Imagen | Ignacio Bosque
La
lluvia nos encalma, ahora que es domingo por la mañana y amanece.
Ahora que nada hay que hacer y todo ha sido ya saldado. El cuerpo su
sueño y, su digestión de la intemperie atrasada, la mente
subconsciente. Integrada la posibilidad de vivir
a nuevas. Pero toca levantarse... Hay que volver a hacer para
poder volver a hacer. Dura poco la quietud, la breve sensación
liberada se agota en sí misma, por la reproducción diaria de los
sucesos ficticios. La lluvia transfigura, de improviso, todo el
acontecer en algo fastidioso y evitable. Ay, si pudiera llover ahora
sí ahora no. El aguacero va calando en los huesos, el esqueleto de
la costumbre, rehaciendo el edificio de los deseos. Aquella infancia
que juega, toma conciencia y juega con todas las posibilidades
abiertas. Silencio... En un instante sin tiempo, el planeta se siente
concernido y ha lanzado su órdago extra-ordinario. La infancia
recuperada. Mientras se estrellan contra la acera las canales, restos
de una lluvia intempestiva, el calor autógeno del cuerpo nos
envuelve con su manta. El secreto desnudo de todos los olores.
Estamos tan a gusto. Y despertamos a la memoria. No hay nada que
tengamos que hacer, salvo a la vida dejar vivir. El suave precipitado
va liberándose de su fuente, cada gota en cada célula se vuelve una
aliada. Nada hay que hacer que deba ser hecho, salvo respirar...
Descansamos con el planeta.
Publicado en HomoNosapiens
Publicado en HomoNosapiens
No hay comentarios:
Publicar un comentario