Sobre
el conocimiento y el dolor
Café
Filosófico en Vélez-Málaga 11.2
13
de diciembre de 2019, cafetería Bentomiz, 17:30 horas
¿El conocimiento
lleva al dolor? Este fue el
tópico, en el sentido lato, de aquella tarde. Puesto en cuestión
convenientemente por parte de los asistentes. A la vez, pudieron
ellos comprobar –como tú, si hubieras estado allí– por donde
discurre un verdadero
diálogo: la
transformación interior de los participantes, que se nota en el
cambio de expresión y de opinión. Veréis: inicialmente, se
procedió a una votación para ver quiénes estaban a favor, en
contra o tenían dudas acerca de dicha cuestión; y lo mismo se hizo
hacia el final de la discusión. Y no importa tanto que variaran las
proporciones de adeptos o detractores, sino que más de la mitad de
los participantes habían cambiado su apreciación primera del
asunto.
Pero
antes de todo esto, el conductor del encuentro planteó la consabida
cuestión de reflexión previa: ¿cuándo
me he sentido yo escuchado o no escuchado?
Con su otra cara: ¿Cuándo
yo he escuchado o no he escuchado?
Y los allí presentes fueron desgranado sus experiencias, a la par
que las sensaciones de confortabilidad dentro de la reunión
aumentaban. Para esto es... Y precisamente, nuestro espacio
filosófico es un lugar donde esto es posible... Escucharse. Quizás
por eso, en el fondo, es deseado... Porque hace falta algo así en
este mundo rápido, por el que pasamos muchas veces de perfil o de
puntillas. Estando sin estar.
Pues bien, entabló
contienda la experiencia dolorosa –que tan fijada queda siempre–
de lo que muchas veces sucede (que el conocimiento produce dolor) con
la convicción de que no siempre sucede, y que no tendría por qué
suceder. De hecho todos tenemos experiencias de ambas clases. ¿Por
qué pesa una más que otra a la hora de la valoración general?
¿Dependerá de nuestra actitud, de nuestro estilo activo o reactivo
frente a estas experiencias? A veces preferimos no saber, “lo que
sea será”, no ver, pues si no vemos parece que no existe... O
bien, también contamos con la repetida experiencia de todo eso que
hemos evitado sabiendo, o nos habríamos evitado de haber sabido más
o mejor. Unos y otros, a favor y en contra fueron introduciendo sus
consideraciones, aunque la negativa (que el conocimiento no lleva al
dolor) fue ganando terreno, o al menos eran los participantes más
argumentativos. Que si es una idea ingenua su afirmación, que si el
dolor forma parte del hecho de ser persona y su proceso de
maduración, que si es realmente la ignorancia la que produce
verdadero sufrimiento, que al menos te puede hacer tomar conciencia
del dolor, vivirlo a fondo y poder crecer...
Un
escenario de contrastación de este tópico se nos presentó a todos
los asistentes: ¿los niños pequeños, antes de su educación (o
domesticación social, más razonable o menos), son felices porque no
saben? ¿Son felices porque son idiotas?
(En su sentido etimológico: vivir cada uno en su propio mundo,
encerrado en él) Y desde aquí surgió una más que apropiada
diferenciación: entre saber
y sabiduría.
Los niños puede que no sepan muchas cosas, hacerlas, cambiarlas, que
no tengan experiencia de la vida ni sus capacidades demasiado
desarrolladas para acumular y entender más, pero es posible que sean
sabios en el vivir: estar
aquí y ahora presentes,
no sufrir tanto, ni tanto tiempo, a consecuencia de sus mentes mucho
más descargadas que las nuestras, de ideas o frustraciones. Así que
es posible imitar, e ir más allá de los niños pequeños, hacia una
docta ignorancia
(Nicolás de Cusa, siglo XV), que sea capaz de situarse en lo
esencial o imprescindible para vivir bien, conscientemente, un
aprendizaje permanente del vivir.
Así
pues, ya puedes entrever la conclusión que te aportan los
participantes del café filosófico del mes de diciembre, para que
sigas pensando, siendo y actuando por ti mismo. Una respuesta
adecuada al tópico propuesto (y con resignación admitido a veces)
te debería llevar a distinguir qué tipo de ignorancia,
qué tipo de conocimiento,
por un lado. Así una ignorancia tozuda o perezosa es claro que no te
lleva por buen camino, pero sí una ignorancia del exceso de lo
superfluo, de la cantidad y no de la calidad, una ignorancia de lo
que no merece la pena, plagado de tropiezos constantes y sufrimientos
insustanciales; tampoco un conocimiento enciclopédico, excesivo por
especializado, o confuso, sin criterio, un todo revuelto, o un todo
acumulado y apilado, te ayuda mucho, todo lo contrario, pesa, agobia,
paraliza... Sería distinto un conocimiento articulado, ordenado
desde la experiencia propia y el autoconocimiento, un conocimiento
con referencias, que incluya o se oriente a valores... Por otro lado,
lo mismo sucede con el dolor: hay dolor
y hay sufrimiento.
El dolor forma parte de la vida y ha de ser vivido también,
conscientemente y a fondo (así se vuelve menos doloroso y es por sí
mismo, siempre, autodidacta), pero el sufrimiento está repleto de
ideas, conocimientos que prefiguran la realidad e impiden verla tal
como es, creencias habituales que condicionan la vida y la vuelven un
calvario o un vale de lágrimas. De eso es mejor no saber, mejor no
tener mucho. Pero esto sólo se logra con una actitud plenamente
despierta y consciente. Sabia, o en el camino de la sabiduría. Una
vida bien orientada. Al menos... eso.
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