Biblioteca de Castro del Río, 2 de marzo de 2011, a las 18:30.
¿Qué puede significar hoy la compasión?
Un tema de diálogo que había quedado pendiente en el tintero de otro día era la compasión. Y le llegó el turno de ser atendido. No estaban presentes muchos participantes, como tampoco en el encuentro anterior, razón por la cual se determinó retrasar el horario hasta las 19:30 en la próxima ocasión, que será, si los dioses no lo impiden, el día 30 de marzo. Pero estos participantes hacían por cuatro cada uno. Ya veréis ahora mismo dónde empezaron y por dónde acabaron.
Un nada oculto recelo producía el tema, pues generalmente, y durante mucho, la compasión ha crecido y se desarrollado (que no nacido) dentro de un marco religioso, cristiano para más señas. Pero este podía ser nuestro reto: intentar dar un tratamiento no religioso a la compasión. ¿Puede haber un sentido no religioso de la compasión? ¿Qué puede significar hoy la compasión? Y lo que, en un principio, se presentaba suscitando suspicacias, acabó por seducir a los participantes, tanto que proclamaron su necesidad en un mundo como el que vivimos. Aunque, transfigurada la compasión en compasión colectiva. Una herramienta para la acción conjunta.
¿Qué es la compasión? Tomar conciencia de los demás. Ponerse en el lugar de los demás. Y trayendo la etimología: sentir con otro, com-pasión. No penséis que se habían reunido allí unos expertos filólogos. Nada de eso (pero más que eso), personas como tú y como yo, cuando estamos como personas simplemente, y no teniendo que demostrar nada, fuera cual fuera nuestra profesión. Pues bien, en el presente nos producen compasión muchas situaciones humanas que vemos o de las que sabemos. En estos momentos -citó una interviniente- las escenas del éxodo de la población libia apiñándose en la frontera con Túnez. Pero, ¿sólo cabe sentir con otro su dolor? Quizás pesa todavía demasiado, en nuestra reunión, el sentido religioso de la compasión. ¿Es que no es posible sentir con otros también su gozo, su alegría o su satisfacción? ¿Seremos capaces de dar con una nueva compasión nuestra?
Emerge en la discusión, por parte del participante masculino, una reivindicación: que la conciencia gane terreno, y no adormideras que nos impidan ser conscientes del sufrimiento de los demás. A partir de ahí, el grupo se apresura a confirmar la definición de la compasión como conciencia de los otros. Saber que existen y que son como tú y como yo. Y sin embargo esto hay que reivindicarlo, puesto que, en muchas ocasiones, fuerzas no muy despegadas de las democracias reales que disfrutamos y padecemos (por lo mucho que tienen todavía que mejorar), son fuerzas que se encargan de recortar la conciencia, pues viven de la inconsciencia de la población. Son así las masas, claro, más dóciles y más conducibles. Tomar conciencia, entonces, objetivo prioritario. Ayudar a tomar conciencia. El ejemplo de las revueltas en los países árabes, se convierte en un ejemplo recurrente. Algo debe significar esto, pues en los dos últimos cafés filosóficos ha sido ejemplo de ida y vuelta en torno a él.
Tomar conciencia, ¿es el objetivo o es un paso para otra cosa? No, rotundamente se responde, ¡es el primer paso! El otro es pasar a la acción. ¿Y qué es primero? Tomar conciencia. ¿Siempre? No, a veces, la acción nos lleva a hacernos preguntas y a darnos cuenta. De manera que es posible entender la relación como un bucle de retroalimentación. ¡Qué bien! Pero ese no es el problema que nos aprisiona hoy (a día 2 de marzo de 2011). En nuestras sociedades actuales, y dentro de los grupos sociales de que formamos parte de una forma más personal, hay frecuentes cortocircuitos, entre conciencia y acción. En muchas ocasiones, incluso, esto ocurre por exceso de reflexión, por exceso de información también. Te lo piensas demasiado, te paraliza tanto punto de vista y tanta complejidad. Esta sociedad, nos dicen estos expertos en el vivir, puesto que están vivos y viven, cría gente pasiva. Muchas veces sabemos lo que habría que hacer, pero no lo hacemos. En otras ocasiones, no podemos (demasiadas coerciones para tratarse de una sociedad formalmente tan democrática y tan libre). En esta sociedad, tantas veces, o bien nos parece que no podemos, o bien se cría “gañanes”. Expresión extraída del contexto agrícola, pero que se aplica tan bien, asimismo, a gentes con formación e información y con estudios. Esta sociedad crea gañanes, embebidos en vivir sin más. O bien, entonces, no podemos, o bien somos gañanes, lo cual no parece estar tan alejado lo uno de lo otro, pues es de la toma de conciencia de lo que carecen (“y te diré quién eres”).
Volvemos a un punto de partida anterior, ¿cómo salir de la inconsciencia? ¿Cómo rehacer el cortocircuito? Pero, ¿cuándo se produce un cortocircuito? Se dice cuando, por sobrecarga, lo que debía estar unido se ha roto, se ha separado, se ha aislado mutuamente. Y emergió, sin apenas esfuerzo, con suave y diáfana clarividencia, la compasión que necesitábamos. La compasión no puede ser un sentimiento individual solamente, algo que yo siento respecto a otro, pues se vuelve individualista y, por ende, nada compasivo, pues no sería así nada solidario. De la soledad a la solidaridad. Sentir compasión es sentir con otro. Y como no estamos solos tú y yo: sentir con otros como yo y tú. En lugar de una compasión individual tú a tú, una compasión colectiva. ¿Y esto puede restablecer el circuito? ¡Qué transparente resultaba en aquel lugar y aquél día! La raíz del cortocircuito y la clave de la toma de conciencia activa duerme muy cerca de nosotros: prueba a expresar lo que sientes, comprobarás que los otros sienten muy parecido a ti. Sufren muy parecido a ti y quieren lo mismo que tú. Nos sorprenderíamos de lo que tenemos en común. Quizás estos tiempos se esfuerzan en mostrar lo que nos separa (“divide y vencerás”, aunque, ¿quién gana así, de veras?). La comunicación interpersonal es lo que nos queda. Si tú y yo hablamos y nos entendemos más allá de las imágenes que mutuamente nos hemos creado, o han creado en nosotros, nos comprenderemos. Yo solo poco puedo hacer por mejorar este mundo, sea éste el vasto mundo o mi mundo más cercano. Será esto verdad, todo lo que quieras. Pero si tomo conciencia de que no estoy solo, entonces, juntos muchos de nosotros, sí que podríamos. Por separado somos los seres humanos demasiado vulnerables, juntos no hay quien nos pare. Hablar de las condiciones de la comunicación para una convivencia satisfactoria quedó para otro encuentro. Eran las ocho y diez de la tarde.
Y acabamos esta crónica con un cuento anónimo, que sepa este cronista, aunque perenne y transcultural, como todo lo importante.
El cielo o el infierno
En aquel tiempo, dice una antigua leyenda china que un discípulo preguntó al sabio maestro:
-Maestro, ¿cuál es la diferencia entre el cielo y el infierno?
Y el maestro respondió:
-Es muy pequeña, y sin embargo de grandes consecuencias.
Vi un gran montón de arroz cocido y preparado como alimento. En su derredor había muchos hombres hambrientos casi a punto de morir. No podían aproximarse al monte de arroz, pero tenían en sus manos largos palillos de dos y tres metros de longitud. Es verdad que llegaban a coger el arroz, pero no conseguían llevarlo a la boca porque los palillos que tenían en sus manos eran muy largos. De este modo, hambrientos y moribundos, juntos pero solitarios, permanecían padeciendo un hambre eterno delante de una abundancia inagotable. Y ESO ERA EL INFIERNO.
Vi otro gran montón de arroz cocido y preparado como alimento. Alrededor de él había muchos hombres, hambrientos pero llenos de vitalidad. No podían aproximarse al monte de arroz pero tenían en sus manos largos palillos de dos y tres metros de longitud. Llegaban a coger el arroz pero no conseguían llevarlo a la propia boca porque los palillos que tenían en sus manos eran muy largos. Pero con sus largos palillos, en vez de llevarlos a la propia boca, se servían unos a otros el arroz. Y así acallaban su hambre insaciable en una gran comunión fraterna, juntos y solidarios, gozando a manos llenas de los hombres y de las cosas, en casa, con el Tao. Y ESO ERA EL CIELO.
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