¿Por qué eran tan
misteriosos los oráculos antiguos? Tan herméticos. Porque no
te brindaban lo que esperabas, una respuesta clara y diáfana acerca
de tu futuro. Eran oscuros, como la oscuridad que anida en tu
interior. Tanto como tu desconocimiento de ti mismo. Pues, si sabes
de ti, también sabes de tu futuro. “Conócete a ti mismo y
conocerás el universo y los dioses”, rezaba en el frontispicio del
templo de Apolo en Delfos. Un oráculo había de ser
descifrado, había de ser interpretado, la respuesta no se daba
acabada, no estaba hecha. Tú tenías que dar sentido al oráculo. Tú
habías de dar sentido a tu vida, a través de la conciencia
con que te ponía en contacto el oráculo. Un elevado nivel de
conciencia. Si te sitúas ahí, más arriba, observando tu vida
desde la altura de la de la perspectiva cósmica, el oráculo resulta
transparente. Ocurre lo mismo con los fragmentos conservados de
Heráclito de Éfeso, El
Oscuro, el claro. Los restos transmitidos por otros
autores de su discurso Sobre la naturaleza (Physis) son
difíciles o claros, en función de lo abierto que uno esté a
su propia experiencia. Si cerrado a sí mismo, texto críptico y
divino; si abierto a uno mismo, todos -o casi todos- textos humanos y
evidentes.
El camino hacia arriba
y hacia abajo es uno y el mismo.
La enfermedad hace
suave y buena la salud, el hambre la saciedad, la fatiga el descanso.
En los mismos ríos
ingresamos y no ingresamos, estamos y no estamos.
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