“Los políticos son todos iguales” reza el dicho popular contemporáneo, que no es lo mismo que decir que todos los políticos sean iguales, sino que se parecen en algo. Es a lo que se refiere el pueblo en cuanto pueblo, como verdadera instancia ético-social que es. Quiere decirse que siguen, en general, la misma lógica, las mismas estrategias aprendidas en la misma “escuela”, la de la profesión política. Cada profesión tiene su propia lógica de acción que cohesiona a los sujetos que la integran, al forzarlos a convivir en parecidos contextos, ejerciendo sobre ellos una fuerza gravitatoria a la que es difícil resistirse. Se funda su peso en la tradición que se va consolidando poco a poco a medida que se van generalizando determinados usos y costumbres. Desde luego, nos influye mucho lo que “se hace”, porque a fuerza de hacerse se vuelve “normal”, va pasando desapercibido y se transforma en algo valioso. Ocurre en la práctica, sí, que el “es” deviene un “debe”. Constantemente está pasando. Por ejemplo, en un ambiente socio-político en donde la corrupción sea frecuente, no sólo es difícil no caer, pues es más complicado resistirse, sino que la caída pierde todo su anterior valor negativo.
Si nos referimos a nuestro contexto político próximo, lo cierto es que los políticos se han ganado a pulso la mala fama que tienen. Sobre todo desde que no hace tanto nos levantábamos cada mañana con un nuevo escándalo político o una prolongación del anterior. Menuda educación ejemplar ha ido recibiendo la población española, especialmente los jóvenes. De ahí el dramático mandato juvenil a Zapatero: “no nos falles”. Y es que los políticos están ya en el “tiempo de descuento”. Un síntoma muy claro es el descrédito popular de las “versiones oficiales”, ya sean declaraciones, informaciones, aclaraciones o desmentidos. El dicho popular “piensa mal y acertarás”, en política, se ha vuelto, desgraciadamente, casi una llave maestra para comprender lo que hay detrás de las palabras que se pronuncian sobre cualquier asunto o suceso delicado.
De manera que el pueblo ha llegado a la convicción de que la mayoría de los miembros de la Clase Política están trazados por la misma tijera, sean del signo que sean, puesto que en la selva de la política, aquél que sobrevive es básicamente “un igual” que ha entrado por el aro de las embestidas del tráfico político interno y ha aceptado sus reglas, ya que de lo contrario, o bien, lo han echado haciéndole la vida imposible, o bien se ha ido él, cansado o asqueado. Son muchos los ciudadanos potencialmente valiosos para la comunidad que, o no desean mezclarse en política o lo han dejado. Y así, es normal que aquéllos que se quedan tengan un aire de familia en su comportamiento, es una cuestión de selección natural.
No puede ser que a los Profesionales de la Política se les llene la boca de democracia y vivan y se relacionen dentro de instituciones tan poco democráticas. Lo que muestran con sus prácticas ante el público es que ellos mismos no creen en la democracia, si no, no se entiende que tengan que recurrir continuamente a mecanismos predemocráticos, cuando menos, para que a la hora de una votación ya esté todo resuelto de antemano a su favor. No puede ser que el político que vaya escalando la jerarquía del partido sea el más capaz, pero de conseguir alianzas internas utilizando cualquier medio a su alcance. Para conocer detalles del político al uso, no hay más que escuchar con atención lo que dicen sus adversarios políticos: debe constarles lo que suele hacerse en política. En realidad, los políticos se nos aparecen, desde fuera, bastante previsibles, porque suelen hacer lo mismo o muy similar en parejas circunstancias. Y es que en el fondo, sean del partido que sean, responden a un mismo patrón de comportamiento. Son bastante conservadores.
Veamos algunos rasgos de esta dinámica conservadora, sus herramientas discursivas de consolidar el poder, sea cual sea la cuota de poder de que se disponga, aptas para defender su situación social de Clase Privilegiada que monopoliza el poder, contribuyendo a construir una democracia a su medida, en donde los Políticos resulten tan imprescindibles como también lo han logrado, por ejemplo, la Banca o las Aseguradoras: reducir la voluntad general a votos del pueblo, mercancía con la que poder comerciar en su lucha por el poder; extraer del mundo de la vida y de la cultura aquellos ideales que, convertidos en grandes palabras vacías de significado, puedan ser utilizados para justificar y adornar cualquier política conveniente de partido; poner mucho cuidado en sus declaraciones y discursos de manera que no aclaren, ni expliquen, ni argumenten, ni enseñen nada, pero que puedan fácilmente vertirse como titulares periodísticos; recurrir al asesoramiento experto y a la estadística para justificar sus posiciones es de lo más corriente; también suelen enmascarar los debates públicos, defendiendo que ya se ha dialogado, que ya han intervenido todos los interlocutores correspondientes, que ya se ha tomado nota. Aunque, de cara a la galería, forzando así una democracia de las apariencias.
Si nos fijamos, están acostumbrados a atender prioritariamente asuntos que no tienen más remedio que atender, porque hayan trascendido a la opinión pública o porque se ejerza algún tipo de presión social sobre ellos. El resto del tiempo atienden “sus asuntos”. En ocasiones, incluso se ven impelidos a crear nuevos problemas o a alimentar otros añejos ya superados por el pueblo, como ocurre a menudo en los casos del nacionalismo europeo contemporáneo. Y, en definitiva, de nuevo encontramos que la política, que es de por sí un medio al servicio de la sociedad, se transforma en un fin en sí mismo que sólo busca perpetuarse como subsistema social. En resumidas cuentas, la separación entre política y ciudadanía recibe, de esta manera, su ración cotidiana por obra y gracia de los Profesionales de la Política.
La sensación de ser instrumento de otro, de estar siendo cocinado en la trastienda y preparado, listo para el buen provecho del interés de otro, es de lo que peor sienta al ciudadano consciente. Por eso, la tesis del Ensayo sobre la lucidez de Saramago, por sorprendente e inesperada que parezca, no es ni mucho menos descabellada ni improbable. La idea de que en la capital de un país el ochenta y tres por ciento de la población vote en blanco, al unísono y con toda la tranquilidad del mundo, realmente es difícil de imaginar y es lo que añade a la novela una especial fuerza dramática. Pero la base argumental es bastante sólida.
Verdaderamente, el descontento de la Política Profesional y sus políticos tiene durante unas elecciones poco cauce de expresión. ¿Cómo puede el pueblo decir en voz alta que en el fondo, en el fondo, no le satisface ninguna opción política, que si vota es por inercia y por colaborar con la democracia, ya que es mejor que otra cosa? Hasta ahora, la consigna popular tácita más seguida ha sido la abstención. Pero, ¿vale de algo? Realmente de nada. Pues, ya se repartirán proporcionalmente el poder los políticos de turno a partir de los porcentajes obtenidos, por muy pírrico que haya sido el número efectivo de votos. El hecho de que haya habido poca participación no le preocupa, para sus adentros, lo más mínimo a la Clase Política, mientras se tengan suficientes pretextos y medios legales para ejercer el poder. Una abstención de más del cuarenta por ciento ya debería hacerles pensar (y al sistema mismo cuestionarse), no digamos si es del cincuenta o del sesenta por ciento, como se da a veces de hecho. Como no es así, que parece ser que lo más importante es que todo siga igual para que el “negocio continúe”, la opción masiva del voto en blanco no ha llegado, pero puede llegar.
Por consiguiente, es posible que si se pudiese recuperar algo de lo que debe ser, en este caso, que la política fuera propiamente un medio, quien sabe si podríamos reencontrarnos con la ciudadanía perdida. Si fuera posible que la sociedad civil recuperase la capacidad de trazar sus propios fines y que, tanto la expertocracia como la política estuvieran a su servicio y no al revés, quizá entonces tendríamos una ciudadanía más dueña de su propio destino, de acuerdo a la altura de nuestro tiempo ("Breve diagnóstico de salud ciudadana (de andar por casa)", Revista Alfa, 19-20, 2007, pp. 187-99).
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