Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

miércoles, 15 de diciembre de 2010

¿Por qué juzgamos?

CAFÉ FILOSÓFICO ALMENARA 2/1
 (29 de octubre de 2010, Sala de Biblioteca, 17:30 horas)




“¿Y tú, Eutifrón, por Zeus, crees tener un conocimiento tan perfecto acerca de cómo son las cosas divinas y los actos píos e impíos, que, habiendo sucedido las cosas según dices, no tienes temor de que, al promoverle un proceso a tu padre, no estés a tu vez haciendo, tú precisamente, un acto impío?” (Platón).

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”En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha
muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien
tanto quería” (Miguel Hernández).


Era el primer Café filosófico de la temporada 2010-2011. Allí estaban las ganas de retomar la experiencia que comenzamos el curso pasado, la curiosidad por ver qué era eso, la intención de indagar pero entreteniéndose, o simplemente tomar un café en compañía, saber escuchar, importante para poder hablar, continuar, seguir haciendo posible este tipo de encuentros, en donde comparten su tiempo y un mismo espacio jóvenes y adultos, pero además poder aprender de lo bueno que allí surgiera, y por qué no, claro que sí, aprender de todo, de lo bueno y de lo malo, es decir, aprender sin más, por eso, venimos a juntarnos para charlar, para hablar (nos gusta hablar), contrastar ideas con otros, y, de nuevo, se insiste en aprender a escuchar (promete este grupo ser un buen grupo para investigar juntos dialogando), en seguir buscando (la vida misma es una búsqueda), y finalmente, poder pararnos a pensar y así entender mejor a los demás.

Todos estos deseos e inquietudes estaban allí reunidos, en la Biblioteca del Centro, un poco más tarde a requerimiento del propiciador de estos encuentros, a las diecisiete treinta horas del último viernes de octubre. ¿Quedarían colmados todos estos buenos deseos? No somos ambiciosos, nos conformamos con poder desplegarlos simplemente un poco. Quince aspiraciones, correspondientes al número de participantes en la reunión. De las más numerosas hasta ahora, estamos encantados.

Quedóse bastante bien fijada la idea, aparecida en la forma de deseo, de aprender de lo bueno (y de lo malo, quizás), por algo fue elegida por ocho personas. No fue el día de la tradición, pero ya le llegará, no tiene prisa, cada día que pasa en nosotros se sigue consolidando, acrecentado su fuerza. Sin duda, lo más deseado fue la posibilidad de discutir sobre los prejuicios. Preocupa esta cuestión, sobre todo a los más jóvenes. ¿Por acción o por pasión? Veremos a ver.

Pero el dardo lanzado no iba directo a los prejuicios, se quedaba en una estación previa para tomar el suficiente impulso (mucha inteligencia había allí aquél día): ¿Por qué juzgamos? ¿Para qué? Juzgamos para criticar, y eso es lo malo de los prejuicios, se afirma. Quizás se halle aquí alguna confusión conceptual, pero de la propia confusión, la práctica del filosofar extrae la claridad. Para eso dialogamos juntos. Aquí no hay error. El error es necesario para avanzar. El error siempre acierta, porque indica qué queremos saber, e inmediatamente el camino hacia qué necesitamos saber. ¿Todo juicio crítico es malo o negativo? Se toma como modelo la función de un juez, como campo de batalla para poner a prueba la hipótesis. No, el juez no critica la actuación del juzgado, emite un veredicto, analiza, contrasta con la ley y sentencia. No practica el cotilleo, ni se regocija en la critica moralista o condenatoria, y menos aún, lo hace subjetivamente, sin pruebas o razones poderosas. Así que podemos emitir un juicio crítico, pero si posee fundamento y no pretende herir, sino juzgar objetivamente, la crítica puede ser también constructiva y estar justificada. ¿Eso quiere decir que los prejuicios nos llevan a pre-juzgar, y por eso, a menudo, a criticar negativa o destructivamente? Por ahí pueden ir los tiros.

Criticamos porque criticar es más fácil, dice algún participante. ¿Juzgar mal es más fácil? Esto sólo ya requeriría un Café filosófico para sí solo. Pero no siguió por ahí la discusión y se quedó un poco en el tintero esta línea de investigación, a juicio del propiciador del encuentro, altamente merecedora de atención. Sencillamente, como observó un participante, prejuzgar, aunque suponga daño a veces, es necesario, pues nuestro propio instinto de supervivencia así lo ha previsto. En ocasiones, hay que reaccionar y actuar rápido, de lo contrario, la seguridad del yo puede correr serio peligro. Pues el raciocinio puede ser lento, dudar o llevarnos a rectificar. Mejor, entonces, en determinados momentos, recurrir al instinto. (¡Menos mal que no siempre es necesario!)

¿La edad puede llevarnos a ser más criticones? Los jóvenes de la reunión parecen coincidir espontáneamente en que los jóvenes lo cultivan más. Esta afirmación llevó, más adelante, a una participante atenta y reflexiva a hallar una clave del mal juzgar, a lo que suele llevar el prejuzgar. Pero todavía, antes de esto, pasaron más cosas. Quizás, se insinuó, los jóvenes, a diferencia de los más adultos, tan sólo varíen en el distinto contenido que poseen sus ácidas críticas. Pero, si puede variar el tipo de crítica en función de sus intereses o las características del sujeto que enjuicia, la pregunta clave que afloró, y que permitió iniciar un sendero muy prometedor, fue ésta: ¿juzgar es juzgarte a ti mismo? La experiencia psicológica de la vida parece querer decir, como dijo una de las participantes adultas, que los jóvenes están buscando su curso de la vida, que están en plena búsqueda de sí mismos, y no es extraño que necesiten a menudo compararse y distanciarse de sí mismos para verse mejor, proyectados fuera. En los más jóvenes puede estar más claro, pero supuso esta conclusión parcial un detonante para que se mostrase el enfoque que debía seguirse: a todos puede pasarnos básicamente esto mismo.

En realidad, cuando juzgamos a otros, nos estamos juzgando a nosotros mismos. Parece una necesidad humana, la de compararnos, juzgar para juzgarnos, porque nos buscamos a nosotros mismos, que no es otra cosas que intentar conocernos a nosotros mismos. Dos modos básicos para perseguirlo, dos caras de la misma moneda, en realidad: cuando juzgas negativamente a los demás, y descubres lo que no te gusta de ellos, estás indicando lo que no te gusta de ti mismo, o bien, lo que no querrías llegar a ser; pero también, se puede acceder a lo que somos, así floreció en la discusión, porque queremos serlo, es decir, por la vía positiva, no derribando lo que no queremos ser, sino afirmando lo que queremos ser, a partir de la admiración que nos suscita lo que nos gustaría llegar a ser, o a quien nos gustaría parecernos.

¡Mucho se estaba juzgando a los demás! En esta discusión. Esta queja podía surgir. Pero no. Ya ha quedado claro: mucho se estaba hablando de nosotros mismos. Los prejuicios hablan también de uno mismo. Los juicios de valor, tanto si son erróneos, si son exagerados o excesivamente radicales, si son descuidados, como si son más mesurados y ajustados a la realidad, nos muestran latiendo, palpitando debajo lo que está abocado a salir, pues no es otra cosa que nosotros mismos, con nuestras carencias y abundancias, con nuestros temores y deseos.

Así pues, ¿cómo juzgar adecuadamente a los demás? ¿Cómo juzgar bien y justamente a los otros, de manera que nosotros mismos podamos crecer y desarrollarnos? Y aquí el grupo, después de la intervención reflexiva a que antes se aludió, tomó la rienda: generalizar es prejuzgar destructivamente, también es contraproducente y pernicioso juzgar sin antes analizar, sin información o conocimiento suficientes, no pensar antes de hablar, y por último, no ser capaz mínimamente de sentir empatía, de sentir con el otro, de hacernos cargo del otro y su carácter humano, a veces, demasiado humano, ni más ni menos que nosotros mismos.

No dio tiempo a más, que si no, este grupo hubiera construido todo un tratado sobre la justicia hacia el otro, que es el fundamento de toda justicia. Se habló del juicio y los motivos que nos llevan, en muchas ocasiones, al pre-juicio. Y que vivir mejor también tiene que ver con la cuestión de cómo considero a los demás, pues al evaluar a los demás, estoy también sometiéndome yo a escrutinio, hasta qué punto estoy ahogando o impulsando mi propio desarrollo personal. Y esto no es poca cosa.

                                                                               


Después de haber asistido a la discusión de aquel día, tú, que acabas de leer esta crónica, quizás tengas algo más claro:

  1. ¿Qué son los prejuicios?
  2. Si, ¿todas las críticas son negativas?
  3. ¿Por qué juzgamos a los otros?
  4. ¿Cuándo juzgamos mal a otros?
  5. ¿En qué sentido juzgar es juzgarme?

Y puedas realizar este ejercicio filosófico:

6. Si quieres saber un poco de ti, prueba a analizar lo que dices y piensas de otros, y cómo te afecta lo que otros digan de ti. Practícalo cada día, encontrarás pistas interesantes.

Si estáis atentos, también podréis:

  1. Entender de qué va el texto del Diálogo Eutifrón de Platón, que está en la cabecera, y qué pretende dejar patente. Sólo tienes que poner justo o injusto, donde pone “pío” o “impío”.
  2. Y comprobar si Miguel Hernández, acaso, se había equivocado al referirse en su conocida Elegía, a Ramón Sijé, como aquél con quien tanto quería, en vez de decir a quien tanto quería.

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