Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

lunes, 23 de diciembre de 2019

¿El conocimiento produce dolor?


Sobre el conocimiento y el dolor
Café Filosófico en Vélez-Málaga 11.2
13 de diciembre de 2019, cafetería Bentomiz, 17:30 horas


¿El conocimiento lleva al dolor? Este fue el tópico, en el sentido lato, de aquella tarde. Puesto en cuestión convenientemente por parte de los asistentes. A la vez, pudieron ellos comprobar –como tú, si hubieras estado allí– por donde discurre un verdadero diálogo: la transformación interior de los participantes, que se nota en el cambio de expresión y de opinión. Veréis: inicialmente, se procedió a una votación para ver quiénes estaban a favor, en contra o tenían dudas acerca de dicha cuestión; y lo mismo se hizo hacia el final de la discusión. Y no importa tanto que variaran las proporciones de adeptos o detractores, sino que más de la mitad de los participantes habían cambiado su apreciación primera del asunto.

Pero antes de todo esto, el conductor del encuentro planteó la consabida cuestión de reflexión previa: ¿cuándo me he sentido yo escuchado o no escuchado? Con su otra cara: ¿Cuándo yo he escuchado o no he escuchado? Y los allí presentes fueron desgranado sus experiencias, a la par que las sensaciones de confortabilidad dentro de la reunión aumentaban. Para esto es... Y precisamente, nuestro espacio filosófico es un lugar donde esto es posible... Escucharse. Quizás por eso, en el fondo, es deseado... Porque hace falta algo así en este mundo rápido, por el que pasamos muchas veces de perfil o de puntillas. Estando sin estar.

Pues bien, entabló contienda la experiencia dolorosa –que tan fijada queda siempre– de lo que muchas veces sucede (que el conocimiento produce dolor) con la convicción de que no siempre sucede, y que no tendría por qué suceder. De hecho todos tenemos experiencias de ambas clases. ¿Por qué pesa una más que otra a la hora de la valoración general? ¿Dependerá de nuestra actitud, de nuestro estilo activo o reactivo frente a estas experiencias? A veces preferimos no saber, “lo que sea será”, no ver, pues si no vemos parece que no existe... O bien, también contamos con la repetida experiencia de todo eso que hemos evitado sabiendo, o nos habríamos evitado de haber sabido más o mejor. Unos y otros, a favor y en contra fueron introduciendo sus consideraciones, aunque la negativa (que el conocimiento no lleva al dolor) fue ganando terreno, o al menos eran los participantes más argumentativos. Que si es una idea ingenua su afirmación, que si el dolor forma parte del hecho de ser persona y su proceso de maduración, que si es realmente la ignorancia la que produce verdadero sufrimiento, que al menos te puede hacer tomar conciencia del dolor, vivirlo a fondo y poder crecer...

Un escenario de contrastación de este tópico se nos presentó a todos los asistentes: ¿los niños pequeños, antes de su educación (o domesticación social, más razonable o menos), son felices porque no saben? ¿Son felices porque son idiotas? (En su sentido etimológico: vivir cada uno en su propio mundo, encerrado en él) Y desde aquí surgió una más que apropiada diferenciación: entre saber y sabiduría. Los niños puede que no sepan muchas cosas, hacerlas, cambiarlas, que no tengan experiencia de la vida ni sus capacidades demasiado desarrolladas para acumular y entender más, pero es posible que sean sabios en el vivir: estar aquí y ahora presentes, no sufrir tanto, ni tanto tiempo, a consecuencia de sus mentes mucho más descargadas que las nuestras, de ideas o frustraciones. Así que es posible imitar, e ir más allá de los niños pequeños, hacia una docta ignorancia (Nicolás de Cusa, siglo XV), que sea capaz de situarse en lo esencial o imprescindible para vivir bien, conscientemente, un aprendizaje permanente del vivir.

Así pues, ya puedes entrever la conclusión que te aportan los participantes del café filosófico del mes de diciembre, para que sigas pensando, siendo y actuando por ti mismo. Una respuesta adecuada al tópico propuesto (y con resignación admitido a veces) te debería llevar a distinguir qué tipo de ignorancia, qué tipo de conocimiento, por un lado. Así una ignorancia tozuda o perezosa es claro que no te lleva por buen camino, pero sí una ignorancia del exceso de lo superfluo, de la cantidad y no de la calidad, una ignorancia de lo que no merece la pena, plagado de tropiezos constantes y sufrimientos insustanciales; tampoco un conocimiento enciclopédico, excesivo por especializado, o confuso, sin criterio, un todo revuelto, o un todo acumulado y apilado, te ayuda mucho, todo lo contrario, pesa, agobia, paraliza... Sería distinto un conocimiento articulado, ordenado desde la experiencia propia y el autoconocimiento, un conocimiento con referencias, que incluya o se oriente a valores... Por otro lado, lo mismo sucede con el dolor: hay dolor y hay sufrimiento. El dolor forma parte de la vida y ha de ser vivido también, conscientemente y a fondo (así se vuelve menos doloroso y es por sí mismo, siempre, autodidacta), pero el sufrimiento está repleto de ideas, conocimientos que prefiguran la realidad e impiden verla tal como es, creencias habituales que condicionan la vida y la vuelven un calvario o un vale de lágrimas. De eso es mejor no saber, mejor no tener mucho. Pero esto sólo se logra con una actitud plenamente despierta y consciente. Sabia, o en el camino de la sabiduría. Una vida bien orientada. Al menos... eso.



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