Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

lunes, 16 de mayo de 2016

¿Qué puede ser esto?

 
Juguemos a imaginar para desarrollar pensamiento. Pero, ¿qué tendrá que ver pensar con imaginar? ¿Por qué habríamos de trabajar con unos niños y niñas de primaria la imaginación, si queremos que aprendan a pensar por sí mismos? Es más necesario que nunca. En absoluto ha quedado obsoleta la tesis de Giovanni Sartori (1997), sobre el homo videns en que estaríamos convirtiéndonos, a causa de la actual sobreexposición audiovisual de nuestro cerebro. Aunque pueda parecer paradójico —sin embargo es bastante lógico que así sea— el exceso de imágenes en nuestras vidas atrofia nuestra imaginación y con ello nuestra capacidad de abstracción, nuestra capacidad de pensar. ¿De qué modo? Recordemos lo que es pensar: concatenar ideas de un modo consciente. ¿Y cómo somos capaces de enlazar ideas o conceptos? Ya lo sabías: mediante la imaginación, que traza los puentes, los eslabones entre las ideas. A ver: te propongo estos tres términos: “casa”, “sol”, “gato”. Presentados de esta manera no tienen sentido, no podemos entender nada. Añade tu imaginación y el mundo de ese gato, esa casa y ese sol se poblará de sentidos, se llenará de inteligibilidad, de historias.
Es bastante frecuente que la profesora de filosofía o el profesor de historia —pongamos por caso—, mientras lee los escritos de sus alumnos y alumnas, encuentre desorden, incoherencia y falta de ligazón entre las ideas que se están exponiendo. Y lo mismo sucede oralmente. Se habla de muchas cosas variadas, superpuestas unas a otras, pero sólo islas solitarias necesitadas de un explorador que abra las rutas para poder transitar a través de ellas. Es así de increíble, pero a nuestro alumnado de secundaria y bachillerato —en demasiadas ocasiones, demasiada carencia— le falta imaginación y no entiende. Salida habitual: si tengo que saber algo, lo aprendo de memoria. Consecuencia: no lo sabe en absoluto pues no lo comprende y lo olvidará al volver la esquina en que ya no le haga falta. Es muy diferente el entrenamiento, para nuestro moldeable cerebro, que yo lea una historia o bien que la vea reflejada en una película. Si estoy contemplando las imágenes, ¿para qué necesito imaginármelo? Consecuencia: a fuerza de no emplearla, la imaginación se va marchitando y con ello la posibilidad de pensar por uno mismo, hacia atrás —pensamiento reflexivo— y hacia adelante —pensamiento proyectivo y creativo—. Así pues, nuestro alumnado tiene dificultades para pensar porque no sabe imaginar. Imagina sí —¡y de qué manera!—, dentro de los mundos audiovisuales, también en contacto directo con mundos físicos y tangibles, pero sin tenerlos ahí delante —sin estar viéndolos y tocándolos, es decir discurriendo conceptualmente—, esto ya le resulta cada vez más dificultoso. Dificilísimo.
Esta es una poderosa razón para propiciar que nuestros niños y niños no dejen de practicar su imaginación. Les va en ello el entendimiento, la comprensión y el discernimiento. Generar pensamiento propio, así comopensar el pensamiento, requiere de mucha imaginación. ¿Hay algún artista creador o algún científico innovador que no se haya valido para sus hallazgos y aportaciones de su desbordante imaginación? ¿Algún genio para sus genialidades? Pues bien, practicar la filosofía contribuye a desarrollar esas habilidades o capacidades que ya están en todos nosotros —homo sapiens sapiens—, que son transversales en el currículo de cualquier época, y que si no se entrenan a tiempo se detiene su crecimiento. Así pues, como advierte Óscar Brenifier, ¿hasta cuándo deberíamos esperar para trabajar con el pensamiento? Si esperamos a la adolescencia puede ser demasiado tarde en muchos casos. Es cierto que el desarrollo de la capacidad de abstracción se completa hacia los 12 o 14 años, pero ¿con qué grado de desarrollo, de qué modo y con qué objetos o contextos se habrá desarrollado? No olvidemos que la capacidad de pensar y de expresar lo que pensamos incluye el discernimiento de lo que es valioso de cara a nuestras decisiones responsables, que afectan tanto a nuestras vidas como a la de los demás. No olvidemos lo que Hannah Arendt tuvo que manifestar a propósito del juicio contra Adolph Eichmann y la banalidad del mal: “Que un tal alejamiento de la realidad e irreflexión en uno puedan generar más desgracias que todos los impulsos malvados intrínsecos del ser humano juntos”. Es decir, que aquel que actúa mal lo hace en función de lo que cree saber, pero pueden estar siendo condicionados sus juicios y acciones por sus creencias e ideas limitadas o erróneas, como descubrió el viejo Sócrates y refuerzan hoy día algunas corrientes de psicología. Por lo tanto, desarrollar la capacidad para ser conscientes de lo que nos rodea y de nosotros mismos no es un asunto banal, nos va mucho en ello. Aprender a filosofar no es una cosa cualquiera. ¿No será mejor comenzar pronto, a edades tempranas?
—¡Buenos días! Atentos: chicos, chicas: ¿Qué puede ser esto? Y les mostramos “algo” a unos niños de la escuela primaria, para que ellos como sujetos que son, de un modo explícito, se conviertan en creadores de objetos por un rato a través de su imaginación. Un trozo de madera, un trozo de tela, un trozo de papel o un trozo de alambre en forma de clip puede valer. De pronto, comienzan a desfilar por el aula raquetas, calzadores, olitortas, olipalas, matamoscas, rascadores y oliváteres, pero también dejatontos, abrepuertas, voladeras o veleros hormigueros. Más tarde, aparecen por la voluntad de su imaginación toallas, pañuelos, cuadrados azules, secatodos, tapacaras, guantes, empapadores o minicapas, pero también posavasos, antifaces, pintatoallas, velos, supertrapos, calientapiés, borradores y banderas. Luego, les pedimos que construyan una pequeña historia con sentido, que sea clara, que no se repita y que, por lo menos, le guste a alguno de sus vecinos de pupitre. Después, se leen las mejores historias para toda la clase y se discute cuáles han sido más interesantes y por qué motivos. Finalmente, proceden a plasmar lo que se ha trabajado, produciendo dibujos o figuras de plastilina de alguno de los objetos o de las historias creadas. Es un posible taller de filosofía, sencillo y eficaz, que hemos propuesto durante el pasado mes de abril a niñas y niños de sexto de primaria de los Colegios “El Romeral” y “Los Olivos” de Vélez-Málaga.
Un conocido estudio de Ken Robinson señala que allí donde los niños y niñas pueden encontrar alrededor de 200 usos de un simple clip, un adulto medio sólo logra que su imaginación configure 15 o 20 objetos posibles. Y esto va sucediendo gradualmente conforme vamos cumpliendo más edad. Se va atrofiando la imaginación y se va atrofiando, consiguientemente, el pensamiento conceptual. ¿Qué escuela estamos construyendo? ¿Qué escuela queremos construir? Quizás una escuela de la que alguien como Gabriel García Márquez no pudiera sentir aquello que rezaba: “desde muy niño tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela”.
Publicado en Homonosapiens

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