Café Filosófico en Capileira 4.2
07 de agosto de 2025, Cafetería Moraima, 18:00 horas
Por consiguiente, la educación sería el arte de volver este órgano del alma del modo más fácil y eficaz en que debe ser vuelto, mas no como si le infundiera la vista, puesto que ya la posee, sino en caso de que se lo haya girado incorrectamente y no mire a donde debe, posibilitando la corrección.
¿Cómo educar ahora?
Los poderes establecidos suelen preguntar muy poco a los ciudadanos acerca de lo que más les inquieta o interesa. Y cuando lo hacen es para pedir su voto, habitualmente, con la finalidad de secuestrarlo; convertir su voluntad inespecífica de un momento en un medio para hacer luego lo que quieran. Pero no vamos a hablar de política. O sí... de la otra, la de verdad. La tarde del jueves siete de agosto, en la Cafetería Moraima de Capileira, hicimos política y no de partidos. Pedimos sus propias preguntas a los asistentes. Y sobre la pregunta más votada, estuvimos hora y media dialogando filosóficamente. Esto quiere decir que hicimos un trabajo colaborativo, nos entendimos, nos aclaramos mutuamente y pudimos llegar a alguna respuesta mínima o provisional. Solamente éramos trece personas tratando de pensar juntos y no la sociedad o la humanidad entera, pero, tratar de aclararnos y tomar conciencia es un buen comienzo.
Y éstas fueron las preguntas esenciales (no políticas, pero sí originarias de la vida política), que ellos y ellas fueron desgranando: ¿Cómo educar ahora? ¿Tiene la vida sentido? ¿Por qué tanta deshumanización? ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué hace que algo sea creativo? ¿Por qué la gente busca viajar tanto? ¿Qué nos impide pensar bien? Y ya sabéis cuál fue la pregunta del día... Esta vez, el facilitador del encuentro filosófico no pidió una temática que luego convertiríamos en una pregunta sino, al revés, una pregunta, que llevaba a cuestas toda una temática, en este caso, la importancia de la educación.
En un espacio tan acogedor como la Cafetería Moraima (gracias Carmen, gracias Luis) retomamos nuestra actividad filosófica, después de unos meses. Y se notaron las ganas de filosofar... Así que, ¿por qué no continuar? Seguiremos, pues, acogiendo esta inquietud ciudadana, esta demanda que no suele contar con demasiados espacios públicos, en los que poder desarrollarse con sinceridad y naturalidad. Y, una vez explicadas las reglas básicas del encuentro y su naturaleza (básicamente, practicar la filosofía) comenzaba el diálogo. «La educación que necesitamos no puede ser la misma que nosotros recibimos, cada uno en su momento», dejó bien situado la primera persona que intervino. Y entonces, «¿cómo es nuestro tiempo?», preguntó al grupo el facilitador. ¿Cuáles son los cambios fundamentales que observamos en nuestro modo de vivir? Y fueron señalando, de la manera más clara, esas principales novedades, refiriéndolas a las dificultades que se abrían ante nosotros, las deficiencias o carencias en las que nos introducían.
El mundo va muy rápido y estamos desorientados, y no asimilamos bien lo que nos va pasando y no se profundiza. Todos los cambios parecen venir del exterior y no de nosotros mismos. Solamente parecen tener vigencia los nuevos valores que van apareciendo y no los anteriores, o al menos, puede decirse que hemos perdido el contacto con algunos valores perennes.
El mundo está inundado de información. Y esta sobreabundancia de información parece estar conduciendo a su propio descrédito. No somos capaces de discriminar bien entre toda esa información, tenemos dificultades para distinguir una información de una pseudo-información y la verdad se confunde con cualquier otra cosa. Incluso, muchos dicen que hemos entrado en la era de la posverdad. Pero, ¿saben ellos lo que están diciendo, adónde nos conduce esta creencia? Olvidamos que la verdad no es sino la búsqueda permanente de la verdad.
También, dijeron nuestros participantes que tenemos demasiadas cosas y conseguidas sin demasiado esfuerzo. Valoramos más el tener que el ser, no le damos su importancia a lo que ya tenemos (siempre buscamos más o diferente) y no llegamos a vivir en profundidad lo que vivimos. Nos basta la superficie de un trabajo, de un amor, de un viaje o de una diversión. Y enseguida buscamos otra cosa y luego otra... Y unido a esto, el consumismo, consumir y gastar, consumir y tirar. En el fondo, vivimos en una era de gran insatisfacción personal y social.
El principio de autoridad ha sido conculcado. Todo parece igual y todo parece dar igual... El relativista (y posmoderno) “todo vale igual” reina por doquier, cuando nunca ha sido así, ni tampoco lo es ahora. No todo vale igual. Yo tengo derecho a opinar, pero todas las opiniones no valen lo mismo: el valor de una opinión se lo otorga el peso de las razones que la apoyen. Esta diferencia entre opinión y saber ya la sabían los antiguos griegos, si dejamos aparte a los sofistas: «el saber es una opinión basada en buenas razones» (Platón). La popularidad ha sustituido muchas veces a la calidad de los argumentos o autoridad. Incluso, podríamos decir que el saber se ha devaluado tanto que asistimos en ocasiones al culto de la ignorancia.
Y luego está el malestar interior. Apenas se le presta atención y no extraña (pero nos conmueve) la elevada tasa de suicidios, sobre todo entre los jóvenes. Parecemos vivir en una perpetua insatisfacción interior que pretendemos llenar a través de satisfacciones exteriores que, al final, resultan insuficientes. El vacío interior está servido y los trastornos de la salud mental. Hemos olvidado la crucial importancia del autoconocimiento, de aprender a querernos y a sentirnos a gusto con nosotros mismos, sin dependencias psicológicas externas.
Y qué vamos a decir de este mundo basado en la competitividad. No hacer las cosas lo mejor que podamos, desarrollando nuestras propias capacidades, sino hacerlas mejor que el otro o de acuerdo a estándares establecidos de antemano, que además son variables o cambiantes. Nuestra naturaleza colaborativa, nuestra naturaleza dirigida al cuidado queda continuamente relegada, postergada y oscurecida. Ser mejor (o ser el mejor) a toda costa... Otra fuente de insatisfacciones, frustraciones o depresiones.
Ante todo esto, a la educación se presentan por delante grandes retos que no debiera obviar. Porque pensemos, junto con el grupo que se reunió aquella tarde en la Cafetería Moraima de Capileira: ¿qué es lo que la educación (en la escuela, en las familias, en la sociedad) debiera promocionar o perseguir? ¿Reforzar lo que ya hay, o bien, contribuir a construir un mundo mejor entre todos? ¿Por ejemplo, debe la escuela formar, prioritariamente, al alumnado en todo aquello que ha triunfado en la sociedad, sin plantearse si es así como queremos vivir? De ese modo, ¿para qué habría de servirnos un sistema educativo? Solamente para formar trabajadores eficaces y rentables, consumidores o clientes, servidores dóciles de una economía de mercado, ciega e inercial?
Por todo esto, los participantes de este café filosófico, muy conscientemente, estimaron que la “nueva educación mejorada” debía completar y contrapesar las carencias o limitaciones que observáramos en el modo de vida actual. Y tú, querido lector o lectora, puedes muy bien intuir por dónde debía ir esta educación diferente; repasando, como ellos y ellas hicieron antes de finalizar el diálogo, todas esas carencias que habían sido descritas con anterioridad. Vale.