5 – Nueva transición democrática
—Pero, ¡a dónde vamos a parar! ¿Está
usted proponiendo el final de los partidos políticos, el final de la
democracia? —Si usted iguala ambas cosas… Para empezar, los partidos políticos
son, quizás, las instituciones políticas menos democráticas que tenemos. Con
sus propios mecanismos internos —no escritos ni confesables— de ascenso hacia
la cúpula del poder en el partido, con su disciplina de voto, con la ausencia
de discrepancia por mor de la santa gobernabilidad, con la previsibilidad de sus
discursos, y su conservadurismo (conservar el poder a toda costa, todo el
tiempo que se pueda) sean de izquierdas o de derechas —por cierto, una falsa diferenciación
ideológica que sirve para dirigir el voto hasta la urna de su propio partido
cada cuatro años—, y hay más…, con sus listas cerradas y repleta de candidatos puestos
ahí e ignotos para el pueblo, con un sistema electoral a su servicio… ¿Quiere
más? Hay más, por desgracia. Pues bien, el pueblo está pidiendo una democracia
más real, una democracia al servicio del pueblo y a favor del bien común. Una
nueva transición política, podríamos decir, si hablamos de nuestro país.
Un cambio radical en la forma de entender y de hacer política, que la de ahora
se está viendo a las claras a quiénes sirve dócilmente (a la luz de esta crisis
de la economía virtual de los “mercados financieros”, que ha arrastrado a la
economía productiva al haberla hecho depender de ella y haberla convertido en
menesterosa de su graciosa “confianza”), si hablamos de la esfera
supranacional. Hace falta la inclusión de nuevas personas con una manera
diferente de gobernar: la mayoría de los políticos de profesión, que llevan
tantos años metidos en la política, han quedado moralmente inhabilitados, por
acción, dejación o acomodación. Es por ello que el pueblo exige savia nueva. En
nuestro ámbito, hemos pasado hace algunos años de la dictadura a la democracia,
pero ciertos usos y costumbres de la etapa anterior parecen haber pervivido. Y
si no, fíjense en los mecanismos de corrupción con que nos amenizan cada día
los medios de comunicación. Nos resultan familiares. Algunos llaman a lo que se
necesita una nueva cultura política, nosotros preferimos hablar de educación
política, que es también educación ciudadana, comenzando por los que han
obtenido alguna responsabilidad pública, los que están más arriba en el poder,
que habrían de ser modélicos y no lo contrario. Y si el pueblo no exige lo que debe
ser —que ya se sabe desde siempre lo que es—, no habrá nada que hacer. Democracia
del pueblo, para el pueblo y la humanidad, más directa, más participativa, con
mayor implicación social, sin permitir lo más mínimo que otros gobiernen por
nosotros sin nosotros. Y es educación política porque, aunque cueste algo de
trabajo, las costumbres, igual que se crean se pueden re-crear. Las malas costumbres
—dice el pueblo— se adquieren pronto; y es cierto, a las malas prácticas
habituales no es fácil sustituirlas, hay inercias difíciles de reconducir, pero
se puede. ¡Vaya si se puede! En otras ocasiones se ha podido; aunque ha de ser
entre todos nosotros. Ciudadanos vigilantes, activos…
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