26 de octubre de 2012, Sala de biblioteca,
17:00 horas.
“Somos capaces de comunicarnos, si somos capaces de comunicarnos con todo, todo tipo de personas, en todo tipo de situaciones y contextos” (Prudencio Cabezas).
Silogismo de un eslogan publicitario de hace unos años: “La vida es móvil, móvil es vodafone, por tanto, la vida es vodafone”.
Lo sucedido aquel día tenía algo de insólito. Y este
cronista no puede evitar subrayarlo. Todo un acontecimiento filosófico. Y no por
el número de participantes (más de veinte personas se pudieron contar), sino
porque justo antes de la hora del encuentro estaba lloviendo a mares. Lo más
lógico era que no pudieran acudir muchas personas. A nadie se le escapa que
primero hemos de atender a lo inmediato, nuestras necesidades más perentorias,
en este caso, un buen sofá al abrigo de la lluvia, y, luego, algo así como la
mediación racional, general y crítica que caracteriza a la perspectiva
filosófica. Pero no, allí estaban, una apabullante presencia de alumnas y
alumnos, acompañados de algunos profesores y profesoras, junto a otros
veteranos del encuentro. Lo subrayamos: jóvenes en su mayoría, por la edad, y
jóvenes por su vitalidad personal, dispuestos a echar un rato de indagación
filosófica. ¡Sin tener nada mejor que hacer!
-Pero, ¿no decías que la filosofía no estaba de moda?
-No. Creo que siempre he dicho que la filosofía no está de
moda, pero que se va a poner de moda.
El
ramillete de expectativas que traían era amplio, pero la curiosidad que les
llevaba a querer saber de qué iba un encuentro de este tipo podía multiplicarse
tranquilamente por más de cinco. Buen comienzo, pues debéis saber que el
filosofar es un asunto erótico: el filósofo no es un sabio ni un ignorante,
sino que desea saber, y siente hacia ello una atracción irresistible. Así lo
cuenta Platón en su famoso Banquete. Y valía para todos los que allí
estaban aquella tarde. El moderador comenzó, como era obligado, explicando el
origen y el aspecto general de un Café filosófico. Las reglas eran sencillas y no
se hubieron de recordar ni una sola vez, a pesar del gentío congregado
alrededor de varias mesas adosadas, donde sostener el café y las infusiones que
se tomaron y sus correspondientes pastas. ¿No lo sabíais? Si no, para qué el
nombre.
El
problema de la incomunicación compitió fuertemente con la manipulación,
y la propia filosofía aparecía como tema, y no sólo como un camino (méthodos),
una metodología para facilitar nuestro encuentro. Si hubiera sido el tema más
votado, lo más deseado, eso ya hubiera sido aquella tarde el paroxismo filosófico.
Así que, por suerte, la reunión renunció a la meta-filosofía y se dedicó a
indagar por qué, habiendo ahora tantos medios para comunicarnos, a veces no nos
sentimos mejor comunicados. Este fue el leitmotiv conductor. Pero sólo un
lado de la cuestión, porque no todos los participantes, ni mucho menos, se
sentían más pero no mejor comunicados. Sobre todo, la mayoría de los jóvenes en
edad. Y como no estaban allí los adultos para corregir nada ni para abusar del
principio de autoridad, el dardo erótico lanzado al tema, en forma de pregunta,
no podía ser la de antes ni tampoco la de después, aunque fuera más neutra:
¿nos comunicamos? Ahora bien, como podemos comunicarnos y no entendernos, pero
no lo contrario, quedó muy bien perfilada la pregunta que interesaba a todos,
la que debía dirigir nuestra investigación. Como veis, supuso un intenso
trabajo dar con ella. Y lo merecía. En realidad, aprender a preguntar es lo más
delicado y también lo más decisivo para poder acceder a algunas respuestas.
¿Podemos
entendernos hoy día? ¿Es más fácil entenderse hoy día, en la era de
información y la comunicación? Como podéis observar, salía a la palestra la
posibilidad de entendernos, pero sobre el fondo de las formas actuales de
comunicación. Pujantes, extensas, intensas, sociales, individuales, penetrantes
(lo individual en lo social y lo social en lo individual), el teléfono móvil,
el mundo a la mano, con Internet, con WhatsApp, el acceso fácil y rápido
a las telarañas inmediatas de las digitales redes sociales…, la democracia
comunicativa en un clic, el sueño de algunos ensoñadores del futuro… ¿Es más
fácil entendernos estos días del tiempo en que vivimos? En días como hoy.
Veremos. Comienzan, así pues, las hipótesis que debían someterse a prueba: es
más fácil dependiendo del tema (si es más superficial o más complejo), dependiendo
de la persona que utilice tales medios, si la otra persona con la que comunicas
es ya conocida de ti; si está lejos en el espacio, mejor que cerca se comprueba
la utilidad de la máquina. Pero ninguna hipótesis de prueba afectaba al medio
utilizado. Con unanimidad, caminan los asistentes aproximadamente por el mismo
sendero.
-El medio no lo impide, no impide entenderse.
-¿Eso quiere decir que los dispositivos técnicos lo facilitan?
-inquiere el moderador.
Y se
procede, entonces, a problematizar la tesis dominante. Y parecía, por momentos,
que su poderío comenzaba a tambalearse. Tanta cantidad de medios y tan rápidos
disminuye a veces la calidad informativa, se dijo. Podemos llegar a saturarnos
y, en consecuencia, a implicarnos menos, a insensibilizarnos, se apostilló. Y
se recuerdan aquellos casos, no tan escasos, de personas que siendo muy
competentes en la comunicación digital, manifiestan graves carencias respecto a
la comunicación personal cara a cara. Uno de los participantes adultos menciona
un artículo de Juan José Millás, en donde se cuenta la historia cotidiana de dos
personas que no se dirigían la palabra durante una cena, hasta que una de ellas
recibe una llamada de teléfono móvil de la otra e inician una animada y fluida conversación.
¿Por qué sucede todo esto? ¿Qué significa? ¿Facilitan los medios el
entendimiento o lo perjudican? Y nuestros participantes concluyen que si la
comunicación mediada técnicamente está al servicio de la comunicación
directa y personal, entonces sí que lo facilitan. De lo contrario, emergen
determinadas patologías de la comunicación.
El diálogo
cara a cara, que incluye el lenguaje no verbal, y además de la audición y
la visión no virtuales, incluye también las sensaciones provenientes de los
demás sentidos, relegados en una comunicación mediada técnicamente, se estaba
erigiendo en el modelo para medir la calidad comunicativa. Esto no se
cuestionó durante todo el tiempo que duró la investigación. Y sin embargo,
podría ser cuestionado como todo, filosóficamente hablando. ¿No plantea
problemas la comunicación personal de toda la vida? Si algunos lectores o
lectoras estuvieran interesados en esta otra línea de examen, que ni se vislumbró
aquel día, puede remitírsele a otro café filosófico ya celebrado en otro lugar
sobre la comunicación humana. Pero, sigamos con el hilo de la madeja que
llevábamos.
En
numerosas ocasiones se pierde nuestro propio mundo interior. (Fue uno de
los hallazgos de la reunión). Cuantos más medios diferentes haya y se usen más intensamente,
menos oportunidades tenemos de cultivar nuestra vida interior. Y esto parecía a
los reunidos un riesgo demasiado grave, excesiva pérdida. Se proponen
dos casos de verificación: a) alguien que enciende la televisión para sentirse
acompañado; b) alguien que ha utilizado prolongadamente la tecnología WhatsApp:
continuamente recibes tantos mensajes, tantos contactos que reclaman de ti una
atención constante, que, por favor no los descuides, ellos te lo imploran y te
lo exigen. (¿Estás como abducido?). En estos casos, analizaron nuestros
participantes, los medios ya no son medios a tu servicio, sino que se
convierten en fines en sí mismos, son tu amo y tú eres su servidor. Despejan
así un rasgo muy de nuestros días y que muchas veces pasa desapercibido: los
medios convertidos en fines, donde las metas y valores son sacrificados en aras
de una vida tecnificada. En estos casos, los medios técnicos de comunicación ya
no favorecen el entendimiento humano. ¡Y no depende de la edad, a cualquiera le
puede pasar!
Se
impone así en el grupo, de un modo natural, la necesidad de desconectar.
Están todos de acuerdo. Subrayan la importancia de la habilidad personal para
saber desconectar, de vez en cuando sentirte libre, cuando sea menester, que
también puede que sea una de la habilidades sociales digna de aprender en
estos tiempos, tan plagada como está de inmensas y omnipresentes nuevas redes
sociales digitales.
Quisieron
luego continuar la discusión: ¿todo reside en el buen uso o el mal uso que se
haga de un medio técnico? ¿No puede existir un artefacto que no sea bueno en sí
mismo? Si todos los medios técnicos de cualquier tipo son útiles, ¿no olvidamos
la utilidad de lo inútil? Deseaban seguir, no se conformaban con la playa
alcanzada. Querían pasar al otro lado de la isla por ver sus playas, niños
curiosos y admirados del mundo en que vivimos. Pero había pasado el tiempo y
preferíamos mantener para la siguiente ocasión el deseo anhelante e intactas
las ganas.
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