Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 31 de diciembre de 2017

¿Por qué necesitamos saber qué hay detrás de la muerte?

Sobre la muerte (2)
Café Filosófico en Vélez-Málaga 9.2
17 de noviembre de 2017, Cafetería Bentomiz, 17:30 horas.


El Café filosófico de noviembre coincidió -sólo un día de retraso- con la celebración del Día mundial de la filosofía, que en Málaga fraguó el I Festival de Filosofía, y en el IES Juan de la Cierva de Vélez-Málaga una jornada reivindicativa: “Filosofía sí”, convocada por la Red Española de Filosofía (REF). No era la primera ocasión en que se abordaba el tema de la muerte en nuestro café filosófico pero, como ya sabíamos, hablar de la muerte es hablar de la vida. Más exactamente: de cómo se vive, según Séneca. De hecho, es lo que sucede con cualquier dualidad: hablar de un extremo supone hablar del otro. Dos caras de la misma moneda. En este caso superamos la dualidad, si notamos que ambas, la vida y la muerte, suponen vivir. Vivir tu vida. Y vivir tu muerte. Una manera humana de vivirla es preguntarnos: ¿Por qué necesitamos saber qué hay detrás de la muerte? Una pregunta muy humana, muy nuestra, que se deshace como un azucarillo si aprendo a vivir bien, sin demasiada angustia vital. Y para esto, una ayuda inestimable es el filosofar. De ahí que muchos clásicos del pensamiento dijeran que filosofar es aprender a morir, dando carpetazo a nuestras creencias erróneas, mientras vivimos. Viviendo. Platón, Cicerón, Michel de Montaigne, Ibn Arabi, Óscar Brenifier... o Séneca, que nos insistía, como decíamos: no importa morir, o si morimos antes o después, sino cómo vivimos, aquello que vivamos. Pero todo esto ya lo sabían nuestros participantes. Sin necesidad de nombrarlos, por entre todos estos grandes de la filosofía navegó nuestro diálogo filosófico de aquella tarde. El velero más certero es siempre la propia experiencia.

jueves, 21 de diciembre de 2017

CAFÉ FILOSÓFICO...

... en la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Informática (Universidad de Málaga)
4 de diciembre de 2017

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Después de señalar cada uno qué es aquello que admiraba más en los demás -sin duda, señalando cualidades (integridad, capacidad colaboradora, confiabilidad, asertividad, autonomía...) que ya estarían en ciernes dentro de ellos mismos, de lo contrario no serían capaces, ni siquiera, de admirarlas-, y de presentar la naturaleza y el carácter y las reglas básicas de un encuentro de esta índole, los participantes decidieron dialogar sobre la Ética de las nuevas tecnologías, y preguntarse sobre la responsabilidad que los nuevos desarrollos -y los también viejos- conllevan. Es posible que en algún caso no se aprecie con la suficiente claridad, pero todos nuestros actos, por ser nuestros, implican responsabilidad nuestra. Cómo mínimo, la dirección que decidimos que adopte una aplicación concreta de una tecnología, o bien, de una investigación científico-tecnológica, que hoy es muy difícil separarlas. Está en juego la vigencia del principio de responsabilidad. ¿En dónde situamos la responsabilidad: en la tecnología misma, o en el uso sociopolítico que hagamos de ella? Si examinamos diferentes casos, como allí se hizo aquella tarde de frío húmeda de invierno, cualquier propuesta de responsabilidad -el hacerse cargo de los efectos indeseados de una determinada aplicación tecnológica-, se vuelve un asunto complicado, la red enmarañada de dilaciones se expande como una plaga. Pero, a la vez, el panorama amanece clarificado: el concepto de responsabilidad se nos muestra corto para tratar con la realidad tecnológica actual, porque nos conduce a una lacerante irresponsabilidad. Se diluye la responsabilidad. Son procesos tan enmarañados y oscuros -entre el diseño y el usuario final, incluida la responsabilidad de este mismo al usarla-, que ya no sabemos a quién exigir mayor compromiso y asunción de las garantías propias de su acción. Y esto es lo realmente peligroso a futuro en un mundo como el de hoy, en el actual camino plagado de riscos y trampas hacia un mundo mejor. Fue por ello que la reunión lúcida de aquel día alumbró un concepto alternativo: en la era de la alta ciencia y tecnología necesitamos la corresponsabilidad de nuestras acciones. De lo contrario, nada habrá que hacer... la locomotora del “progreso” se estrellará sin remisión contra el tope de un final de vía. Una vía muerta.

Para leer más:

-Hans Jonas, El principio de responsabilidad.
-Ulrich Beck, La sociedad del riesgo.



sábado, 16 de diciembre de 2017

¿Un mundo mejor es posible?

Monográfico Revolución y Utopía: ¿Un mundo mejor es posible?


La pregunta por la posibilidad de un mundo mejor que el vigente es la pregunta utópica por excelencia. Pero también habremos de preguntar a la pregunta: si tiene sentido, si es una pregunta juiciosa, en qué condiciones lo sería. Su origen etimológico delata el doble rostro de este anhelo tan profundamente humano. En cuanto u-topos, anuncia su carácter alejado de la realidad, un no lugar, quizás también cualquier lugar. Ninguno en particular. Posiblemente, ninguno realizable. En cuanto eu-topos, atrae hacia el mejor lugar posible, concita las expectativas de un mundo nuevo y feliz, cuestionando todos los mundos existentes. O alguno en particular. Siempre mejorable. En la medida en que se encamine hacia un ideal nunca alcanzable del todo que, sin embargo, es capaz de servir de medida de la cercanía o la lejanía -respecto a ese ideal- de algún desarrollo cultural particular. De manera que la pregunta utópica es la más humana de las preguntas humanas. Ahí están resumidos los mejores deseos, las esperanzas más hondas y también el mayor reconocimiento de nuestros frecuentes obstáculos y sinsabores actuales.

Publicado en HomoNoSapiens
Monográfico: "Revolución y Utopía"

jueves, 16 de noviembre de 2017

Día mundial de la Filosofía 2017 - IES Juan de la Cierva (Vélez-Málaga)



Declaración de París a favor de la Filosofía y de su enseñanza (1995), aprobada por la UNESCO:

“(…) Señalamos que los problemas de que la filosofía se ocupa son los problemas universales de la vida y la existencia humanas;

Creemos que la reflexión filosófica puede y debe contribuir a la comprensión y la orientación del quehacer humano

Consideramos que la práctica de la filosofía, que no excluye ninguna idea del libre debate y se esfuerza por establecer definiciones exactas de los conceptos utilizados a fin de comprobar la validez de los propios razonamientos y efectuar un examen riguroso de los ajenos, permite a todas las personas aprender a pensar con independencia

Hacemos hincapié en que la enseñanza de la filosofía estimula la apertura mental, la responsabilidad civil, el entendimiento y la tolerancia entre las personas y los grupos; 

Insistimos en que la educación filosófica, al inducir a la independencia de criterio, la reflexión y la resistencia a las diversas formas de propaganda, prepara a todas las personas a asumir sus responsabilidades ante las grandes cuestiones del mundo contemporáneo, especialmente en el plano ético

Confirmamos que el fomento del debate filosófico en la educación y la vida cultural constituye una aportación primordial a la formación de los ciudadanos al poner en ejercicio su capacidad de juicio, que es fundamental en toda democracia

Así pues, comprometiéndonos a hacer todo lo que podamos en nuestras instituciones y en nuestros países respectivos para lograr estos objetivos, declaramos lo siguiente: 

Todo individuo debe tener derecho a dedicarse al libre estudio de la filosofía bajo cualquier forma y en cualquier lugar del mundo;

La enseñanza de la filosofía debe mantenerse o ampliarse donde ya existe, implantarse donde aún no existe y ser nombrada explícitamente con la palabra “filosofía” (…).”

LA FILOSOFÍA NO ESTÁ DE MODA, PERO SE VA A PONER DE MODA...


FILOSOFÍA SÍ

SÍ, AL AMOR A LA SABIDURÍA

domingo, 12 de noviembre de 2017

¿Qué espera de los jóvenes la sociedad?


Café Filosófico en Vélez-Málaga 9.1
20 de octubre de 2017, Cafetería Bentomiz, 17:30 horas.



Unas sabias palabras, venidas tanto de oriente como de occidente, nos advierten de la conveniencia de esperar sin esperar. Quiere decirse que la mejor manera de esperar algo bueno del futuro consiste en no mantener expectativas muy definidas, sino más bien concentrar la atención en el presente, pues situarse en un futuro deseado, suele arruinar el futuro que me cabe esperar. La presión interna y egoica para que suceda algo en particular que tanto deseo, me impedirá apreciar las oportunidades del futuro presente, cuando arribe a mi vida. Me pesará excesivamente mi futuro pasado. Una presión que no me dejará vivir aquello que alienta en cada momento, instante a instante. Sobre este fondo sentido se desarrolló el encuentro filosófico que inauguraba la temporada, y también el final de la cuenta de diez cursos realizándose la actividad ciudadana de los cafés filosóficos. Fue la presión que sintieron la mayoría de los abundantes jóvenes allí reunidos en nuestra sede de invierno, la Cafetería Bentomiz, cuando comenzó a hablarse aquella tarde de las expectativas de la sociedad para con los jóvenes, qué se esperaba de ellos. Y hay que subrayar que tales expectativas emergen de las frustraciones, de los miedos, de los deseos de los adultos. Las expectativas surgen en el sujeto que las tiene pero se proyectan en la forma de presión medioambiental al objeto de las mismas, en este caso, los propios jóvenes. Pero, ¿qué tendrán que decir los jóvenes? ¿Cómo percibirán dicha presión social? ¿Será para ellos un amazonas con abundante cuenca fluvial o, más bien, un cauce rígido, unilineal, por el que todo joven habría de transcurrir ineludiblemente para poder realizar su vida satisfactoriamente? Acompáñanos, pues, en este viaje.


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miércoles, 1 de noviembre de 2017

Heráclito, el claro

Heráclito, el claro

¿Por qué eran tan misteriosos los oráculos antiguos? Tan herméticos. Porque no te brindaban lo que esperabas, una respuesta clara y diáfana acerca de tu futuro. Eran oscuros, como la oscuridad que anida en tu interior. Tanto como tu desconocimiento de ti mismo. Pues, si sabes de ti, también sabes de tu futuro. “Conócete a ti mismo y conocerás el universo y los dioses”, rezaba en el frontispicio del templo de Apolo en Delfos. Un oráculo había de ser descifrado, había de ser interpretado, la respuesta no se daba acabada, no estaba hecha. Tú tenías que dar sentido al oráculo. Tú habías de dar sentido a tu vida, a través de la conciencia con que te ponía en contacto el oráculo. Un elevado nivel de conciencia. Si te sitúas ahí, más arriba, observando tu vida desde la altura de la de la perspectiva cósmica, el oráculo resulta transparente. Ocurre lo mismo con los fragmentos conservados de Heráclito de Éfeso, El Oscuro, el claro. Los restos transmitidos por otros autores de su discurso Sobre la naturaleza (Physis) son difíciles o claros, en función de lo abierto que uno esté a su propia experiencia. Si cerrado a sí mismo, texto críptico y divino; si abierto a uno mismo, todos -o casi todos- textos humanos y evidentes.

El camino hacia arriba y hacia abajo es uno y el mismo.

La enfermedad hace suave y buena la salud, el hambre la saciedad, la fatiga el descanso.

En los mismos ríos ingresamos y no ingresamos, estamos y no estamos.


viernes, 29 de septiembre de 2017

La pre-visión política


Todos somos políticos. Ciudadanos. Pero no cualquiera puede ser un político. Ejercer adecuadamente su función y servicio público. Comenzando por la capacidad de retirarse a tiempo y dejar el terreno libre a otros con mejores proyectos. Capacidad que, por consiguiente, ha de ir acompañada de esta otra: reconocer que los demás pueden tener ideas tan buenas como las mías, o incluso, mejores. Ya sabemos que el profesionalismo en la política es una de las desviaciones que mayores males nos procura. Nos detendremos, a continuación, en la necesaria creatividad o capacidad para mirar las situaciones desde una perspectiva nueva, que facilite desarrollos alternativos a una dificultad o problema. Y esto nos hace tanta falta en política... Pero se requiere a su vez altura de miras. Una visión más amplia que la acostumbrada, que permita tomar decisiones en el largo plazo, de modo que no se ahoguen nuestras decisiones, prisioneras del día a día. Así, no parece muy conveniente aplicar en exceso la ley del Gatopardo. Solamente nos valdría durante un tiempo, ese inmovilismo y la conservación de lo que hay, conmigo dentro. El conservadurismo, de izquierdas o de derechas. Tendría los años contados o, como mucho, las décadas. De hecho, no hay nada en el mundo, ni en el universo, que no cambie. Todo cambia y el cambio político es de lo más fácil de comprobar que cambia, y cambiará. Y si todo cambia en esta vida, no es tan extraño que yo cambie -como dice la canción- con la sociedad conmigo dentro. Por esta razón, un requisito mínimo que se le puede exigir, no ya a un político, que de éstos hay miríada, sino a un buen político, es su habilidad en el arte de gobernar las crisis para que se cimente con robustez un futuro social más halagüeño.

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miércoles, 23 de agosto de 2017

Parménides y la vía de la verdad

Parménides y la vía de la verdad

De los primeros filósofos de la tradición occidental -llamados filósofos presocráticos- solamente conservamos breves fragmentos de su pensamiento, generalmente hallados en las obras de otros autores posteriores, pero de Parménides de Elea podemos leer reunida una buena cantidad de versos del Poema donde expone su teoría racional (según Lógos) de la la Phýsis, su tratado sobre el Ser (acerca de todo lo que hay). Sorprende el elevado nivel de abstracción, por ligar metafísicamente la lógica, el lenguaje, el pensamiento y la realidad. Todo en Uno. El Ser es. “Lo mismo es ser y pensar”. Históricamente, dicen que pasa por ser la primera manifestación explícita del racionalismo occidental. La lógica de la razón señala la realidad. Sólo es aceptable racionalmente lo que es acorde a la lógica racional. A es igual a A (principio de identidad). A no puede ser no A (principio de no-contradicción). A o no A (principio de tercero excluido), pero es imposible a la vez afirmar A y no A. Un absurdo, una contradicción, algo imposible. Las reglas lógicas de la razón establecen las leyes de la naturaleza. Aquello que es natural que sea. Cualquier ley científica -de ahí en adelante-, al menos, ha de ser coherente, lógicamente aceptable, de lo contrario, no sería una ley científica. Aunque lo estemos observando... los sentidos nos engañan. Aunque lo estemos notando así en nuestro cuerpo, nuestros sentidos internos nos engañan.

Y la diosa me recibió benévola, tomó mi mano derecha sobre al suya, y me habló con estas palabras: “Oh, joven, que en compañía de inmortales jinetes y las yeguas que te conducen, llegas hasta nuestra morada, ¡bienvenido! Pues no es un hado funesto quien te ha enviado a andar por este camino (está apartado, en efecto, del paso de los hombres), sino Temis y Dike. Y ahora es necesario que te enteres de todo: por un lado, el corazón inestremecible de la verdad bien redonda; por otro, las opiniones de los mortales, para los cuales no hay fe verdadera”.

A pesar del aparente racionalismo, este Poema de Parménides Sobre la naturaleza (Phýsis) comienza con una larga introducción mítica (según Mithos). Una revelación de la diosa. Hay tres caminos posibles y sólo uno es la verdad: la consciencia de que lo que es, es; una cosa es idéntica a sí misma (principio lógico-metafísico de identidad). “El Ser es y el no ser no es”. Perogrullada, que es la base de nuestro pensamiento de la realidad. No podemos pensarla de otro modo, por lo tanto no existe nada de otro modo. La nada, el no-ser no es y es imposible que sea. Esta otra vía no te la aconseja la diosa. Lleva al absurdo racional, a la locura, a la autodestrucción humana, cuya naturaleza es racional por antonomasia. Tampoco, aquella a la que se ven abocados los seres humanos para tratar de sobrevivir en este mundo cambiante. Aún, al precio de volverse monstruos bicéfalos, a quienes una cabeza les dice que algo es, y otra que no es. El árbol es uno y no es uno, cambia. Pero, pasar del ser al no-ser (o viceversa) es un absurdo irracional ilógico. Visto desde un nivel superior de conciencia. La evolución y el crecimiento son apariencia, ni vida ni muerte, sólo el Ser es; siempre permanece uno e idéntico a sí mismo. Ésta es la Realidad. Profunda. En el fondo, todo es Uno, eterno, inmóvil presente constante. Permanente. Las formas se suceden, parece que cambian, que se mueven, pero el Todo no cambia ni se mueve. Pues, todo sucede dentro de ese Todo que es. El Todo, en cuanto tal todo, no cambia. Quien llega a comprender esto obtiene la sabiduría, pues ha seguido el camino de la verdad, única y auténtica. Eterna. Es un conocimiento divino, que sólo puede ser revelado por un dios a otro ser capaz de comprender, que por eso mismo, es también divino. Rezaba un principio griego muy antiguo: “Aquel que conoce y lo conocido, en el mismo acto de conocer se identifican”. Ha de ser parejo su nivel de sutileza, la mente y la realidad a la que atiende.

Podemos negarnos a ver lo que es, negarnos a aceptar las cosas tal y como son. Viviremos mal. Si algo es, no puedo decir que no lo es, no puedo quererlo. Me llevará a la neurosis, al sufrimiento. Si algo es, lo mejor que puedo hacer es aceptarlo tal como es. Un hecho, que ha sucedido, que está ahí. Por tanto, aquí y ahora. Presente. Lo mejor que puedo hacer es atenderlo como merece. Cuanto más me resista, más sufriré. La realidad es como es... Siento dolor por una pérdida, temor por lo que ha de venir, mi empresa ha salido mal, descubro que hay cosas que no dependen de mí... Lo primero, necesario, permanecer ahí, en la realidad, sin subterfugios ni huidas -esas ficciones o falsos paraísos que encontramos-. Y luego, navegar por ella, tal como es. Atravesarla, si es dolorosa. “El dolor es un túnel: / hay salida” (Josep M. Rodríguez). Al atravesar el túnel-dolor, llegaremos a la verdad del dolor, una ausencia de lo que verdaderamente es, de lo que somos -plenitud, paz, felicidad-, que ha sido removido por las circunstancias y, sobre todo, por una respuesta limitada mía, errónea. Me he basado en mis ideas y no en la realidad, en una imagen mental y no en lo que son las cosas. Primero, he de mirar y aceptar lo que es, también lo que estoy sintiendo; luego, ver y comprender mis ideas erróneas de lo que está sucediendo, en mí o fuera de mí; a continuación, dejar de identificarme con esa imagen que me he formado de la realidad, soltarla; y, finalmente, responder de una manera diferente a la situación, creativa. Creadora. No se producirá dolor. No dejará residuo del dolor, subterráneo, producto de la represión de lo que es, de lo que soy, viviendo lo que no soy. El ser es. El no-ser no es. Actitud. Aceptación.

Publicado en Homonosapiens

martes, 25 de julio de 2017

¿Cómo entiendo yo la eutanasia?


Cómo nos relacionamos con la muerte señala cómo vivimos. Nuestra cultura se ha habituado a menudo a vivir de espaldas al hecho de la muerte, buscando refugios allí donde posponer u ocultar nuestras soterradas cuitas humanas. Así, en otros tiempos, en otras culturas -aunque nos parezca a veces insensible- su trato con la muerte y los que han de morir se presentaba de manera no problemática, o quizás menos problemática de lo que se nos está apareciendo en nuestra cultura occidental moderna. De una manera mucho menos natural. Los participantes de este café filosófico, último de la temporada, mencionaron con emoción la película La balada de Narayama, para apostillar esta idea de la aceptación más natural de la muerte. Durante el transcurso de la discusión dijeron que, en nuestra cultura, han confluido dos factores que pueden explicar esta relación nuestra más problemática con la muerte propia o la de los demás: por un lado, la dominante tradición judeocristiana, con su moral del justo premio al sufrimiento y de la culpa, y por otro lado, los avances tecnocientíficos del último siglo, que permiten prolongar la vida artificialmente hasta extremos a veces inconcebibles. La convergencia de estas dos fuerzas ha generado el difícil problema de la eutanasia, que los participantes quisieron abordar sin tapujos aquella tarde, a partir de sus propias experiencias. Como si se tratara de los miembros de un comité de ética, que hubieran de realizar propuestas para una ley de la muerte digna. Y si es el caso que te planteas que es altamente improbable que tú tengas que decidir algo así en el marco de un comité de ética, o bien, en el de un jurado que hubiera de dictar sentencia sobre algún caso en que se haya practicado ilegalmente la eutanasia, vengo a decirte, de la mano de estos participantes en este café filosófico, que no será raro que se te presenten en el futuro situaciones personales en las cuales tengas que lidiar con una situación como ésta. Es cuestión de tiempo, o mejor, de edad. Así pues, quédate con nosotros y podrás clarificarte un poco. Para cuando sea menester.

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sábado, 22 de julio de 2017

¿Para qué el error?


En un Café filosófico no hay errores, todos son aciertos. El error posee una razón de ser, que la discusión filosófica ha de indagar. Todo es aprovechable. Lo mismo en la educación. Por eso Sócrates es el mejor maestro. Pero también en la vida. La filosofía es como la vida. Es una forma despierta de vivir. Así que es muy posible que, en la vida, detrás de un error haya siempre una verdad, latiendo, instruyendo. Uno de nuestros mayores retos, como seres vivientes, quizás sea integrar conscientemente nuestros errores, porque integrados en mi vida ya lo están de suyo. ¿Acaso sería yo ahora el mismo sin mis errores? ¿Y cuándo me siento yo mejor, que cuando logro vislumbrar la verdad escondida tras un error mío? Entonces, estoy en buena disposición para decir lo que he de decir, hacer lo que he de hacer. Entonces, me siento muy a gusto conmigo mismo, muy satisfecho de mí. Estoy en la verdad y desde ahí siento, hablo y actúo. Estoy en mí, aposentado en mí. Ahí no hay desdicha, no hay drama. Hay plenitud y goce sumos.


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martes, 18 de julio de 2017

¿Por qué estoy aquí?



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Estos tiempos generan individualismo y visión corta. Ombliguismo. Quizás por eso, nos cuesta trabajo adquirir una visión más universal de los asuntos y de la propia vida. Todo lo vemos diferente, exclusivo. Y por supuesto, lo que a mí me pasa, lo que yo pienso y siento, no le pasa a nadie. ¡Que no me confundan! Así, no es raro que algunas personas tengan algunas dificultades para moverse entre líneas, navegar entre los distintos niveles. Les hace falta algo de entrenamiento, para pasar de universal a lo particular -sin perder toda su profundidad- y de lo particular a lo universal - con todos sus matices-. Una manera de desarrollar esta habilidad es a través del ejercicio filosófico, la filosofía practicada juntos. Pongamos por caso la pregunta de aquella tarde: ¿Por qué estoy aquí? No es difícil que se centre la respuesta en el yo que está supuesto ahí, en la pregunta, convirtiéndose la respuesta en una respuesta egocentrada, incapaz de ver más allá de sí misma, de sus muchas preocupaciones mundanas actuales. Sin embargo, lo cierto es que ¡todos estamos aquí también! Algo compartiremos, algo podremos comunicarnos, algo podremos entendernos y ayudarnos mutuamente. Quédate, entonces, con nosotros. Tamaña pregunta metafísica tendrá un desarrollo mundano a tu alcance, de manera que puedas estar en ti y, al mismo tiempo, salir de un poco de ti, hacia el horizonte que te ofrecen estos participantes del séptimo café filosófico de la temporada.


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sábado, 15 de julio de 2017

¿Por qué es tan complicado el amor?





Dicen que para ser inteligente basta poseer una determinada capacidad desarrollada, que logre la realización eficaz de una determinada tarea. De ahí que nos hayamos acostumbrado a oír hablar de teléfonos inteligentes, procesos inteligentes o inteligencia artificial (AI), olvidando que la inteligencia no sólo actúa como una máquina –o más bien, una máquina como la mente humana-, sino que incluye en su actividad la conciencia de sí y la elección libre más allá –o más acá- de la eficacia y funcionalidad, algo propio de la racionalidad instrumental. Asimismo, nuestro tiempo también ha olvidado la diferencia entre “ser inteligente” y “vivir inteligentemente”. Si bastara ser inteligente para vivir bien, no nos angustiaríamos tanto, nos estresaríamos o viviríamos con tantos temores, a los que respondemos habitualmente a través de la huida o el ataque. En el relato, que comienzas a leer, del Café filosófico del mes de febrero de 2017 aprenderás a ser algo más inteligente porque serás capaz de vivir mejor, no porque conozcas mucho de poco o seas experto en algo, y porque efectúes muy bien tu trabajo, aunque tu vida vaya a la deriva más de lo conveniente. Alcanzarás la inteligencia desarrollando tus cualidades –no una, sino muchas de tus cualidades-, eso que se llama madurez personal. ¿Y qué tal una mayor madurez en el amor, para ser capaz de amar mejor?

domingo, 26 de marzo de 2017

Vivir sin miedo

 La emoción básica que gobierna toda la actividad del ego es el miedo. El miedo a no ser nadie, el miedo a no existir, el miedo a la muerte. Todas sus actividades están concebidas en último término para eliminar este miedo, pero lo máximo que puede hacer el ego es taparlo temporalmente con una relación íntima, una nueva posesión, una victoria en esto o en lo otro. Una ilusión nunca podrá satisfacerte. Sólo la verdad de lo que eres, si llegas a ella, te hará libre (Eckhart Tolle, Un nuevo mundo, ahora).

Un grupo de alumnos y alumnas han querido dibujar en mitad del patio del instituto, a instancias de su profesora de Lengua Española, un rótulo con esta leyenda: “Vivir sin miedo”. Todos intuyen la importancia de vivir cada uno su vida sin miedo a vivirla. Lo saben. Lo sabemos. Sin embargo, ¿por qué tantos temores? ¿Por qué inventamos tantos modos de huir del dolor? Ellos son jóvenes de edad. No están todo el día lamentando el vivir. Pero se les nota, se nos nota, de otra manera. Es un miedo larvado, profundo, metafísico, ancestral. El sabio Krishnamurti decía que no tememos lo desconocido, que sólo puedo tener miedo en relación a algo que conozco: el miedo de perder lo que he conocido, a lo cual me he vinculado fuertemente. Por tanto, mi ancestral miedo “no es a la muerte, sino a perder mi asociación con las cosas que me pertenecen”[1]. Esto me conduce a realizar multitud de actividades y a justificar mi sufrimiento de mil maneras, una miríada de creencias, cada uno las suyas. Y tantas tareas acumulamos para tratar de evitar este sufrimiento venido de dentro, que generamos un profundo miedo a perder lo que tenemos, un miedo a dejar de ser lo que hemos creído ser hasta ahora. Es decir, que es el miedo al miedo lo que da lugar en nosotros al mayor impedimento para vivir con plenitud nuestra vida. Los participantes de un Café Filosófico de hace algunas temporadas tuvieron esto muy claro[2]. Nuestra continua evitación de lo que hay es lo que nos conduce a sufrir permanentemente.
Muchos recordaremos a nuestra madre –esto lo ponemos simplemente como nombre a una tipología humana- sufriendo antes de ocurrido un desastre. En su mente la desgracia ya se había consumado y como tal era vivida intensamente. El futuro temido se hacía presente en su mente, y ya no era simplemente una posibilidad el temor subjetivo de un peligro, sino una verdad objetiva de acuerdo a la cual sufrir. Sin embargo, el pasado no existe como tal, ni tampoco el futuro, sino tan sólo en la medida en que mi mente lo trae a presencia aquí y ahora. Nos dejamos guiar de nuestra mente, tan valiosa para razonar, para demostrar, para asociar y juzgar ideas, y con ellas, para manejar las cosas de este mundo poniéndolas como medios para un fin que imaginamos preferible; tanto nos dejamos guiar, que aprendemos a ver el mundo sólo a través de la mente. Así nos surge nuestro ego, como modo personal de sobrevivir en el universo de cosas de las que soy capaz de tomar conciencia. Con cada idea, con cada palabra que asigno a cada cosa, creo firmemente estar tomando posesión del mundo, pues se vuelve para mí más manejable, controlable, manipulable… Así de importante es para nosotros el pensar. Pero la mente no es sólo capaz de pensar, de idear, sino también de crear realidades. Le basta atender a algo y dejar el resto en la penumbra, formando una figura (Gestalt) a partir de un fondo. Pero aquí encontramos una diferencia crucial: podemos atender a lo que hay o podemos atender a lo que una idea nos dice que hay. Mirar lo real o juzgar lo real. Atender instante a instante, observando la realidad presente, o bien, pensar en la realidad presente a partir de lo que me ha pasado antes o me gustaría que me ocurriese después. Vivir en el pasado, dar vida a mis temores pasados, o bien, vivir mis deseos y mis expectativas fuera de la realidad presente. Es decir, no vivir. Y así quedamos expuestos con certeza a sufrir.
Detengamos la mirada atenta sobre el temor de los temores, nuestro miedo hiperbólico a la muerte. Piénsalo bien: tú ya has estado muerto. ¿No es cierto? Y no lo decimos como un remedio a la manera epicúrea, un fármaco mental para mitigar el miedo a la muerte, una idea consoladora. Se trata de un hecho: antes de nacer no existías, fuere como fuere lo que tú consideras existir. Esto mismo significa la palabra latina “existir”, venir a la existencia. Y este hecho lo aceptas como tal hecho o no lo aceptas. Lo segundo te lleva a través de una vorágine insaciable e inagotable de búsquedas e infortunios, cuando pierdes o te decepcionas. Pero, si haces la prueba y observas el hecho -solamente el hecho- y no le añades nada más, y no lo cambias o lo tratas de cambiar, y no lo valoras como bueno ni malo, es decir, no lo piensas, empezarás a vivir de otra manera. Comenzarás a ser capaz de vivir la eternidad del instante presente, su intensidad, su plenitud y, a todo lo demás que construyes con tu mente -tus miedos y tus deseos, que son al cabo lo mismo- empezarás a verlo como lo que es: intentos humanos de sobrevivir, tentativas humanas de encontrar un sentido. Tómalo como aconsejaba Nietzsche: mira todo lo que tu mente fabrica sin darle mucha importancia, sin darte mucha importancia; no olvides que tus ideas no son más que metáforas, ensayos humanos para tratar de atrapar la realidad que se nos escapa entre los dedos, cuando pretendemos de ella otra cosa que no sea ver y sentir, vivirla. “Los dioses nos envidian, porque morimos”, afirmaba rotundamente Aquiles[3], que algo sabría de los dioses.
Pero ahí no queda todo, pues la muerte está continuamente presente en tu vida. Vivir es morirse muchas veces. Precisamente, para que tu cuerpo pueda regenerarse, sus células antiguas han de morir. Cada vez que aprendes algo nuevo, la visión anterior ha debido caducar. Con cada decisión tuya una posibilidad tuya desaparece. Si atiendes a algo, lo demás se oscurece… Por esta razón y otras, el sabio sufí, Ibn Arabi[4], nos recuerda la importancia de aceptar la realidad de la muerte, y de practicar lo que ya sucede de hecho a diario, queramos o no queramos, de una manera natural: “Morid antes de morir”. Conscientemente vivir esta muerte figurada mirando en nosotros mismos lo que son añadidos mentales, y verlos como lo que son, añadidos mentales, y no como parte de lo que auténticamente uno es. Asimismo, a través de la figura de Sócrates, su discípulo Platón situaba el valor de la filosofía en este ejercicio constante del aprender a morir en vida. Filosofar es, en buena parte, aprender a morir. No otra cosa significa desechar tus creencias falsas o limitadas, para así poder vislumbrar lo que es, lo que se hallaba antes obstruido por esas capas de creencias superpuestas, y que emerja así la verdad de las cosas (en griego, aletheia). La filosofía practicada es la mejor ayuda para esta tarea de autodescubrimiento. Es admirable la definición de la muerte que dieron unos niños y niñas de educación primaria, durante el transcurso de un Taller de filosofía: “Cuando algo, o alguien, cambian de algún modo, es decir, es el final de una etapa, pero puede comenzar otra”.[5] 
El miedo a vivir, el miedo a mirar la vida de frente tal como es en cada momento, es lo que está en la trastienda de mi adhesión a un modelo de relación con los demás, un sistema que puede ser de origen familiar, social, cultural o político. “Necesito algo fuera de mí que me proteja”, parecemos decirnos a nosotros mismos. Alguien. Por ejemplo, un Rajoy, un Trump, un Putin, que me salven de mi precariedad vital diaria. Y si esto no me lleva a vivir mejor, siempre puedo susurrarme: “Podría estar peor”. Otros están peor. “¿Y si lo que pudiera venir fuera aún peor?”. En este punto, ya no se contiene más un segundo tipo humano, menos conservador: “¡No lo acepto, de ninguna manera! Eso que te pasa es miedo a cambiar, prefieres lo malo conocido… Ten agallas para cambiar las cosas”. Pero, si le preguntáramos a éste último qué es lo que él busca, nos respondería muy posiblemente con otro modelo alternativo de sociedad, otro sistema en el que descansar su miedo. Por lo tanto, si contempláramos un sistema social como lo que es, un sistema humano, es posible que nos viéramos a nosotros mismos y a los demás, que obtuviéramos una mirada más limpia, vislumbrando que todos los modelos son modelos, y que no perdemos nada porque un modelo lo hagamos trizas o porque jamás alcancemos ese modelo ideal que tanto anhelamos. Vamos a hacer entre todos lo que podamos, pero nosotros nuncasomos esos símbolos, esa patria, esas leyes. La identificación es el catalizador del miedo: si yo soy eso, entonces, cuando pierdo eso, me pierdo a mí mismo. Así lo siento.
Y lo mismo descubriríamos, si proponemos otros ejemplos. ¿Qué hay detrás de nuestros recelos a los que nos vienen “de fuera”, a los que son “distintos” a nosotros? Observa el miedo a lo diferente, a lo otro. Hallarás por ti mismo las respuestas mirando los hechos: ellos son básicamente como tú y yo. Tú sabes en el fondo lo que sienten y por lo que sufren. ¿Acaso tienes miedo de tus propias heridas, tanto que solamente puedes apreciarlas fuera de ti? Observa con atención todo aquello que admiras y todo aquello que odias de los demás, y te comprenderás un poco mejor a ti mismo, pues es tu mente la que lo está produciendo para aliviar su miedo profundo, muchas veces inconsciente. Observa también tus refugios, tu manera típica de huir de lo que te desagrada. Pero si quitas la mente, si tú te quitas un poco de en medio, con todos tus deseos y temores, con todos tus trucos habituales, estarás en lo real. En ese territorio sólo hay presente y sólo cabe rendirse a ello. Hagas lo que hagas a continuación, incluso si decides no hacer nada, comienza desde ahí. Este es el único punto de partida. Ahí no hay miedo. Ahí no hay miedo a la muerte porque no hay muerte, pues atendiendo al instante presente no hay ideas. Fíjate que lo que hay realmente es siempre vida. La muerte forma parte integrante de eso que tú llamas “vida”, donde no habría una sin la otra. Mira, pues, la vida a través de ti mismo, lo que sientes en el fondo de ti, no a través de tus creencias o las de otros.
Todos los miedos tienen algo en común. Tienen como una especie de aire metafísico de familia: nos hemos desconectado de nuestro verdadero fondo. Los animales y los niños pequeños no lo están aún, como lo estamos nosotros los “adultos”. Por eso nos deleita tanto observarlos mientras juegan o, incluso, cuando se irritan. Pronto se reconcilian consigo mismos. Tal desconexión ha sucedido poco a poco, casi sin darnos cuenta, pero ahora estamos a tiempo de ser conscientes de ello y de nadar hacia nuestro interior, removiendo esos mares superficiales repletos de maleza, supuestas obviedades y nuestras consiguientes resistencias adheridas. Creencias salvíficas, condicionamientos aprendidos, hábitos repetidos, mecanismos de respuesta automáticos. Este buceo a pulmón es la liberación de nuestros miedos, pues los veríamos como miedos y no realidades. Y esta reconexión con lo que somos es el comienzo de laautorrealización. Pues el mayor miedo que me asalta con frecuencia es el miedo a morirme sin haberme realizado, lo que soy.

Publicado en Homonosapiens

domingo, 19 de febrero de 2017

¿Por qué casarse?



Nosotros, los seres humanos, necesitamos comprender y comprendernos. O más exactamente, comprendernos a nosotros mismos para poder comprender lo que nos rodea. Y nada mejor que el espacio de reflexión conjunta que abre nuestro café filosófico, en donde hay un interés, claro, pero un interés desinteresado. Esto permite abordar cualquier asunto de una manera útil para todos los participantes, dado que lo tratado se trata por sí mismo y no por algún interés más allá de sí mismo. Por lo tanto apto para cualquiera, para cualquier ser humano. Pongamos por caso el matrimonio. Jóvenes y adultos pueden colaborar para acceder a un campo-base mínimo, clarificador y confortable. Jóvenes y adultos que pueden volverse más conscientes. Jóvenes y adultos que se vuelven más sensatos al tomar partido por la verdad y el bien. Juntos. Es posible. Y resulta que el matrimonio es un añadido social. Y resulta que el matrimonio es un refuerzo legal a los compromisos personales ya adquiridos. Y resulta que no hay crisis del matrimonio, sino de la institución tradicional; no hay crisis cuando se ha aprendido a convivir, a amarse juntos.

sábado, 7 de enero de 2017

Sobre la obligación de ser feliz

Café Filosófico en Vélez-Málaga 8.3
16 de diciembre de 2016, Cafetería Bentomiz, 17:30 horas.



  

Las fiestas navideñas que se avecinaban eran, sin duda, muy propicias para sentir la presión social de tener que ser feliz. Con los amigos, con la familia, en las fiestas, con la televisión, en las celebraciones… con la mitología del espíritu de la navidad. ¿Has notado esta presión alguna vez? Seguro que sí. Y resulta bastante absurdo, ¿no es cierto? Pero te ocurre. No sé si lo quieres admitir. Los integrantes del café filosófico de diciembre también tuvieron algunos reparos al principio. Pero después de una suave reflexión conjunta con el resto de participantes, la madurez que fue aflorando les llevó a admitir como lo más natural del mundo aquello que sentían, esa presión social de tener que ser felices, porque así lo requiere la situación o el momento y no porque yo lo reconozca como propio. Sino algo ajeno a mí. De hecho, fueron fluctuando entre el interior y el exterior. Primero, sintieron que la felicidad es algo tuyo, interno a ti; luego, notaron la fuerza de lo externo: “¡Hay que ser felices!”. (En una sociedad de la apariencia, del compromiso falso, del consumo ciego, los regalos interesados o hipotecados y las sorpresas previstas, no es tan difícil). Y al final del clarificador y tranquilo diálogo filosófico acondicionaron un espacio cómodo en nuestra fortaleza interior. El mejor sitio para hacer frente a la hipocresía del juego social. El único lugar en que nos sentimos libres realmente. Porque en el fondo, fue de esto, de la libertad, de lo que hablaron los protagonistas de este café filosófico. Y con esta inquietud dio comienzo.