Café Filosófico en Vélez-Málaga 5.4
21 de noviembre de 2013, Cafetería Niza,
18:00 horas.
Yo le he ganado ya al mundo
mi mundo.
La inmensidad
ajena, de
antes, es hoy
mi
inmensidad.
Juan
Ramón Jiménez
¿Nuestra libertad tiene límites?
Estábamos
allí, muchos jóvenes y algunos adultos para continuar indagando
filosóficamente. En la popular
Cafetería Niza de Vélez-Málaga, después de una mañana muy filosófica, pues ésta era nuestra manera de celebrar el Día Mundial de la Filosofía, auspiciado por la UNESCO: una tempranera lectura filosófica de la Apología de Sócrates y un café filosófico vespertino. La lechuza de Minerva presidía la reunión, en un espacio que ya no era para fumadores, pero lo había sido.
Cafetería Niza de Vélez-Málaga, después de una mañana muy filosófica, pues ésta era nuestra manera de celebrar el Día Mundial de la Filosofía, auspiciado por la UNESCO: una tempranera lectura filosófica de la Apología de Sócrates y un café filosófico vespertino. La lechuza de Minerva presidía la reunión, en un espacio que ya no era para fumadores, pero lo había sido.
Allí
estábamos no ya para vivir, sino para pensar juntos cómo vivimos. ¿Hay algo
que me guste especialmente del mundo en que vivo? Algunas veces es más
fácil referirse a lo que no nos gusta. Nada que reprochar, en estos tiempos difíciles
en que vivimos. Pero es muy saludable apreciar que hay muchas cosas que también
merecen la pena en el mundo en que me ha tocado vivir. Y así comenzó la ronda
de presentación de los asistentes, previsiblemente respondiendo a la pregunta
que traía el moderador. Sin embargo, subrepticiamente, las respuestas se
deslizaban continuamente hacía lo que me gusta y no lo que me gusta del mundo
en que vivo. Es diferente, y está conectado, pero hay que distinguirlo: lo que
me gusta de mi vida y lo que me gusta del mundo en que vivimos. Soy capaz de
salir de mí o no lo soy. Mi mundo está en el mundo, pero no es el mundo.
Un poco de objetividad puede venir bien de cuando en cuando. Así que, aunque en
el fondo siempre hablemos de nosotros mismos, sabré mejor lo que procede de mí
y lo que me ha sido dado, que además puedo compartir con otras personas.
Hay
que decir que los participantes apuntaban certeramente, cuando se empeñaban una
y otra vez en hablar de sí mismos. Nunca hay que desdeñar la intuición de un
grupo de personas. Era muy relevante, no ya hablar de las mimbres que nos vienen
dadas por la vida para construir el cesto de nuestra vida, sino del partido que
cada uno de nosotros sabemos sacarle a dichos ingredientes no elegidos, puesto
que allí, aquella tarde, se iba a investigar juntos sobre la libertad (¡!) Ellos
“ya lo sabían”. Y este vaivén desde el nosotros a lo dado más allá de nosotros,
y vuelta, siguió presente organizando toda la discusión.
Había duros competidores temáticos (el todo vale,
la vida tras la muerte, el compartir, el lado bueno de las
cosas), pero acabamos preguntándole a la libertad y no a otra cosa, si su
entrega a nosotros era total o se reservaba algo para sí misma. ¿Nuestra
libertad tiene límites? Como punto de partida, de un modo tácito, estaba
claro para el grupo que no somos del todo libres —podríamos llamar a esto libertad
absoluta—, ni tampoco nada libres —es decir, que estamos totalmente determinados—,
de ahí que el planteamiento sobre los límites de nuestra libertad
parecía bastante sensato, ya que no somos capaces los seres humanos de aseverar
con total certeza ninguno de los dos extremos. La vida humana es posible que
transcurra en su franja intermedia, entre la inmensidad ajena del mundo y mi
propia inmensidad sentida. Veremos a ver.
—Mis padres mi limitan mucho —afirma una joven
participante.
—No, cuando te limitan ahora, es para abrirte
posibilidades futuras —le replica uno de los participantes adultos.
—La auténtica libertad ha de medirse por lo que
hacemos, por lo que nos lleva a hacer. Si los efectos que se producen, a consecuencia
de mi libre decisión, son negativos o dañinos, entonces no sería una buena
libertad.
Los participantes se apremian a distinguir entre
libertad de pensamiento (interior) y libertad de expresión (un modo de libertad
externa), y, con lo dicho, ya nos había aparecido un límite de la libertad. La
libertad exterior es obvio que tiene frecuentemente muchas limitaciones, pero
ahora también la libertad de pensamiento, pues habría de contener ideas
adecuadas y no lo contrario.
Pregunta el moderador:
—Si no puedo manifestar mis ideas, ¿soy libre?
—De ninguna manera —se responde—. ¿De qué serviría? No
podría plasmarse de ningún modo, y sería como si no existiera.
otro límite suyo: estar bien informado. En general: estar bien preparado para hacer un buen uso de tu libertad, es un requisito imprescindible —se subraya—. Pero ¿cómo saber que uno está bien preparado?
—Observando las reacciones de los demás a tus
propuestas.
—Sus expresiones.
—(De nuevo): las consecuencias o efectos que provoca.
—Si se produce una parálisis del pensamiento y no
puedes ir más allá.
—Y, nunca estamos preparados del todo. Es un proceso
que nunca acaba.
Hace notar el moderador que los argumentos están
llevando a salir fuera de nosotros mismos, de nuevo, así que sugiere analizar
si uno deja de ser libre, aún cuando los demás no aprueben lo que decimos.
—No se deja de ser libre. Incluso, el error tampoco lo
impide. Además equivocarse es bueno y necesario.
—Y la creatividad, ¿dónde quedaría?
—¡Eso es! ¿En dónde quedaría?
Madura un poco más esta idea entre los concurrentes y
el moderador considera que puede ser una buena manera de probar nuestra
libertad dentro de sus propios límites, a través del análisis de la
acción creadora, por si acaso fuera ésta un campo de pruebas idóneo. En su
seno, quizás fuera posible el equilibrio entre libertad interior y exterior…,
donde los seres humanos, aunque no seamos libres, seríamos libres siquiera un
instante. Y se nombran ejemplos de actividades creativas, como la música y la
pintura, los momentos en que el artista cede el lugar a su inspiración y produce
algo nuevo (o el espectador lo aprecia). Inexistente. No deducible de lo
anterior. Una fuga en el corazón mismo de la inmensa, supuestamente, determinación
del mundo. Algo no previsto, único y precioso. Una existencia desprendida de la
Existencia. Un ente desglosado del Ser. Ahí, en ese instante, no habría
límites.
—Con las mimbres que se ten han dado.
—Juegas tu partida con las fichas que ha repartido para
ti la suerte.
—Una partida que es única. No hay otra igual. Es la
tuya, diferente a la que jugaría cualquier otro jugador con idénticas cartas.
—“He arrancado al mundo mi mundo” —apostilla, citando
de memoria, una participante adulta.
Preciosos momentos presentes en los que se jugaría la
vida humana, en el interregno de la ilusoria dualidad que media entre la
libertad total y el límite absoluto. El momento más libre, más real, tanto que
nada ni nadie podría arrebatártelo. Con esta satisfacción del vivir, el grupo
se sintió —en líneas generales— bastante aliviado y contento, de manera que al
moderador le pareció un buen momento para dar por finalizada la discusión —no
el tema, obviamente, que quedaba abierto y activo en la mente de cada uno de
los participantes—. Aquella tarde en que pudimos palpar un poco de la libertad,
saboreando algo de su néctar a través de la consideración del acto creador…, de
tu propia vida.
Libremente fui a mi primer café filosófico y tras la charla libres son los pensamientos, al menos en un tiempo acotado.
ResponderEliminarY pueden volver a renovarse...
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