Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

viernes, 30 de enero de 2015

Sobre la libertad (3)

Café Filosófico en Vélez-Málaga 6.5

16 de enero de 2015, Cafetería Niza, 17:30 horas.

  
¿Cómo podemos llegar a ser más libres?

Cada día es diferente. Todos lo sabemos. Pero, ¿lo reconocemos a cada instante? ¿O preferimos la estabilidad y la seguridad del hábito y la rutina? Nos quejamos mucho de ello, sí, pero continuamos haciéndolo. Nuestro café filosófico es un buen lugar para apreciar la diferencia siempre diferente. Era el mismo tema de discusión en el mismo lugar, la Cafetería Niza, pero nada que ver con aquello que ocurrió hace algo más de un año. Entonces, allí, valió la distinción entre libertad exterior y libertad interior. Hoy no bastaba. Ni el momento, ni las personas eran los mismos. ¿No habrían pensado ni habrían dicho algo diferente, si hubieran sido las mismas personas? Quién lo sabe. Pero no nos aventuramos demasiado negándolo. Siempre faltaría el componente temporal, el momento y el estado de conciencia de los participantes. Esto es lo más real, pues es lo que está sucediendo, no lo que ya ha sucedido. “Ser y tiempo” son inseparables (Heidegger). Síguenos durante este recorrido: arrancamos con titubeos, bien afianzados se desencadena entonces la tempestad y amerizamos en las tranquilas aguas cercanas a una isla oriental. Cuando el local lo permitió, el silencio se adueñaba de la discusión haciéndola posible, las palabras entretejidas y pendientes de un hilo. Cosidas en el tiempo, pespuntes de la vida.

Hacía cuatro semanas que hablábamos de lo divino para después allegar a lo humano, hoy hablaríamos de lo humano sin tapujos, de lo más humano —demasiado humano—, según el dicho nietzscheano. Por ejemplo, el error, caer en la misma piedra más de dos veces (“un, dos, tres, responda otra vez”): es muy humano sentir miedo, y dudar por dudar, otro tanto; tener que estar comenzando cada vez una relación social nueva; la codicia, sí; también, claro, el exceso de conciencia; los vicios, ¡tan humanos!; chismorrear, el chisporroteo incansable de fuera que viene de dentro; la envidia, la venganza, la compasión anuladora del otro, ¡qué humanas son! Pero también, en los momentos más diáfanos y abiertos, somos capaces de sentir con los demás (somos empáticos) y derrochamos simpatía. Derrochar, esto ya es humano, demasiado humano. Tales humanidades dijeron poco más o menos algunos de nuestros participantes, quienes libremente quisieron decirlo.

¿Qué tal si hablamos de las religiones? ¿O de la pena de muerte? ¿Y del trato a los animales? No, mejor hablamos de los límites de la libertad. Así lo desearon. Y así se hizo realidad, a través de unas cuantas preguntas reveladoras: ¿Somos libres? ¿Tiene límites la libertad? ¿Ser libre es siempre bueno? ¿Nos da miedo la libertad? ¿O mejor hablamos de libertades, en plural? Está bien, comencemos por preguntarnos hasta qué punto somos libres y así veremos si nuestra libertad contiene límites. Y en ese caso, ¿cómo podemos llegar a ser más libres? Acompáñanos en este viaje, no nos dejes ahora. Te necesitamos, somos humanos como tú.

            —Nuestra libertad, claro que tiene límites. El sistema social en que vivimos coarta nuestra libertad.
            —Sí, ¿son incompatibles el sistema y la libertad?
            —También nos abre el sistema posibilidades. También construye libertad.

Este planteamiento inicial nos fue conduciendo a una conclusión no usada. En primer lugar, forzó al grupo a tratar de definir ambos lados del encuentro entre libertad y sistema. Y más tarde a seguir un itinerario inesperado. ¡Qué bien, para eso nos juntamos! A ver, para
entendernos todos, acuerdan ellos que la libertad es un derecho fundado en una capacidad, la que te permite elegir conscientemente entre opciones. Y si no hay opciones, no hay libertad. Pero esta definición que valía al principio, hubo de evolucionar, de tan estrecha que se nos fue quedando.

            —Que haya libertad depende mucho del sistema, no es lo mismo un sistema democrático que otro que no lo sea.
            —Pero insisto, el sistema no es sí mismo manipulador.
            —¡Perpleja me dejas!
            —Una constitución democrática incluye un ordenamiento, y dices que la democracia posibilita la libertad. Pues, ¿entonces?

Convinieron en que todo sistema regula y que algunos manipulan. Convinieron en que la educación es un buen paliativo de un sistema limitante en exceso, cuanto nos sustraen la posibilidad de poder ser responsables de nuestros propios actos.

            —No os engañéis: ¿Alguna vez hemos sido libres? —reaparece de nuevo la presión de la idea de “sistema”.
            —Quizás antes de la existencia de las estructuras sociales organizadas estatalmente.
            —Sí, porque somos más libres cuando somos más inconscientes.
            —Pero, ¿no decíamos que éramos más libres cuando éramos más conscientes?

Fue el momento en que el grupo recurrió a la útil —en otras ocasiones— distinción entre libertad interior y exterior: podemos estar limitados externamente, coartada nuestra libertad, pero esto no afecta a nuestra voluntad y nuestro pensamiento, que siempre quedan libres. Sin embargo, los participantes observan que también nuestras ideas y
creencias nos pueden venir condicionadas, desde pequeños, por la educación, la sociedad en que hemos nacido, sus valores, sus visiones… ¡También estaba limitada  la libertad interior! ¡No habíamos avanzado nada! O eso parecía, al menos. Durante una buena discusión nada se pierde, todo se conserva dialécticamente para alumbrar el nuevo concepto. Sin el momento de negación no habría emergido. Necesitábamos una definición de la naturaleza de la libertad más abarcante, más básica, más esencial. Y apareció: libertad es el desarrollo de mis potencialidades, el desarrollo de lo que ya soy. Sin saberlo, venía en nuestro auxilio la visión oriental. Oriente y occidente. A cambio de la libertad, inalcanzable, la búsqueda de la liberación.

Así, retomando la idea sistémica de “regulación”, el grupo se preguntó con mucho tino: ¿Cómo debe regular y regularse un sistema para que abra posibilidades de desarrollo personal a los individuos? Y dijeron algo así:

            —Que suponga la “posibilidad de autoaprendizaje”, paso atrás y paso adelante, pero evolucionar.
            —Sí, coercitivo en origen, pero no al final.
            —Un río ancho, por el que puedas navegar con comodidad de una parte a otra de su cauce.
            —Con “límites, pero flexibles”. Límites, pero que te hagan más libre después.
            —Que “te aporte medios, herramientas”, no fines ni resultados.
           
¿Qué tal, te vale? ¿Te sentirías a gusto en un mundo así? Ya que antes había salido el caso de la educación, y puesto que allí había muchos jóvenes en edad académica, se les pide, si querían, que compartieran sus experiencias relativa al sistema de enseñanza. ¿Cuál había sido para ellos la mejor clase? ¿El mejor profesor o la mejor profesora? ¿Qué clase de límites no los han sentido como limitantes? Y cuando lo hicieron, con algo de timidez, no defraudaban mucho sus experiencias mejores lo que se acababa de hablar entre todos. Un sistema que no los estrangule, sus propias posibilidades de desarrollo. Así pues, no la libertad —que siempre ha de haber límites y eso es bueno— sino que es más relevante la liberación de lo que soy. De ahí que tengamos que acabar este relato, como lo comenzamos, con Nietzsche. ¿Qué es lo verdadero? ¿Qué es lo bueno? Aquello que afirma la vida que hay en mí, lo favorece y no lo niega y lo reprime. Aquello que sirve a las fuerzas expansivas de la vida, eso es verdadero, y falso lo que la limita. “Nunca trepas en vano por la montaña de la verdad —pues hoy asciendes más arriba o empleas tus fuerzas para subir más alto mañana” (Humano, demasiado humano).

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