Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

lunes, 2 de mayo de 2011

Sobre la indignación

Café filosófico Castro 7/2

(Biblioteca Municipal de Castro del Río, 27 de abril de 2011, a las 20:00 horas)








¿Hay motivos para la indignación?


“Crear es resistir, resistir es crear” (Stéphane Hessel).
“Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo" (Ortega y Gasset).


El cambio a una hora más tardía se mostró buena idea, pues, a diferencia de los últimos encuentros, este día se dieron cita un mayor número de participantes. Y estaban indignados, ¡vaya si lo estaban! Se propusieron varios temas de discusión –entre ellos estaban la fidelidad, la sinceridad y la verdad-, pero no hizo falta decidir, la indignación se abrió paso como un vendaval. ¿Tenían motivos para estar indignados? Ya lo veremos. Hasta puede que haya demasiados motivos de indignación en el mundo que vivimos. Para que se pueda entender mejor la naturaleza del encuentro filosófico -su fortaleza ante las inclemencias circundantes-, hay que saber que ese día llovía y los participantes habían podido salir indemnes del ataque mediático de otro clásico futbolístico más.


Lo primero, había que definir mínimamente a qué se refiere eso de la indignación. Estaba muy claro que se refería a un sentimiento de cabreo, -por qué no decirlo con esta palabra tan expresiva-, de rebelión contra lo indigno, es decir, aquello que suponga un ataque a la dignidad de la vida humana. Está muy claro que el mensaje de Stéphane Hessel está calando, que su grito está siendo escuchado y que está encontrando eco social e individual porque se produce a tiempo, en ese momento oportuno en que algo puede ser comprendido y puede transformase quizá en acción. ¡Indignaos! ¡Reacciona! Los alaridos de la sociedad civil que se mueve, y que vuelve a hacer política de las suyas, de las de la ciudadanía, más allá de la política de los políticos al uso.

Está, entonces, entre los motivos, la indignación por la política y los políticos que tenemos. Una de las razones para la indignación que fue sometida a juicio sumarísimo y de preocupación aquella tarde. Que les llevó a proponer “no votar”, una acción abstencionista que es analizada por nuestros participantes. ¿Qué pasaría si no votásemos? Posiblemente, los pocos votos que quedasen serían repartidos sin rubor y justificarían igualmente el estatus quo, para continuar de la misma manera haciendo política: de espaldas al pueblo el resto del tiempo, siguiendo sus propios fines, propios o de partido. Otra opción, puede que algo más eficaz, se comenta, la que expuso José Saramago en su novela Ensayo sobre la lucidez: el voto en blanco. Por si acaso, el grupo apostó nítidamente por la acción, aparte de la omisión del voto. Habría que ayudar a la política a que entendiese muy clarito el sentido de la abstención, manifestándolo en la calle o donde hiciera falta.

¿Y es que no existen demasiados motivos de peso como para no para indignarse con los culpables de la crisis financiera, la economía virtual, que ha llevado a una crisis de la economía real, que estamos pagando todos nosotros con dinero público, con paro, con pobreza y con crisis social? Medida que se podía tomar: ponernos de acuerdo y sacar el dinero de los Bancos. En Islandia, como sabéis, el pueblo ha reaccionado, y ha rechazado pagar la deuda de sus Bancos.

Y es otro motivo de indignación: cómo, habitualmente, tantos y tantos intereses ponen todos los medios a su alcance para la manipulación de la población. A base de publicidad y con malinformación. Pero no a todos y a todas han conseguido manipular. La prueba es que todavía es posible quedar juntos, coincidir juntos muchos. No todos están manipulados. Y se puede quedar juntos de múltiples maneras y a través de múltiples medios.

Nos indigna también la privatización de servicios o de empresas públicas. Al socaire de que a veces no funcionan bien, o de que algunos se logran de ello, se viene a justificar el neoliberalismo más desalmando, entregando a la jauría de lobos hambrientos sectores económicos enteros o empresas que funcionan bien y presentan superávits (¡qué listos que son!). Bastaría controlar bien aquello que no funcione bien en la empresa pública, y no utilizarlo como excusa para hacer negocio privado en detrimento de lo público, que sería donde podríamos beneficiarnos todos y no unos cuantos. Y si queremos que lo publico sea amado, respetado y defendido un poco más –como se suele decir que ocurre en otros países centroeuropeos- demos ejemplo y orientemos la educación hacia esa meta, en donde el bien individual no se conciba desligado del bien común. Estar bien educado, que no es lo mismo que estar bien formado -matizaron los participantes durante la discusión, algo desbocada por la fuerza de los sentimientos de indignación que allí se agolpaban. Cuando hablamos de educación, decían, nos referimos a la educación de la persona y de la ciudadanía para que sepan lo que quieren (y no nos den gato por liebre).

Motivos y acciones, que se fueron desglosando aquella tarde, entre los muchos que tenemos hoy día para indignarnos. Y puede haber muchos motivos y puede haber tantos como personas críticas haya con respecto al orden de cosas actual. Pero, para poder comenzar a actuar es suficiente la conciencia colectiva de que tenemos motivos para la indignación, y de que muchos de ellos, los más acuciantes, podemos compartirlos. Sólo, basta con que nos lo comuniquemos unos a otros. La indignación solitaria, individual, puede ser ineficaz, no así la indignación colectiva. Ésta puede ser muy productiva. Un caso que expuso una joven que acudía por primera vez a nuestra cita nos sirvió muy bien de campo de pruebas. Se trataba de una injusticia en relación con el acceso a la profesión de la enseñanza. Una indignidad que se sufrió personalmente, y que parecía al principio del diálogo socrático pregunta-respuesta una indignación personal solamente. Pero como de daba la misma injusticia respecto a muchos, hubo protesta colectiva y se acabó reconociendo la dignidad menoscabada de todos y la de cada uno. Y lo consiguió la conciencia de que no afectaba sólo a uno y de que no me salvo yo si no salvo mi circunstancia (que comparto con otros). Es lo que necesitamos. Que seamos capaces de trascender un poco más allá de mí. Pues nos quiere aislados el sistema dominante actual. Salir de mí es el primer paso -que arranca de la compasión colectiva, como ya se vio en un café filosófico anterior-, para la indignación conjunta, que nos podrá llevar sin ruptura de la continuidad hacia la acción, y hacia la insurrección pacífica, cuando haga falta.

¿Es lo anterior posible? ¿Podríamos lograr una acción conjunta, tomando como base la indignación compartida? ¿Realmente, podríamos llegar a compartir lo que siempre se presenta de un modo individual, personal, y hasta egoísta, muchas veces? Algunos obstáculos a la comunicación interpersonal se apuntaron casi al final de la reunión. Existen hoy día muchas adormideras sociales, de manera que cada uno acaba mirando poco más que su propio ombligo. El ombligo del mundo nos creemos en muchas ocasiones. Por ejemplo, el mundo audiovisual en que vivimos, que nos hipnotiza, que nos lleva a ver –muchas veces a telever- y a no entender. Y también se acercó de nuevo el fantasma de la desconfianza mutua. No hay nada peor que pueda crecer entre los humanos. Tantas veces que aparece, cuando los seres humanos –demasiado humanos- se emplazan para intentar ponerse de acuerdo, por si acaso pueden llegar a un acuerdo.

Primero, desconfianza en la forma de desesperanza generalizada: “esto no va a cambiar”, “no aprendemos”, “cada cual va a lo suyo”. “Haría falta que apretara el zapato para que el personal se movilizase”. Pregunta: ¿y es que ya no está llegando el momento en que nos está apretando con fuerza? Segundo, la desconfianza hacia ti, que estás a mi lado, o que pasas por mi lado, la desesperanza por ti, que es, en el fondo, una desesperanza hacia mí mismo. Uno de los asiduos participantes en la reunión narró una experiencia significativa: alguien se dejó olvidado un chaquetón en un sitio público y pudo recuperarlo más tarde íntegro, algo que aquí, entre nosotros -se dice-, podría ser cuando menos dudoso. -Vale, pero, tenemos otras experiencias de que sí ha ocurrido aquí eso mismo. Y entonces qué, si a veces se ha conseguido, si, en ocasiones, los otros no me han defraudado, ¿por qué privilegiar las ocasiones en que sí lo han hecho? ¿No hablábamos antes de la educación? Pues la educación más eficaz es la educación a través del ejemplo. Había una vez un lugar tan mustio y tan hosco, en el que casi nadie se saludaba al cruzarse por un pasillo del lugar de trabajo. Pero, bastó con que uno de ellos se empeñase en seguir con el saludo cortés (daba igual que fuera correspondido o no), una vez tras otra, una vez tras otra, para que poco a poco se fuera generalizando el saludo. No todos saludaban, pero todos respiraban una ambiente más amable, limpio de caras alargadas y más lleno de confianza mutua. Y había otra vez en que alguien venía de vivir en una gran ciudad, en la que tanta prisa se tenía siempre que era ponerse el semáforo en rojo y ya se estaban dado de pitidos unos a otros, protegidos y aislados dentro de su automóvil. Pero llegó a otro lugar en que, si tú estabas en un cruce sin posibilidad alguna de poder salir para incorporarte a la corriente mayoritaria de la vía, siempre había alguien que te cedía el paso amablemente. ¡Y allí ocurría frecuentemente! ¡Y así se alentaba el seguir haciéndolo! ¡Y así no iba ganando terreno lo contrario! Y eran los mismos seres humanos, simplemente, con contextos de aprendizaje mutuo diferentes.

La acción conjunta es posible. Si a veces se puede, siempre se puede. O, al menos, siempre cabe luchar para conseguirlo. No avanzó mucho más el debate aquella tarde, pues la desconfianza hizo algo de mella también allí -siempre está acechando- y se dedicaron los participantes a tratar entenderse, y a no desentenderse demasiado en esta fase final de la reunión. Sucede siempre que uno olvida que comparte con el otro más de lo que le separa, y que lo mismo que el otro siente tú también sientes. Que muchas veces estamos diciendo lo mismo, pero que el tono y las palabras es lo que más nos están separando. Por eso queremos una reunión de este tipo: para practicar la posibilidad que siempre tenemos de entendernos. Y ante la dificultad no hay que indignarse, sino ponernos manos a la obra.

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