Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

sábado, 22 de octubre de 2011

El argumento de la fuerza y sus consecuencias




Dos estilos de vivir: el que prefiere la fuerza de los argumentos y el que opta (o no puede dejar de optar) por el argumento de la fuerza. Las "consecuencias del conflicto", o de los conflictos, son harto diferentes en un caso y en el otro.
Si se emplea la violencia para lograr objetivos, el argumento de la imposición de mi idea o mi propuesta (lo que yo quiero que sea o se haga) por la intimidación o por el dominio hacia otros, ya sea mediante la agresividad teatral de origen animal (encrespar el lomo para aparentar que se es más grande y más fuerte), el desprecio, o la violencia pura y dura en cualquiera de sus formas, el daño producido, tanto si consigue el objetivo como si no, pone las cosas mucho más difíciles para crear un futuro mejor juntos y se vuelve contra todos.

La víctima: sufre dolor y pérdida y, con frecuencia, no perdona ni olvida (en todo caso, perdonará pero no olvidará), y, si puede, aprenderá a sobrevivir también, convirtiéndose ahora en el verdugo siempre que le sea posible, si dispone de la fuerza material necesaria y le quedan arrestos. Por ejemplo: el pueblo judío de ayer y los dirigentes israelíes de hoy; por ejemplo: los hijos que sufren maltrato, que muchos de ellos reproducirán los mismos roles que les han hecho sufrir, y estarán luego abocados a ser maltratadores o maltratados. Es lo que recoge el dicho: "la violencia engendra violencia".

El violento: por aprendizaje del contexto en que se mueve o bien por impotencia personal, no sabe relacionarse de otro modo que no sea avasallando y dominando. Será un desconfiado de por vida, de manera que los demás, de partida, "mientras no me demuestren lo contrario, no son de fiar y son peores que yo". Por eso, se dice, hay que pegar primero. Y no se sentirá responsable de las consecuencias de su acción violenta (que además de ser violenta, violenta a los demás) y exigirá reparo por las consecuencias sufridas, pero no estará dispuesto a reconocer fácilmente, siquiera por simetría, las infringidas a otros. Por ejemplo, la violencia etarra. Se habrá acostumbrado a vivir de ese modo y su reeducación será larga y costosa. Le llevará mucho tiempo distinguir la asimetría que hay entre el daño sufrido como verdugo y el daño sufrido como víctima, es decir, el daño que se ha producido al intentar lograr violentamente unas metas unilaterales y egoístas. Por ejemplo, las consecuencias del "conflicto" derivadas de la violencia etarra. Una finalidad perseguida con medios violentos obstaculiza la resolución de su final.

Por contra, está la vía de la fuerza de los argumentos. Menos violenta, con menos daño y más fácilmente reversible, y que no lastra tanto el futuro. La violencia que se produce hoy, en el fondo, pensadlo, mañana no será buena para nadie, pues hipoteca seriamente la construcción de un futuro conjunto de paz y libertad. Por ejemplo, también la muerte violenta del dictador libio.

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