Café Filosófico en Vélez-Málaga 5.8
16 de mayo de 2014, Cafetería Bentomiz, 17:30
horas.
“La guerra
(“pólemos”) es el padre de todas las cosas, a unos los hizo dioses y a otros
los hizo hombres" (Heráclito).
“No queremos
hacer frente a estas cosas, queremos encarar el hecho de que nosotros somos los
responsables de las guerras. Charlamos de paz, nos reunimos para celebrar
conferencias, nos sentamos en torno a una mesa y mantenemos debates; pero
interiormente, en lo psicológico, deseamos poder y posición, y nos mueve la
codicia. Intrigamos, somos nacionalistas; nos atan las creencias, los dogmas,
por los cuales estamos dispuestos a morir y a destruirnos unos a otros. ¿Creéis
que semejantes hombres, vosotros y yo, podemos tener paz en el mundo? Para que
haya paz en el mundo debemos ser pacíficos; vivir en paz significa no crear
antagonismos” (Krishnamurti, La libertad primera y última).
“La paz no
es sólo ausencia de violencia, sino la presencia de la justicia (Gandhi)”.
¿Son
justificables las guerras?
¿Sabías que el mejor modo de evitar una guerra, o de
pararla, es tratar de resolver el conflicto de base instalado entre las partes?
Si no lo sabías, o bien no te imaginas cómo se puede llegar a pensar esto —si
“las guerras son las guerras, siempre las ha habido y siempre las habrá”— te
recomiendo que vayas siguiendo de cerca este relato. Un relato que trata de
reflejar las evoluciones de la discusión de un grupo de personas, jóvenes y
mayores, que hallaron algunas respuestas para ti. Parciales y provisionales,
pero, al cabo, respuestas que te pueden valer de algo.
Ubuntu |
“¿Cuándo me he notado siendo uno con los demás?” Momentos
mágicos en los que yo habría sintonizado con los demás y los demás conmigo. Sin
sensación de separatividad, intregrados, siendo nosotros mismos pero
comunicados. Un ejercicio de autorreflexión que no fue siempre tan fácil de
concretar como se pensó el moderador del encuentro. Eso les propuso y esto que
sigue fue lo que dijeron:
—Esta misma mañana, durante el trabajo, se pudo producir un
malentendido y el consiguiente problema. Sin embargo, se hizo una crítica, fue
comprendida y todos se dispusieron a solucionar el problema y, en equipo, a
tratar de prevenirlos en el futuro.
—¡Vaya, es difícil decirlo! Quizá a diario se produzca,
pero no sé…
—Tampoco sabría decir… Me pienso mucho las cosas…
—¿Sueles pensar mucho las cosas, después, durante o antes
de ponerte a hablar con alguien? —pregunta el moderador.
—A menudo…
—Si fuese mientras se está tratando con alguien —quiere
aclarar el moderador—, no se estaría en lo que se está, y ello, quizás, podría
dificultar el encuentro con el otro.
—Así me he sentido practicando deporte: una perfecta
coordinación con los otros jugadores.
—Me ha pasado contando juntos anécdotas con las que nos hemos
sentido identificados. Sentíamos lo mismo.
—A mí, con el grupo que hemos estado participando en un
reciente “taller de escritura”. Durante esas horas me he sentido así, en
sintonía.
—Yo diría lo mismo, pues también he disfrutado, como hacía
mucho, en ese mismo taller. Pero me referiré a un viaje inesperado, una
experiencia compartida que nos llevó, a los que estábamos de viaje, a actuar al
unísono en todo.
—Para mí es suficiente un buen libro, ¿puede valer?
—Claro, el autor también es una persona. Nos ocurre a todos
a veces, cuando encontramos un buen libro.
—¿Coincidir? No recuerdo. Aunque tampoco he sido un héroe
solitario…
—No tengo esta experiencia.
—Claro que sí. Pero, habitualmente, quizás no estemos tan
atentos —como se merece— a estos momentos. O nos pesan más aquellos en que hay
falta de sintonía… (Quiso expresar el moderador).
Aunque se plasmó con fuerza el deseo de tratar el tema de
la compasión, o bien el de la moral, o bien el de la confianza
en uno mismo, la reunión dio un brusco giro al proclamar —en segunda
votación— al tema de la guerra como el máximo centro de interés de aquella
tarde. ¡Menuda responsabilidad! Darle un tratamiento filosófico a tamaña
circunstancia de la vida humana de todas las épocas. Pues no se trata únicamente
de una realidad propia de culturas “incivilizadas”; cuanto más civilizadas,
mayor es su potencial destructor y autodestructor, consiguientemente. ¿Por qué
no aprendemos de la experiencia de las guerras? ¿Pueden ser justificadas las
guerras de algún modo, en alguna ocasión?
Estas cuestiones habían de orientar la indagación, pero
como no ha de estar totalmente dirigido el desarrollo de una reunión como la
nuestra, sino que haya espacio para la espontaneidad y la creatividad, lo
extemporáneo no está fuera de lugar. En absoluto. Nosotros lo amamos, la
sorpresa y lo diferente, lo abrupto y lo nuevo no previsto ni prefabricado.
Nada en nuestra reunión está fuera de lugar, pues estamos en nuestro lugar,
como en casa, cómodos y alerta. ¿Por qué no preguntarnos si la guerra es un
asunto masculino? Uno de los participantes advirtió al grupo de esta
aparente coincidencia. Y dejó a todos asombrados. Así que por este cauce navegó
la discusión en su primera parte. Luego volveríamos a la pregunta sobre la
posibilidad o no de justificar las guerras. Esto pudiera ser que nos diera
alguna clave para poder aprender algo de las guerras padecidas.
—¿Os habéis dado cuenta que, en la guerra, suelen estar
involucrados los hombres mucho más que las mujeres?
—Puede ser. Siempre han tenido más poder. Por ahí puede ir
la cosa.
—En las mujeres, sin embargo, suele estar presente el
sentimiento de compasión —aludiendo esta participante a un café filosófico
anterior, sobre la amistad y sus estilos masculino y femenino.
—Entonces —pregunta el moderador, con ayuda de uno de los
participantes masculinos—, si los gobiernos fueran de mujeres, entonces, ¿ya no
habría guerras?
Esta cuestión introduce cierta perplejidad entre los
participantes, de manera que prosiguió la indagación todavía con más motivo.
—Seguramente, harían lo mismo. Y es por la posición social,
que conlleva defender el papel que a uno le toca jugar. Proveer lo necesario
que corresponda a esa situación de poder.
—Yo creo que habría menos guerras. Las mujeres somos
distintas.
—Aunque fuera por impedir que sus hijos fueran a la guerra,
tratarían de que no hubiese guerras. El amor maternal deja una huella que es
imposible olvidarla y no es algo que un hombre pueda comprender…
—No sé yo…
—La posición social influye pero luego puede haber
distintos estilos (como salió en el café filosófico sobre la amistad).
—Pero entonces, ¿qué les puede llevar a actuar igual,
cuando actuaran igual? —inquiere el moderador.
—Es el poder. El poder ensombrece todo, fuerza a todo. Pues
contiene compromisos que te llevan a cumplirlos y a hacer lo que tengas que
hacer, también la guerra.
—O para lograr más poder, para mostrar tu poder y ser
superior.
—Sí, el poder lo cambia todo. Nos hace igual de peligrosos.
Y una vez encontrada alguna luz sobre la cuestión masculina
o femenina de la guerra, después de este alto,
continuamos nuestro camino: ¿Las guerras son justificables?
—Claro, están las guerras defensivas. Se basan en el
principio de legítima defensa.
Y pregunta un participante:
—De cualquier manera, ¿puede ser la guerra práctica a la
larga? ¿O más bien todos saldremos perdiendo? No lo veo muy racional, la
guerra.
—Pero entonces, ¿qué quieres? ¿Y si pretenden eliminarnos?
—Vale, en algunos casos puede ser la mejor opción y ser
viable.
—¿Y dónde dejáis el sacrificio?
Esta hipótesis de la posibilidad del sacrificio —es
decir, no responder con la misma moneda violenta— introducía un elemento en la
discusión que ayudaría a pensar de otro modo, en este caso, las guerras. Para
esto estamos en un café filosófico, para tratar de pensar de otro modo. Si es
para seguir pensando lo mismo, de la misma manera, mejor ni salir de casa, ¿no
crees? Fue, entonces, cuando se trató de ver qué es una guerra y si solamente
hay guerras con armas.
“Una guerra es una confrontación de fuerzas. Y la guerra es
una forma de conducir la confrontación”. “Los animales también luchan, pero no
hacen la guerra”. Estas dos respuestas fueron muy bien acogidas por el grupo y
la verdad es que resultaron muy fructíferas. Ahora lo verás. Porque ello quería
decir que “la guerra es un asunto humano” y que lo natural es el conflicto, pero
no la guerra. Las guerras son una cosa cultural, una construcción humana.
Ante los conflictos, que son inevitables, que son naturales —y por tanto,
quizás saludables— podemos, entonces, adoptar una respuesta violenta o una
respuesta no violenta (los participantes recuerdan estrategias como las
que usó Gandhi). Si la guerra es una respuesta cultural ante un conflicto, y la
guerra sería tan sólo una manera de resolverlo —o al menos, así lo parece
muchas veces, el único modo, por desgracia; quizás las partes no saben otro—,
también podemos entender, así pues, que pueden existir otros métodos para resolverlo.
Respuestas diferentes. ¿No somos capaces? Aprendamos. Se puede entrenar, pero
antes de nada hay que saber que hay otros modos… Y hay que tener confianza en
que ello es posible. En otras muchas ocasiones ha sido posible. En la historia
hay casos para todos los gustos (con perdón).
De manera que ya sabes: resuelve el conflicto, que es lo
único que existe —lo otro se ha conformado en nuestras horas más bajas, cuando
falta la imaginación y nuestras emociones nos ciegan—. Ser consciente de tus
emociones, sean constructivas o destructivas, te puede ayudar mejor con tus
conflictos, contigo mismo y con los demás. Así que ya lo sabes: para detener o
evitar una guerra —¡lo estáis escuchando, vosotros, los que tenéis más
responsabilidad política!—, enfoca hacia conflicto básico y sus emociones. Si
esto no ocurre, abocados estamos a la guerra, y cosas por el estilo. Mira, si
no, el caso de guerras enquistadas como la palestino-israelí. Esto aprendimos
aquella tarde: el conflicto es inevitable, no así las guerras. Soluciona la
insatisfacción de base y solucionarás tu conflicto. Recuerda cuando te has
sentido uno con los demás… UBUNTU!
Hola queridos amigos del Café Filosófico. Mi comentario para la guerra. Reza un proverbio chino:
ResponderEliminar“Vacía, hermano mío, este barco; vacío navegará ligero.”
En un Café anterior, en el que debatimos sobre la “Crisis”, ya apuntamos al reciclaje. Y creo que éste de ahora conecta con ese. La Guerra, una crisis en nuestras propias emociones. Yo lo sitúo en ese miedo a perder el poder, sea del tipo que sea. Y tomo una frase de Fernando Sabater, que dice así: “el resentimiento es la forma enfermiza en que los débiles construyen una percepción, deformada de la libertad”. Éste tipo de emoción el resentimiento es puramente humana. Construido a partir de nuestras propias expectativas sobre como han de ser las cosas. Suele haber siempre una presencia, la del otro. Al no cumplirse nuestro propósito nos distorsionamos y en lugar de dar salida como dicen los psicólogos de forma asertiva. Lo escondemos y lo convertimos en ira pues nos parece vergonzoso mostrarla (el conflicto), y nos quedamos quietos.
Paralizados sin dejar escapar nada, comenzamos la construcción de un feo edificio lleno de pensamientos más que distorsionados y viciados. Ya hemos comenzado a quemar combustibles altamente contaminantes. Esta ira (a veces necesaria) acabará convirtiéndose en rabia. Y de ella, con un pequeñito empujón pasamos al rencor sobre el que creemos que nos ofendió. Ya huele mal y desprende un montón de sustancias tóxicas por que se está transformando en resentimiento. Vamos que ya estamos a un paso del odio (la guerra), al otro.
Es por esto que nos conviene reciclar en el primer tiempo, y soltar ese lastre que acumulamos. Permitirme que de nuevo viaje al país de los cuentos y a través de una leyenda árabe, soltemos un poco:
“Dos amigos viajaban por el desierto y en un determinado punto del viaje discutieron. Uno acabó dando al otro una fuerte bofetada. El ofendido, sin decir nada, se agachó y escribió con sus dedos en la arena “Hoy mi mejor amigo me ha dado una fuerte bofetada”. Continuaron el trayecto y llegaron a un oasis donde decidieron bañarse. El que había sido abofeteado y herido empezó a ahogarse. El otro se lanzo y evitó que perdiese la vida. Al recuperarse del posible ahogamiento, tomó un estilete y empezó a grabar unas palabras en una enorme piedra, al acabar se podía leer: “Hoy mi amigo me ha salvado la vida”. Intrigado, su amigo le pregunto:
-¿Por qué cuando te hice daño escribiste en la arena y ahora escribes en una roca?
Sonriente, el otro respondió:
-Cuando un gran amigo nos ofende debemos de escribir la ofensa en la arena, donde el viento del olvido y del perdón se encargarán de borrarla y de apagarla. En cambio, cuando un gran amigo nos ayuda o nos pasa algo grandioso, es preciso gravarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde ningún viento de ninguna parte del mundo podrá borrarlo.”
Gracias por poder compartir los pensamientos.
Jesús Nuevo amigo del Café Filosófico
Soltar... soltar... nuestras propias miserias. Así, no las proyectaremos en el otro. Así, seremos algo más transparentes. Veremos lo que es el otro tal como es. Así veremos que no somos tan diferentes. Así veremos que somos bastante hermanos. Habrá conflictos y nos enriquecerán. Buscaremos el conflicto como una forma de amar, y no lo contrario.
ResponderEliminarGracias, Jesús.