Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 19 de marzo de 2023

¿En qué consiste saber vivir?


Sobre la vida buena

Diálogo Filosófico en Málaga 1.3

20 de febrero de 2023, Ateneo de Málaga, 18:30 horas


Al hombre justo y firme en su resolución, ni la furia de los ciudadanos ordenando el mal, ni el rostro de un tirano amenazante lo conmueven ni merman su espíritu, no más que el Auster, jefe turbulento del tempestuoso Adriático, no más que la gran mano de Júpiter fulminante; que el mundo se rompa y se derrumbe, sus restos caerán sobre él sin asustarlo.

Horacio, Odas

Todos tenemos el potencial de pensar por nosotros mismos en relación a la pregunta de cómo vivir.

Hilary Putnam, Las mil caras del realismo


¿En qué consiste saber vivir?

En las tradiciones de sabiduría, el ideal del sabio representa la persona que sabe vivir bien o, al menos, que su vida está orientada en esa dirección. Pero esto es un aprendizaje que necesita un ejercitamiento de las cualidades esenciales de los seres humanos. Hay que desarrollarlas. Entre los rasgos del sabio en la antigüedad clásica, no pueden faltar los siguientes: la parresía (ser uno mismo en el decir y en el obrar), la autarquía (ser capaz de gobernarse a uno mismo) o la ataraxia (la tranquilidad de espíritu ante las inclemencias exteriores). En todos estos rasgos está implicada la consciencia del momento presente y el cuidado de uno mismo y de los demás. ¿Necesitamos sabiduría en estos tiempos? Seguramente sí. Basta mirar alrededor para observar muchas carencias. Nos falta el desarrollo de la capacidad de mirar desde arriba lo que es de verdad más importante. Nos falta pararnos a pensar juntos cómo vivir. Y la filosofía no puede quedarse al margen de estas necesidades. Por eso estábamos allí, aquella tarde, en el Ateneo de Málaga. Los participantes nos ofrecen un catálogo acerca de cómo vivir bien en estos tiempos... tan nuevos, tan habituales. Porque es posible que lo sustancial de nuestras vidas no haya cambiado tanto desde la antigua Grecia o la antigua India.

Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar (Jorge Manrique). Es posible que la metáfora del río, para entender el tiempo de la vida, sea una de las más conocidas. Y su corriente suscita en nosotros numerosos pensamientos. Nunca te bañarás dos veces en el mismo río, decían los heraclíteos. Pero también nuestros participantes, como seres que transcurren por su vida, tienen muchos significados que aportar: hablar de río me evoca la cultura egipcia; un fluir continuo; que siempre es el mismo; la serenidad; la evolución en la vida de una persona; un viaje; una inundación; bienestar, alegría; un paseo en calma; la comunicación; la infancia, la diversión; el presente; la riqueza de la vida, ¡quiero más río!; el agua dulce; lo subterráneo; la búsqueda de un camino; transparencia; mansedumbre; nacimiento; el cambio de lo efímero; aquello que se va; un manantial.

Después de lo cual, dio comienzo la búsqueda de los condimentos del buen vivir, que no es lo mismo que darse a la buena vida. Aquí vamos a lo hondo, más allá de la superficie de los sentidos y las apetencias. Aquí, va la cosa de la vida buena y de la filosofía entendida como modo de vida, más allá de instrucciones y doctrinas académicas, como de hecho fue en su momento la filosofía, y que el historiador de la filosofía antigua y medieval, Pierre Hadot, redescubrió para nosotros. ¿En qué consiste saber vivir? ¿Cómo aprender a vivir? Los participantes, haciendo acopio de toda su experiencia, fueron decantando los ingredientes fundamentales para el bien vivir. Su horizonte. Las señales inequívocas. “No depender de las cosas”, la autonomía en el vivir; y sobre todo referido a nuestras decisiones. Pero a la vez, “tomar conciencia de nuestra interdependencia”, no somos seres aislados, sino que vivir es relacionarse. De ahí, el arte de “distinguir entre lo que depende y no depende de nosotros” (Epicteto). La persona realizada en su vida siente “una paz interior, que conduce a una armonía con lo exterior”. Y es consciente de la única realidad, que es presente, un verdadero presente, con todo lo que hay, agradable o desagradable, y no un mal entendido carpe diem. Comprender que “lo decisivo no son las circunstancias que te han tocado, sino cómo gestionar mis circunstancias”. Y siempre el llamado de Delfos: “conócete a ti mismo”, el autoconocimiento, inseparable de la autorrealización. Y la “confianza en la vida”; no se puede vivir sin la confianza en la sabiduría última de la vida. Saber vivir, también consiste en “el arte de no enredarse”, en buscar la preeminencia de lo más simple y sencillo y natural. A todo esto hay que añadir “la atención consciente hacia dónde nos dirigimos”, sin descuidar el “asumir mis limitaciones”. No olvidemos, tampoco, una justa dosis de “autocompasión”, no una lastimera y empequeñecedora compasión o autocompasión, sino una digna comprensión de uno mismo y de sus sombras; aprender a darse amor a uno mismo, que así no cuesta dar amor a los demás. Más importante que la coherencia lógica es “la congruencia personal, dentro y fuera”. Como se ve, ya somos sabios... sabemos cómo vivir mejor... solamente que hay que practicarlo, gradualmente llevarlo a nuestra vida diaria.

Y, cuando el grupo se disponía a pensar la otra cara de la moneda (¿cuándo no sabemos vivir?), apareció una claridad: los anteriores rasgos, ingredientes del sabio vivir, si se exageran o extreman, pueden volverse necios y ser fuente de sufrimiento, o incluso, de patologías psicológicas. Veamos, por ejemplo, lo último que se ha dicho: si somos excesivamente coherentes (lo que, en principio, es muy correcto: “vivir como se piensa y pensar como se vive”), entonces, podemos descuidar el presente y lo que muestra en cada momento, las diferencias y sus matices, y la congruencia podría convertirse en algo impostado y hasta inhumano (¡¿cuántas atrocidades no se han cometido en nombre de la coherencia?!) Tú, querido lector, puedes continuar con el ejercicio, referido a las demás notas características del bien vivir, que se han descrito más arriba. Por eso, al sabio también le caracteriza la prudencia o frónesis (Aristoteles). El foco de luz proyecta en cada caso una o varias sombras. Vivir sabiamente también significa aprender a ver esto: esa sombra que todas las cosas muestran cuando la luz solar del conocimiento cae sobre ella (Nietzsche).

Así pues, deslicémonos con nuestros participantes por la pendiente del no haber aprendido a vivir bien, y comprobemos lo que ellos dicen en nuestras propias vidas. La dignidad, el valor intrínseco de toda vida, en nuestro caso la vida humana, nos pone límites muy claros delante de nosotros: no hacer daño, no dañarnos a nosotros mismos. La falta de capacidad para saber lo que me pasa, también nos genera malestar: no sabemos vivir cuando andamos escasos de inteligencia emocional o de habilidades sociales. Si vivimos sólo la superficie de nosotros y no cultivamos la vida interior (nuestra dimensión espiritual), es probable que nuestra vida se empobrezca y que no seamos capaces de percibir su profundidad en los demás, aparte del dañino querer ver fuera la causa de lo que nos pasa dentro; si vivo desde la identificación (o el apego) a situaciones, objetos o personas, a ideas o creencias o banderas, estaré a merced de lo que que le suceda a todo eso y, recordemos, nada hay seguro del todo o completamente estable, por lo tanto, siempre estaré en riesgo de perderme; de la misma manera, es complicado vivir si confundimos la realidad con las ilusiones, sueños o ficciones; si no sabemos distinguir el dolor (que forma parte del hecho de vivir) del sufrimiento, fruto de nuestro propio añadido mental; si no estamos atentos a nuestro dolor, a nuestro sufrimiento, a nuestros miedos, que nos dan pistas sobre qué parte de nosotros mismos necesitamos desarrollar; entonces, viviremos mal. Y, en lugar de vivir, sobreviviremos, sólo trataremos de vivir como sea. No olvidemos que todo lo que se necesita para vivir mejor, humanamente, cae bajo la órbita del desarrollo, como se ha dicho, de nuestra propia conciencia interior, del sujeto que soy, que vive en nosotros. ¿Y cómo se desarrolla? Siendo cada vez más y más conscientes... de todo lo que seamos capaces y, a la vez, de nosotros mismos. Practicándolo. En fin, ¡que nada de lo humano nos sea ajeno! Vale.

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