Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

lunes, 31 de marzo de 2014

Sobre la amistad

Café Filosófico en Vélez-Málaga 5.7
21 de marzo de 2014, Cafetería Bentomiz, 17:30 horas.



“Los malos [amigos] serán amigos por deleite, o por provecho, pues son en esto semejantes, pero los buenos serán amigos por sí mismos, porque éstos en cuanto son buenos son absolutamente amigos, pero los otros accidentalmente, y en cuanto quieren remedar a los buenos en alguna cosa” (Aristóteles, Ética a Nicómaco, VIII, 4).


“El que conoce el principio masculino y se mantiene conforme a lo femenino es como el profundo cauce del mundo donde confluye todo bajo el cielo” (Tao Te King).



            ¿Qué es la amistad?

A nadie se le escapa que necesitamos ser acogidos y que también nos ayuden a ver más claro, si es posible. Así que estamos buscando siempre a un buen amigo. Dos funciones de la amistad que responden a dos estilos, femenino y masculino, que los participantes de nuestro encuentro filosófico van a descubrir para ti. Estábamos allí, en la Cafetería Bentomiz, al día siguiente del equinoccio de la primavera, que se despertaba perezosa para pocos días después aletargarse de nuevo, ya sin demasiada convicción, pues había llegado su hora astronómica. Por seguir con la costumbre reciente, se leyó una cita de Séneca Sobre la brevedad de la vida, centro de la discusión del día anterior, hacía justo un mes entero: “No tenemos un tiempo escaso, sino que perdemos mucho… no supimos que estaba pasando…”. Y después…, para que no nos pase el tiempo sin más ni más…, decidnos: “¿Cuál es vuestro momento especial del día, de cada día?”. Y dijeron:

La primera hora de la mañana es muy especial para mí: hago café cuando llego a mi centro educativo, hay mucho silencio, poca luz y voy recibiendo el día, no me importa que venga lluvioso; cuando llega mi familia a la hora de comer; cuando pienso por la mañana cuánto puedo aprender hoy; cualquier momento puede ser bueno, siempre que me ofrezca una idea con visos de verosimilitud, alguna certeza que me sobrevenga a lo largo del día; yo prefiero el atardecer, cuando efectúo un repaso crítico de lo que me ha ido ocurriendo durante la jornada (aquello que los clásicos llamaban “examen de conciencia”); cuando acabo mis clases salgo a correr, desconectando del estudio, relajando mi mente; espero con ganas el momento en que llega mi hermano, que tanto me hacer reír; la hora del baño es insustituible para mí: desconecto y todo lo malo se va por el desagüe; cuando acabo de trabajar, me voy de regreso para casa y me concentro en las hojas de las palmeras de la avenida, movidas por el viento…; me gusta observar los gestos que el día me va ofreciendo, soy muy observadora…

Una vez se hubo creado el ambiente adecuado, se propusieron los siguientes temas de investigación: las creencias, la amistad, la inteligencia artificial, los sentimientos. Ya sabéis cuál era el más atractivo aquella tarde. ¿Qué es la amistad? ¿Cómo se manifiesta? ¿Por qué hay? ¿Cuánto dura? ¿Para qué sirve? ¡Más despacio! Comencemos por el principio: ¿Qué es la buena amistad? Una pregunta del moderador que fue rápidamente impugnada, pues la amistad no había de tener adjetivos; no había de ser buena o mala, pensemos mejor en el sustantivo. Tomemos a la amistad en sí misma.

—Es una relación duradera.
—Es la más duradera.
—Pero, ¡estáis también vosotros tirando de adjetivos! ¿Qué es la amistad en sí misma?
—Es aquella en que nos mostramos tal como somos.

Gustó mucho al grupo esta aproximación a la amistad: la naturalidad que te ofrece, la posibilidad sencilla de poder ser tú mismo. “El amigo actúa como de espejo; no interpreta, no juzga”. Y se aclaró entre todos qué podía significar eso de “ser un espejo” en el que tú puedes mirarte y verte mejor, más distanciadamente, el que te ofrece tu amigo o tu amiga.

—Pregunta el moderador: “Hacer de espejo el amigo, ¿supone siempre no juzgar?”
—De ninguna manera —responde otro participante—. Puede juzgarte y seguir siendo amigo tuyo, a veces, un mejor amigo todavía.
—Sí, pero, cuando te juzga no te etiqueta, no te hiere —replica el anterior participante—. Esto es fundamental, te corrige, te ayuda, pero no te hiere.
—Creo que es así —secunda una participante—. No te dice: “tú eres…”, sino algo así como “qué te parece alguien que…”.
—Bueno —añade otra participante—, puede herirte algunas veces, pero no intencionadamente.

Estuvieron de acuerdo en esto, pues, que la intención, que no trata de herirte sino de ayudarte, distingue al verdadero amigo. Incluso, se realizó un breve excurso por la distinción entre ofensa y daño, tan útil en tantas ocasiones para no padecer un malestar de más. El amigo no daña intencionadamente; si me siento ofendido, yo soy quien se siente ofendido. Esto depende siempre de mí, ofenderme o no ofenderme.

El amigo prepara el terreno, te deja respirar, puede tener la amistad sus fases más álgidas o más decaídas, pero notas que tu felicidad es la suya y recuperas tu amistad al instante. El amigo te trata como quiere que le trates a él, en ello hay armonía y hay felicidad. Reconocéis también juntos los límites de vuestra amistad. Sois buenos conocedores de vuestros puntos fuertes y débiles, y para qué podéis serviros uno del otro. No esperáis más de la cuenta, sino, de cada uno, solamente lo que puede dar de sí mismo. ¡Cómo estropea las relaciones esperar demasiado del otro! (No olvides nunca que el otro es como tú, tan humano como tú mismo). Esta parcial conclusión te ofrecen los participantes de aquel día, una primera conclusión que preludia otras ulteriores conclusiones. Si te gustó ésta, espera a ver las que vienen. Y si no te colmó del todo, trata de seguir leyendo por si acaso.

Prudencio, con su habitual acierto, nos ofreció una retrospectiva de la vida humana al completo, en todas sus etapas, que nos sirvió de nuevo punto de partida para nuestra andadura: somos niños, primero, más tarde adolescentes y es ahí cuando establecemos con otros nuestra amistad o “vínculo de proyectos comunes”, ahí somos desinteresados, estamos llenos de entusiasmo, luego llega la madurez, cuando ya somos distintos, y aquellas amistades se van enfriando y quedando principalmente en el recuerdo.

—¿Eso quiere decir —pregunta el moderador— que la amistad es propia de la edad de los jóvenes?
—No ha de ser así —se replica —: ahí están los casos en que un reencuentro de amigos, después de años de no verse, es capaz de recuperar intacta la amistad de otros tiempos.
—Quizás, pero muchas veces la amistad del reencuentro dura poco…
—Pero también es posible establecer relaciones de amistad duraderas a otras edades. (Y cuenta una de las jóvenes participantes su experiencia en el Camino de Santiago, donde su familia y ella conocieron a una persona mayor con la que entablaron una intensa amistad que todavía dura, años después).

La discusión de estos contraejemplos permitió recoger la idea que había quedado suelta (al preferir hablar de la amistad de un modo sustantivo y no adjetivo), sobre si la amistad dura o no dura mucho en el tiempo. Y se prefirió hablar más bien de profundidad que de duración: permanezca mucho o no permanezca mucho en el tiempo,  aquella relación en que podemos ser espejo unos de otros es la que cuenta. Con lo cual se volvía, de otro modo, a la conclusión anterior y primera. Algo que hizo que el grupo se sintiera aún más confiado en el trabajo que juntos estaban realizando, y ganaran más confianza en el equipo que formaban aquella tarde. (¿Se estaría gestando una relación de amistad?).

Sin embargo, se decidió iniciar una última línea de investigación: sobre los tipos de amistad. Y propusieron esta clasificación: a) entre varones o entre mujeres; b) entre varones y mujeres; y c) con otros seres no humanos (¿por qué no?). El joven que había propuesto este rumbo comenzó afirmando que él tenía muchos más amigos, pero que su relación de amistad con algunas chicas era más profunda. Y no parecía algo extraño, pues la mayoría de los participantes, independientemente de su sexo, se estaban decantando por describir una similar situación.

—¿Por qué crees que tienes más amigas de verdad que amigos? —pregunta el moderador.
—Quizás los vea más competitivos, que tienden a cortar más por lo sano, son más prácticos en ese sentido, pero también están menos dispuestos a escucharte.
—¿Te parece que tendrá que ver con algo biológico? ¿La sexualidad, por ejemplo?
—Yo creo que no. (Y, asimismo parecían pensar casi todos los participantes).
—Sí, puede que sea ésta una cuestión más allá del sexo. ¿Cómo sería, entonces,  la amistad propia de una mujer? Es decir, ¿cuál podría ser el estilo femenino de amistad, ya sea en una mujer, ya sea en un varón?
—La amistad típicamente “femenina” se caracterizaría por ser “acogedora”: paciente, solidaria, consoladora —señala un participante adulto—.

Y no se trataba de una cuestión cultural o educativa, de la que se estaba discutiendo. Bien sea por naturaleza o bien sea por influencia cultural, lo importante es lo que está dentro de nosotros, tengamos el sexo que tengamos o hayamos sido educados de uno u otro modo. No siempre se corresponde. Pensar que depende del sexo, no es más que pensar a través de estereotipos. Y éstos sí que han sido siempre creados socialmente. Es lo que convinieron todos nuestros participantes. No sé lo que te parecerá a ti. Espero que parezca, al menos, sugerente y digno de ser pensado. Bueno, sigamos con el relato.

—Si como parece a los presentes, todos tenéis más amigas que amigos, ¡vaya si están cotizadas las mujeres, es decir, el estilo femenino de amistad!
—Considero que lo que estáis defendiendo es injusto —declara con firmeza una de las jóvenes participantes—. Yo tengo amigos que son muy buenos amigos.
—¿Qué es lo que te aportan?
—Pues que son más despreocupados, no se comen tanto el coco, son más directos, más eficaces, tienden a ver las cosas más claras.
—Pues sí, también parece interesante este estilo masculino. ¿Cómo lo veis los demás?

Y los demás estuvieron de acuerdo en lo provechoso de este estilo de amistad. También, tendría, por consiguiente, su propia virtud. Así que también puede ayudarte tener “amigos” del estilo masculino. Y además, todos comprendieron que no era cosa de que ambos estilos entraran en pugna, a ver cuál era preferible, sino que ambos pueden ser complementarios. En cada ocasión, si sabíamos buscar lo que necesitábamos, lo encontraríamos en las personas adecuadas. Acogida o análisis, escucha o acción, profundidad o simplicidad, solidaridad o claridad. ¿Tienes tú amigos de todo tipo y sabes acudir a ellos cuando lo necesitas? ¡No te quedes atrapado en los estereotipos! ¿Y no te podrían dar de todo eso también, aunque sea a un nivel básico, otros seres no humanos, por ejemplo, tu perro que te acompaña fielmente y también te defiende de algún peligro cuando te hace falta?

Y ya que estamos contando un encuentro filosófico: la filosofía, ¿es femenina o es masculina? ¿Y no puede haber, más bien, filosofías masculinas y filosofías femeninas, independientemente de si es un filósofo o una filósofa quien te la ofrezca? Sócrates fue discípulo de Diotima, una sacerdotisa que lo acogió y formó sobre las cosas de Eros, pero Alcibíades, tras su contacto con Sócrates, aprendió por su parte mucho del “furor báquico del filósofo”, a causa de cuyas preguntas en numerosas ocasiones fue “picado y herido”, y ya no fue nunca el mismo, según se cuenta en el Banquete de Platón. Busca tú también la compañía de la filosofía que necesites. Salud y amistad.

sábado, 29 de marzo de 2014

Qué es informar hoy

Un diálogo socrático

Siguiendo la metodología de Lou Marinoff, y durante dos largas sesiones, ha dialogado recientemente la Filosofía con la Arquitectura. ¿Es posible? No, es real. Incluso, uno de los participantes había desarrollado una tesis doctoral sobre Nietzsche y la Arquitectura. Pero allí estábamos como personas que piensan sobre nuestro mundo, interior y exterior. Sócrates se sigue plegando de maravilla a cualquiera que desee examinar su propia vida. La primera sesión fue en los Baños del Carmen de Málaga, un lugar exquisito junto al mar; sin embargo, en la segunda sesión, la filosofía fue desplazada por el último modelo de la Mercedes-Benz. Alfombra azul para una máquina plagada de intereses materiales vestidos de deseos y esperanzas. No importó; la filosofía está acostumbrada. Sócrates insiste.
Y aquí tenéis algunos hitos de lo que pasó. Buscamos: ¿QUÉ ES INFORMAR?
Primera fase: las experiencias vividas con la información

PARTICIPANTE 1: Explica cuando, como columnista, asiste a un congreso y como conclusión obtiene que no es necesaria cualificación alguna, que es más importante la opinión que la información veraz. De otro modo, hubiera sido más útil para mí.

PARTICIPANTE 2: Cuenta que el prefijo DES es muy similar con la palabra AMOR y con INFORMACION. Desamor es dejar de amar y, sin embargo, desinformar es ¿dejar de informar o es informar mal?

PARTICIPANTE 3: Explica dos experiencias en las cuales la información veraz no se transmitió como es debido: La primera personal, en junta de gobierno: una labor informática que no estaba realizada se transmitió que sí lo estaba. La segunda, en un debate televisivo: apreció como los políticos que debían de manejar tantos temas específicos no fueron capaces de dar respuesta a un tema tan candente como la especulación urbanística.Como conclusión obtiene que el poder oculta información.

PARTICIPANTE 4: Elaboró el tema más desarrollado sobre el que se debatió ampliamente, que fue su experiencia con la información al comenzar su labor docente (ésta fue la experiencia seleccionada)

Segunda fase: desglose de la experiencia seleccionada:

1) Sintió una necesidad brutal de información

2) Intentó buscar lo útil

3) Logró una sensación de poder sobre los alumnos al disponer de más información que ellos.

4) Los alumnos la superan en información, cuando la eclosión de las redes sociales pone a disposición de todos una cantidad ingente de información. Entra en un estado de crisis.

5) Asume que esa es la realidad e intenta buscar en sí misma el potencial del que  dispone (qué puedo ofrecer, para qué sirvo): mediante su capacidad de síntesis y de relación intenta clasificarla para poder ser más útil.

6) Ofrece a sus alumnos la posibilidad de que se ubiquen: un sistema de referencias.

7) Descubre que la información es fiable, si conoce el sistema de referencia del  informador.

Tercera fase: la definición

¿QUÉ ES INFORMAR?

La RAE dice:

(Del lat. informāre).
1. tr. Enterar, dar noticia de algo. U. t. c. prnl.
3. tr. Fil. Dar forma sustancial a algo.

Ellos han dicho, después del diálogo socrático:

Versión amplia: “El acto de transmitir una determinada selección de nuevos datos, noticias, ideas, perspectivas, proyectos o emociones, que puede ser útil y relevante para las personas o colectivos que son informados, mostrando de un modo transparente el sistema de referencia del informador (es decir, indicando con claridad desde dónde se informa y la vía de acceso a dicha información), y permitiendo, así, que pueda ser descodificada, juzgada e integrada en sus propias vidas”.
Versión más sencilla: “El acto de transmitir una determinada selección de novedades, que puede ser útil y relevante para las personas o colectivos que son informados, a partir de un sistema de referencia contrastado o verosímil para el informado”.

Lo que ha opinado, en una entrevista, la nueva estrella de la filosofía alemana (según parece), Byung-Chul Han:

“La acumulación de la información no es capaz de generar la verdad. Cuanta más información nos llega, más intrincado nos parece el mundo”.

Espero que os aproveche bien para orientaros un poco mejor en este mundo que vivimos, sobre la buena información hoy, en el mundo de las apariencias.

sábado, 1 de marzo de 2014

Sobre la brevedad de la vida

Café Filosófico en Vélez-Málaga 5.6
21 de febrero de 2014, Cafetería Bentomiz, 17:30 horas.




No tenemos un tiempo escaso, sino que perdemos mucho. La vida es lo bastante larga y para realizar las cosas más importantes se nos ha otorgado con generosidad, si se emplea bien toda ella. Pero si se desparrama en la ostentación y la dejadez, donde no se gasta en nada bueno, cuando al fin nos acosa el inevitable trance final, nos damos cuenta de que ha pasado una vida que no supimos que estaba pasando.

(…) No tienes por qué pensar en razón de sus canas y arrugas que alguien ha vivido mucho tiempo: ése no ha vivido mucho, sino que ha estado ahí mucho tiempo. ¿Qué pasaría si pensaras que ha navegado mucho uno al que una tempestad muy dura al salir del puerto lo arrastró de acá y para allá y con los tumbos de unos vientos que arremeten por puntos opuestos, lo mueve en círculos dentro del mismo espacio? Ése no navegó mucho, sino que lo han zarandeado mucho.

Séneca, Sobre la brevedad de la vida.




¿Es realmente tan breve la vida?

Estamos tan acostumbrados a medir el tiempo (tic, tac, tic, tac) que nos parece que el tiempo es algo. Un objeto, objetivable, medible y controlable, que existe sin nosotros, y al que tenemos que aferrarnos, atrapándolo lo más posible, poseyéndolo cuanto más mejor —muchas veces para hacer negocio con él; mirad, si no, de qué viven banqueros y financieros—. Pensamos que nosotros no existimos sin el tiempo, cuando, quizás sea al revés, que el tiempo nos necesita para ser. El tiempo es subjetivo. Esta es una conclusión a la que arribaron los participantes durante nuestro café filosófico de los viernes de la tercera semana de cada mes, en la Cafetería Bentomiz.

Y no penséis que fue una salida estrafalaria. El mismísimo Inmmanuel Kant concibió el tiempo como un esquema de nuestra facultad de la sensibilidad, que nos permite captar los objetos de este mundo: si no somos capaces de situar las estimulaciones de nuestros sentidos en un espacio y en un tiempo determinados, no percibimos nada con sentido. Así que ya lo veis, nuestros participantes sabían tanto como Kant del tiempo, no en vano él y nosotros vivimos en el mismo mundo, aunque él nos hablara desde otro tiempo, histórico. Quizás por ello, porque el tiempo de nuestra vida es, en realidad, algo nuestro, a veces nos parece demasiado breve y en otras ocasiones demasiado largo; pero quizás no sea tan largo, ni tampoco tan corto como muchas veces sentimos. A ver qué nos dijeron; escuchemos con atención.

Debéis saber, primero, que este café filosófico se celebró un día antes del 75º aniversario de la muerte del Poeta. Y, a propuesta de una de las participantes, tuvimos un digno preámbulo a nuestra reunión. Una “profesión de fe”, que comienza: “Dios no es el mar, está en el mar, riela / como luna en el agua, o aparece / como una blanca vela; / en el mar se despierta o se adormece”. Continúa: “El Dios que todos llevamos / el Dios que todos hacemos, el Dios que todos buscamos y que nunca encontraremos. / Tres dioses o tres personas del solo Dios verdadero”. Y sigue con la filosofía: “Dice la razón: “Busquemos / la verdad. / Y el corazón: Vanidad. / La verdad ya la tenemos. / La razón: ¡Ay, quién alcanza la verdad! / El corazón: Vanidad. / La verdad es la esperanza. / Dice la razón: Tú mientes. / Y contesta el corazón: / Quien miente eres tú, razón, / que dices lo que no sientes. / La razón: Jamás podremos entendernos, corazón. / El corazón: Lo veremos”. Para concluir, más filosóficamente todavía: “De la mar al percepto, / del percepto al concepto, / del concepto a la idea / —¡oh, la linda tarea!—, / de la idea al mar. / ¡Y otra vez a empezar!”. Es como siguió vivo el Poeta, aquella tarde entre todos nosotros.

Y, acto seguido, nos obsequiaron los asistentes con algunos de los aprendizajes que últimamente habían recibido de su vida. Aquellos regalos preciosos que la vida les había deparado. Si uno está abierto, los recibe, de lo contrario circulan por delante, pasando de largo. (Y de nuevo, la vida nos parecerá demasiado breve). Para recibir, hay que estar receptivo. Ellos han sido receptivos, tú también puedes, pues son como tú: “Probé a no juzgar y todo me ha ido diferente, comprendo todo mucho mejor”; “He sido capaz de dialogar para ser capaz de aceptar”; “He aprendido a diferenciar hechos y valores, y me he dado cuenta cómo nos influimos continuamente unos a otros”; “Decían que era bueno tener paciencia y persistir en la vida, y tenían razón, yo lo he aprendido jugando por primera vez al juego del comecocos”; “En la lentitud está la belleza, lo dice Antonio Soler en su novela Una historia violenta, y yo lo he percibido así también; “No me atrevo a decirlo, no me parece un aprendizaje muy filosófico…”

—Veamos a ver. Atrévete.
—Pues, resulta que no conocía una especia llamada cúrcuma.
—¿Por qué te interesó saberlo?
—Me gusta la cocina.
—¿Es importante para ti?
—Muy importante, me gusta mucho. Y me gusta compartirlo. Me sirve de terapia.
—Me estás hablando de un modo de vida, un ingrediente de tu vida. Y la filosofía no es más que un modo de vida consciente.

La espiritualidad, la creatividad, la indignación, la brevedad de la vida, ¿os interesan? ¿Os preocupan? ¿Queréis saber? Ellos también. Pero de lo que más —después de dos clarificadores sufragios—  de la brevedad de la vida, allí, en aquel momento, para que la vida no se nos escape entre los dedos. Tendríamos la oportunidad de preguntarle si realmente es tan breve, podríamos someter a escrutinio la brevedad de la vida.

¿Es realmente tan breve la vida humana? Quien había propuesto el tema confesó su motivo: había fallecido recientemente una persona muy querida de todos, puede que “el último tabernero de Vélez”, Antonio, que siempre nos regaló un Oasis de buen ambiente (descanse en paz). Ahora, hemos de proseguir con el relato. Como allí había adultos entrados en años, la mayoría, y solamente dos personas más jóvenes, a alguien le sobrevino la feliz ocurrencia de afirmar que dicha pregunta sobre la brevedad de la vida era propia de gente de más edad. A lo que el moderador reaccionó apelando a los que adolecían de tanta edad, por ver si era cierto. Y a su vez, éstos, en una ágil pirueta, dijeron que:

—“No es tan corta la vida”. O eso es lo que nos dicen los mayores: “Ten paciencia”.
—¿Qué querrán decir? —quiere indagar el moderador.
—Cuando se les dice a los jóvenes que “hay tiempo” es para protegerlos.
—¿Qué se quiere decir con ello?
—En realidad, se les está engañando.
—De verdad, ¿se les está engañando?

Aprovechando una de las intervenciones, el moderador pregunta por qué es frecuente que se nos hayan quedado tan bien grabados los recuerdos de la niñez. Lo que inicia una discusión que les habría de conducir bastante bien al centro de la supuesta vida breve. Pero no de momento. Porque, entonces, emerge súbitamente un primer lamento: “Cuantas más cosas hago, más rápido pasa el tiempo”. Estamos habitualmente tan atareados, tan ajetreados, entretenidos, con demasiadas cosas en la cabeza que queremos hacer, metidos en medio de tantas tareas, pequeños proyectos que nos parecen grandes, sublimes e ineludibles, de los que al parecer depende nuestra vida, su plenitud y su sentido, que sentimos que la vida se nos pasa en un suspiro. Cuando queremos darnos cuenta, ya ha pasado un lustro, una década… La explicación nos la ofreció quien, durante la discusión, quiso que nos fijáramos en cómo la vida se había convertido, en nuestra sociedad, en un objeto de consumo. La vida como algo que se gasta, y que hay que consumir a tope, y si no, no nos merece tanto la pena. Es decir, la vida que vivimos sería una cuestión de cantidad: cuantos más años, más tiempo que gastar, una vida mejor obtendríamos.

Pero no es cuestión de cantidad, replican nuestros dialogantes: lo más decisivo para la buena vida no es la cantidad, sino cómo se ha vivido. Si la vamos llenando de lo que queremos, de lo que nos gusta hacer, en esto consiste el placer de vivir. Algo que tiene más que ver con la intensidad que con la cantidad. Y sentencia Prudencio: “La vida es corta, pero es lo suficientemente larga para hacer las cosas bien”. Sin embargo, un segundo lamento aflora con tristeza agarrado a un caso personal, que se manifiesta con aflicción cierta: “He vivido toda mi vida para otros, al servicio de los demás, y ahora que ya no están me siento vacía”. Y entre todos, intentan rescatarla de esta sensación. El grupo se compadece y trata de ofrecer argumentos para el consuelo y para el sentido.

—Cuando tu vida ha estado llena, ¿de qué se había llenado?
—Sólo deseaba cuidar de mi familia.
—Se ha llenado de cuidado por los demás. ¿Tenía esto sentido para ti?
—Así era feliz.
—Tu vida tenía un sentido.
—¿Qué tal si ahora cuidarás de ti misma? No harías algo diferente, en realidad, pero ¡sería muy diferente!

Resulta que nuestro tiempo actual ha devaluado la importancia del cuidado. Trata de aclarar el motivo sociológico que nos lleva a este tipo de situaciones personales el mismo participante que antes había descubierto el valor de consumo del tiempo que vivimos. Lo mismo pasaría con el trabajo doméstico. ¿Quién ha dicho que no es una forma digna de realizarse una persona? Había allí muchas mujeres que se sintieron tocadas por esta situación: departieron, compartieron y estuvieron muy interesadas cuando se nombró la Ética del cuidado de Carol Gilligan, cuya mención aprovecharon para anotar rápidamente en una hoja de servilleta que tuvieron a mano.

Después de este intervalo que había sido colmado por la discusión sobre la posibilidad de llenar de intensidad la vida a través del cuidado, continuaba el recorrido argumental. Y hablando de intensidad, se dijo que no era lo mismo vivir en el momento presente, en cada momento presente según fuera cada uno de ellos, que vivir el momento, el clásico carpe diem. Una sabia conciencia, cuya carencia una vez más nos conduciría a vivir la vida entretenidos, perdidos, de placer en placer y de objeto en objeto. Y tendríamos la misma sensación de fugacidad de la vida en cuanto el placer o la variedad de objetos se fuesen agotando. En lugar de dejar que la vida pase, hacer que pase. Serían dos estilos muy diferentes de vivir, dijeron ellos. Hacerse cargo de la vida en cada momento para hacerlo bien, hacer justicia con tu presente, ajustarse a él, siempre todo lo bien que se pueda. Esto otorga intensidad al vivir. Y puede que sea capaz de lidiar con la sensación de brevedad de la vida. Haciéndose uno cargo de su vida en cada momento, ésta no se tornaría, como muchas veces sucede, “una carga”.

—No me gusta —aunque yo lo haya dicho— esto de que la vida conlleve cargas.
—¿Cómo preferirías llamarlo?
—Una obligación… tampoco me gusta. Y sin embargo pienso que la vida tiene mucho de eso. Por ejemplo, antes hablábamos del cuidado: tus padres están mayores y has de hacerte cargo de ellos. Quiero hacerlo, lo disfruto, pero no deja de ser una carga.
—¿Y si no dependiera de si es una carga o no, sino más bien de lo que haces con ello y cómo te lo tomas?
—¿Te gustaría más llamarlo algo inevitable, algo que es así y punto, que has de hacer, un quehacer?
—Esto último me satisface más.
—¿Y si la vida en su conjunto no fuera más que eso, un quehacer, algo que he de hacer y que he de decidir a cada paso qué hacer con ello?


Había emergido una mínima satisfacción en el grupo, pero, sin temor a enredar un poco más la cosa, para finalizar, el moderador se atreve a retomar un hilo anterior: entonces, ¿por qué solemos acordarnos mejor de cuando éramos niños? Podríamos responder de un modo más agorero diciendo algo así como que “miramos hacia atrás, hacia la infancia, porque era cuando teníamos futuro”. Pero la madurez de la discusión permitía arrojar ahora una nueva luz, más intensa: “En esos momentos vives para ti, sin ser consciente del paso del tiempo, vives un eterno presente”. ¿Y si acogiéramos este modelo para toda nuestra vida? A pesar de otras muchas sensaciones que podemos tener sobre el tiempo, su brevedad o su fugacidad, como muy bien nos recuerda continuamente Antonio Machado, aún te es dado vivir plenamente, puesto que hoy es siempre todavía.