“El sistema
se ha convertido en lo importante. Por consiguiente, como el sistema es lo que
importa, el hombre —vosotros y yo— perdemos trascendencia; y los que controlan
el sistema religioso o social, de izquierdas o de derechas, asumen la
autoridad, asumen el poder y así os sacrifican a vosotros, al individuo. Eso
exactamente es lo que está ocurriendo (Krishnamurti, La libertad primera y
última, edición original 1954)
El encuentro filosófico del grupo de trabajo de Los Baños
del Carmen, compuesto de demiurgos o filósofos arquitectos, no consistió
esta vez en un diálogo socrático, sino en una probatura de los cafés
filosóficos. Y la experiencia mostró que la madurez del grupo no necesita un formato
estricto para desplegar sus inquietudes. De ello se ha tomado buena nota.
La
excesiva juridización de la vida está produciendo, entre otros efectos, la
disolución de la responsabilidad individual, social e institucional. Una
excesiva normalización de la vida social que está provocando una progresiva
deshumanización.
—¿Lo
has notado tú?
—No,
lo estoy sufriendo a diario.
Todo
son reglas, organización, regimentación, que mata la creatividad, la
espontaneidad, la originalidad, la personalidad… Y yo no me siento yo haciendo
lo que hago. ¿Hasta qué punto mi vida es mía? ¿Hasta qué punto vivimos una vida
prefabricada? ¿Quién es el que está viviendo por mí, mi vida?
¿La
vida necesita de tantas normas? Cuando el grupo habla de normas, ya sabéis
a lo que se refiere; cuando habla de la vida, se refiere tanto a la vida
personal como a la convivencia con otras personas; cuando se pregunta si
necesita nuestra vida de “tantas” normas, está preguntando si son necesarias.
—Yo
no necesito normas.
—Pero
al seguir tu vida, sigues unos hábitos, en los que es posible descubrir
patrones regulares. Por tanto, ya estás siguiendo normas.
—Sí,
pero nada me impide seguir las menos normas posible. Es más, me gustaría que
así fuera y así me esfuerzo en ello.
Es
cierto que vivimos en sociedades multiculturales, en un mundo globalizado. Es
cierto, sí. Y la sociedad actual necesita constantes regulaciones y de todo
tipo. La complejidad social demanda normas que organicen, distribuyan,
orienten, aclaren, resuelvan… Pero, la discusión del grupo lleva a considerar
que dicha sobreabundancia de normas, no contribuye a que se cumplan mejor (en
muchas ocasiones, de hecho, no se cumplen, están sólo en los papeles,
aparentando que se hace algo); y además, se solapan, se duplican…, en tantas
ocasiones…
—¿Solamente
de este modo, con normas y más normas se puede tratar la multiculturalidad y la
complejidad?
—Muchos
problemas se pueden resolver con simple sentido común.
—Necesitamos
menos leyes escritas (que es imposible que abarquen todos los casos posibles) y
más leyes adaptables a cada caso y a cada circunstancia; normas vivas,
aplicadas de manera flexible, como hace el juez de paz, la gente cuando usamos
el sentido común.
¿Por
qué esta desconfianza, de hecho, en el sentido común? Y el grupo discutió una
hipótesis que apunta hacia la desconfianza más básica, la desconfianza hacia el
otro. Falta de confianza en el que es igual a ti. ¡Paradójico, pero real, en el
mundo en que vivimos! Si desconfiamos continuamente del que está junto a ti (un
desconocido para ti), es lógico el desenlace: por miedo, para no desconfiar más
todavía, nos damos más y más normas, normas más y más duras. Todo conflicto ha
de resolverlo una norma o varias, de otro modo no vivo tranquilo. ¡A saber las
intenciones de cada uno…!
Así
pues, las normas quizás no sean más que un invento —como piensa Sloterdijk—
para no tener que pensar en la convivencia.
Es
más fácil, es más cómodo, es menos arriesgado, es más seguro… ¿Así pensamos?
¿Podemos pensar de otra manera? ¿Cómo recuperar la confianza mutua?
Un
caso cotidiano: “Pedir la vez”. Antes se hacía con naturalidad, siempre que uno
llegaba y encontraba una cola de gentes: ¿Quién es el último o la última? Es
verdad que de tarde en tarde había alguna disputa, alguna pequeña escaramuza. Pero,
¿merecía la pena implantar en todos los lugares, sistemáticamente, un mecanismo
reglado para el turno de intervención o la acción social de la persona?
Es
cierto: algunos no cumplen espontáneamente con sus obligaciones comunitarias o
legales. Pero, de ahí a imponer una nueva norma más estricta y más dura
indiscriminadamente para todos, va un gran trecho. Frecuente injusticia ésta,
que para para mejorar el balance de unos pocos, se afecte a todos.
El
perro de mi vecino de al lado no para de molestarme. Claro, mi vecino se va a
trabajar y olvida la responsabilidad hacia su mascota y hacia su vecino, que
soy yo. ¡Así cualquiera! Así pues: ¿Imponemos más normas, obligamos con más
fuerza a cumplir las que ya hay establecidas? ¿Y qué tal si nos conociéramos un
poco mejor? ¿Por qué tú tienes que hacer lo que haces? Quizás no tendrías que
hacerlo. ¿Te puedo ayudar de alguna
manera?
El
mundo actual es muy complejo, puede ser. Las normas sociales de organización y
de sanción son necesarias, es posible. ¿Somos simbiontes? Entonces, sí.
Pero, ¿no somos además de agregados impersonales, personas? Las estructuras,
las corporaciones, los sujetos en cuanto clientes, consumidores, usuarios, o
piezas de un entramado, pueden necesitar normas que encaucen y diriman
conflictos, que amortigüen los abusos de poder económico o político, pero las
personas, que es de lo que están entretejidas las comunidades no ficticias,
sólo necesitan aprender a convivir. Recuperar el tejido social, su
implicación en lo comunitario, la asamblea. La comunidad de personas que somos
solamente necesita conocerse. Reconocerse, antes de nada.
¿Te
ha gustado esta conclusión? Medítala y, si la consideras razonable y necesaria,
hazla tuya para llevarla a cabo junto a otros, que básicamente son como tú y
buscan lo mismo que tú.
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