Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

viernes, 19 de julio de 2013

EL GOBIERNO DEL PUEBLO 3/5

3 – La perversión de la política y su regeneración


            ¿Quién puede ser político? Ya sabemos, desde antiguo, que todos somos políticos por nuestra simple pertenencia al cuerpo social. Todos estaríamos capacitados, basta poner empeño y nuestras mejores cualidades ciudadanas: el sentido moral del respeto mutuo y de la justicia política, que están repartidas entre todos por igual, para que no disputemos por ello, sino que lo usemos para no dejarnos gobernar por otros y podamos gobernarnos a nosotros mismos en comunidad. Así lo dispuso Zeus, asentando la base humana para vivir democráticamente, que no sería posible sin contar con la racionalidad dialogante (lógos) propia de la naturaleza humana. El sentido moral y de la justicia fueron las cualidades que no supo darles Prometeo a los hombres; cuando les dio la técnica que no sabían manejar adecuadamente. ¿Sabemos ahora? Si no fuera así —y no lo parece—, la política cobraría en nuestros días una importancia mayor aún que la que siempre ha tenido. Tendría que ser una nueva manera de hacer política, al servicio del pueblo y no de intereses políticos. La política convertida en un fin en sí es la primera perversión. Necesitamos una nueva manera gestionar la economía, dirigida por una buena política, la del pueblo y no otra, en la que los intereses económicos —y los financieros más todavía— promuevan y rijan la agenda política y la pongan a su servicio; éste sería el segundo nivel de perversión de las necesidades comunes y de los intereses universalizables del pueblo. ¿Puede proponerse una nueva manera de hacer política y de hacer economía? No sabemos si será posible ni siquiera, pero hace mucha falta. Habría que comenzar por la formación de la persona pública en la que se va a depositar el cargo o la responsabilidad política. Cualquiera no puede ser un político. ¿Puede cualquiera ser médico, electricista o cocinero? Sí, cualquiera puede, pero ha de mostrarlo. Y no sólo mostrar que lo es, sino que es un buen médico, un buen electricista o un buen cocinero. El político también ha de mostrar su virtud para lo público; lo que hacemos todos pero aún mejor, de un modo excelente, eso es la virtud. Y no todos están igualmente capacitados, o bien no han recibido la formación y el entrenamiento adecuados. No estamos hablando de una elite preparada ex profeso para gobernar, ni en la academia platónica, ni en las facultades de ciencias políticas actuales. Unos necesitaran formación específica para ser aptos, pero otros lo han aprendido de múltiples maneras menos regladas y lo han experimentado en la práctica. Una persona quiere servir, ser útil a los demás —es decir, tiene vocación pública—, está preparada —tiene formación política y/o especializada en algún campo—, atesora experiencia gestionando en el ámbito privado o público. “¡Extraordinario! Dejémosle —diría el pueblo— un tiempo de prueba, a ver cómo se desenvuelve en la práctica. Es un privilegio que se concede a pocos. Tendrá que demostrar su “amor a la ciudad”. ¿Y si no es así? Simplemente no vale para la política, somos muchos más que podemos ser mejores”. En efecto, si los mejores no están en la política, quedará expuesta a los políticos al uso, que habrán sido seleccionados por otras cualidades; una selección natural que excluye —o se autoexcluyen— a los que no son como ellos —ya saben ustedes de quiénes se está hablando—. Es un asunto de vital importancia en estos tiempos en que vivimos —que estén los mejores en la política—, unos tiempos tan cambiantes y tan peligrosos por el poder de nuestros medios. El tiempo de las decisiones responsables, que hagan justicia a una vida humana en este planeta, ha llegado…

No hay comentarios:

Publicar un comentario