Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

viernes, 17 de abril de 2015

El gobierno a favor del pueblo (I): ¿Qué es vivir en democracia?

El gobierno a favor del pueblo (I): ¿Qué es vivir en democracia?

La dēmokratía fue un experimento político efectuado en un momento y lugar determinados, que no se ha realizado nunca más de un modo completo y satisfactorio. La Atenas clásica, en el marco social de la pólis griegaDe ahí que el “gobierno a favor del pueblo” siga siendo hoy día una idea revolucionaria. Es cierto que la democracia ateniense de la antigüedad posee carencias y graves limitaciones, percibida en su conjunto desde nuestra propia comprensión actual. Pero vayamos a recoger sus frutos, no vayamos a anclarnos en el pasado. Tratemos de estar aquí y ahora.
 ¿Puede haber democracias, que siendo democráticas, sean injustas, corruptas o falsas? Nos afecta mucho la pregunta puesto que, orgullosos y a veces ingenuos, proclamamos que vivimos en democracia. Es necesario, a la altura de nuestro tiempo, afinar un poco más. Para comenzar, tomemos un punto de referencia constitutivo: el Discurso fúnebre de Pericles, tal como nos lo trasmite Tucídides en sus crónicas de la Guerra del Peloponeso (Libro segundo, 37).
 Disfrutamos de un régimen político que no imita las leyes de los vecinos; más que imitadores de otros, en efecto, nosotros mismos servimos de modelo para algunos. En cuanto al nombre, puesto que la administración se ejerce a favor de la mayoría, y no de unos pocos, a este régimen se lo ha llamado democracia (traducción de Antonio Arbea).
 La traducción del término dēmokratía —según las fuentes consultadas— oscila desde la consideración habitual de un “gobierno de muchos” a un “gobierno al servicio de muchos”. La diferencia es crucial, pues daría inicio a dos concepciones alternativas: la democracia que históricamente hemos ido contemplando, una democracia en la que el poder lo ejerce la soberanía popular a través de sus representantes; o bien una democracia en la que se gobierna al servicio de los intereses de la mayoría, lo mejor posible hacia el bien común, lo ejerza el pueblo más o menos directamente —mucho mejor cuanto más participativa y directa—. Y lo decisivo sería queeste segundo sentido podría valernos de instancia crítica respecto a los desarrollos históricos que se han dado, los diferentes intentos democráticos, actuales y pasados.
 ¡En cuántas ocasiones una traducción desviada ha podido marcar el futuro! Pedro Olalla en su Historia menor de Grecia, recreando el discurso de Pericles, también recoge este segundo sentido del gobierno democrático, en que se gobierna o administra “según los intereses de la mayoría y no los intereses de unos pocos”. Pues bien, de esta manera podemos entender muchas cosas, de antes y de ahora.
 Por eso, Aristóteles nos cifraba las formas genuinas de gobierno que persiguen el interés general (monarquía, aristocracia y “politeia” o democracia moderada), y las distinguía muy bien de otras formas de gobierno corruptas, que persiguen el interés propio, como la tiranía, la oligarquía o la democracia demagógica.
Y tanto insiste Platón, cuando nos ofrece un prototipo de buen gobernante dentro del diseño de su República ideal, basado en las virtudes de la sabiduría y de la justicia entendida como armonía, cuando insiste en la importancia de la buena educación de los mejores, un modelo político en el que el gobierno se ejerce por deber ciudadano y no por el deseo de poder; y que nunca se pierda de vista la finalidad última de todo buen gobierno: el bien común, el amor a la ciudad. O bien, cuando alzaba sus críticas feroces contra la demagogiaal estilo sofista, un “gobierno de los ignorantes”, pues no basta la mayoría para tomar buenas y acertadas decisiones, sino que el gobierno ha de estar basado en el saber y no en la manipulación de la verdad y la realidad por parte de políticos hábiles e interesados que nada tienen que aportar al bien de todos.
 “Lo cierto es que el Estado en el que menos anhelan gobernar quienes han de hacerlo es forzosamente el mejor y el más alejado de disensiones, y lo contrario cabe decir del que tenga gobernantes contrarios a esto” (Platón,República, libro VII).
 Pero, ya mucho antes, los griegos llevaban en sí mismos —en su visión de la naturaleza humana— el germen democrático. Ellos ya lo sabían. El ser humano forma parte del Cosmos y su naturaleza sólo puede desplegarse verdaderamente dentro de una comunidad democrática (donde no sólo sea permitido, sino exigido ser persona, como nos sigue recordando María Zambrano muchos siglos después). Porque el griego antiguo no se siente tanto individuo como ciudadano (sin su ciudad, sería un desarraigado, sería “nadie”, aunque esto le valiera a Ulises delante de Polifemo), pues la “palabra pensada” (lógos) le hace ser quien es, un ser limitado que ha de cuidarse mucho de no caer en la insolencia (hýbris) de creerse un dios y llegar a atentar contra el orden natural (phýsis).
 Prometeo, el titán de la humanidad, lo comprendió muy bien, pues lo sufrió en sus inmortales carnes. Y no fueron suficientes las habilidades técnicas —como el manejo del fuego— con que, de un modo filantrópico, equipó Prometeo a los seres humanos para que pudieran sobrevivir. Nos cuenta Platón en su diálogoProtágoras, que los hombres fundaban ciudades para salvarse de la fieras, pero cuando se reunían acababan atacándose unos a otros, se dispersaban y morían. Esto llevó a Zeus a temer por el futuro de los mortales, tanto que envió entonces a Hermes para que les trajera a los hombres “el sentido moral y la justicia”, sin olvidar la amistad. Pero, preocupado y confuso, preguntó a Zeus, entonces, el mensajero de los dioses:
 “¿Las reparto como están repartidos los conocimientos? Están repartidos así: uno solo que domine la medicina vale para muchos particulares, y lo mismo los otros profesionales. ¿También ahora la justicia y el sentido moral los infundiré así a los humanos, o los reparto a todos?”. “A todos, dijo Zeus, y que todos sean partícipes. Pues no habría ciudades, si sólo algunos de ellos participaran, como de los otros conocimientos. Además, impón una ley de mi parte: que al incapaz de participar del honor y la justicia lo eliminen como a una enfermedad de la ciudad”.
 ¡A todos! ¡Las cualidades políticas forman parte de todos por igual! Todos serían capaces de gobernarse a sí mismos, orientándose entre todos hacia lo mejor para todos. De manera que el alumbramiento de losprincipios democráticos —de este experimento socio-político jamás visto— solamente podía acaecer entre los griegosIsegoría: igualdad de palabra; Isonomía: igualdad ante la ley; Isomoiría: igualdad de oportunidades;Koinonía, una comunidad con vistas al bien común.

Más información | El gobierno del pueblo
Imagen| El discurso de Pericles

Publicado en Homonosapiens

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