Café filosófico Castro 3.2
Biblioteca
Municipal de Castro del Río, 15 de marzo de 2012, a las 19:00 horas.
¿Para qué educar?
Había
aquel día padres y madres, y educadores que eran a la vez padres y madres. No
es de extrañar que apareciera con ímpetu el tema de la educación. ¿Quién es
capaz de no advertir hoy la preocupación que existe por educar? Si nos preocupa
es que nos interesa, si nos interesa es que tenemos necesidad de ello, si es
necesario es que carecemos de ello, si carecemos de ello es nos hace falta. No
nos irá tan bien, si volvemos una y otra sobre cómo educar y qué educar. Se
discute mucho de fútbol, pero también preocupa cómo nos va la vida, y con ello
la vida más joven a la que llaman juventud. Será que nos preocupa nuestro
futuro. No miraremos tanto, entonces, el aquí y ahora insignificante como
parece a veces. Preguntar cómo vamos termina por indagar casi siempre cómo nos educamos
para construir un mundo mejor. Y nuestra reunión de filósofos, puesto que buscan
saber, no es ajena al mundo en que vivimos ni mucho menos.
No
sabremos nunca si el tema elegido tuvo que ver con la predisposición que ayudó
a crear el ejercicio filosófico previo con que el moderador quiso aquel día
comenzar: “yo soy…, y el momento feliz más reciente que he vivido ha sido…”.
Reparad en que se pedía el último momento, ya que nadie, que sepamos, es feliz
de un modo simple durante mucho tiempo seguido. Sea como fuere, recopilar el
último momento feliz ha de disponer algo el espíritu para mirar al futuro con
algo más de optimismo, algo que es inseparable, puede ser, del hecho de educar.
O bien, acaso ¿podemos separar la naturaleza del educar mismo de la pretensión
alcanzar algún objetivo, de la esperanza de avanzar? ¿No sería una
contradicción en los términos o, como mínimo, un serio contratiempo educar sin
confianza en educar?
Estos
momentos felices que te brindan los participantes de aquél café filosófico son
para ti y para que los recuerdes ilustrados con tus propios momentos fugaces de
felicidad, que también los has tenido; y que sepas que es posible tenerlos, por
si alguna vez lo olvidas porque estés más abatido. Así, momentos de amistad que
se reviven y actualizan a través de un reencuentro con alguien que hacía tiempo
que no veíamos; viendo un partido de fútbol toda la familia junta, mira qué
sencillo; vino tu nieto, tu hijo, tu padre, tu abuelo, tu persona familiar, y
ese día ya no fue como otro día; y siguiendo con la familia: es un momento insustituible
cuando todos tienen salud y están en compañía unos con otros, en torno a una
chimenea, por ejemplo, alrededor de una conversación; por ejemplo, mi mujer se
encontraba un poco mejor ese día, tenía algunos pocos menos dolores en el
cuerpo; había sido papá y lo había notado muchas veces, pero llegué del trabajo
y noté que era papá. Y el resto de participantes que llegaron algo más tarde y
no pudieron añadir a nuestra lista, a la que tú puedes sumar los tuyos propios,
momentos pasados que te alivien el presente cuando creas que pesa demasiado y que
no levantarás cabeza.
Con
el objeto de que podáis seguir mejor el hilo de lo que allí pasó, os servirá,
eso espero, este simple esquema: la indagación se encaramaba a cada paso a lomos
del vaivén que oscilaba entre qué es educar y para qué educar,
pasando por el cómo educar bien, que contenga un equilibrio sin
el que hoy día no sería posible educar a satisfacción de la mayoría de nosotros
que vivimos en la época en que vivimos; sobre todo el grupo como grupo insistía,
a través de las discrepancias, en la importancia de evitar el peligro de caer
en los dogmas del educador, o bien, en el otro extremo que conduzca a la
desorientación del educando; un equilibrio dificultoso, pero necesario. Y,
aunque ya un café filosófico de la temporada pasada, en otro escenario y
partiendo de otra perspectiva, llegó a una similar conclusión, podréis
comprobar cómo en este caso nuestra reunión de hoy nos servirá para caminar un
poco más lejos. Nunca en la vida existen dos ocasiones iguales, ni, por tanto,
dos cafés filosóficos iguales aunque se trate la misma cuestión. Basta que sean
personas diferentes, basta que sean momentos distintos, aún con las mismas
personas.
-Educar es inculcar en el educando un determinado orden
social –dijo la tesis.
-También puede la educación ofrecer alternativas, valores
alternativos –contestó la antítesis.
-Pero, ¿de dónde lo sacas?
-Del mundo que te ha tocado vivir.
-Entonces…
La tesis
parecía salir más airosa. El contexto, el orden social -sabemos bien-, marca
mucho, pues, como mínimo, es de donde extraes contenidos que luego trasmites a
tu hijo, a tu alumno. Recordaron los participantes, entre varios de ellos, la
novela de moda no hace tanto, primera de la serie Milenium -ya sabes-, que
mostraba algunos hombres que no amaban mucho a las mujeres. Se referían a los personajes
del padre y de su hijo, de tal palo tal astilla. Pero un educador y padre, que
asistía aquella tarde por primera vez a nuestra reunión fue capaz con precisión
de cirujano de definir, contraponiéndolo, aquello que está inscrito en la
manera de entender a la educación a lo largo de nuestra tradición desde
antiguo: “educar consiste en desarrollar las potencialidades del educando”,
echando de paso un capote a la antítesis. Pero, se contraataca, ¿esto es
siempre bueno? ¿Y si hay potencialidades, que desarrolladas, pueden ser
dañinas? El libre albedrío, en el caso de un niño, ¿es siempre bueno para él? Pongamos,
así pues, a la libertad, el que la persona acceda a ser ella misma, solamente como
un objetivo. ¡Resuelta la perplejidad! Porque esto no significa que no sea necesario
esforzarse ni ejercitarse; habrá también que corregir y corregirse uno tantas
veces como haga falta. Ha quedado, por consiguiente, bastante claro que la
tarea de educar no es separable de los objetivos que han de ser trazados. Por
tanto, qué es educar no se puede desprender fácilmente de para qué
educar. Ni esto es indiferente de los medios que hayan de emplearse para
ello.
¿Cómo
educar bien? ¿Cómo podremos impedir manipular al educar? -Ofreciendo una
suficiente diversidad de fuentes. -Sí, yo le educo para que sea libre, pero el
mundo que nos rodea muchas veces está atrapado por el “pensamiento único”
(dominante) que impone, por ejemplo, el ideal vital del consumo a ultranza
como forma de realización humana. Pero –se replica-, ¿es tan dominante dicho
pensamiento? No todos estamos imbuidos de igual manera en el consumismo voraz e
inconsciente. Es posible mostrar otras vías, otros estilos de vida, aunque,
puede ser que sea cierto que, siempre, trasmitimos un estilo de vida, algo del estilo
de vida que está en la parrilla de salida de aquél que educa. Esto es irremediable.
Entonces, ¿cuándo se adoctrina? ¿Cuándo se manipula lisa y llanamente? Educar
es siempre moverse en este singular filo de la navaja: trasmites para educar y
educas trasmitiendo. Analicemos un ejemplo cotidiano de muchos hogares
actuales: “qué zapatillas comprarte”. Que sean de marca o que sean unas
zapatillas que te sirvan. Dilema simple que, desde el principio, está decantado
pues muchos padres tenderán considerar lo segundo y muchos chicos y chicas sólo
contemplarán lo primero. Tú le informas, tú le explicas, tú tratas de abrirle
los ojos, pero, ¿qué pasa si, a pesar de
todo, el joven prefiere las zapatillas de marca? Para esta escena tan cotidiana
el mencionado participante en el café filosófico, educador y padre, apunta una
idea bien recibida por el resto: no funciona en todos los casos demostrar que
no merecen la pena unas zapatillas de marca, más caras, igual de útiles, sino que
más bien es preferible proceder mostrándoselo. Con paciencia, poco a
poco. Constantemente, manteniendo el pulso que sea necesario, educando, sin
dejarse llevar en exceso ni dejando que otros eduquen por ti.
Ahora
bien, en el pulso educativo, ¿qué fuerzas intervienen? ¿Qué fuerzas concitan
el fracaso, la desviación del educando o el distanciamiento mutuo en el acto
educativo? ¿Cuáles fuerzas lo malogran y cuáles lo dignifican? Dicen: los impulsos,
los instintos, toda aquella fuerza interna del propio educando, resiste mucho; poner
unos límites es bueno a la larga para el propio educando. (Podría
decirse a veces que su propia naturaleza desenfrenada exige dicho límite
externo por parte del que educa, que incluya algún no de vez en cuando).
Así, quizás obtendríamos una personalidad más libre, con más autonomía, con más
autocontrol. Defienden, por tanto, los integrantes de la discusión, un pulso
amistoso y no violento; no reprimir, sino orientar. Y luego, están las fuerzas
externas al propio educando: el educador puede volverse intransigente en su
visión de la educación, inclusive de una educación libre. (Igual que la razón
puede convertirse en dogma y dejar de ser razonable). Alternativa constructiva:
tratar de estar abierto, de estar a la espera para no caer en un extremo inasumible
por sus consecuencias deseducativas o contraeducativas.
Sin
olvidar que otra de esas fuerzas exteriores al educando es, como se ha dicho
más atrás, la “realidad existente”, que no es una redundancia decirlo así, pues
la realidad es tozuda y no puede obviarse, pues no depende tanto de nosotros
como pueda depender una realidad imaginada o fantástica. Si te sirve que hablemos
de las “circunstancias”, a las que se refería Ortega y Gasset en su famosa
frase, pues eso mismo, nos referimos a la realidad de nuestras circunstancias. Hay
circunstancias sociales y también naturales que ponen límites a lo que puede
hacerse y a lo que se puede ser. Ya sabéis lo que se puede decir de alguien que
no asume el principio de realidad. Ya sabéis lo que Sigmund Freud venía a
decir de dicho principio. Y llevado al ambiente doméstico de la educación
diaria de nuestros menores de edad (que no tienen que ser pequeños de edad): es
importante que sepamos decir “no puede ser”, “no podemos”, “lo siento, pero no
posible”; que la realidad se impone. Por eso, muchos piensan que es un poco más
difícil educar en tiempos de abundancia, donde aparentemente tenemos de todo y
no ha costado aparentemente trabajo tenerlo.
¿Y
qué podemos hacer con el hecho de que hoy día proliferen y convivan juntas
tantas maneras de entender la educación sobre las no hay consenso? En muchas
ocasiones, inclusive, son contradictorios los modelos educativos que conviven y
que se les presentan a nuestros jóvenes (en la escuela, en cada medio de
comunicación, en cada familia…) ¿Es esto una ventaja o es un inconveniente?
Tiene ventajas y tiene inconvenientes. Y, ante tal situación, ¿cuál puede ser
la función de la educación? Ayudar a elegir, ayudar a discriminar entre tanta
información, ayudar, ayudar, orientar, orientar. Ni sólo un camino vale, ni
todo vale.
El último párrafo es fundamental para entender el tema, enhorabuena por ese café filosófico, espero vernos y comentar mejor todo esto. Un abrazo.
ResponderEliminarTambién me gusta la idea de no olvidarnos de aplicar el principio de realidad: "niño, no puede ser". La crisis lo va a poner más fácil, en ese sentido: habrá cosas que sencillamente no se podrá.
ResponderEliminarPues sí, nos veremos pronto. Este año tenga ya ganas de empezar. Recojo tu abrazo y lo multiplico por dos.