Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 17 de noviembre de 2013

Sobre la importancia de la educación

Café Filosófico en Vélez-Málaga 5.3
15 de noviembre de 2013, Cafetería Bentomiz, 17:30 horas.


Esta es, más o menos, la sustancia de ese monótono canon educativo: el joven ha de comenzar su educación con un conocimiento sobre la cultura, no con un conocimiento sobre la vida, y mucho menos con la vida y la experiencia mismas. Además, este conocimiento sobre la cultura será infundido e inculcado al joven precisamente como conocimiento histórico; esto significa que su mente se llenará de una enorme cantidad de conceptos que proceden, no de la intuición inmediata de la vida, sino del conocimiento, extraordinariamente mediato, de épocas y pueblos del pasado.
        F. Nietzsche


                "En todo sistema moral de que haya tenido noticia hasta ahora, he podido siempre observar que el autor sigue durante cierto tiempo el modo de hablar ordinario, estableciendo la existencia de Dios o realizando observaciones sobre los quehaceres humanos y, de pronto, me encuentro con la sorpresa de que, en vez de las cópulas habituales de las proposiciones -es y no es-, no veo más que proposiciones que están conectadas con un debe o un no debe. Este cambio es imperceptible, pero resulta de la mayor importancia. En efecto, ya que este debe o no debe expresa una nueva relación o afirmación, es preciso que ésta sea tenida en cuenta y explicada, y que se dé razón de algo que parece absolutamente inconcebible: cómo es posible que esta nueva relación se deduzca de otras totalmente diferentes.               
                      David Hume



¿Para qué educamos?

El moderador no cabía en sí de gozo. Era la primera ocasión en que nuestra reunión filosófica se celebraba en la Cafetería Bentomiz de Vélez-Málaga y la respuesta a la iniciativa de dialogar juntos no había podido ser más clara. Era cierto: la filosofía se va a poner de moda… Había partido también esta iniciativa de la Sociedad de Amigos de la Cultura (SAC) y se notaban las ganas. Pero no estaban las ganas a flor de piel solamente entre los numerosos socios que asistían, sino que también se hallaba entremezclado el deseo entre los demás participantes, muchos de ellos jóvenes. Curiosos y ávidos de saber. Una vorágine de deseos por expresarse. Y se notó mucho. Tanto que resultaba a veces difícil calmar la estampida de ideas y experiencias que se agolpaban en la breve compuerta de salida que media entre el pensar y el decir. ¡Había tantas cosas que se querían comunicar! Como si fuese la última oportunidad. (Quizás escasean los lugares de parar y tratar de entenderse). Veintisiete participantes de todas las edades. Una estampida de deseos y expectativas, anhelando realizarse. Una reunión muy filosófica, así es.

¿Qué esperarían de un encuentro como aquél? Para saberlo había que preguntarlo. Y había muchas expectativas allí presentes. No se sabe si excesivas; el discurrir mismo del encuentro lo mostraría. Que eran muchas y variadas y cuáles eran, sí se pudo saber: la ilusión por aprender; ampliar su círculo cultural de amistades; aprender juntos pues todos estamos conectados; adquirir conocimiento nuevos; comprobar si la filosofía es hoy día una herramienta válida; la pura curiosidad; contrastar ideas (y más cuando se veía allí junto a tantos jóvenes); escuchar activamente; aprender también de otros; mucha pero que mucha curiosidad; contrastar gustos diferentes; poder ayudarnos; explorar y explorar; y la ilusión que ha de ir unida al aprendizaje; no asistir simplemente  a una charla sino aprender mutuamente; saber algo de otra manera; otra participante ya no esperaba, lo sabía porque había asistido a muchos cafés filosóficos; la búsqueda, buscar y buscar; ingentes dosis de curiosidad; y que se pueda hablar de algo que no sea de fútbol; encontrar algunas respuestas; relacionarse con otras personas para hablar, algo que no podía hacer habitualmente; la siguiente participante venía a la reunión como un reto inducido por otros, pero ahora lo hacía suyo… ¡y también puede ser tuyo! ¿Te apuntas?

Como de costumbre, se seleccionaron los temas que más atraían aquella tarde. En esta ocasión no había mayor problema, afloraban como setas de noviembre después de una ligera y espesa llovizna: el sentido de la vida, la vida tras la muerte, la importancia de la educación, la felicidad, la mediocridad, el todo vale, la compasión… y había más ganas de saber. Después de una segunda votación la importancia de la educación mostraba su fuerza, era lo más deseado aquella tarde. Había entonces que preguntarle algo a la educación, a ver qué nos respondía, y acabó mareada con tantas preguntas: ¿Qué es la educación? ¿Se educan sólo saberes? ¿Por qué es tan importante? ¿Quién educa? ¿Para qué educamos? Y esta última parecía más prometedora. Las demás podían quedar subsumidas en su interior. Y así fue, porque afloraron en un momento u otro del diálogo, y de la discusión, que también hubo bastante. Mejor.

Al objeto de entender adecuadamente el transcurrir del conjunto de la discusión, hay que saber que quedó atrapada básicamente entre dos lenguas de agua. Se navegaba un rato por una y se navegaba otro rato por la otra. Así pues, no fue una navegación uniforme y lineal, sino plagada de zigzagueos, de tanteos. No se quería renunciar a tratar de la una ni de la otra acuciante cuestión: si educar no es manipular siempre, si educamos en lo común y universal o en lo diferente cultural o histórico. Además, esta última provocaba un cortocircuito típico, que trataremos de narrar a partir de ahora junto a todo lo demás.

—Educar es civilizar—señala un participante.
—Seguro —responde con ironía otra participante—, sabemos lo que le dirían los aborígenes de las llamadas Indias, si Colón les preguntara si querían que los civilizaran. ¡Ellos ya estaban civilizados!
—Educar es, entonces, educar en la igualdad, en lo que nos une, lo que nos hace humanos —señala otro participante. Civilizar es demasiado abstracto.
A lo que el moderador pregunta:
—Sí, ¿es más abstracto? ¿Qué es más concreto, una forma cultural histórica o la naturaleza humana, lo común a todos los seres humanos?
—De acuerdo, pero hay que educar en lo que nos une y nos hace ser humanos.
—Hay que educar para ser personas autónomas —añade otro participante.
Y explotaba la segunda polémica:
—De ninguna manera, educar siempre supone adoctrinar y se educa para ello, además. En la escuela, en todos sitios.
—Es interesante lo que dices —interviene un participante, para luego, contravenirlo:
—Eso busca el Estado, y así es si sigo las instrucciones del Ministerio, pero yo a mis alumnos les he dejado siempre libertad para aprender por sí mismos. Es complicado, pero se puede. Por todos lados se manipula y se nos pide que seamos sumisos, pero eso no quiere decir que la educación no pueda ser de otra manera.
—Pero, si lo miramos bien, la libertad de tus alumnos sigue siendo dentro de una jaula. (Risas de muchos participantes).

Con gran sensatez uno de los asistentes adultos propone que definamos qué es educar, primero. Quizás de ese modo todo quede mucho más claro. Y así se hizo, pero no por mucho rato. Pues, en el fondo de lo que se dijo, afloraba de nuevo la otra lengua temática que inundaba la discusión.

—Educar es formar dentro de una cultura determinada, según la sociedad que sea o mis propios valores.
—No es en verdad así, educar es una experiencia en la que se trasmiten valores comunes, humanos.
—Incluso, eso ya lo poseemos, pues no hace falta tener estudios superiores para estar bien educado. Os encontraríais con la sorpresa de que hay muchas personas que ya son muy libres —apostilla otro participante adulto.

De nuevo, la transmisión de lo común, lo que nos une, por un lado, y la transmisión de de lo propio de cada lugar o cultura, por otro. Parecían dos modelos educativos exclusivos. Y los participantes no dejan de argumentar a favor de uno u otro. Piensan, que, en el fondo, es uno o es otro. No parecía que fuese posible una simbiosis de ambos. Os pregunto a vosotros: ¿De verdad no es posible educar en lo común y en lo diferente? Pero los participantes trabajaron más por la confrontación de los dos modelos que por la inclusión de ambos. ¿Significaba esto que el modelo basado en la diferencia estaba ganando terreno por la misma forma en que se desarrollaba el debate? Puede que tuvieran tantas ganas de expresar lo suyo, el modelo que defendían, que se olvidaran un poco de ver lo que podía compartirse de ambos modelos. Aunque habría que decir que el moderador tuvo mucho que ver en ello, pues parece que decidió primar la participación en lugar de la investigación conjunta. Era el primer encuentro filosófico y veía tantas ganas y eran tantos los que tenían tantas ganas, que optó por dejar bastante rienda suelta a la discusión.

Y así volvía a la carga, una y otra vez, el tema de la manipulación educativa.
— ¿Educar es manipular? ¿No se puede educar sin manipular? —intenta desentrañar el moderador.
—Es algo generalizado. En todas las relaciones humanas se está continuamente manipulando.

¿No deberíamos aclarar un poco qué entendemos por manipular? Pues, si todo es manipulación, entonces, no hay manipulación (pensadlo con atención). Con precisión, algunos participantes delimitan cuándo podemos hablar de manipulación y cuándo no. Hay manipulación cuando hay un abuso, un interés particular dominante. La manipulación siempre es interesada. Por tanto no siempre hay manipulación. Tu interés, en todo caso, también puede ser el otro y no sólo tú mismo, y así puedes dejarlo que se desarrolle lo más libre y espontáneamente posible.

Pero la otra cuestión había quedado descuidada. A por ella:
— ¿Es que no hay valores universales?
—No los hay. Que alguien me diga uno solo.
—Ahí están —recuerda el moderador—, según se dice, la universalidad de los Derechos Humanos recogidos por la ONU.
—Pero hombre —se replica por un momento—, sabemos de dónde provienen esos valores, de qué cultura (la occidental). ¡No son universales! Lo universal, como la ética, se va construyendo históricamente entre todos.
—De acuerdo, entonces, queda aclarado: una universalidad construida, que se puede ir construyendo y debería ser construida entre todos.

No sé si os estáis dando cuenta —y si estaréis de acuerdo o no—, pero es posible que casi toda la discusión de aquel día fuera ejemplo de una típica situación que nos provoca a veces un cortocircuito, mientras discutimos. Muchos problemas filosóficos que están en el fondo de nuestras disputas habituales —y que parecen no acabar nunca— pueden resolverse sencillamente estableciendo una distinción conceptual. En este caso, distinguir entre ser y deber ser, lo que es y lo que debiera ser, según nuestra consideración. Lo que sucede y se hace de hecho, y lo sería mejor que hiciéramos o lo que preferimos. Los hechos y los valores. Son dos niveles diferentes de discurso, que si se mezclan, nos complican la vida y nos hacen dar vueltas y vueltas, o incluso peor, pelearnos y pelearnos. Sobre esto llamó la atención —antes que Kant— David Hume, y lo llamó falacia naturalista: no es conveniente confundir un es con un debe, y lo más importante, del es no se puede pasar al debe. Lo que sucede de hecho no justifica que esté bien o que deba hacerse. Incurriríamos en una flagrante y, éticamente, peligrosa falacia. En el caso de nuestra discusión de aquel día, preguntó el moderador: a la educación, ¿en qué nivel de discurso la situaríamos? Y en esto hubo unanimidad: todos estuvieron de acuerdo en que las cuestiones educativas se refieren al terreno del deber ser. Lo que conecta, sin duda, con la innegable dimensión utópica de la educación.

Y si ahora volviéramos a la pregunta inicial: ¿Para qué educamos? ¿Para que todo siga igual o para que sea posible una sociedad mejor? ¿Es posible concebir la educación —no la confundas con adiestramiento, formación o instrucción— separada de la idea de mejoramiento o, al menos, la idea de extraer de cada uno lo mejor que sea posible? Si pensamos que no podría lograse nada mejor, seguiríamos educando? O en todo caso, ¿estaríamos motivados para seguir educando? Y esto se puede aplicar tanto a la educación individual como a la educación social y cultural. De hecho, es muy cierto, a menudo hay mucha manipulación —siempre la ha habido—, de hecho hay una continua transmisión cultural de las generaciones adultas a las más jóvenes —y así pervive dicha cultura—, pero allí estábamos reunidos para hablar sobre la importancia de la educación y no de la educación de un país o una familia particulares. Después de dos horas largas de trabajo, este numeroso grupo de discusión te ofrece este regalo. ¿Qué harás con él?



La educación hace a la gente fácil de dirigir pero difícil de manipular, fácil de gobernar pero imposible de esclavizar. 
H. P. Brougham

La primera tarea de la educación es agitar la vida, pero dejarla libre para que se desarrolle.
María Montessori

La verdadera educación consiste en obtener lo mejor de uno mismo. ¿Qué otro libro se puede estudiar mejor que el de la Humanidad?
Gandhi

Todos los educadores son absolutamente dogmáticos y autoritarios. No puede existir la educación libre, porque si dejáis a un niño libre no le educaréis.
G. K. Chesterton

La naturaleza hace que los hombres nos parezcamos unos a otros y nos juntemos; la educación hace que seamos diferentes y que nos alejemos.
Confucio



4 comentarios:

  1. Muy bueno, mis felicitaciones otra vez, y espero poder poner mi granito de arena en la próxima.

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  2. Querido amigo: me alegro mucho del éxito de los cafés y me encanta especialmente el tema que habeis tratado en este, me hubiese gustado haber estado alli pero por la reseña veo que fue de un gran interés. Un abrazo.

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  3. Me alegra mucho leerte. Un fuerte abrazo me alegraría más todavía.

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