Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

viernes, 25 de mayo de 2018

“El ser se es, no se declina”



¿Quién soy yo? Es una pregunta fundamental que uno ha de sentirla alguna vez como propia, y si no fuera capaz siquiera de una aproximación o respuesta, al menos, habría de resultarle muy instructivo el ser consciente de lo que no es, de lo que uno cree ser, del personaje con el que va por la vida diciendo, actuando, relacionándose, viviendo. Este segundo encuentro filosófico, de nuevo dentro del marco de la III Bienal de Arte y Escuela de la Axarquía, no quiso adquirir el formato habitual de un Café filosófico, sino más bien el de un taller donde se construye filosóficamente, cooperando, el sentido de una cuestión consustancial a nuestras vidas. Y así, en sucesivas oleadas, fuimos adentrándonos en el “corazón de la lechuga” que constituye el carácter hojáldrico de nuestra identidad personal. El centro que somos, el fondo originario del que emergen todas nuestras formas de ser y de actuar en la vida cotidiana, sin el que no sería posible todo lo demás que podemos llegar a ser. Suele estar oculto por sucesivas capas, de ahí que los antiguos griegos hablaran de a-letheia (no cubierto, no oculto, no tapado), para referirse a la verdad; y nosotros hagamos uso de la palabra des-cubrimiento para referirnos al momento único en que arribamos a ella. Nuestra verdadera identidad. Pues bien, si queremos adentrarnos en pos de nosotros mismos, este encuentro te hubiera ofrecido, si hubieras asistido, diversas y sucesivas maneras de efectuarlo, deshojando las distintas capas de que nos hemos ido cubriendo a lo largo de nuestra la existencia. Sigamos grosso modo este recorrido:

1) Aquello que está en ti debido a tus circunstancias, de nacimiento o por avatares de la vida en este mundo, sociales o familiares, o aquellas otras circunstancias convencionales que te vienen dadas, que tú no has elegido, y que podrían haber sido de otro modo... todo eso, no eres tú. Así que no te empeñes en que tú eres fulanito, por ejemplo, porque si tus padres te hubieran puesto otro nombre, o bien, hubieras nacido y vivido en otras circunstancias, ¿ya no serías tú?

2) No pretendas afirmar tampoco que vives en tal o cual sitio, o te dedicas a esto o a lo otro, porque, cuando todo ello cambie, o antes de ser así, ¿ya no serías tú?, ¿ése no eras tú? Muchas cosas de tu vida van modificándose, tú vas cambiando, pero, ¿qué eso que siempre eres? ¿De dónde te viene la sensación de yo soy? Eso no cambia... así que no digas que eres un educador jubilado, ni que eres una abuela...

3) Pero si llegas al punto en que te parece que ya has profundizando bastante, que ya has indagado suficiente y, por ejemplo, estás convencido –como algunos de los participantes– de que eres humilde, buena persona, una buscadora, un ser viviente, que eres humano..., reflexiona si más bien no te estás refiriendo a cómo eres, tus cualidades o características personales aquí y ahora, y no a lo que eres, tu identidad.

4) Ellos y ellas decidieron, tras una instructiva discusión –indagación moderada por un aprendiz socrático que pasaba por allí–, que lo que soy puede tener que ver con una incógnita siempre por descubrirse; una pura consciencia (no la conciencia particular de algo); un potencial que se realiza, a veces más, a veces menos; quién siente (el sujeto, no aquello que siente el sujeto); la vívida sensación de yo soy.

Es posible continuar indagando, despojarnos de las sucesivas capas de que nos hemos ido cargando con la edad y la experiencia, hacia vislumbrar el corazón de lo que somos, en su profundidad, en su originalidad, en su radicalidad, pero estos participantes, con esto, quedaron satisfechos por el momento. Fueron más conscientes de sí mismos y cerraron el encuentro con un dicho de María Zambrano, que aportó de memoria uno de los participantes, cubano de origen pero afincado en Suecia. Sin duda, eso era lo que menos nos importaba..., puesto que “el ser se es, no se declina”.

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