Café Filosófico en Vélez-Málaga 5.3
15 de noviembre de 2013, Cafetería Bentomiz,
17:30 horas.
Esta es,
más o menos, la sustancia de ese monótono canon educativo: el joven ha de
comenzar su educación con un conocimiento sobre la cultura, no con un
conocimiento sobre la vida, y mucho menos con la vida y la experiencia mismas.
Además, este conocimiento sobre la cultura será infundido e inculcado al joven
precisamente como conocimiento histórico; esto significa que su mente se
llenará de una enorme cantidad de conceptos que proceden, no de la intuición
inmediata de la vida, sino del conocimiento, extraordinariamente mediato, de
épocas y pueblos del pasado.
F. Nietzsche
F. Nietzsche
"En todo
sistema moral de que haya tenido noticia hasta ahora, he podido siempre
observar que el autor sigue durante cierto tiempo el modo de hablar ordinario,
estableciendo la existencia de Dios o realizando observaciones sobre los
quehaceres humanos y, de pronto, me encuentro con la sorpresa de que, en vez de
las cópulas habituales de las proposiciones -es y no es-, no veo más que
proposiciones que están conectadas con un debe o un no debe. Este cambio es
imperceptible, pero resulta de la mayor importancia. En efecto, ya que este
debe o no debe expresa una nueva relación o afirmación, es preciso que ésta sea
tenida en cuenta y explicada, y que se dé razón de algo que parece
absolutamente inconcebible: cómo es posible que esta nueva relación se deduzca
de otras totalmente diferentes.
David
Hume
¿Para qué educamos?
El
moderador no cabía en sí de gozo. Era la primera ocasión en que nuestra reunión
filosófica se celebraba en la Cafetería Bentomiz de Vélez-Málaga y la respuesta
a la iniciativa de dialogar juntos no había podido ser más clara. Era cierto:
la filosofía se va a poner de moda… Había partido también esta
iniciativa de la Sociedad de Amigos de la Cultura (SAC) y se notaban las ganas.
Pero no estaban las ganas a flor de piel solamente entre los numerosos
socios que asistían, sino que también se hallaba entremezclado el deseo entre
los demás participantes, muchos de ellos jóvenes. Curiosos y ávidos de saber.
Una vorágine de deseos por expresarse. Y se notó mucho. Tanto que resultaba a
veces difícil calmar la estampida de ideas y experiencias que se agolpaban en
la breve compuerta de salida que media entre el pensar y el decir. ¡Había
tantas cosas que se querían comunicar! Como si fuese la última oportunidad. (Quizás escasean los lugares de parar y tratar de entenderse). Veintisiete
participantes de todas las edades. Una estampida de deseos y expectativas,
anhelando realizarse. Una reunión muy filosófica, así es.
¿Qué
esperarían de un encuentro como aquél? Para saberlo había que preguntarlo. Y
había muchas expectativas allí presentes. No se sabe si excesivas; el discurrir
mismo del encuentro lo mostraría. Que eran muchas y variadas y cuáles eran, sí
se pudo saber: la ilusión por aprender; ampliar su círculo cultural de
amistades; aprender juntos pues todos estamos conectados; adquirir conocimiento
nuevos; comprobar si la filosofía es hoy día una herramienta válida; la pura
curiosidad; contrastar ideas (y más cuando se veía allí junto a tantos
jóvenes); escuchar activamente; aprender también de otros; mucha pero que mucha
curiosidad; contrastar gustos diferentes; poder ayudarnos; explorar y explorar;
y la ilusión que ha de ir unida al aprendizaje; no asistir simplemente a una charla sino aprender mutuamente; saber
algo de otra manera; otra participante ya no esperaba, lo sabía porque había
asistido a muchos cafés filosóficos; la búsqueda, buscar y buscar; ingentes dosis
de curiosidad; y que se pueda hablar de algo que no sea de fútbol; encontrar
algunas respuestas; relacionarse con otras personas para hablar, algo que no
podía hacer habitualmente; la siguiente participante venía a la reunión como un
reto inducido por otros, pero ahora lo hacía suyo… ¡y también puede ser tuyo!
¿Te apuntas?
Como
de costumbre, se seleccionaron los temas que más atraían aquella tarde. En esta
ocasión no había mayor problema, afloraban como setas de noviembre después de
una ligera y espesa llovizna: el sentido de la vida, la vida tras la muerte, la
importancia de la educación, la felicidad, la mediocridad, el todo vale, la
compasión… y había más ganas de saber. Después de una segunda votación la importancia
de la educación mostraba su fuerza, era lo más deseado aquella tarde. Había
entonces que preguntarle algo a la educación, a ver qué nos respondía, y acabó
mareada con tantas preguntas: ¿Qué es la educación? ¿Se educan sólo saberes?
¿Por qué es tan importante? ¿Quién educa? ¿Para qué educamos? Y esta
última parecía más prometedora. Las demás podían quedar subsumidas en su
interior. Y así fue, porque afloraron en un momento u otro del diálogo, y de la
discusión, que también hubo bastante. Mejor.
Al
objeto de entender adecuadamente el transcurrir del conjunto de la discusión,
hay que saber que quedó atrapada básicamente entre dos lenguas de agua. Se
navegaba un rato por una y se navegaba otro rato por la otra. Así pues, no fue
una navegación uniforme y lineal, sino plagada de zigzagueos, de tanteos. No se
quería renunciar a tratar de la una ni de la otra acuciante cuestión: si educar
no es manipular siempre, si educamos en lo común y universal o en
lo diferente cultural o histórico. Además, esta última provocaba un
cortocircuito típico, que trataremos de narrar a partir de ahora junto a todo
lo demás.
—Educar
es civilizar—señala un participante.
—Seguro
—responde con ironía otra participante—, sabemos lo que le dirían los
aborígenes de las llamadas Indias, si Colón les preguntara si querían que los
civilizaran. ¡Ellos ya estaban civilizados!
—Educar
es, entonces, educar en la igualdad, en lo que nos une, lo que nos hace humanos
—señala otro participante. Civilizar es demasiado abstracto.
A lo
que el moderador pregunta:
—Sí,
¿es más abstracto? ¿Qué es más concreto, una forma cultural histórica o la
naturaleza humana, lo común a todos los seres humanos?
—De
acuerdo, pero hay que educar en lo que nos une y nos hace ser humanos.
—Hay
que educar para ser personas autónomas —añade otro participante.
Y
explotaba la segunda polémica:
—De
ninguna manera, educar siempre supone adoctrinar y se educa para ello, además.
En la escuela, en todos sitios.
—Es
interesante lo que dices —interviene un participante, para luego,
contravenirlo:
—Eso
busca el Estado, y así es si sigo las instrucciones del Ministerio, pero yo a
mis alumnos les he dejado siempre libertad para aprender por sí mismos. Es
complicado, pero se puede. Por todos lados se manipula y se nos pide que seamos
sumisos, pero eso no quiere decir que la educación no pueda ser de otra manera.
—Pero,
si lo miramos bien, la libertad de tus alumnos sigue siendo dentro de una
jaula. (Risas de muchos participantes).
Con
gran sensatez uno de los asistentes adultos propone que definamos qué es
educar, primero. Quizás de ese modo todo quede mucho más claro. Y así se hizo,
pero no por mucho rato. Pues, en el fondo de lo que se dijo, afloraba de nuevo
la otra lengua temática que inundaba la discusión.
—Educar
es formar dentro de una cultura determinada, según la sociedad que sea o mis
propios valores.
—No
es en verdad así, educar es una experiencia en la que se trasmiten valores
comunes, humanos.
—Incluso,
eso ya lo poseemos, pues no hace falta tener estudios superiores para estar
bien educado. Os encontraríais con la sorpresa de que hay muchas personas que
ya son muy libres —apostilla otro participante adulto.
De
nuevo, la transmisión de lo común, lo que nos une, por un lado, y la
transmisión de de lo propio de cada lugar o cultura, por otro. Parecían dos
modelos educativos exclusivos. Y los participantes no dejan de argumentar a
favor de uno u otro. Piensan, que, en el fondo, es uno o es otro. No parecía
que fuese posible una simbiosis de ambos. Os pregunto a vosotros: ¿De verdad no
es posible educar en lo común y en lo diferente? Pero los participantes
trabajaron más por la confrontación de los dos modelos que por la inclusión de
ambos. ¿Significaba esto que el modelo basado en la diferencia estaba ganando
terreno por la misma forma en que se desarrollaba el debate? Puede que tuvieran
tantas ganas de expresar lo suyo, el modelo que defendían, que se olvidaran un
poco de ver lo que podía compartirse de ambos modelos. Aunque habría que decir
que el moderador tuvo mucho que ver en ello, pues parece que decidió primar la
participación en lugar de la investigación conjunta. Era el primer encuentro
filosófico y veía tantas ganas y eran tantos los que tenían tantas ganas, que
optó por dejar bastante rienda suelta a la discusión.
Y así
volvía a la carga, una y otra vez, el tema de la manipulación educativa.
— ¿Educar
es manipular? ¿No se puede educar sin manipular? —intenta desentrañar el
moderador.
—Es
algo generalizado. En todas las relaciones humanas se está continuamente manipulando.
¿No
deberíamos aclarar un poco qué entendemos por manipular? Pues, si todo es
manipulación, entonces, no hay manipulación (pensadlo con atención). Con
precisión, algunos participantes delimitan cuándo podemos hablar de manipulación
y cuándo no. Hay manipulación cuando hay un abuso, un interés particular
dominante. La manipulación siempre es interesada. Por tanto no siempre hay
manipulación. Tu interés, en todo caso, también puede ser el otro y no sólo tú
mismo, y así puedes dejarlo que se desarrolle lo más libre y espontáneamente
posible.
Pero
la otra cuestión había quedado descuidada. A por ella:
— ¿Es
que no hay valores universales?
—No
los hay. Que alguien me diga uno solo.
—Ahí
están —recuerda el moderador—, según se dice, la universalidad de los Derechos
Humanos recogidos por la ONU.
—Pero
hombre —se replica por un momento—, sabemos de dónde provienen esos valores, de
qué cultura (la occidental). ¡No son universales! Lo universal, como la ética,
se va construyendo históricamente entre todos.
—De
acuerdo, entonces, queda aclarado: una universalidad construida, que se puede
ir construyendo y debería ser construida entre todos.
No
sé si os estáis dando cuenta —y si estaréis de acuerdo o no—, pero es posible
que casi toda la discusión de aquel día fuera ejemplo de una típica situación
que nos provoca a veces un cortocircuito, mientras discutimos. Muchos problemas
filosóficos que están en el fondo de nuestras disputas habituales —y que
parecen no acabar nunca— pueden resolverse sencillamente estableciendo una distinción
conceptual. En este caso, distinguir entre ser y deber ser, lo
que es y lo que debiera ser, según nuestra consideración. Lo que sucede y se
hace de hecho, y lo sería mejor que hiciéramos o lo que preferimos. Los hechos
y los valores. Son dos niveles diferentes de discurso, que si se mezclan, nos complican
la vida y nos hacen dar vueltas y vueltas, o incluso peor, pelearnos y
pelearnos. Sobre esto llamó la atención —antes que Kant— David Hume, y lo llamó
falacia naturalista: no es conveniente confundir un es con un debe,
y lo más importante, del es no se puede pasar al debe. Lo que
sucede de hecho no justifica que esté bien o que deba hacerse. Incurriríamos en
una flagrante y, éticamente, peligrosa falacia. En el caso de nuestra discusión
de aquel día, preguntó el moderador: a la educación, ¿en qué nivel de discurso
la situaríamos? Y en esto hubo unanimidad: todos estuvieron de acuerdo en que las
cuestiones educativas se refieren al terreno del deber ser. Lo que conecta, sin duda, con la innegable dimensión utópica de la educación.
Y si
ahora volviéramos a la pregunta inicial: ¿Para qué educamos? ¿Para que todo
siga igual o para que sea posible una sociedad mejor? ¿Es posible concebir la
educación —no la confundas con adiestramiento, formación o instrucción—
separada de la idea de mejoramiento o, al menos, la idea de extraer de cada uno
lo mejor que sea posible? Si pensamos que no podría lograse nada mejor,
seguiríamos educando? O en todo caso, ¿estaríamos motivados para seguir
educando? Y esto se puede aplicar tanto a la educación individual como a la
educación social y cultural. De hecho, es muy cierto, a menudo hay mucha
manipulación —siempre la ha habido—, de hecho hay una continua transmisión
cultural de las generaciones adultas a las más jóvenes —y así pervive dicha
cultura—, pero allí estábamos reunidos para hablar sobre la importancia
de la educación y no de la educación de un país o una familia particulares.
Después de dos horas largas de trabajo, este numeroso grupo de discusión te
ofrece este regalo. ¿Qué harás con él?
La educación hace a la gente fácil
de dirigir pero difícil de manipular, fácil de gobernar pero imposible de
esclavizar.
H. P. Brougham
La primera tarea de la educación
es agitar la vida, pero dejarla libre para que se desarrolle.
María Montessori
La verdadera educación consiste en
obtener lo mejor de uno mismo. ¿Qué otro libro se puede estudiar mejor que el
de la Humanidad?
Gandhi
Todos los educadores son
absolutamente dogmáticos y autoritarios. No puede existir la educación libre,
porque si dejáis a un niño libre no le educaréis.
G. K. Chesterton
La naturaleza hace que los hombres
nos parezcamos unos a otros y nos juntemos; la educación hace que seamos
diferentes y que nos alejemos.
Confucio
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Muy bueno, mis felicitaciones otra vez, y espero poder poner mi granito de arena en la próxima.
ResponderEliminar¡Claro, te esperamos!
EliminarQuerido amigo: me alegro mucho del éxito de los cafés y me encanta especialmente el tema que habeis tratado en este, me hubiese gustado haber estado alli pero por la reseña veo que fue de un gran interés. Un abrazo.
ResponderEliminarMe alegra mucho leerte. Un fuerte abrazo me alegraría más todavía.
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