Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 26 de diciembre de 2010

Diógenes y otros cínicos




LA SABIDURÍA DE LOS ANTIGUOS
Diógenes, y otros cínicos[1].
  

Hasta el bronce envejece con el tiempo, pero en nada
Tu gloria la eternidad entera, Diógenes, mellará.
Pues que tú solo diste lección de autosuficiencia a los mortales
Con tu vida, y mostraste el camino más ligero del vivir[2].



Vivir con autenticidad: ser siempre uno mismo en el decir y en el obrar será una de las señas de identidad del sabio, que incluye la tranquilidad de espíritu, la autosuficiencia, la impasibilidad, la uniformidad y continuidad en el modo de pensar, la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, y el conocimiento y el cuidado de sí mismo y de los demás. A ello aspiraban los filósofos cínicos, tanto como las demás escuelas filosóficas de la antigüedad. Pues el filósofo no es un sabio, sino que busca vivir lo más sabiamente posible.

¿Hace falta hoy un poco de sabiduría para saber vivir? Veamos qué nos puede aportar la escuela de los cínicos. Comenzar con ellos esta serie sobre la sabiduría de los antiguos es toda una prueba de fuego. Olvídense de los cínicos que tan a menudo nos rodean: no son auténticos cínicos.

Parresía

Los cínicos practicaban la parresía de un modo tan ostensible como ninguna otra escuela antigua, con su conducta. Significaba, en griego, libertad de palabra, o más bien, literalmente, el decirlo todo: ser uno mismo en el decir y en el mostrarse a los demás; sinceridad, honestidad, nobleza, no guardarse nada oculto, no ser mezquinos, no tener dobleces, no ser falsos, hipócritas, no engañarse uno mismo ni a los demás. Veamos cómo era eso. Les dejaremos hablar sin más comentario:


Según el testimonio de Diógenes Laercio[3], que será nuestra fuente para dejar hablar a los cínicos antiguos, ANTÍSTENES (c. 446-366 a. C.), ateniense, pero quizás no de origen legítimo (cosa que hoy a nosotros, ni a él, nos preocupa lo más mínimo), fue discípulo de Gorgias, sofista del que aprendió habilidad retórica; pero la huella más profunda le quedó de Sócrates, al que venía a escuchar todos los días recorriendo hasta ocho kilómetros de distancia, que eran los que había entre la ciudad y el gran puerto. Aconsejaba a su propios discípulos que también lo fueran de Sócrates, y de él aprendió su firmeza de carácter, su impasibilidad y los beneficios de esforzarse, fundando así el cinismo.

Como alguno le reprochó su origen, que no era hijo de dos personas libres, Antístenes repuso que tampoco era hijo de dos luchadores, pero que él era un luchador. Y dicen que decía que prefería caer entre cuervos que entre aduladores, pues unos devoran cadáveres, pero los otros seres vivos. La mayor dicha de un hombre, pensaba, era poder morir feliz. De ahí que lo mejor que había sacado de la filosofía era, según dijo, el ser capaz de hablar con uno mismo. Mientras que, como el hierro por la herrumbre, así son devorados los malvados por su mal carácter. Así que el más necesario de los conocimientos, sería todo aquel que impida desaprender.

Como un joven de Ponto le prometió llenarle de regalos cuando su barco de salazones llegara, Antístenes lo condujo hasta la casa de la vendedora de harinas, y allí llenó un saquito, y cuando ya Antístenes se largaba sin pagar, dijo a la vendedora: “éste te lo dará, cuando llegue su barco de salazones”. Pues la virtud, que es la misma en el hombre y en la mujer, está en los hechos, defendía con tesón, y no requiere ni muchas palabras ni numerosos conocimientos.

DIÓGENES de Sinope (404-323 a. C), quien se convirtiera en el más conocido de la escuela cínica, una especie de filósofo-héroe, fue discípulo de Antístenes, aunque no lo hubiera logrado de no ser por su perseverancia, pues no admitía discípulos. Como levantó el bastón sobre él, le dijo: “¡Pega! No encontrarás un palo tan duro que me aparte de ti, mientras yo crea que dices algo importante”.

Decía que los hombres compiten en cavar zanjas y dar coces, pero ninguno en ser honesto. Se admiraba de los eruditos que investigaban las desventuras de la Odisea, mientras ignoraban las suyas propias. De la misma manera, criticaba a los músicos que afinaban las cuerdas de la lira, pero tenían desafinados los impulsos de su alma. También se extrañaba de que los matemáticos estudiaran el sol y la luna y descuidaran sus asuntos cotidianos. De los oradores, que dijeran preocuparse de las cosas justas y no las practicaran jamás. Una vez, al contemplar a una persona alocada que afinaba un psalterio, le dijo: “¿No te avergüenzas de armonizar los sones de un madero, y no acompasar tu alma a la vida?”. A uno que creía que no estaba capacitado para la filosofía, le repuso: “¿Para qué entonces vives, si no te importa el vivir bien?”.

Y, a otro que quería filosofar en su compañía, le dio un arenque seco y le invitó a seguirle; éste, por vergüenza, tiró el arenque y se fue; luego, cuando lo vio, le dijo sonriendo: “¡Un arenque ha quebrado nuestra amistad!”. Y decía que había que tender la mano a los amigos, pero sin cerrar el puño. Al contarle que sus amigos conspiraban contra él, dijo: “¿Y qué  hay que hacer, si es que hay que tratar a los amigos de igual modo que a los enemigos?”.

A uno que le echaba en cara su exilio por haber falsificado moneda, le replicó: “También antes me meaba encima, pero ahora no”. Y al que le reprochaba que se metía en lugares infectos, respondió: “También el sol entra en los retretes, y no se mancha”.

Al preguntarle qué es lo más hermoso entre los hombres, contestó: “La sinceridad” (parresía). Al llegar a Mindo y ver los portones de la muralla enormes y la ciudad pequeña, dijo: “¡Ciudadanos de Mindo, cerrad los portones, para que no se os escape la ciudad!”. “La gente se ríe de ti”, le dijeron una vez, a lo que respondió: “También de ellos los asnos algunas veces se ríen; pero ni ellos se cuidan de los asnos ni yo de ellos”.

Al serle preguntado qué había sacado de la filosofía, dijo que, de no ser alguna otra cosa, al menos el estar equipado contra cualquier contingencia que le pudiera ocurrir. Y cuando le insistían en preguntarle que de dónde era, él siempre afirmaba que era cosmopolita, un  ciudadano del mundo.


Buen antídoto contra la hipocresía social y política, a menudo reinante en nuestros días, y buen modelo a seguir contra el riesgo constante de engañarse y no ser fiel uno a sí mismo y a la verdad. Proponemos unos sencillos ejercicios filosóficos, para practicar, de inspiración cínica:

Probar a decir en el momento oportuno lo que uno está pensando que hay que decir, y ejercitarse en ello. Ejercicio de espontaneidad y sinceridad.

○ Preguntarme cada vez, ante mi juicio de valor sobre una persona o una situación: “¿Me engaño a mi mismo? ¿Estoy diciendo lo que me diría a mi mismo, de verdad y a solas?” Ejercicio de honestidad y solidaridad.

Examen diario, constatando si mis hechos reflejan mis palabras. Ejercicio de coherencia y de autenticidad.
           
Autarquía

También, los cínicos, ponían mucho celo en llevar una vida caracterizada por la autarquía. En griego, significaba gobernarse a sí mismo por sí mismo, lo que implica independencia, autonomía, ser dueño de uno mismo, es decir, no ser esclavo de uno mismo o de otra cosa, autosuficiencia, llevar una vida propia, que uno pueda controlar y pueda desarrollar, no dependiente de necesidades inútiles o de imposiciones externas. Veamos qué tienen que decir sobre esto:


Según ANTÍSTENES, el sabio vivirá no de acuerdo a las leyes establecidas, sino de acuerdo a la virtud. A un muchacho que posaba vanidosamente ante un escultor, le preguntó: “Dime, si el bronce cobrara voz, ¿de qué crees que se ufanaría?”; “De su belleza”, contestó; “No te avergüenzas entonces, dijo, de contentarte con lo mismo que un objeto sin alma?”. A uno que elogiara el lujo, le replicó: “¡Ojalá vivieran en el lujo los hijos de mis enemigos!”. En una ocasión que fue a visitar a Platón enfermo, y al ver una palangana donde había vomitado, dijo: “Aquí veo tu bilis, no veo tu vanidad”. Por eso, pensaba que no ser famoso era un bien, así como también era un bien lo que uno lograba con su propio esfuerzo.

Como se retrasaba uno, al que encargó buscarle alojamiento, se cuenta que DIÓGENES de Sinope se instaló en una tinaja. Y era tan apreciado de muchos atenienses, que cuando un muchacho rompió la tina donde habitaba, a éste le apalearon, y le procuraron otra a Diógenes. Durante el verano, echaba a rodar la tina en la que vivía sobre la arena ardiente, mientras que en invierno abrazaba a las estatuas heladas por la nieve, acostumbrándose a todos los rigores del clima. También caminaba sobre la nieve con los pies desnudos con la misma finalidad. Todo ello como forma de entrenamiento. Así, una vez que pedía limosna a una estatua, y al preguntarle por qué lo hacía, respondió: “Me ejercito en soportar frustraciones”.

Al observar una vez a un niño que bebía con las manos, arrojó fuera de su zurrón su copa, diciendo: “Un niño me ha aventajado en sencillez”. Arrojó igualmente el plato, al ver que otro niño, que se le había roto el cuenco, recogía sus lentejas en la corteza cóncava del pan.

Preguntado por alguien cuál era el momento oportuno para casarse, dijo: “Los jóvenes todavía no, los mayores ya no”. Elogiaba a los se iban a casar y no se casaban, a los que se iban a hacerse a la mar y no lo hacían, o por ejemplo también, a los que iban a entrar en política y no lo hacían, mostrando, quizás, aquello de que de sabios es rectificar.

A los que le aconsejaban que persiguiera a su esclavo que se había fugado, contestó: “Sería ridículo que Manes viva bien lejos de Diógenes, y que Diógenes no pueda vivir sin Manes”. Decía que los criados son esclavos de sus amos, y que los débiles lo son de sus pasiones. Por eso, cuando le preguntaron si los sabios comen pasteles, dijo que de todo, como los demás hombres; ahora bien, están mejor preparados, si tienen que renunciar a ese tipo de cosas.

HIPARQUIA de Marinea (s. IV-III a. C.), se enamoró de CRATES (con bastante seguridad, discípulo de Diógenes), tanto por sus palabras como por su conducta. Y Crates, que fue llamado por sus padres para persuadirla, como no la convencía, se puso de pie, se desnudó de toda su ropa ante ella, y dijo: “Este es el novio, esta tu hacienda, delibera ante esta situación, porque no vas a ser mi compañera si no te haces con estos mismos hábitos”. La joven tomó la decisión y tomando su mismo hábito marchaba en su compañía y se unía con él en público y asistía a los banquetes. En uno de ellos rebatió a Teodoro y, cuando él quiso atacarla preguntando irónicamente si era ella, esa mujer que había abandonado su trabajo en el telar, respondió: “Yo soy, Teodoro. ¿Es que te parece que he tomado la decisión incorrecta sobre mí misma, al dedicar el tiempo que iba a malgastar en el telar en la educación de mí misma?”.


Nos muestran, estos cínicos de la antigüedad, un buen antídoto contra el consumismo y el despilfarro, que vienen inscritos en la máxima triunfante del “gastar y necesitar mucho”, así como su otra cara, la cíclica e inseparable a nuestro modo de vida, crisis. De ahí que estas propuestas cínicas puedan ser, por ello, un buen ejemplo a seguir en todo momento, pero sobre todo en épocas de crisis, y no sólo económica. A ver, algunos ejercicios de corte cínico para trabajar este aspecto de la autarquía personal:

Practicar el rechazo de un determinado placer o deseo: lo aparto o lo aplazo un tiempo determinado. Entrenamiento útil para dominar mis deseos y no permitir que ellos me dominen a mí.

Ejercicio: cuando una situación me resulte frustrante, imaginar otras posibilidades y poner alguna de ellas en práctica. Rápidamente comprobaremos que todo podía ser de otra manera. Entrenamiento que me permitirá ser más creativo, y más flexible y adaptable en la siguiente ocasión en que se me presente un obstáculo, tener más recursos personales.

○ Practicamos el desapego. Muchas veces yo no tengo a las cosas, sino que éstas me tienen a mí. Ejercicio: pruebo a renunciar a algo que hasta ahora le he dado mucha importancia y observo cómo no ocurre nada grave.

Quinismo

Lo que mejor sigue caracterizando a los cínicos es su quinismo, la intención de llevar una vida lo más natural y simple posible, en algunos aspectos “similar a la de un perro” (kynikoi, de donde le viene el nombre a la escuela cínica), pero también similar a la de un niño. Una vida sencilla, frente a convencionalismos sociales y culturales antinaturales o degradantes: naturalidad en la vida y en las relaciones. Una actitud capaz de traspasar las costras podridas o petrificadas de la sociedad y servir de revulsivo transformador de aquello que está anquilosado y es dañino. El sarcasmo y la ironía, la provocación y la insolencia serán los medios cínicos de crítica social. No hace falta ser tan radicales como ellos, pero algo de su radicalismo nos puede ser muy útil a nosotros:


La ironía crítica rodea la propia biografía, casi mítica, de DIÓGENES el cínico. Sobre la acusación de haber falsificado moneda en su pasado, y que por eso tuvo que marchar al destierro, se cuentan varias versiones. Una era ésta: que fue a preguntar al oráculo de Delfos qué debía hacer para hacerse muy famoso, y allí recibió esa respuesta. Otra, que el oráculo le dio permiso para modificar la legalidad vigente; y a eso se dedicó luego toda su vida, a cuestionar el orden social existente.

Al observar a un ratón, sin preocuparse de un sitio para dormir y sin cuidarse de la oscuridad o de perseguir cualquiera de las comodidades convencionales, encontró solución para adaptarse a sus circunstancias: fue el primero en doblarse el vestido, según algunos (según otros, fue Antístenes), por tener necesidad incluso de dormir con él. Se proveyó de un morral (más tarde también de un bastón) y en cualquier lugar hacía cualquier cosa: comer, dormir o dialogar. Así, con irónica irreverencia, decía que el Pórtico de Zeus y el camino de las procesiones lo habían decorado los atenienses para que él allí viviera.

También decía que cuando observaba la vida de pilotos, médicos y filósofos, pensaba que el hombre era el animal más inteligente, pero cuando advertía, en cambio, la presencia de intérpretes del sueño y de adivinos y sus adeptos, o veía figurones engreídos por su fama o su riqueza, pensaba que nada hay más vacío que el hombre. Como una vez exclamara: ¡A mí, hombres”!, cuando acudieron algunos, los ahuyentó con su bastón, diciendo: “Clamé por hombres, no inmundicia”. Por ejemplo, le irritaba que se hicieran sacrificios a los dioses para pedirles salud, y en el mismo sacrificio se diera una comilona, que precisamente iba contra la salud.

Una vez, Platón dio su definición de que el hombre era un “animal bípedo implume” y obtuvo aplausos; Diógenes desplumó, entonces, un gallo y lo introdujo en la academia platónica, diciendo: “Aquí está el hombre de Platón”; desde entonces, a aquella definición se le agregó: “… y de uñas planas”.

Cuando Diógenes tomaba el sol en el Craneo, se plantó ante él Alejandro Magno y le dijo: “Pídeme lo que quieras”; y él contestó: “Que te apartes y no me impidas tomar el sol”. Acudió otra vez Alejandro hasta él y le dijo: “Yo soy Alejandro, el gran rey”; y repuso: “Y yo Diógenes, el Perro”. Alejandro, que erguido ante él, le preguntó: ¿No me temes?, le dijo: ¿Por qué? ¿Eres un mal o un bien?; como le respondió que un bien, dijo entonces Diógenes: ¿Pues quién teme a un bien? Al preguntarle Alejandro por qué se dejaba llamar “perro”, respondió: “Porque muevo el rabo ante los me dan algo, ladro a los que no me dan y muerdo a los malvados”.

Como a uno le diera vergüenza recoger un trozo de pan que se le había caído al suelo, Diógenes, queriendo darle una lección, ató una cuerda al cuello de una jarra y la arrastró por todo el Cerámico, a la vista de todos.

Decía que la mayoría de los hombres estaban locos por un dedo de margen; en efecto, si uno se pasea por la calle extendiendo el dedo medio, cualquiera opinará que está chalado, pero si extiende el dedo índice, ya no lo consideran así. Asimismo, decía que las cosas de mucho valor se compran por nada y viceversa: pues una estatua se vende por tres mil dracmas y un cuartillo de harina por dos monedas de cobre.

A uno que, mediante un argumento sofístico y malintencionado, concluía que tenía cuernos (de la siguiente manera: tú tienes lo que no has perdido; tú no has perdido los cuernos; por tanto, tienes cuernos), le replicó, palpándose la frente: “Pues yo no los veo”. De igual modo, contra el que defendía con muchos argumentos y contra el sentido común, que el movimiento no existe, Diógenes simplemente se levantó y echó a andar. Ante uno que hablaba de los fenómenos celestes, exclamó: “¿Cuántos días hace que bajaste del cielo?

Una vez que se masturbaba en medio del ágora, comentó: “Ojalá fuera posible también frotarse el vientre para no tener hambre”. Al reprochársele también que comía en medio del ágora, repuso: “Es que fue precisamente en medio del ágora donde sentí hambre”. En un banquete, empezaron a tirarle huesecillos como a un perro y, él se fue hacia ellos y les meó encima, como un perro.

Sólo él elogiaba a un fornido citarista, al que todos criticaban. Cuando le preguntaron por qué, contestó: “Porque con esa corpulencia se dedica a tocar la cítara y no a ladrón de caminos”. Entraba en el teatro en contra de los demás que salían y, al preguntarle por el motivo, dijo: “Eso es lo que trato de hacer durante toda mi vida”, diríamos, ir contracorriente.

METROCLES fue primero alumno de Teofastro, de la escuela peripatética, y se hizo tan refinado que como una vez, en medio de una lectura, se le escapase un pedo, se encerró en su casa abatido por la desesperación con la intención de dejarse morir. Al enterarse CRATES, llamado a socorrerlo, acudió a su casa, después de hartarse a propósito de lentejas, y trataba de persuadirlo con sus razonamientos de que no había hecho nada feo, pues habría sido un milagro impedir la salida de los gases de acuerdo al proceso natural. Al fin, echándose unos pedos le convenció, aportando consuelo con la similitud de las acciones. Desde entonces, Metrocles siguió sus enseñanzas, según nos cuenta Diógenes Laercio.


El cinismo no tiene buena prensa entre nosotros, y con razón. De alguien que es cínico decimos que no tiene moral, o que tiene una doble moral, que no tiene escrúpulos, que es hipócrita y falso, nada fiable ni confiable. ¿Les ha parecido a ustedes que son así los cínicos que hasta aquí han hablado? Nos sumamos a la propuesta de algunos[4] que han pensado también que el cinismo antiguo puede servirnos de muy eficaz antídoto contra el cinismo incrustado en la sociedad actual, inclusive en sus instituciones políticas. Para acabar, unas sencillas prácticas para no dejarse arrastrar por este cinismo, digno de ser desenmascarado y censurado:

○ Reprimir ciertas conductas o actitudes siempre es contraproducente, si la represión excluye en exceso lo natural en nosotros. A ver, este experimento mental: ¿por qué no hago, o no digo esto o lo otro? ¿Por qué no puedo hacerlo? Si la justificación solamente tiene origen en una convención social o cultural, no tengo ningún motivo tan poderoso como para no hacerlo.

Practiquemos esto: no busques tres pies al gato, en todo busca la máxima naturalidad posible, lo más cercano al sentido común, porque la sencillez natural más torpe resulta ser más verdadera que cualquier complicación forzada y artificial.

○ Toda contribución, por pequeña que sea, es bienvenida para vivir en un mundo más verdadero, y con un poco de suerte, algo mejor. Práctica: me aseguro cada día de haber denunciado algo que merecía ser denunciado o desenmascarado, aunque sea poca cosa, con respeto pero con eficacia.



Felices fiestas,
A disfrutarlas, con sencillez y naturalidad.


[1] Publicado primero en Revista de Feria, Excmo. Ayto. de Castro del Río, 2009, 91-7
[2] Texto de la inscripción en la estatua de bronce con la que los ciudadanos atenienses honraron la vida ejemplar de Diógenes de Sinope, que murió con noventa años en Corinto, según se cuenta, el mismo día que moría Alejandro Magno en Babilonia.
[3] Diógenes Laercio, Vidas y opiniones de los filósofos ilustres, Madrid, Alianza Editorial, 2007; traducción, introducción y notas de Carlos García Gual). En cada apartado, recogemos una selección de dichos y anécdotas que se han ido trasmitiendo de los cínicos. En dicha obra, escrita por su autor en la primera mitad del siglo III de nuestra era, pueden encontrarse muchos más. Que ustedes lo disfruten.
[4] Por ejemplo, Peter Sloterdjk, Crítica de la razón cínica, Madrid, Siruela, 2006 (Ed. original, 1983).

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