El diálogo filosófico, tras el visionado de la película, giró en torno a tres núcleos de discusión: 1) ¿Cómo alguien puede cometer los crímenes a que se refiere el argumento de la película? Se establecen diversas explicaciones entre los asistentes, que conducen a plantear dos cuestiones-clave: el tema desarrollado por Hannah Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén, “la banalidad del mal”, en determinados contextos en los que se pierde la capacidad para pensar por nosotros mismos; y cómo el contexto social, el grupo, determina en demasiadas ocasiones a los individuos, que pueden llegar a realizar acciones impensables fuera de dicho condicionamiento social. 2) ¿Qué hacer con la verdad? En este sentido, a Ann Talbot, abogada e hija, se le plantea un dilema moral que no quisiéramos para nosotros: un viejo objeto, una caja de música, le descubre la verdad sobre su padre, que ya ha sido absuelto en el juicio, pero ¿qué debe hacer, dar a conocer la verdad o seguir adelante con su vida familiar como si nada hubiera pasado y con su vida profesional exitosa? ¿Qué haríamos nosotros? 3) ¿Qué significa conocer a alguien? ¿Cómo juzgar a “los otros”? ¿Nos centramos en lo que han sido o en quienes son ahora? Y salió a nuestro encuentro la distinción fundamental entre comprender y justificar o no poner límites a los demás.
Terminó el diálogo con esta pregunta, que planteó una de las participantes: ¿cómo se puede evitar o prevenir que las personas lleguen a cometer este tipo de actos atroces, o simplemente, inmorales? Nuestra conclusión fue doble: por un lado, puesto que el contexto grupal influye tanto, promover contextos en los que predomine la búsqueda del bien y la verdad y no lo opuesto; una masa crítica en una u otra dirección puede educar o mal-educar a una sociedad entera. Por otro lado, promover la educación emocional de los ciudadanos, no sólo cultural e intelectual, para que puedan conocerse mejor a sí mismos, ciudadanos capaces de tener un criterio propio, como diría Immanuel Kant, capaces de pensar y actuar por sí mismos, maduros, críticos, que vean en el otro a un ser personal y digno, igual que a sí mismos (Rimbaud: je est un autre). Sabemos por experiencia histórica que, para poder matar, explotar, discriminar, masacrar, exterminar... a otros seres humanos, antes hay que proceder a despojarlos de su humanidad. Vale.
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