Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

viernes, 3 de abril de 2015

Sobre la vida comunitaria

Café Filosófico en Vélez-Málaga 6.7

20 de marzo de 2015, Cafetería Bentomiz, 17:30 horas.

“Lo único que puede producir un cambio radical y una liberación psicológica creadora es la atención diaria, el darse cuenta de instante en instante de nuestros móviles, tanto los conscientes como los inconscientes” (Krishnamurti, La libertad primera y última).
 
“Luego no discuten [ni los hombres ni los dioses] sobre si el que comete injusticia debe pagar su culpa, sino sobre quién es el que comete injusticia, qué hace y cuándo?” (Platón, Eutifrón).

¿Cómo es posible vivir en comunidad?

¿Podemos cambiar, si nosotros mismos no cambiamos? Por lo general, todos queremos vivir mejor, en una sociedad donde pueda la vida humana y no humana desarrollarse del modo más digno posible. Pero, ¿quiénes serán los artífices? ¿Vendrán líderes maravillosos a salvarnos? ¿Bastará que cambiemos las estructuras, si nosotros seguimos pensando y haciendo lo mismo, con respecto a nosotros mismos y a los demás? ¿Vendrá la revolución exterior sin una revolución interior? ¿Cuánto duraría, en ese caso?  ¿De lo contrario, sería
auténtica? ¿Nos sentiríamos satisfechos, sin una mínima coherencia dentro-fuera? Pues bien, nuestros participantes de las horas previas a la venida de la primavera, supervivientes del eclipse solar de ese mismo día, hablaron de la vida interior, de la convivencia con uno mismo, más tarde de la vida exterior comunitaria y, finalmente, necesitaron afinar bien el acorde interior-exterior, para que éste pudiera sonar algo armonioso. ¿Te quedas con nosotros? Se va  a hablar de ti. Observa…
¿Has sido capaz en alguna ocasión reciente de perdonarte a ti mismo? Mal te vas a llevar contigo mismo si no eres un poco indulgente, comprensivo en alguna medida, si no llegas también a amar tus errores, tus lagunas, tus carencias. Forman parte de ti, tanto como todo lo demás. La importancia de la Autocompasión, que no tiene que ver con el muy cristiano “dar pena”, darse pena o sentir lástima del prójimo, sino que está ligado al sentir con… -tigo mismo, con el otro. Así de simple, así de complicado tantas veces en el diario.

—Sí, yo así evité la culpa. —Tan corrosiva —apunta este narrador.
—Yo me agarro mi (cordial por su forma) pastilla de jabón, y mientras me voy duchando, me quedo limpio de las culpas que arrastraba. —Ritual, que al final de encuentro quedó como estribillo mágico de una de las participantes.
—Cada vez que me perdono a mí misma, de tantas autoexigencias, es una liberación… —Había vivido y sufrido lo que decía, por eso lo decía de verdad.
—Cuando he sido capaz, simplemente he buscado una solución, en lugar de martirizarme. —¡Y cómo nos martirizamos, tanto que quedamos seriamente embotados para encontrar una salida!
—Pregunto: ¿Perdonarse, es algo que se pueda aprender? —Claro mujer, o más bien, hay que desaprender las rutinas del autocastigo, de la culpa, de la pena que he de cumplir para sentirme purgado.
—Sí, en muchos casos, sobre todo la generación adulta aquí presente, hemos recibido una educación de la culpa y el castigo autoinflingido.
—Pero, ¿todo debe ser perdonado? ¿El perdón no posee límites?
—Yo sólo sé decirte que yo he hecho lo que he podido. ¿Tengo que sentirme culpable, a pesar de todo?

Y por aquí podía haber seguido la discusión de aquel día, pero nuestro método prescribe que
nos cercioremos bien de aquello de lo que queremos de verdad dialogar, explicitando suficientemente la temática. Y compitió en justa lid, pero no era ese el tema del día. Sorpresivamente, se alzó con fuerza un tema exótico, muy técnico: el “Comunismo originario”. Y ni el “Amor humano”, ni mucho menos, la “Influencia de los padres” ni los “Límites del perdón”, aunque éste se anunciara con antelación. ¿O más bien se hallaba en el fondo de la cuestión tratada? Tú podrás juzgarlo a continuación.
¿Qué idea del comunismo de Karl Marx tenemos hoy día? ¿Sería aplicable? ¿Se lo ha aplicado acertadamente? ¿Qué puede significar el comunismo a la altura de nuestro tiempo? Pero —sugiere el moderador—, ¿no sería ésta una cuestión demasiado técnica? ¿Tenemos aquí los textos marxianos para poder contrastar lo que digamos, si Lenin, Stalin u otros regímenes políticos históricos o actuales se atuvieron o se atienen a su letra y a su espíritu?

—No parece posible. —Están de acuerdo los participantes.
—¿Y si le damos un giro a la temática para que reciba un tratamiento ajustado a nuestra reunión, un café filosófico? —Propone el moderador.

Y después de un breve diálogo, fue madurando esta pregunta, que encierra suculentos matices, y que podía habilitar muy bien nuestra discusión: ¿Cómo sería posible la vida comunitaria? Y no se pasa por alto, primero, definir con claridad de qué íbamos a hablar, antes de referirnos a ello. “Vida en común”, es decir, la vida junto a otros con los que hemos de pasar largo tiempo de nuestras vidas, sean muchos o pocos, interactuando, compartiendo el mismo espacio más o menos próximo, conviviendo, rompiendo la convivencia y tratando permanentemente de reconstruirla por necesidad.

—¿Es posible la vida en común?
—No, habríamos de estar bien educados en la generosidad, en la solidaridad…
—Y no te olvides de la responsabilidad.
—Ni de las “sombras” internas que cada uno llevamos con nosotros, pues no somos todo lo luminosos que recogen las grandes palabras que habéis citado. —Es verdad —piensa ahora este relator—, aquellas cosas inconfesables de nuestra trastienda emocional o mental, que nos enturbian por dentro y que se interponen constantemente entre nosotros.
—Por eso, desde pequeños, nos vienen bien unos estándares, unas normas a las que atenernos…
—Sería posible la vida en común, ¡si quitáramos el dinero! —Esto se discutió más tarde, con alguna aportación que indicaba que era posible, a través de iniciativas como la “moneda hora”.
—Pero tendría que haber líderes, los líderes son necesarios. —Luego se dijo que no hacen falta líderes, sino representantes…
—Y no olvidar la individualidad, los talentos individuales, no deberíamos perderlos. Nada de igualitarismo, de colectivismo anulador del individuo.
—Además, tened en cuenta los abusos y los abusones. Esto sería un grave impedimento para que fuera posible la vida comunitaria.

Las dos últimas intervenciones hicieron necesaria la distinción —que emergió del diálogo mismo— entre “ser iguales” y “tratarnos como iguales”, como seres humanos que somos. Y esta distinción, a su vez, evolucionó hacia la consideración de la justicia distributiva (de origen platónico y aristotélico, pero, curiosamente, muy ligada a la propuesta marxiana). Un participante veterano de nuestro café filosófico introdujo la noción, y además de resultar clarificadora cundió entre los participantes como un manantial inagotable de sugerencias. Anteriormente se habían ido poniendo algunas condiciones a nuestra imagen de una “vida comunitaria”. Pero, ¿aquél resistiría como principio central de la posibilidad de la misma? ¿Sería suficiente? Ya sabéis: “A cada uno según sus necesidades y de cada uno según sus capacidades”. La polémica estuvo servida durante un buen rato, pues afloraron las ideologías, no ya las ideas diferentes, sino los sistemas cerrados de ideas que buscan legitimar determinados intereses. En este caso, se trataba de ideologías políticas. Derecha e izquierda, más a la izquierda, más a la derecha… Costaba a veces mantener una discusión filosófica.

En concreto, fueron dos los participantes que se enzarzaron en lo que parecía una discusión ideológica interminable. Y la dificultad principal para discurrir por ella buscando la verdad y el bien —como procura la filosofía— era que cada contendiente proponía un caso en apoyo de su tesis, ¡que nadie más que ellos podía contrastar! Aunque, hay que saber que no les pasaba algo distinto de lo que les sucede también a los dioses del Olimpo, como se recoge en el Eutifrón de Platón: disputan constantemente, pero no lo hacen sobre qué es la justicia, sino sobre si esto que tenemos delante, este caso, es justo o no es justo, es decir, cómo aplicar la justicia a este caso particular. Debió el moderador acordarse de este diálogo entre Eutifrón y Sócrates y fue lo que le valió para poner un poco de orden; asintiendo los contrincantes, que
estaban de acuerdo en el principio y que lo difícil era determinar qué casos caen bajo dicho principio.

Satisfecha la aclaración, se prosiguió: ¿Sería suficiente el principio de justicia para hacer posible la vida comunitaria? Y, a las condiciones anteriores, añadieron los participantes algunas restricciones dignas de reseñar:

—No olvidemos que todo no puede ser igual, que unos trabajos requerirán más reconocimiento por su mayor cualificación o mérito. —Y a partir de ahí, la discusión condujo a la importante distinción entre necesidades que cubre una tarea y cualificación que se necesita para ejercerla, de manera que una contribución a la comunidad pudiera ser valiosa de modos variados y no de sólo uno (por ejemplo, es importante el trabajo de un ingeniero, pero también lo es el de un agricultor).
—No olvidemos estar alerta para no confundir valor y precio, no seamos necios, como advierte el proverbio machadiano. —Efectivamente, no sólo el mercado ha de dar valor a las cosas y a lo que hacen las personas. Nos perderíamos muchas cosas de valor.
—Y no olvidemos tampoco que la realización de la vida comunitaria es más factible en pequeñas comunidades. —De ahí que ellos transformaran esta restricción en una posibilidad: cuando se tratara de una gran comunidad, que ésta estuviera compuesta de una red de pequeñas comunidades en donde rigiesen los mismos principios básicos.

¿Qué te parece? Al final, ¿no han hablado también los participantes de marxismo? ¿Y no se han mostrado utópicos? Aunque, ¿por qué hay que renunciar a ello, si queremos mejorar nuestro mundo? Antes de juzgarlos, recuerda que ellos también te han hablado del riesgo de los abusos que podrían darse, y ante los que hay que estar alertas. Y de nuestras sombras. ¡En cuántas ocasiones no hemos sufrido de otros, o hemos volcado sobre los demás nuestras propias miserias! Proyectar fuera lo que me pasa dentro —generalmente, de un modo inconsciente— es de lo más habitual entre nosotros. Sin embargo, ¿pueden convivir en paz y armonía personas que no se conocen a sí mismos, que desconocen sus propias sombras? (Imagina que coinciden muchas de ellas en un mismo lugar y tiempo). ¿Podemos realmente mejorar el mundo en que vivimos, si nosotros mismos no evolucionamos? Si nuestros usos y costumbres siguen siendo los mismos, o respondiendo a lo mismo, ¿cambiará de veras nuestro mundo, nuestro mundo común? Comencemos por sanear nuestra propia casa dando luz a nuestras sombras. Comencemos por perdonarnos también, que no es justificarnos ni es hacer dejación de nuestra responsabilidad en nuestra propia vida, sino que es ser conscientes de nosotros mismos, lo que nos pasa y por qué nos pasa, observando sin juzgar, para poder convivir en una paz nacida de la paz interior de cada uno… En fin, esto es algo de lo que saca en limpio este narrador que te ha narrado lo que vino a suceder aquel día

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