A
Pepe Zafra
La
libertad está hecha de lugares interiores. Es entrar en una
habitación y que todo haya sido realizado. Es una sensación
confortable, generosa y de luz dorada color blanco. Que lo mismo dé sentarse en un sitio que en otro sitio, o mirar por ventana.
La libertad no es lo que queda por hacerse, es lo que ya ha sido hecho,
pensado o dicho, asumido como propio. Donde ningún tirano tiraniza.
La libertad es una habitación propia, descubrió una mujer
antes que un hombre. Una habitación habitada, abierta de ventanales
que dan al horizonte. Su paredes, traslúcidas, retienen y no retienen, quieren ser y ya existe. Está repleta de
estanterías, desordenadamente ordenadas. Un orden propio. Elegido
ya, como esta combinación única de lenguaje que ahora escribo, que
me expresa al yo expresarme. En cada estante una posibilidad, en cada
línea una vivencia. Abres un libro y desaloja un sitio en tu cabeza,
donde cabe un ancho mar y la montaña sobre las nubes. Sin saberlo,
has ido a parar a tu sillón de costumbre. Conviene estar preparado.
Pueden amanecer tempestades y los sembrados de pinos ser tan altos,
tan lejanos los senderos, que haya que descansar de la jornada. Y de
nuevo un día, cuando suene la campanilla de la puerta, respondiendo
al empuje de tu brazo, quizás te acuerdes de aquel celebrado dicho
de Joan Margarit: la libertad es una librería... si has
aprendido a estar solo. Si te has liberado de deseos y de modas. De
las prisas. Esos complejos temores que te impidan levantar la vista
por los pasillos. Navegar como en un barco sin timón... Adónde
te llevará es la única pregunta, de cuya mano merece la pena
entrar en una librería, el lugar de las vidas resueltas. El lugar
donde se elaboran libertades, capa a capa, con todo el material que
tú te has traído. Con él sientes detrás de la mente y del
cerebro, por la espina dorsal como tu eje, un escalofrío.
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