Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

lunes, 30 de junio de 2014

Sobre el autoconocimiento

Café Filosófico en Vélez-Málaga 5.9
13 de junio de 2014, Cafetería Bentomiz, 17:30 horas.

  
Te advierto quien quiera que fueres. ¡Oh!, tú que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el tesoro de los tesoros. ¡Oh!, mortal, conócete a ti mismo y conocerás al Universo y los Dioses.

            Inscripción del templo de Apolo en Delfos.

Yo debería verlas [las cosas que existen], apenas verlas;
Verlas hasta no poder pensar en ellas,
Verlas sin tiempo, ni espacio,
Ver pudiendo prescindir de todo menos de lo que se ve.
Es esta una ciencia de ver, que no es ninguna.

Fernando Pessoa, del poema “Vive”.


    ¿Quién soy yo?

¿Cuánto tiempo puede llevarnos descubrir una orientación adecuada de la pregunta “quién soy yo”? Atención: no la respuesta, la pregunta. La más decisiva, pues está referida a ti. ¿Quién eres tú? No se pregunta dónde vives, aunque también; no se pregunta cómo te llamas, aunque también; no se pregunta cuántos años tienes, aunque también; no se pregunta cuáles son tus aficiones favoritas, aunque también. Se está preguntando por ti mismo. Sigue leyendo, pues este relato de lo que dijeron los participantes del último café filosófico de la temporada te interesa para proceder con tino, para que no te marees por ahí dando vueltas en el bosque de la vida. Te ofrecen el primer paso para tu propia búsqueda bien orientada.

De hecho, a los participantes se les pidió, a modo de autoexamen, que comunicasen al resto “aquel valor central en torno al que gira mi vida en estos momentos”. No lo que me gustaría ser o cómo me gustaría que fuese todo, sino lo que es, lo que es operativo en mi vida. Así que el discurrir del encuentro, y aún su contenido, puede que estuviera prefigurado por este comienzo. (Quién sabe). Quizás el propiciador del encuentro condiciona más de lo que a él le gustaría. O quizás sólo trata de ser permeable. La cosa es que se fueron desgranando algunos valores muy apreciados de los allí presentes.

—Mi nieto, por la ocasión que me ofrece de expresar mi amor.
—La justicia social, para ello trato yo mismo de no ser injusto.
—Mis amigos, mi familia, centran mucho mi atención.
—Encontrar mi camino, que ahora se traduce bastante en tratar de encontrar una salida profesional.
—La responsabilidad, actualmente y principalmente hacia mi hijo.
—La paciencia, practicarla constantemente. La paciencia no pertenece a la familia de la resignación.
—Interesarme por el otro. —¿Incluye a los que están en el entorno cercano a ti?
—¿Y tú qué? Nunca dices nada.
—Bueno. Creo lo que dirige mi vida en estos momentos es el intento de conocerme a mí mismo a través de los demás. —¿Tiene esto algo que ver con la organización de cafés filosóficos?

Así que no fue tan raro que el tema del autoconocimiento se impusiera frente al valor de la tradición —parece que nunca será su momento— y al poder de las creencias. El conocimiento de uno mismo… Los griegos de la antigua Grecia, allí donde se concibió el huevo iniciático de nuestro mundo, plasmaron en el templo de Apolo en Delfos lo fundamental: conócete a ti mismo y conocerás al universo y los dioses.

Pero, ¿cómo conocerse? ¿Por qué es necesario conocerse? El grupo vio muy claro que para saber quiénes somos, necesitamos también atender a las anteriores cuestiones. De la primera (la manera de llegar a conocerse), te indicarán el camino al final, como habíamos anunciado; de la segunda tendrás noticia a continuación.

¿Es necesario conocerse?
—Yo me he ido descubriendo quién soy sobre la marcha.
—¿Y cómo se hace eso?
—Simplemente viviendo.
—No ocurre del todo conscientemente. Nadie quiere encasillarse o que lo encasillen. Pero ocurre espontáneamente poco a poco, que te vas conociendo.
—Y no esperéis una cátedra acerca de lo que sois. Simplemente, se trata de ser conscientes.

En este momento una joven participante, que asistía por primera vez al diálogo filosófico, quiso aclarar mejor qué es esto de “ser consciente”. Todo el grupo se lo agradeció bastante. Y eso que ella no sabía que su aclaración traía detrás toda una tradición de filosofía sapiencial. Además, lo que aportó se basaba en una experiencia personal. Había aprendido a identificar por ella misma lo que en cada momento sentía o le pasaba, sin juzgarlo, tan sólo observarlo. Ver, mirar sin juzgar, ser conscientes, esto ya es mucho y es terapéutico. Sin duda, este tipo de perspectiva sobre nosotros mismos la estaréis oyendo por muchos lados. Ahora bien, la filosofía de todos los tiempos (occidental, oriental o de otras latitudes) no se confunde con la autoayuda empaquetada para consumir, usar y tirar; no se confunde con las recetas fáciles, bienintencionadas, frases bellas con que adornar la habitación de nuestra mente; no se confunde con las técnicas del Coaching, tan de moda, pues no es un saber instrumental que se agote en la consecución de objetivos o metas, logros deportivos, laborales o empresariales. Es un saber integral de ti mismo y del mundo, que te puede llevar a ser más eficaz en tus quehaceres cotidianos, pero que no se reduce a ello; pues está referida la filosofía a una actitud vital, que es filosófica. Un modo de vida, como lo era más clara y asiduamente en la antigüedad.

—Pero me doy cuenta de que lo que soy también se me ha dado ya hecho. ¡Y ahora necesito saber si ése soy yo!
—Entonces, ¿por qué es necesario conocerse?
—Para empezar, porque así seremos más capaces de romper con la imagen de los demás que nos hemos dejado poner en nosotros, o bien de nuestra imagen que ponemos en los demás.
—Realmente —afirma uno de los participantes— a lo largo de nuestra vida pasamos por diferentes fases, unas menos reflexivas y otras más reflexivas.
—Sí, y unos evolucionan antes y otros después.
—Cierto.

Pero —se concluye entre todos, después de una breve discusión—, todo el mundo se ha planteado quién era en algún momento de su vida. Quizás, sólo necesita el momento propicio, que puede venir forzado desde fuera (una desgracia, una sorpresa, una injusticia…) o desde dentro alumbrado (una conciencia especial, un aprendizaje, una conversión…). Sin embargo, el verdadero autoconocimiento siempre está ligado al yo interior. Si te importa demasiado tu yo exterior, compuesto, condicionado, parcial, que acumula, que calcula, que posee y que se apega a lo que posee, susceptible, voluble, cargado de miserias y de grandezas ocasionales, que se aísla, se entretiene y vive de narcóticos, si es así, estarás perdido. Esta vía no la sigas. Ellos no te lo aconsejan.

“¿Os conocéis ya?”. Esto les preguntó —al parecer, según contó una de las participantes adultas— el cura a ella y a su pareja en un momento del cursillo prematrimonial. Ella se quedó perpleja. ¿Cómo se iban a conocer ya, tan sólo por llevar varios años de conocerse? ¿Preguntaba este sacerdote por el yo superficial? “Nos vamos conociendo”, dijeron ellos con buen tino.

Pero, el planteamiento del yo interior y el yo exterior suscitó una paradoja en el transcurso de la discusión: la paradoja de la responsabilidad hacia los otros o la traición hacia mí mismo. Paradoja que persiste tan sólo si no me incluyo yo en mi propia responsabilidad. “Tengo que hacerlo”, puedo decirlo desde lo profundo de mí mismo o desde mi yo aparente, que es circunstancial y egoísta. Mi responsabilidad ni me excluye a mí, ni puede excluir a los demás. La pregunta “quién soy yo”, se refiere, así pues, a mi yo interno, mi yo profundo, mi yo real, que nunca es excluyente. Lo otro, lo externo, lo superficial, las apariencias son encrucijadas del camino, en las que he de tomar decisiones. Por ejemplo, para saber decir no cuando haya que decir no, y decir sí cuando hay que decir sí. El ahora es el momento, es el único momento. ¿Quién soy yo, entonces? Habíamos efectuado el trabajo previo de desbroce, para que tú no te desorientes, no extravíes tu búsqueda, que es tuya, pero has de saber que hay caminos prácticamente impracticables.


Tengo un cuerpo, pero no soy mi cuerpo. Puedo ver y sentir mi cuerpo, y lo que se puede ver y sentir no es el auténtico Ser que ve. Mi cuerpo puede estar cansado o excitado, enfermo o sano, sentirse ligero o pesado, pero eso no tiene nada que ver con mi yo interior. Tengo un cuerpo, pero no soy mi cuerpo.

Tengo deseos, pero no soy mis deseos. Puedo conocer mis deseos, y lo que se puede conocer no es el auténtico Conocedor. Los deseos van y vienen, flotan en mi conciencia, pero no afectan a mi yo interior. Tengo deseo, pero no soy deseos.

Tengo emociones, pero no soy mis emociones. Puedo percibir y sentir mis emociones, y lo que se puede percibir y sentir no es el auténtico Perceptor. Las emociones pasan a través de mí, pero no afectan a mi yo interior. Tengo emociones, pero no soy emociones.

Tengo pensamientos, pero no soy mis pensamientos. Puedo conocer e intuir mis pensamientos, y lo que puede ser conocido no es el auténtico Conocedor. Los pensamientos vienen a mí y luego me abandonan, pero no afectan a mi yo interior. Tengo pensamientos, pero no soy mis pensamientos”.

Ken Wilber

No hay comentarios:

Publicar un comentario