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de noviembre de 2018, cafetería Bentomiz, 17:30 horas.
Descartes
nos ofreció su diáfano parterre para encauzar la primera reflexión,
personal en este primer caso: ¿Ha quedado algo mínimamente
claro en tu vida? Esta
“tecnología del yo” (Michel Foucault) nos la ofrece Descartes,
que le pasaba como a nosotros, dudaba. Tenía pocas cosas claras.
Pero quería aclararse. No era un escéptico cualquiera (escepticismo
metódico, lo ha denominado la
tradición). Dudaba, buscaba, para encontrar algo indudable. Y creyó
encontrarlo: la evidencia racional. Pero nosotros, que también
dudamos, ¿hemos llegado ya a alguna evidencia, por pequeña que ésta
sea, por muy personal o subjetiva que resulte? Y así estuvieron un
rato, compartiendo sus evidencias, sus “claros del bosque” (María
Zambrano), en que descansaban ahora sus vidas.
Una
evolución es una variación o diferencia respecto a un estado previo
que consideremos. Y es irreversible, en el fondo, pues nunca nadie
cae dos veces en la misma piedra, o se baña dos veces en el mismo
río (Heráclito), aunque parezca a primera vista la misma piedra y
el mismo río. Además, no hay que confundir progreso con evolución.
El progreso es una evolución positiva... Pero una positividad que
satisface un bien mayor o un bien para la mayoría, según
interpretaciones más o menos utilitaristas, pero que no desdeña
nunca –ni debiera hacerlo– los errores y los fracasos. También
son progreso, o mejor dicho, el progreso necesita de ellos, pues todo
progreso adecuado se nos presenta –según dijeron los
participantes– como un aprendizaje, un descubrimiento, o quizás un
autodescubrimiento en la historia (Hegel).
Por
otro lado, la metas a perseguir pueden ser problemáticas... Lo que
hoy nos parece bien, mañana puede no parecernos bien... Incluso,
podemos descubrir más adelante, con su puesta en práctica, que
aquello se nos muestra totalmente nefasto. Podéis poner muchos
ejemplos actuales, efectos de la utopía del progreso ilustrado:
“seremos mejores (social, moralmente) a base de desarrollo
científico-tecnológico”. De modo que más nos vale plantear
ideales, utopías, abiertas, como metas orientativas, ideas
regulativas (Kant), que no se alcanzan nunca, pero nos orientan en la
misma búsqueda. Aspirando a los consensos más amplios posibles,
sabiendo que, además de los contenidos alcanzados, importan mucho
cómo se han logrado, si es adecuado el procedimiento. Simétrico en
sus procesos, la igual posibilidad de intervenir por parte de todos
los afectados e implicados en un problema (Habermas), y la
corresponsabilidad de todos en relación con consecuencias generadas
por nuestras acciones (Apel).
Y
todo esto lo dijeron ellos para ti, sin tener que citar a ninguna
autoridad, a ningún filósofo: el bien general no es posible sin el
bien individual ni viceversa. Ni tampoco unos bienes materiales sin
el logro de unos bienes espirituales, una mínima armonía o paz
interior. Y muchos dirán que no nos pondremos de acuerdo, y que será
injusto que así sea... Pero, ¿no es posible un consenso en lo
mínimo, en lo básico? No en vano todos nosotros somos los seres
humanos. A veces lo hemos conseguido. Verbigracia: los derechos del
hombre y los del niño y los de la mujer y los de otros seres no
humanos... No se cumplen siempre, pero nos orientan y nos permiten
juzgar lo más correcto posible que sepamos. ¿Y no hay unos derechos
y unas necesidades básicos que todos compartimos como seres humanos,
como seres vivos, como habitantes de este planeta junto a otros. He
ahí el camino adecuado.
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