Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

jueves, 31 de octubre de 2024

La caja de música (Costa-Gavras, 1989)


Comenzamos la segunda temporada del ciclo Cine y Pensamiento (organizado por El Ayuntamiento de Vélez-Málaga, el Centro de Arte Contemporáneo y la Fundación María Zambrano) con la película La caja de música (1989), de Costa-Gavras, protagonizada por Jessica Lange (nominada a un Óscar por su excelente interpretación) y Armin Mueller-Stahl, ganadora de un Oso de Oro en el Festival de Berlín. Una película dura, dramática, no sólo por la temática, sino por cómo ésta se entrecruza en la relación de un padre y una hija, que queda transfigurada para siempre. El argumento transcurre entre EEUU y Budapest, en 1988, once años antes de la caída del muro de Berlín. Mike Lazlo, padre de familia de origen búlgaro, lleva 37 años viviendo en EEUU con una vida hecha de trabajo y dedicación a sus dos hijos tras la muerte de su esposa, hasta que es acusado de crímenes contra la humanidad, cometidos al final de la segunda guerra mundial, al parecer, cuando era miembro de la sección especial llamada “Cruz flechada”, de adscripción nazi, autores de crímenes horrendos, en especial, contra la población judía y gitana. Ann Talbot, su hija, una prestigiosa abogada, siente la necesidad de defender la inocencia de su padre, en la que cree ciegamente. Con el discurrir de la película, vamos reconociendo, en toda su dimensión trágica, una reencarnación del mito de Edipo. Además de los estertores de los regímenes soviéticos de Europa del este, el trasfondo de la película muestra la cruda realidad de las redes de evasión de antiguos nazis por distintas vías, las llamadas ratlines.

El diálogo filosófico, tras el visionado de la película, giró en torno a tres núcleos de discusión: 1) ¿Cómo alguien puede cometer los crímenes a que se refiere el argumento de la película? Se establecen diversas explicaciones entre los asistentes, que conducen a plantear dos cuestiones-clave: el tema desarrollado por Hannah Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén, “la banalidad del mal”, en determinados contextos en los que se pierde la capacidad para pensar por nosotros mismos; y cómo el contexto social, el grupo, determina en demasiadas ocasiones a los individuos, que pueden llegar a realizar acciones impensables fuera de dicho condicionamiento social. 2) ¿Qué hacer con la verdad? En este sentido, a Ann Talbot, abogada e hija, se le plantea un dilema moral que no quisiéramos para nosotros: un viejo objeto, una caja de música, le descubre la verdad sobre su padre, que ya ha sido absuelto en el juicio, pero ¿qué debe hacer, dar a conocer la verdad o seguir adelante con su vida familiar como si nada hubiera pasado y con su vida profesional exitosa? ¿Qué haríamos nosotros? 3) ¿Qué significa conocer a alguien? ¿Cómo juzgar a “los otros”? ¿Nos centramos en lo que han sido o en quienes son ahora? Y salió a nuestro encuentro la distinción fundamental entre comprender y justificar o no poner límites a los demás.

Terminó el diálogo con esta pregunta, que planteó una de las participantes: ¿cómo se puede evitar o prevenir que las personas lleguen a cometer este tipo de actos atroces, o simplemente, inmorales? Nuestra conclusión fue doble: por un lado, puesto que el contexto grupal influye tanto, promover contextos en los que predomine la búsqueda del bien y la verdad y no lo opuesto; una masa crítica en una u otra dirección puede educar o mal-educar a una sociedad entera. Por otro lado, promover la educación emocional de los ciudadanos, no sólo cultural e intelectual, para que puedan conocerse mejor a sí mismos, ciudadanos capaces de tener un criterio propio, como diría Immanuel Kant, capaces de pensar y actuar por sí mismos, maduros, críticos, que vean en el otro a un ser personal y digno, igual que a sí mismos (Rimbaud: je est un autre). Sabemos por experiencia histórica que, para poder matar, explotar, discriminar, masacrar, exterminar... a otros seres humanos, antes hay que proceder a despojarlos de su humanidad. Vale.

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