Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 26 de octubre de 2014

Sobre la aceptación social

Café Filosófico en Vélez-Málaga 6.1
17 de octubre de 2014, Cafetería Bentomiz, 17:30 horas.


                         

“Las relaciones de este tipo [simétricas] deben llamarse “solidarias” porque no solo despiertan tolerancia pasiva, sino participación activa en la particularidad individual de las otras personas; pues sólo en la medida en que yo activamente me preocupo de que el otro pueda desarrollar cualidades que me son extrañas, pueden realizarse los objetivos que nos son comunes”.

Axel Honneth, La lucha por el reconocimiento



¿Por qué todos necesitamos que nos acepten?

Todavía habrá quien dude de la posibilidad de entenderse y ponerse de acuerdo, entre personas como tú y yo. En ese caso harían bien en echar un rato dialogando en un Café filosófico, o algo por el estilo —que ya va habiendo más lugares donde el entendimiento se busca a conciencia—. Éramos muchos, la cafetería Bentomiz a rebosar, venga y venga añadir mesas. Disciplinados, atentos, muy juntos hablando de lo que más se nos antojaba aquella tarde, ¡qué raro lujo y tan apreciable!  ¿Has sentido alguna vez la necesidad de reconocimiento por parte de los demás? No de halagos o falsas concesiones, sino simplemente la experiencia de que existes en ti y en otros. Los niños pequeños lo expresan abiertamente de mil maneras singulares. La adultez lo prefiere disimular, pero muchas de las cosas que hacemos —piénsalo bien— buscan el reconocimiento —no de cualquiera— sobre todo de las personas que más nos importan. No es simple y elemental psicología infantil. Axel Honneth ha convertido la lucha por el reconocimiento en un principio de la vida humana, digno de acercarnos a él de una manera filosófica.


Y hablando de reconocimiento, ¿cuándo me he reconocido yo a mí mismo? ¿Cuál ha sido la ocasión última en la que nos hemos sentido satisfechos, orgullosos, de nosotros mismos? Algo que he dicho, algo que he hecho, algo que he pensado digno de mí, que hace honor con plenitud a lo que yo soy. Algunos no saben verse de otro modo –su autoestima por las nubes y su riesgo es la egolatría y el narcisismo—, pero otros esconden excesivamente pronto su buen hacer o su buen querer —su riesgo es la baja autoestima y la pusilanimidad—. Y como muchas veces nos resulta más fácil ver en nosotros lo que nos disgusta a diferencia de lo que nos gusta, no viene mal de vez en cuando este ejercicio que, con dicha intención, fue propuesto por el facilitador del encuentro. Puede ser bueno para nosotros, a quienes la situación crítica actual nos tiene bajo mínimos…

            Pues bien, la dificultad referimos a lo mejor de nosotros mismos y la necesidad de no prolongar en exceso el desarrollo de este ejercicio —seguramente— propició que fueran éstas —y no otras o más numerosas— las ocasiones de autosatisfacción que relataron nuestros participantes: cuando he dado ejemplo tirando un papel a la papelera, cuando recogí o rescaté a mi perro, cuando me he limitado a escuchar y así he podido recibir más, cuando ayudé a una persona con necesidades, cuando me he visto que voy madurando, cuando he terminado un trabajo bien hecho, cuando he dado el paso de querer hablar, el hecho de venir aquí, cuando he aprendido también a decir sí, haberme atrevido a animar a otra persona para que viniese a esta reunión, tratar de aprender día a día, seguir teniendo a mi edad curiosidad por el futuro, cuando he sido capaz de obtener el permiso de conducir, cuando he ido a recoger a una persona mayor y he respetado que no quisiera asistir, cuando he dado el paso de volver a hablar con una vieja amiga, ahora mismo estando satisfecho de estar aquí, cuando he hecho reír, el que me haya decidido a venir, yo estoy esperando estar satisfecha…


            De todos las temáticas propuestas (el cambio de actitud, la transformación social o individual, la belleza y su evolución, la resolución de los problemas, la solidaridad, la aceptación social), después de una segunda votación, fue la aceptación social la que suscitó más interés, así que se convirtió en el orden del día. Y hubo de ser fuertemente cuestionada dicha temática: ¿Todos necesitamos aceptación social? ¿Por qué nos excluimos unos a otros? ¿Por qué juzgamos por las apariencias? ¿Hay cosas inaceptables? ¿Cómo sería el mundo si nos aceptáramos todos? ¿Somos sociables por naturaleza o por cultura? Y la discusión —durante la hora y cuarto siguiente— trazó su propio recorrido, navegando entre algunas de esas cuestiones —aquellas en cuyas aguas dio tiempo a fondear—.
           ¿Todos necesitamos aceptación social? Con esta pregunta se inició la andadura, adentrándonos lo que se pudo en el mar de los menosprecios. Dijeron:

—Es una necesidad natural en nosotros.
            —A veces necesitamos de pocos y otras veces de muchos.
            —Y esas necesidades son muy personales, cada uno según sea él.
            —Además, hay momentos diferentes en la vida de cada uno.
      
Y era cierto, había muchos matices que trazar. El grupo veía claro esto. Aunque, comenzaron a surgir rápidos contraejemplos: “No en todas las sociedades esto es una realidad”. De hecho —insisten algunos participantes— en nuestras sociedades contemporáneas, de estilo occidental, el individualismo ha erradicado la necesidad de aceptación social. Ya no se buscaría tanto el reconocimiento a través de los demás, sino a costa de los demás. O algo así. Momento en que el conductor del encuentro decidió preguntar si dicho individualismo sería natural o estaría forzado por el modo de vida contemporáneo —por si acaso lo que se estaba diciendo contravenía la hipótesis que estábamos planteando de la necesidad natural de aceptación social—.

            En efecto, con todo tipo de matizaciones, se convenía en la necesidad humana de aceptación. Ocasión que uno de los participantes veteranos aprovechó para recordar la famosa Pirámide de Maslow sobre la jerarquía de necesidades humanas fundamentales, en donde el reconocimiento de los otros ocupa un lugar muy destacado. Así pues, una vez establecida nuestra necesidad de aceptación social, se preguntó el grupo: ¿Por qué necesitamos aceptación social? Y se aprobaron numerosas y suculentas razones que justifican dicha necesidad: a) necesito colaborar para aumentar mi conocimiento pero sintiéndome que colaboro; b) busco el bienestar que me proporciona ser querido; c) porque si no, la soledad me llevaría a una vida insalubre, y la falta de integración produciría en mí diversas patologías; d) necesito para ser más, sumar fuerzas, recordando aquello que Rousseau ponía en la base del auténtico contrato social para una sociedad democrática; e) también busco adaptarme social y culturalmente.

             Y ese instante comienza verdaderamente la problematización. Quienes hasta ahora habían mantenido mucho orden y acuerdo comienzan a cuestionar fuertemente la necesidad de aceptación, si se entiende como necesidad de adaptación social y cultural. Habían sido muy descriptivos y se habían mostrado muy disciplinados, pero ahora comenzaba la revuelta. ¡Bienvenida sea! El paso por la negación es imprescindible para afirmar con rigor y profundidad, si no, lo hallado constituiría una endeble identidad abstracta y vacía (Hegel).

            —La aceptación es una creación social. Puede tener una base biológica, pero se modula socialmente.
            —Sí, es verdad, estamos continuamente proyectando hacia afuera una imagen: una imagen que tengo dentro, pero que ha sido creada socialmente. Mi identidad, mis deseos, mis expectativas tienen una guía exterior. Por eso, vivo a lo largo de la vida experiencias fluctuantes de cómo puedo lograr ser aceptado socialmente. Hasta que soy consciente de ello y empiezo a vivir yo misma…
            —Entonces, eso quiere decir que la imagen que tenemos de las cosas y de nosotros mismos influye mucho en lo que percibimos y cómo nos percibimos… —trata el moderador de introducir esta reflexión para suscitar más la discusión.
            —Efectivamente, yo he tenido siempre la imagen de “rebelde” y esto ha constituido  parte fundamental de mi identidad. Y yo tan contento.

            A raíz de experiencias personales directas como éstas —así lo había pedido a los integrantes el moderador hacía un momento—, se plantea hasta qué punto buscar la aceptación social no supone una traición de ti mismo, y si no debería ir unida al respeto de ti mismo. Si no supone esto una falsa o aparente aceptación social, cuando no consistiera también en un reconocimiento de mí mismo, tal como soy. Es decir, ¿puede haber aceptación social genuina sin reconocimiento de lo que somos? ¿Hasta qué punto la aceptación social sería aceptable sin un reconocimiento mutuo? Yo con ellos y ellos conmigo.

            Uno de los participantes había propuesto la cuestión inicial, que recordaréis: ¿Hay cosas inaceptables? Y no perdió la oportunidad —llegado este momento de la discusión— de reivindicar la importancia de este planteamiento. Porque, indudablemente, hay situaciones sociales inaceptables: la injusticia, la mentira… Importancia que fue reconocida por el grupo entero, pero que trataríamos luego, si había tiempo. Cosa que no pudo ser y que hubo de ser aceptada por este interlocutor. ¿Qué pensáis? ¿Hubo reconocimiento mutuo, o no?
         
Una de las participantes adultas —pues no olvidéis que allí había personas de todas las edades y bastantes jóvenes— se postula, quizás sin saberlo, como representante de Kant en la discusión del día. (Algo que ya ocurrió otra vez en un café filosófico anterior de hace algunos años). Kant, el filósofo ilustrado, había hablado por extenso de la singular dialéctica de la vida social, que transcurre entre dos disposiciones naturales del ser humano: su insociable sociabilidad. Esta naturaleza polar nos procura conflictos y sinsabores pero, a la vez, nos trae dinamismo a las sociedades humanas, que de otro modo permanecerían estancadas, como observamos en otras sociedades animales —allí donde la conducta instintiva es mucho más dominante—. Esta participante lo explicaba así: hay dos fuerzas opuestas en nosotros, lo individual y lo social, lo que nos exige una reflexión y un esfuerzo —pues siempre estamos en el filo de la navaja— que nos proporcione un mínimo equilibrio personal, como manera sobrellevar lo mejor posible la vida en sociedad. Cada uno ha de encontrar su equilibrio personal. ¿Necesitábamos conocer al filósofo Kant para argumentar kantianamente? Esto es lo valioso de nuestro encuentro, que no hace falta saber filosofía para poder filosofar, y que a través del filosofar aprendemos filosofía de verdad (esto también es muy kantiano, recordad su dicho: no se aprende filosofía, sino a filosofar).

            Y esta conclusión dominará ya el resto del encuentro, pues comienzan los participantes a aceptarla o rechazarla, pero en este segundo caso, curiosamente, tan sólo introduciendo matices en el otro extremo rechazado. Tácitamente, la estaban aceptando.

            —La insociabilidad es necesaria, así avanzamos y hemos avanzado hasta ahora.
            —La soledad no es mala siempre, o patológica, pues produce obras, e incluso, de ellas luego nos beneficiemos todos.
—No nos olvidemos de vivir nosotros, aunque vivamos socialmente.

—Pues, “la vida es aquello que nos ocurre mientras estamos ocupados haciendo otros planes” (John Lennon).

martes, 14 de octubre de 2014

¿Filosofía en tiempos de crisis? 1. La función socrática

Todos decimos ahora que estamos sufriendo una crisis sin precedentes, y sin embargo, ¿cuánto tiempo llevamos así? Si crisis (del griego “κρίσις”) significa, en el fondo, una metamorfosis, el necesario trauma del paso de unas estructuras a otras —personales, sociales, culturales—,una separación o fractura digna de ser analizada y juzgada para tomar una decisión, nuestra cultura hace mucho que atraviesa una larga etapa crítica. Pero lo que no sabemos es si estamos juzgando bien y adoptando las mejores decisiones. Y si no fuera así, las crisis continuarán aquejándonos, quizás con el buen propósito cósmico de darnos otra oportunidad de buscar lo necesario a nuestra época, su constitución epocal.
De manera que la crisis que navegamos podrá ser económica, podrá ser una crisis de valores, podrá ser del modelo social y político dominante, podrá ser una crisis ecológica y de la distribución de los bienes y males que habitamos, pero nos está pidiendo que busquemos juntos qué necesitamos, qué es lo necesario en una época como la nuestra: planetariapeligrosa por el poder de nuestros medios tecnológicos, aunque universal en sus pretensiones, que ha de hacer justicia a las diferencias desde la conciencia global de que “todos estamos en el mismo barco”.
Cada ciencia, cada rama desgajada del saber humano, hace su camino en solitario y obliterando al caminante mismo. Ha ido surgiendo un saber disperso, que secciona la realidad y nos disecciona a nosotros, que nos embota y nos impide ver más allá —alzar la mirada y caminar erguidos distinguió a nuestra especie—. Cada rama de las ciencias no ceja en el empeño de provocar fracturas, crisis —y esto es bueno—, sin embargo, los juicios y las decisiones son de todos nosotros, si han de estar los saberes específicos y especializados al servicio de lo más humano en nosotros.
Es necesaria la integración humana y ecológica de todos los saberes dispersos. ¿Quién puedemoderar el gran debate sobre el saber humano y el futuro de la humanidad? ¿Quién habría podido prepararse a conciencia desde hace más de 2500 años? La humanidad echa en falta la función socrática de la filosofía. Y la filosofía profesional ha sido cómplice todo este tiempo, desperdiciando algo tan valioso. Sócrates no toma decisiones y la filosofía no va a tomarlas por ti, no guarda en el bolsillo una varita mágica de DoraemonSócrates sólo sabe hacer preguntas para que entre todos hallemos las mejores respuestas a la altura de nuestro tiempo; nos incita a pensar y a perseguir lo mejor que sea posible en el kairós del tiempo presente, lo que más nos interesa a largo plazo contigo y conmigo incluidos, pero no exclusivos.

Publicado en Queaprendemoshoy