3 – La perversión de la política y su
regeneración
¿Quién
puede ser político? Ya sabemos, desde antiguo, que todos somos políticos por
nuestra simple pertenencia al cuerpo social. Todos estaríamos capacitados,
basta poner empeño y nuestras mejores cualidades ciudadanas: el
sentido moral del respeto mutuo y de la justicia política, que están repartidas entre todos por
igual, para que no disputemos por ello, sino que lo usemos para no dejarnos
gobernar por otros y podamos gobernarnos a nosotros mismos en comunidad. Así lo
dispuso Zeus, asentando la base humana para vivir democráticamente, que no
sería posible sin contar con la racionalidad dialogante (lógos) propia de
la naturaleza humana. El sentido moral y de la justicia fueron las cualidades
que no supo darles Prometeo a los hombres; cuando les dio la técnica que no
sabían manejar adecuadamente. ¿Sabemos ahora? Si no fuera así —y no lo parece—,
la política cobraría en nuestros días una importancia mayor aún que la que
siempre ha tenido. Tendría que ser una nueva manera de hacer política, al
servicio del pueblo y no de intereses políticos. La política convertida en un fin
en sí es la primera perversión. Necesitamos una nueva manera gestionar la
economía, dirigida por una buena política, la del pueblo y no otra, en la que
los intereses económicos —y los financieros más todavía— promuevan y rijan la
agenda política y la pongan a su servicio; éste sería el segundo nivel
de perversión de las necesidades comunes y de los intereses universalizables
del pueblo. ¿Puede proponerse una nueva manera de hacer política y de hacer
economía? No sabemos si será posible ni siquiera, pero hace mucha falta. Habría
que comenzar por la formación de la persona pública en la que se va a
depositar el cargo o la responsabilidad política. Cualquiera no puede ser un político.
¿Puede cualquiera ser médico, electricista o cocinero? Sí,
cualquiera puede, pero ha de mostrarlo. Y no sólo mostrar que lo es, sino que
es un buen médico, un buen electricista o un buen cocinero. El político también
ha de mostrar su virtud para lo público; lo que hacemos todos pero aún mejor,
de un modo excelente, eso es la virtud. Y no todos están igualmente capacitados,
o bien no han recibido la formación y el entrenamiento adecuados. No estamos
hablando de una elite preparada ex profeso para gobernar, ni en la
academia platónica, ni en las facultades de ciencias políticas actuales. Unos
necesitaran formación específica para ser aptos, pero otros lo han aprendido de
múltiples maneras menos regladas y lo han experimentado en la práctica. Una
persona quiere servir, ser útil a los demás —es decir, tiene vocación pública—,
está preparada —tiene formación política y/o especializada en algún campo—, atesora
experiencia gestionando en el ámbito privado o público. “¡Extraordinario!
Dejémosle —diría el pueblo— un tiempo de prueba, a ver cómo se
desenvuelve en la práctica. Es un privilegio que se concede a pocos. Tendrá que
demostrar su “amor a la ciudad”. ¿Y si no es así? Simplemente no vale para la
política, somos muchos más que podemos ser mejores”. En efecto, si los mejores
no están en la política, quedará expuesta a los políticos al uso, que habrán
sido seleccionados por otras cualidades; una selección natural que
excluye —o se autoexcluyen— a los que no son como ellos —ya saben ustedes de
quiénes se está hablando—. Es un asunto de vital importancia en estos tiempos
en que vivimos —que estén los mejores en la política—, unos tiempos tan
cambiantes y tan peligrosos por el poder de nuestros medios. El tiempo de las decisiones
responsables, que hagan justicia a una vida humana en este planeta, ha llegado…
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