Preguntar por la
naturaleza humana –en la era de la ciencia y la tecnología– ha
de llevarnos con frecuencia a recoger confortablemente los resultados
de las ciencias humanas y naturales. Y con ello ya obtendríamos una
prolija recopilación de datos acerca de lo que somos. Sin embargo,
por muy necesario que esto pueda parecer, por muy conveniente que
resulte disponer de la última información registrada por la
neurociencia o la antropología, evitando el riesgo de tratar de
responder a la pregunta qué somos sin el asidero de los
hechos –hasta el momento– contrastados empíricamente, tan sólo
estaríamos situados en la superficie visible de nuestra naturaleza.
Incluso, diríamos, en la superficie de la esencia del universo. La
pregunta por la naturaleza humana –qué soy yo– necesita acudir
al fondo de lo que yo mismo soy –quién soy yo–, y no
solamente cómo somos, mis variados y cambiantes modos de ser,
nuestras características observables, también desde la perspectiva
de lo estudiable científicamente.
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