna vez has sentido miedo? Seguro que sí. Y no debes tener reparos en admitirlo. No es cosa de críos. Es algo humano que también hay que aprender a sentir. Así que no era nada extraño que, en una reunión como la nuestra que trata de lo más humano, que es también divino, apareciera la cuestión del miedo al miedo. Es una reunión filosófica, no lo olvides, que reflexiona, en este caso, sobre el miedo en sí. Se viene a aprender sin temor del miedo para vivir lo mejor posible. Ya verás cómo es eso. Sólo necesitas seguir el relato. No te queda otra, si no pudiste asistir al segundo café filosófico del instituto Juan de la Cierva.

Esta vez sí, esta vez sí que sí. Doce participantes que se congregaron en la biblioteca del Centro y buscaron juntos algo bueno y verdadero. Eran mayoría de mujeres y minoría de adultos (una profesora y el padre de una de las participantes jóvenes de primero de bachillerato). Además había un alumno de segundo de bachillerato que ya asistió a la reunión anterior. Y nos regalaron los más frescos y crujientes momentos de felicidad que habían vivido. Esto les pidió el conductor del café filosófico, que ofrecieron con muchísima generosidad. Como se le oyó decir en una ocasión a José Luis Aranguren, maestro de muchas filósofas de nuestro país, la felicidad es como “un pajarillo que se ha posado en nuestro hombro, que no sabíamos cuándo lo haría ni cuándo levantaría el vuelo y se iría hasta otro rato”.  No había de ser grandioso ni muy duradero, pero sí tenían que decir qué tenía de especial ese “ultimo momento feliz que he vivido”. Y empezaron: fue el contacto piel con piel de una madre con su hija en el sofá de casa; fue la culminación de un atareado proceso que condujo a la boda de su hijo; fue cuando había salido hoy mismo del instituto, después de una intensa semana de trabajo (en su perspectiva de la tarde estaba la reunión que estamos ahora mismo contando); fue que tu abuela te llamó hace poco y te preguntó cómo estabas; fue cuando te abrazaste con fuerza a tu amigo; fue la tensión liberada después de un duro examen de matemáticas (no hay nada que cien años dure, recuérdalo); hablaste durante mucho rato con tu hermana, y eso era insustituible; compraste ropa, que era un momento aplazado y se había cumplido; la sensación de la perspectiva de una semana sin tanto trabajo era muy placentera, un momento de felicidad por anticipado; te hizo mucha ilusión una entrada dedicada a ti en un Blog de alguien que mucho valoras; la sonrisa de tu novio al despedirse ocurrirá más veces, pero ya no será esa misma sonrisa; también, tú, te despediste de él, y lo especial era él mismo.

Platón tuvo la culpa de que el alumno de segundo de bachillerato propusiera como tema la justicia; el consumismo, del consumo; mientras el miedo y la culpabilidad trataban de aliarse repartiéndose la mayoría de los deseos expresados en la votación. Nada que hacer, entre ellos estaba la cuestión. Preguntaréis: ¿cómo es posible que triunfase el miedo después de haber compartido tantos buenos momentos de felicidad? Sencillo: era un miedo sin culpa.

¿Por qué tenemos miedo? Se escudriñó, sin miedo, en el miedo, porque estábamos juntos y dialogábamos. Hubo fino análisis del lenguaje, sí, pero no se quedaron los participantes atrapados por el lenguaje. Si no, no estarían filosofando de veras. Queremos saber para vivir mejor; si no, para qué filosofamos. ¿Puede ser positivo el miedo? ¿Nos manipulan a través del miedo? Analizaron estas dos últimas cuestiones: la primera trata del miedo “de dentro afuera”, la segunda, del miedo infundido “desde fuera” de nosotros que nos afecta dentro. En un caso, la utilidad sería para mi, en el siguiente, sería para otros. ¡No me digáis  que no se mostraban analíticos nuestros participantes! Seguirán siéndolo, ya lo veréis.

Sentimos temor por aquello que nos resulta extraño, que no conocemos –se pone como primera hipótesis de trabajo-. ¿Qué es lo que resulta extraño? Primero: lo desconocido.

-¿Qué temor induce lo desconocido?
-El miedo a lo que es superior.
-¿Qué es superior?
-Por ejemplo, una araña me da miedo.
-¿Qué tiene una araña de superior a ti, si es un insecto tan pequeño?
-Es superior porque sientes “que te puede”. No es el tamaño.
-Entonces, qué te supera. ¿Qué te hace sentirte inferior?
-Me incapacita, no puedo.

Se irrumpe entonces en el diálogo: “lo que es desconocido y te incapacita depende de cada persona”. (¡Para el elefante de la conocida fábula era un simple ratón!). De este hilo debíamos tirar seguidamente, pero quedaba pendiente, como se vio, una segunda explicación de qué es lo que tiene de extraño aquello que nos da miedo. Y era el encuentro mismo con lo extraño.

-¿Qué pasa en el encuentro con lo otro?
-No sabes cómo te irá.
-¿En donde está el temor?
-No sabes cómo reaccionarás tú, cómo reaccionará el otro.
-¿Y qué tiene de malo no saber lo que te espera?
-Que te paraliza.
-No, –dice otra participante-, a mi me agita, me moviliza y estoy más preparada para evitar lo que tenga que evitar.

Ciertamente, lo que parecía inevitable era el tratamiento personal de lo que a cada uno nos resulta extraño, que nos incapacita, nos paraliza o nos moviliza. ¿Por qué a unos de una manera y a otros de otra se les manifiesta el miedo? “Unos somos unas personas más asustadizas que otras”. Se discute esta tesis, pero se admite: poseemos como una lupa personal que nos lleva a enfocar lo mismo como distinto, lo mismo nos asusta más o menos según cada uno. La pregunta estaba cantada: ¿Por qué? Y dos hipótesis entran en dura confrontación: por educación; por la propia personalidad de cada uno. El moderador cuestiona: ambos factores, ¿son compatibles o no? Y, aparentemente, se aviene que sí, habría una especie de interacción. Ambos influyen, en una proporción que varía según el caso personal. Y decimos que “aparentemente”, porque surgió una fuerte discrepancia contra esta solución fácil, a la que quizás el moderador forzó en exceso. (Realmente, esta no es su labor, sino tan sólo propiciar el encuentro de manera que éste no introduzca coacción sino cooperación y satisfacción mutua). Uno de los participantes no quedaba nada satisfecho, ni quedará más adelante. Gracias a él pudimos llegar a una comprensión nueva, más allá de tópicos y palabras que se dicen por inercia, sin pensar bien en lo que se está diciendo. Ante dicha insatisfacción conceptual, que expresaba una inquietud personal, se procede a analizar más finamente de qué “educación” hablamos, que no parecía compatible con lo personal e innato de cada uno.

-¿De qué educación hablamos?
-Tú aprendes el miedo por ti mismo en tus experiencias.
-¿También puedes aprender por el ejemplo o influencia de otros, los que te han rodeado, tus padres, por ejemplo?
-Sí, así es.
-¿Puedes tener modelos a tu alrededor que te llevan a aprender ciertos miedos consciente o inconscientemente?
-Así es.
-Pero, todos aprenderíamos lo mismo de esa misma manera, ¿no es cierto?
-No tiene por qué.

Se propone entonces el término “aprendizaje” (en vez de “educación”) que implicaba, a juicio de los asistentes, un componente personal y otro aprendido, lo aprendido que interactuaba con lo personal y propio de cada uno, dado que el aprendizaje de cada persona es único e intransferible. De esta manera el grupo parecía liberado para abordar la segunda cuestión que dirigía la investigación: ¿Puede ser positivo el miedo? ¿Puede tener algo de bueno que tengamos miedo? Pues sí: “es un mecanismo de autodefensa”, una alerta que te lleva a ser prudente ante los peligros y las amenazas de tu integridad física o emocional. Y, entonces, emergió de nuevo la inquietud que antes había quedado maltrecha, sin plena satisfacción. Pero, ¡para eso estábamos allí! La inquietud es el motor de la indagación, que hasta que no recibe respuesta aceptable, racional pero también emocionalmente, no se calma. No se apacigua y moviliza la discusión sincera y abierta, la que es exigente consigo misma.

-El miedo no es innato.
-¿No hay nada innato en nosotros? –pregunta el moderador.
-Sí, pero el miedo no es innato.
-El caso de los gemelos criados por separado –señala otro de los participantes-, muestra la influencia de lo aprendido: pueden llegar a ser muy diferentes en su personalidad.
-Pero, también se ha demostrado –niega la participante adulta-, el llamado reflejo de Moro en neonatos, quizás recuerdo ancestral de nuestra especie, relacionado con el sueño alerta para no caer de los árboles.

Por consiguiente, ¿puede el miedo tener un componente innato, o no? La duda asalta a los asistentes, de manera que se les oferta confrontar la conclusión a que ya se había llegado con antelación, a saber, la interacción que supone el aprendizaje entre lo propio y lo recibido, en un campo de pruebas algo más neutral: nuestro lenguaje. Que hablemos el español o el inglés, ¿depende sólo de que vivamos en España o en Inglaterra? ¿No existen también unas capacidades comunes a la especie humana que nos permiten aprender cualquier idioma, según dónde y con quiénes nos criemos? Y ahí quedó la cosa.

El inciso que se produjo cuando el grupo pretendía pasar de página para continuar indagando, pues había muchas ganas, fue aprovechado por algunas de las participantes jóvenes para excusar su presencia y, con mucha educación, se despidieron del grupo, no sin antes aclarar que no es que quisieran irse, sino que tenían que irse. Pues bien,  se retomó el hilo anterior al excurso sobre si el miedo era innato o no: ¿Cuánto miedo te lleva a ser prudente? Es decir, ¿qué cantidad e miedo es benigno y positivo? Dos situaciones se contemplan, entre todo el resto de asistentes:

a) “El exceso de miedo te paraliza”. De una manera que te vuelves vulnerable y manipulable: si estás paralizado como una figura, no es difícil que cualquiera pueda trasladarte de sitio y moverte a su antojo como se mueve a un muñeco.
b) “El poco miedo pude volverse peligroso para ti”. Te relajaría tanto que desatenderías tus defensas y la realidad te podría golpear a su antojo.

A partir de ahí, se concluye que tanto de una situación como de la otra iríamos aprendiendo, te enseñaría y tú aprenderías por narices. Del pánico también se aprende. Si no, ¿de dónde habríamos extraído socialmente medidas de seguridad que aplicar ante determinadas contingencias catastróficas? Mirad –dijo el participante adulto-: si tenemos plan de emergencia en nuestro instituto para casos de incendio, no es sino gracias a lo que se ha aprendido de los graves accidentes del pasado, que siempre están al acecho. Y se continúa preguntando: ¿cómo saber que el miedo no es excesivo ni escaso? Y se responde: el punto justo en que te permite aprender;  cuando eres capaz de asustarte de un modo que te lleva a prevenir para la siguiente ocasión. No puede ser tanto que tengas tanto miedo que te trastorne de un modo que sólo permanezca el miedo patológico, obsesivo, improductivo. Si es así, hasta una persona que tenga pánico a volar, puede habituarse gradualmente y soportar un vuelo hasta cierto punto confortable. Para eso está la psicología del conocimiento de uno mismo, ¿no es cierto? Te pueden ayudar también otras personas, pero aprendes tú.

Se concluye, entonces, que el miedo es positivo cuando es constructivo, porque te permite aprender de ti, de manera que puedes conocerte mejor y controlar mejor tu miedo. ¿Qué te parece esta conclusión? Puede que tú, que estás leyendo esta crónica, hayas comprendido, como también lo ha hecho este cronista, que la insistencia de uno de los participantes en que “el miedo se aprende y que no es innato” poseía una base muy sólida. Comenzó sembrándola en una tierra agreste y dura (la de la antítesis que se le enfrentaba), pero logró germinar en el fondo de todos los participantes, pues, casi sin darse cuenta, llegaron a defender al unísono que el miedo es personal, propio de cada uno, pero se aprende, en un aprendizaje que nadie puede sustituir. Ni aprende otro, ni nadie puede aprender por otro que no seamos nosotros mismos. Nadie puede sustituirte en tu propio aprendizaje. Así se cerró el círculo trazado aquella tarde en que nos enfrentamos sin miedo al miedo.


domingo, 18 de noviembre de 2012

El ser errático


Si algunos de vosotros pensáis que la filosofía es algo muy difícil, inaccesible, sólo apto para especialistas, os recomiendo ver y oír esta conferencia, de Luis Sáez Rueda, sobre lo que les parece a muchos la materia más compleja y abstracta de la filosofía, la Ontología o tratado sobre lo que es y lo que no es. En realidad, puede que no haya materia filosófica difícil de expresar, sino dificultades en aquél que lo expresa. La claridad, decía Ortega y Gasset, es la cortesía del filósofo. Añadiría yo también: la cercanía y pregnancia vital de lo que dice. Y no sé quien lo decía, que si un concepto no se puede exponer bien, con una mínima claridad y precisión, es que no hemos sido capaces de pensarlo bien. Ya sabéis que lenguaje y pensamiento van casi siempre de la mano. Gracias, Luis, por esta deliciosa conferencia.


martes, 6 de noviembre de 2012

Día Mundial de la Filosofía


Por iniciativa de la UNESCO, se celebra desde hace diez años el Día Mundial de la Filosofía. Cada 17 de noviembre. En todo el mundo se programan diversas actividades con la finalidad revindicar el papel de la filosofía en el mundo en que vivimos.

Nosotros lo celebraremos, como siempre, filosofando en torno a una taza de café. Anímate a pensar. "Atrévete a saber". Anímate a participar en nuestro próximo Café Filosófico.

"La filosofía no está de moda, pero se va a poner de moda"


Próximo Café filosófico: día 23 de noviembre en la biblioteca del IES Juan de la Cierva a las 17:30 horas.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Sobre la (in)comunicación

Café filosófico Almenara 4.1
26 de octubre de 2012, Sala de biblioteca, 17:00 horas.

 ¿Podemos entendernos hoy día?

“Somos capaces de comunicarnos, si somos capaces de comunicarnos con  todo, todo tipo de personas, en todo tipo de situaciones y contextos” (Prudencio Cabezas).

Silogismo de un eslogan publicitario de hace unos años: “La vida es móvil, móvil es vodafone, por tanto, la vida es vodafone”.
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Lo sucedido aquel día tenía algo de insólito. Y este cronista no puede evitar subrayarlo. Todo un acontecimiento filosófico. Y no por el número de participantes (más de veinte personas se pudieron contar), sino porque justo antes de la hora del encuentro estaba lloviendo a mares. Lo más lógico era que no pudieran acudir muchas personas. A nadie se le escapa que primero hemos de atender a lo inmediato, nuestras necesidades más perentorias, en este caso, un buen sofá al abrigo de la lluvia, y, luego, algo así como la mediación racional, general y crítica que caracteriza a la perspectiva filosófica. Pero no, allí estaban, una apabullante presencia de alumnas y alumnos, acompañados de algunos profesores y profesoras, junto a otros veteranos del encuentro. Lo subrayamos: jóvenes en su mayoría, por la edad, y jóvenes por su vitalidad personal, dispuestos a echar un rato de indagación filosófica. ¡Sin tener nada mejor que hacer!

-Pero, ¿no decías que la filosofía no estaba de moda?
-No. Creo que siempre he dicho que la filosofía no está de moda, pero que se va a poner de moda.

El ramillete de expectativas que traían era amplio, pero la curiosidad que les llevaba a querer saber de qué iba un encuentro de este tipo podía multiplicarse tranquilamente por más de cinco. Buen comienzo, pues debéis saber que el filosofar es un asunto erótico: el filósofo no es un sabio ni un ignorante, sino que desea saber, y siente hacia ello una atracción irresistible. Así lo cuenta Platón en su famoso Banquete. Y valía para todos los que allí estaban aquella tarde. El moderador comenzó, como era obligado, explicando el origen y el aspecto general de un Café filosófico. Las reglas eran sencillas y no se hubieron de recordar ni una sola vez, a pesar del gentío congregado alrededor de varias mesas adosadas, donde sostener el café y las infusiones que se tomaron y sus correspondientes pastas. ¿No lo sabíais? Si no, para qué el nombre.

El problema de la incomunicación compitió fuertemente con la manipulación, y la propia filosofía aparecía como tema, y no sólo como un camino (méthodos), una metodología para facilitar nuestro encuentro. Si hubiera sido el tema más votado, lo más deseado, eso ya hubiera sido aquella tarde el paroxismo filosófico. Así que, por suerte, la reunión renunció a la meta-filosofía y se dedicó a indagar por qué, habiendo ahora tantos medios para comunicarnos, a veces no nos sentimos mejor comunicados. Este fue el leitmotiv conductor. Pero sólo un lado de la cuestión, porque no todos los participantes, ni mucho menos, se sentían más pero no mejor comunicados. Sobre todo, la mayoría de los jóvenes en edad. Y como no estaban allí los adultos para corregir nada ni para abusar del principio de autoridad, el dardo erótico lanzado al tema, en forma de pregunta, no podía ser la de antes ni tampoco la de después, aunque fuera más neutra: ¿nos comunicamos? Ahora bien, como podemos comunicarnos y no entendernos, pero no lo contrario, quedó muy bien perfilada la pregunta que interesaba a todos, la que debía dirigir nuestra investigación. Como veis, supuso un intenso trabajo dar con ella. Y lo merecía. En realidad, aprender a preguntar es lo más delicado y también lo más decisivo para poder acceder a algunas respuestas.

¿Podemos entendernos hoy día? ¿Es más fácil entenderse hoy día, en la era de información y la comunicación? Como podéis observar, salía a la palestra la posibilidad de entendernos, pero sobre el fondo de las formas actuales de comunicación. Pujantes, extensas, intensas, sociales, individuales, penetrantes (lo individual en lo social y lo social en lo individual), el teléfono móvil, el mundo a la mano, con Internet, con WhatsApp, el acceso fácil y rápido a las telarañas inmediatas de las digitales redes sociales…, la democracia comunicativa en un clic, el sueño de algunos ensoñadores del futuro… ¿Es más fácil entendernos estos días del tiempo en que vivimos? En días como hoy. Veremos. Comienzan, así pues, las hipótesis que debían someterse a prueba: es más fácil dependiendo del tema (si es más superficial o más complejo), dependiendo de la persona que utilice tales medios, si la otra persona con la que comunicas es ya conocida de ti; si está lejos en el espacio, mejor que cerca se comprueba la utilidad de la máquina. Pero ninguna hipótesis de prueba afectaba al medio utilizado. Con unanimidad, caminan los asistentes aproximadamente por el mismo sendero.

-El medio no lo impide, no impide entenderse.
-¿Eso quiere decir que los dispositivos técnicos lo facilitan? -inquiere el moderador.

Y se procede, entonces, a problematizar la tesis dominante. Y parecía, por momentos, que su poderío comenzaba a tambalearse. Tanta cantidad de medios y tan rápidos disminuye a veces la calidad informativa, se dijo. Podemos llegar a saturarnos y, en consecuencia, a implicarnos menos, a insensibilizarnos, se apostilló. Y se recuerdan aquellos casos, no tan escasos, de personas que siendo muy competentes en la comunicación digital, manifiestan graves carencias respecto a la comunicación personal cara a cara. Uno de los participantes adultos menciona un artículo de Juan José Millás, en donde se cuenta la historia cotidiana de dos personas que no se dirigían la palabra durante una cena, hasta que una de ellas recibe una llamada de teléfono móvil de la otra e inician una animada y fluida conversación. ¿Por qué sucede todo esto? ¿Qué significa? ¿Facilitan los medios el entendimiento o lo perjudican? Y nuestros participantes concluyen que si la comunicación mediada técnicamente está al servicio de la comunicación directa y personal, entonces sí que lo facilitan. De lo contrario, emergen determinadas patologías de la comunicación.

El diálogo cara a cara, que incluye el lenguaje no verbal, y además de la audición y la visión no virtuales, incluye también las sensaciones provenientes de los demás sentidos, relegados en una comunicación mediada técnicamente, se estaba erigiendo en el modelo para medir la calidad comunicativa. Esto no se cuestionó durante todo el tiempo que duró la investigación. Y sin embargo, podría ser cuestionado como todo, filosóficamente hablando. ¿No plantea problemas la comunicación personal de toda la vida? Si algunos lectores o lectoras estuvieran interesados en esta otra línea de examen, que ni se vislumbró aquel día, puede remitírsele a otro café filosófico ya celebrado en otro lugar sobre la comunicación humana. Pero, sigamos con el hilo de la madeja que llevábamos.

En numerosas ocasiones se pierde nuestro propio mundo interior. (Fue uno de los hallazgos de la reunión). Cuantos más medios diferentes haya y se usen más intensamente, menos oportunidades tenemos de cultivar nuestra vida interior. Y esto parecía a los reunidos un riesgo demasiado grave, excesiva pérdida. Se proponen dos casos de verificación: a) alguien que enciende la televisión para sentirse acompañado; b) alguien que ha utilizado prolongadamente la tecnología WhatsApp: continuamente recibes tantos mensajes, tantos contactos que reclaman de ti una atención constante, que, por favor no los descuides, ellos te lo imploran y te lo exigen. (¿Estás como abducido?). En estos casos, analizaron nuestros participantes, los medios ya no son medios a tu servicio, sino que se convierten en fines en sí mismos, son tu amo y tú eres su servidor. Despejan así un rasgo muy de nuestros días y que muchas veces pasa desapercibido: los medios convertidos en fines, donde las metas y valores son sacrificados en aras de una vida tecnificada. En estos casos, los medios técnicos de comunicación ya no favorecen el entendimiento humano. ¡Y no depende de la edad, a cualquiera le puede pasar!

Se impone así en el grupo, de un modo natural, la necesidad de desconectar. Están todos de acuerdo. Subrayan la importancia de la habilidad personal para saber desconectar, de vez en cuando sentirte libre, cuando sea menester, que también puede que sea una de la habilidades sociales digna de aprender en estos tiempos, tan plagada como está de inmensas y omnipresentes nuevas redes sociales digitales.

Quisieron luego continuar la discusión: ¿todo reside en el buen uso o el mal uso que se haga de un medio técnico? ¿No puede existir un artefacto que no sea bueno en sí mismo? Si todos los medios técnicos de cualquier tipo son útiles, ¿no olvidamos la utilidad de lo inútil? Deseaban seguir, no se conformaban con la playa alcanzada. Querían pasar al otro lado de la isla por ver sus playas, niños curiosos y admirados del mundo en que vivimos. Pero había pasado el tiempo y preferíamos mantener para la siguiente ocasión el deseo anhelante e intactas las ganas.

viernes, 26 de octubre de 2012

Sobre el dolor

Café filosófico Juan de la Cierva 1.1
19 de octubre de 2012, Sala de Biblioteca, 17:00 horas.

Y aunque no me creáis y penséis que hablo con evasivas, debo deciros que el mayor bien para un humano es tener conversaciones cada día acerca de la virtud y de los otros temas de los que vosotros me habéis oído dialogar cuando me examinaba a mí mismo y a los demás, y si digo que una vida sin examen no tiene objeto vivirla para el hombre, me creeréis aún menos (Platón, Apología de Sócrates).

En cuanto a todas las cosas que existen en el mundo, unas dependen de nosotros, otras no dependen de nosotros. De nosotros dependen nuestras opiniones, nuestros impulsos, nuestros deseos, nuestras inclinaciones, nuestras aversiones; en una palabra, todas nuestras acciones. Las cosas que no dependen de nosotros son: el cuerpo, los bienes, la reputación, los cargos; en una palabra, todo lo que no es nuestra propia acción (…)  Pon al punto tu esfuerzo en responder siempre a toda representación perturbadora: “Tu no eres sino una representación, y en absoluto eres lo representado”. Y luego examínala con atención y ponla a prueba, para ello sírvete de las reglas que tienes, principalmente con esta primera que versa sobre si la cosa que te hace sufrir es del tipo de aquellas que dependen de nosotros o de aquellas que no dependen de nosotros. Y si se tratara de estas últimas, di sin titubear: “no tiene que ver conmigo (Epicteto, Manual).

¿Cómo nos puede ayudar el dolor?

El primer café filosófico era un escenario nuevo para todos. Este cronista preguntó al moderador de dicho encuentro filosófico cómo era posible que tanta expectativa, como decía que había suscitado, hubiera convocado a un número tan escaso de participantes. Y el moderador que lo que quiere es aprender, y casi no sabe otra cosa que preguntar, trasladó la pregunta a alguien más instruido en las cosas del lugar: muchos quisieron saber qué era eso de un “café filosófico” (tamaña rara mezcla), les picaba la curiosidad pero no habían dado el paso de probar la experiencia y descubrirlo por sí mismos. Y pudiera tener bastante de cierto, pues, ¡hay tantas cosas que, en este mundo tan complejo y cambiante que vivimos, nos llaman la atención!

-¿Quieres decir que tanto estímulo paraliza la curiosidad?
-Pudiera ser. Sólo los dioses lo saben.
-¿Qué podría aportar, entonces, una reunión como la nuestra, filosófica, en un mundo aparentemente tan poco dado a la filosofía?
-Por lo pronto, profundizar nuestra curiosidad.

Por una vez, durante un rato, hacemos un paréntesis en la rutina que pasa de puntillas por todo lo que nos interesa, sin darnos tiempo a juntar un poco de buena miel de polen del mismo jardín. ¿Nos bastará una miel de mil flores de mil jardines? ¿Un poco de todos los jardines y ninguno del todo? Si somos como abejas buscando el mejor polen que pueda dar el tono personal a la miel de nuestra vida, para que no sea muy amarga y nos permita reconstituirnos de vez en cuando con su tónico, alguna vez tendremos que pararnos a examinar cómo nos va nuestra vida y que no se nos pase sin haberla pasado, sin habernos dado cuenta. Sócrates, en cuya práctica se inspira este tipo de encuentros, reivindicaba constantemente para sus conciudadanos el gusto por una vida examinada, que de lo contrario no merecería tanto la pena ser vivida.

El moderador del encuentro hizo una escueta presentación de lo que iba un café filosófico y contó un poco del procedimiento habitual que se seguía. A continuación, propuso que indicaran, cada una de las personas asistentes, qué les había traído a la reunión, el motivo que les había impulsado, a través de un concepto. (Al ser escasos los participantes, más preciosos se volvían entonces los motivos). Estaba verdaderamente intrigado por saber de tales motivos supervivientes. Pues bien, allí estaba el estímulo de la curiosidad, pero esta vez sí, una curiosidad consumada; la cortesía de corresponder a quien proponía una actividad nueva, ¿tendría su propio motivo? (esto se notaría por su implicación, y ¡vaya si se notó!); probar algo distinto, era joven y todos los que se sienten jóvenes tienen la experimentación a flor de piel; observar y aprender, aunque se le advierte que allí aprenderá pero participando, y así fue el tiempo que pudo quedarse con nosotros; finalmente, no se pudo saber desde el principio la motivación del último de los participantes pues confundió la hora de comienzo de la reunión, pero tuvo la ocasión de participar más que suficiente. Era el único alumno que asistió, y menos mal que asistió, pues sin él no hubiéramos llegado al territorio que llegamos. ¿Queréis saber hasta dónde? Ya que no estuvisteis allí, no os queda otro remedio que atender a este relato. Pero debéis saber que con vosotros todo hubiera sido completamente distinto.

¿Qué seducía aquel día a los participantes? ¿Qué flotaba en el ambiente de la reunión? El único candidato invocado quería y no quería salir a la palestra. Pero hubo de dar un paso al frente y resistir, pues aunque mirase hacia atrás de reojo, por ver si podía compartir el peso de la investigación, no había nadie más. Alguna razón habría, que tendríamos que descubrir, para que no pudiera competir con otros asuntos, aquella tarde un poco gris y macilenta. Así emergió, como Afrodita de entre la espesura de la espuma, el dolor, y como todo dolor se siente y si no, no es dolor, estaba claro que se había convocado allí, para investigarlo juntos, al dolor emocional.

Si la filosofía es como Eros, según cuenta Diotima en el diálogo platónico Banquete, la pregunta que esta vez se lanzó fue, como siempre por amor. En este caso, por amor al dolor. (Y ya veréis por qué decimos esto). Así que se le lanzó al dolor este constructivo e inquisitivo dardo: ¿Cómo nos puede ayudar el dolor? Y se comienza la indagación. Costaba arrancar. Era normal dada la situación y la dificultad del asunto. Un tema que no tuvo alternativa, recordemos. En un café filosófico la relación siempre es personal, pero, al ser tan pocos participantes, acechaba el riesgo de que fuese demasiado personal. Ni corto ni perezoso, el moderador decidió agarrar el toro por los cuernos. Así se comprobaría que aquella reunión es personal, porque se viene allí como personas, pero a cobijo de la personalización. ¿Qué es lo que nos preocupa del dolor? ¿Qué es lo más doloroso del dolor?, preguntó. Por ver si, una dosis controlada en forma de indagación racional conjunta, podría servir de vacuna contra el dolor que sentimos dentro de nosotros.

Dos de las participantes se implicaron más personalmente, los demás ayudarían a esclarecer por qué algo determinado puede ser lo más doloroso del dolor. Comienza la persona que había ofrecido el tema: lo más doloroso es perder el control de ti mismo, cuando estás padeciendo un dolor, el no poderlo controlar, la falta de autocontrol. Si no fuera así, el dolor quizás se podría afrontar en mejores condiciones. Esto quedó claro relativamente pronto, y listo para una ulterior respuesta. La segunda aportación necesitó más trabajo por parte del grupo. Pero en el trabajo está el aprendizaje, lo mismo que en el camino está el viaje, ya lo sabemos. Más doloroso es cuando el dolor es de otros y no puedes hacer nada.

-En ese caso, ¿qué origen tiene?; en el fondo, ¿qué es entonces lo que más duele?
-La melancolía, la desazón que te produce.
-Pero, ¿esto es una causa o un efecto, origen o consecuencia?
-Te sientes impotente. Acompañas al otro sin poder ayudarle.
-Y eso, ¿es la causa o el efecto?
-Estás a la espera. Lo sigues con empatía.
-Si no puedes ayudarle, y estás a la espera de ver cuándo puedes ayudarle, ¿qué produce el dolor?

Con la ayuda del grupo se establece que el origen de dicha forma de sentir dolor estaría en no poder ayudar, que el malestar viene provocado por la impotencia. Y como todo lo que decimos y hacemos nos muestra a nosotros mismos, quisimos indagar si el dolor por los otros tenía que ver con nosotros mismos. En realidad, casi no importa demasiado de qué se hable, sino que en un diálogo socrático se examina a quien habla. Y al final de la investigación no importa tanto el haber resuelto o no la cuestión, sino que importa si yo sigo siendo la misma persona. Esto mide la calidad de un diálogo.

En aquél preciso momento se produjo un viraje en la discusión, promovido por el moderador. Como pudiera suceder que el dolor nos estuviera atenazando más de la cuenta, se propone un nuevo escenario que valga de “campo de pruebas”. El escenario para la prueba es (¡no os lo vais a creer!), el amor. Parecía algo muy alejado e incomparable, a primera vista. Aunque, aprovechar la ocasión para pensar lo impensable puede que sea uno de los grandes beneficios de una reunión como la nuestra. Pues bien, ¿es posible sentir el dolor de los demás, si uno no siente el dolor de si mismo? Y ahora trasportado al nuevo escenario: ¿puede uno amar a otra persona, si no se ama a sí mismo? La pregunta parece chocar un poco al principio a los participantes, y en los rostros aparece la extrañeza (buena cosa: ya sabéis que el asombro es el origen del filosofar).

-Sí que es posible. Uno puede amar profundamente a alguien que admira, a alguien que tiene idealizado.
-¿No hay ningún problema en ello?
-Ningún problema.
-¿Y no habría en ese amor subordinación? ¿Eso es amor?
-Es un amor como el que más. Cada uno puede amar como quiera.

Efectivamente. No discutimos las distintas formas de amar. Cada uno es libre de amar como quiera. Pero, ¿eso significa que todos los amores sean iguales? Dos tesis entran, entonces, en conflicto: a) tú puedes amar algo ideal que admiras, y eso lo convierte en un amor ideal; b) amar no puede consistir en sentirte subordinado a otro, amar es libertad y no supeditación.

-Lo ideal, ¿es real?
-Sí, por cierto.
-¿Lo ideal se cumple de un modo completo y acabado?
-No, nunca se termina del todo de cumplir.
-Lo ideal, ¿es real, entonces?
-Parece que no.
-Si estás de acuerdo en esto, tu amor, si era ideal, no parece muy real.

Por eso puede haber amores peligrosos en los que se llegue a confundir lo ideal con lo real. Así, se comenta brevemente la falsa concepción de amor que está en la base de numerosos casos de violencia de género. Pero, volvamos ahora, como hizo el grupo, a la pregunta que introdujo el escenario del amor: ¿es posible amar, si uno no es capaz de amarse a sí mismo? La respuesta fue unánime: no es posible. Volvamos ahora a la pregunta sobre el dolor. ¿Qué hemos podido aprender sobre el dolor a través de este rodeo por el sendero del amor? En este momento del diálogo dos ideas entrelazadas parecían aflorar con fuerza. (Recordad que estábamos analizando la segunda hipótesis sobre lo más doloroso del dolor: que era “el sufrimiento ante el dolor de los demás”). Las dos ideas enlazadas eran que: la espera, el acompañamiento del dolor de otro puede ser provechoso, pues aprendes de su dolor, pero aprendes también acerca de tu propio dolor. Y quizás, para ayudar al otro, y tener la calma y claridad suficiente en la ayuda, uno tiene también que haber sido capaz de ayudarse así mismo.

El final de la investigación de aquella tarde estaba cercano. Las ideas surgían con gran fluidez, después del trabajo que se había realizado previamente. Los participantes, ya ni siquiera necesitaban moderación. Ellos mismos preguntaron: ¿por qué duele el dolor? Y era una manera de descubrir cómo puede ayudarnos el que algo nos duela, como desde el principio queríamos indagar juntos. (Y, efectivamente, estaban más juntos que nunca, pues trabajaban al unísono, como un equipo). La hipótesis fisiológica de que el dolor físico es una alerta para avisar de un daño, y evitarlo, también podría aplicarse, quizás, a nuestras emociones. ¿De qué te alerta el dolor? De tu depósito inflamable dentro de ti. “Depósito” que inflama el dolor, y que lo inflama a cada persona de una manera única y personal, en función de lo que cada uno tenga dentro de sí. Por ejemplo, la muerte de una persona allegada podría afectarte e incapacitar tu vida de una manera que sólo sería propia de ti. Y, como mínimo, te puede alertar de que tú también tienes que morir algún día. Pero además, es una alerta que no debes descuidar, pues te está alertando sobre ti mismo para que aprendas de ti. Voy conduciendo por la carretera como si fuera la cosa más normal del mundo, de tan habituado que estoy a circular; de pronto, veo un accidente de tráfico, y al pasar junto a la camilla de la víctima que están evacuado en ambulancia, todo cambia: siento el dolor del otro en mi y me pregunto, sin darme cuenta, qué puedo estar haciendo mal últimamente en mi forma de conducir, y me digo que no debo relajarme tanto.

No podemos saber en general de qué nos alerta el dolor en un caso determinado, ni es el cometido de una reunión tan limitada en el tiempo como la nuestra. Cada uno debe descubrirlo por sí mismo o con la ayuda de otro. Y, como solía ocurrir sobre todo en los primeros diálogos platónicos, la discusión no se cierra, sino que incita a seguir dialogando. Los participantes lo quisieron llamar “y”, puesto que es personal e intransferible, y nos emplazaron a continuar la búsqueda de nuestro propio depósito de “y”, aquello que en mi es capaz de inflamarse y producir graves quemaduras, para que, cuando salte la chispa, no se produzca una deflagración incontrolada de dolor insoportable, sino un fuego con el que poder calentarme un poco, de manera que sea más benefactor que destructor. Y lo tengo que hacer en tiempos de baja temperatura y alta humedad, cuando todo a mi alrededor no esté tan caliente que sea inevitable el estallido.

domingo, 7 de octubre de 2012

Las ideas nunca mueren del todo

Aunque ya no esté la gente que mantuvo inicialmente una idea, ésta puede reaparecer en cualquier momento y en otros contextos diferentes. De ahí que, como recomienda K. Popper, sea tan importante que seamos capaces de realizar un examen crítico de las mismas, por si acaso no fueran buenas ideas y por contra fueran incorrectas, dañinas o peligrosas por sus consecuencias prácticas. No debemos olvidar que las ideas (creencias, valores, motivos) orientan nuestras acciones, y las pueden orientar bien o mal.
Ved, si no, si no es posible que reaparezcan, por ejemplo, ideas fascistas en un contexto democrático actual, si nos descuidamos, si no estamos atentos y no somos capaces de ser lo suficientemente críticos y autocríticos. Aquí tenéis el vídeo del final de la película La Ola, basada en un experimento real. Salió la cuestión en la clase del otro día y el mérito no fue sólo mio.





domingo, 23 de septiembre de 2012

¿Hay que resignarse?


Ante los riegos evitables de las nuevas tecnologías

El caso de las antenas camufladas de la  telefonía móvil

Toda tecnología conlleva riesgos sociales, ecológicos o personales. Eso ya lo sabemos. Lo sufrimos desde hace mucho tiempo. Pero no se puede acallar, y menos mantenerlo oculto en aras de intereses económicos que solo buscan el máximo beneficio al mínimo costo, sin valorar el reguero de daños que pueden quedar por el camino. Toda tecnología tiene efectos sobre nuestras vidas y siempre puede haber peligros. ¿Hay que asumirlo, aceptarlo, simplemente resignarse? ¿No puede ser de otra manera? Falacia típica nuestro tiempo. Se dice: “es el precio que hay que pagar por el desarrollo, por el progreso”. Pero, en realidad, nada impide que los riesgos puedan ser minimizados o que se sustituyan unas tecnologías más peligrosas por otras que no lo sean tanto. Pero claro, eso significaría evaluar las tecnologías antes de su aplicación interesada y con las prisas habituales del pingüe beneficio a corto plazo, teniendo en cuenta valores éticos y ecológicos, poner por delante a la salud de las personas y la salud del planeta, que es también la nuestra, por delante de otros intereses triunfantes en nuestros días, los del negocio a toda costa. Se deja de lado, demasiado a menudo, la sensatez que introduce siempre el principio de precaución.

Y como la población ya tiene cierta conciencia de los peligros que nos acechan, y que nos estamos dando a nosotros mismos, los grandes interesados recurren a sutiles, pero a veces primitivos y burdos, señuelos y engaños para pasar desapercibidos y seguir haciendo el agosto mientras se pueda, todo lo que se pueda. Recuerden cómo es una práctica habitual financiar informes favorables deexpertos, por ejemplo, que defiendan que los campos electromagnéticos de las antenas de la telefonía móvil son inofensivos para la salud de las personas, a pesar de las evidencias en contra. Estas campañas de desinformación crean confusión y dudas, que permiten ganar tiempo y, mientras tanto, mucho dinero. Vean si no, cómo saben muy bien camuflar antenas de teléfonía móvil en el interior de inofensivas chimeneas, con ilegalidad, nocturnidad y alevosía. Los ciudadanos afectados no se resignan y los demás tampoco deberíamos resignarnos.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Sobre el amor

Eros y Psique
Café filosófico Castro 3.5
Biblioteca Municipal de Castro del Río, 24 de mayo de 2012, a las 19:00 horas.

 ¿Qué es el amor?
  

Por qué será que, según dicen y es posible observar en tantas ocasiones, no es posible vivir sin amar.  Sin ser amados, podemos resistir, sin amar nada de nada, ni a  nosotros mismos, la vida diaria y la vida del espíritu se complican mucho. No sé si estarás de acuerdo con esta opinión. Pero no tienes otra: si quieres discutir a fondo este tipo de cuestiones u otras parecidas, debes reunirte con otras personas y examinar vuestra experiencia mutuamente. El contexto de un café filosófico es ideal. Si alguna vez en tu ciudad te enteras de uno que se va a celebrar, no te lo pierdas. Sobre el amor se han dicho miles de palabras, se han escrito miles de libros. ¿Puede un café filosófico durante hora y media responder a las grandes cuestiones sobre el amor? Claro que no, pero sí le está permitido bucear un rato en su naturaleza. Siempre que buceas en algún mar verdadero, que no sean piscinas o albercas, saldrás del agua con las manos llenas. Pero eso sí, sólo te estará permitido ascender con aquello que puedas transportar con tus propias manos.

Cuando nos reunimos venimos a aprender y, aunque tantas veces se olvide, el pueblo casi siempre tiene razón en tantas otras veces, pero también cuando proclama que “nunca te acostarás sin haber aprendido algo nuevo”. No está de más, entonces tomar conciencia de algo que se haya depositado en la tinaja de nuestra propia experiencia vital. A ver: “menciona algo que hayas aprendido últimamente”, se les pidió a los participantes. Y aquí tenéis el ramillete de cosas aprendidas que nos ofrecieron aquél día. Una de las veteranas del encuentro comenzó señalando una novela que había leído no hacía tanto sobre un cura comunista. ¡Un cura podía ser comunista! A ella esto le resultaba desconocido. Otra, sabía ahora lo que no debía hacerse en una relación, para que esta funcionara bien, claro. No nos lo contó y respetamos su intimidad. (Aunque es posible conseguir ambas cosas y nosotros también hubiéramos quizás aprendido algo). Otra que frisaba una edad avanzada estaba empezando a comprender quién nos maneja. ¡Nunca es tarde, claro que no! También es muy bueno darse tiempo al tiempo y no agobiarse en exceso por las cosas de la vida. Yo me apunto a este aprendizaje que nos ofrecía esta participante. Por desgracia, también a veces nos parecemos a marionetas, pues hacen de nosotros lo que quieren. Según el que lo dijo, a esto había que estar muy atentos. La siguiente intervención obligó a hacer un breve alto en el camino: “todo se repite”, “no aprendemos nada”; -pero, ¿tú no has aprendido nada, entonces, desde que naciste?, le increpó el moderador. Y con la mente de todos todavía puesta en el significado de la pregunta, desembocamos en el siguiente aprendizaje: “la política es un fracaso”, y se refería a la política actual, de lo cual ya hemos hablado otras veces. Finalmente, otro participante nos cuenta cómo tres de sus alumnos que no sabían escuchar aprendieron a escuchar, y él aprendió con ellos.

El progreso, cuatro votos. La aceptación social de la enfermedad mental, siete votos. El amor, ocho votos. Pero ya hemos insinuado que la salud puede llegar a depender grandemente del amor. Oliva Sabuco ya nos lo advirtió, allá por el siglo XVI, así como de otros afectos. Muchas fueron las preguntas que, como dardos, fueron lanzadas  acto seguido sobre el amor (esta vez el propio Amor era la diana). Para amar, ¿hay que ser amado? ¿Puede haber amor sin libertad? ¿Todos amamos? ¿Qué es el amor? Ésta última fue la diana central, la que más puntos valía, si se acertaba bien en su centro.

¿Qué es el amor? Es un sentimiento, algo innato, por tanto; no, es un producto cultural. Tanto la tesis como la antítesis pretenden acogerse una a la otra. (Debéis saber que nuestros participantes no están allí para enfrentarse unos a otros, sino que van para colaborar, van a aprender juntos). Y así dicen: cada cultura lo entiende de un modo diferente, intentando acercarse a la tesis. Y así dicen: el amor es una experiencia individual, personal, pero que se expresa universalmente, por eso se da en todas las culturas de diversas formas, dice la antítesis para tratar de reconciliarse con la tesis. Aunque todavía no se había resuelto el choque entre ambas, por un lado, la necesidad innata del amor y, por otro, la variabilidad de sus diversas formas culturales. Una síntesis posible, que apuntaron ellos, fue ésta: el desarrollo de esa necesidad innata de amar necesita de alguna forma cultural de amor, para expresarse y desplegarse. Para ser amado, se necesita de alguna forma compartida de amar.

Así parece, el amor es innato y es cultural; es cultural y es innato. Lo cultural del amor establece las posibilidades y los límites para amar. Y además evoluciona. Acertadamente, nos recuerdan que, por ejemplo, “los hombres pueden mostrarse cariñosos ahora”. Son muchas las formas en que puede expresarse el amor, pero todas ellas son amor, pasa igual que en aquél antiguo cuento oriental sobre Los ciegos y el elefante, que tenéis encabezando este relato.

Así parece, el amor es también un sentimiento. Pero, ¿qué clase de sentimiento? El grupo se dispone a distinguir entre emoción y sentimiento, de manera que se pueda clarificar un poco más la naturaleza del amor dentro de esta otra vertiente. Uno de los participantes se resistía aceptar que el amor, que él querría poner siempre en mayúsculas, no pueda ser más que una emoción, que se le antoja más reacción fisiológica que sentimiento, en donde no es posible hablar de sujeto que piensa y actúa. Porque el amor es libre, no forzado por una necesidad corporal. Pero, qué pasa, ¿hay algún problema con admitir que ambos componentes, el emocional y el sentimental, estén presentes en el amor? (El moderador quería llevar a este participante a pensar de otro modo, por ver si esclarecía mejor su propio modo de pensar). Pongámonos en lo opuesto, pensemos lo impensable para nosotros: ¿puede haber amor sin libertad? Pues sí, se discute. Tenemos, por ejemplo, el síndrome de estocolmo, en que el prisionero acaba amando a su carcelero. Pero ese es un amor patológico. Excesivo desequilibrio de poder. Eso no es amor. Pero, mira, también está la pasión, que padeces, que te arrastra y no hay amor más intenso. ¿O no es eso amor?

En este punto uno de los participantes devuelve la mirada inquisitiva hacia el moderador: y tú, ¿por qué no opinas? Y parecía enojado. Y como era un asistente flamante en esta nuestra reunión, se le explica un poco la tarea del moderador y la finalidad de este encuentro, que él está precisamente para facilitar que entre todos puedan satisfacer sus inquietudes filosóficas que son inseparables de sus propias vidas. Eso mismo le pasó en más de una ocasión a Sócrates, según se nos presenta en algunos diálogos platónicos. Y así respondió el maestro de la vida, que no sabía nada, y que no tenía una respuesta definitiva sobre qué es la justicia, pero que no dejaba de hacer ver en cada caso lo que le parecía justo: “A falta de la palabra, lo hago ver por mis actos”.

Y se consiguió llegar a una síntesis a base de todos: el querer es innato, como mostró vehementemente Schopennauer; el cómo querer es, sin embargo, libre, dentro de un marco cultural. “Yo quiero”. Y se profundizó más: ¿se deduce que en el amor “todo es posible”? Muchas cosas son posibles en el amor. Respuesta que quedó fijada a gusto de todos. (Que se preparen mojigatos y libertinos). “Te quiero”. Que fue la reacción de una de las participantes dirigida a, e inspirada por, el grupo que había hablado allí, aquella tarde, con tanto interés sobre el amor. Muchos otros interrogantes quedaron en el tintero, por falta de tiempo. Más arriba tienes algunos, que se te dejan en tu tejado para que te puedas pelear con ellos junto a otros amantes de la vida y de la filosofía como tú.