Chantal Maillard
Con
tanta razón nos empeñamos en llenarnos de emociones. Ser también
así de inteligentes. Porque inteligente es el abrazo y mirar más
allá del reflejo en la pupila y escuchar unos de otros. Es
inteligente palpar la piel... tu propia piel como de otro, la de otro
sentirla como tuya. Pero en la forma había temores. El riesgo de
clavarnos en un muro y que nuestra piel permanezca yerta, que
acartonada y dura no deje libre el hueco de algún poro. La
depreciación de los valores: el amor es un rojo corazón de dígitos
y la amistad un impuro seguimiento en una red de nada. Temíamos
descuidar la mente y descuidar mi cuerpo, que el mundo limitara al
norte con una pantalla dirigida a más pantallas, infinitas... de
suma cero. Temíamos. Y sin embargo los
planetas no han dejado por eso de girar. Ahora que vivimos
confinados, qué extraño es todo esto, realmente qué extraño.
Éramos esclavos libres y ahora somos libremente esclavos. Qué
extraño, qué extraño es todo esto. Fuera arrecia el viento,
aguerrido y fortachón, retándonos, mientras la lluvia se acomoda a
nuestro lado, con su inconstante monotonía y su natural apremio sin
dobleces. No lo comprende el viento pero la lluvia nos encalma. Por
eso ruge primero al ritmo de león y luego de la hiena. A veces se
frena delante de nosotros y nos asusta, seguro de habernos
trasplantado el ruido anterior y los rugidos. Alardea. Para él no
hay resquicios en la mente. Se cuela y nos asusta. Ahora sopla dentro
el vendaval. Qué extraño es todo esto. Escapo hasta la ventana y
compruebo que el sol y la invisible luna... no hemos dejado de girar.
Respira el día.
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