Imagen | Iñaki Basoa
Con la bruma de la tarde ha llegado el último tren a casa. El rojo y el azul se han escapado del arco iris, queriendo ser los colores mejores. Una revuelta en toda regla, porque los demás colores mezclados, como el violeta o el naranja, también se representan a sí mismos, creen que son el mejor aspecto del reino. Y ninguno se acuerda ya de la abandonada, desvencijada, carcomida, a punto de derrumbarse cúpula celeste. El último tren ha llegado y permanece estacionado unos meses delante de la entrada. Los animales y las plantas no caben de su gozo… El núcleo aguza su oído, atento a los movimientos de la superficie, por si debe resistir unos grados la rotación acostumbrada. Los usos y abusos de algunos metales que se han vuelto duros e independientes. Los elementos que juegan a la química (a natura son posibles todos los enlaces…). El tren parado, resoplando vapor a la puerta, invita todavía al recogimiento, a hacer acopio de todo lo que en el mercado no estamos dispuestos a comprar. Nos invita a explorar el conjunto de nuestras estancias, las de la memoria también, a ordenar nuestro desván –no importa si el ajetreo ensucia un poco la sala de estar–, reconocer todo el interior… y subir, ligeros de equipaje, al tren de la vida y la existencia. Excelsos, divinos, mirarnos en aquellos que han sido capaces de acechar la muerte, de ponerla en un aprieto, rey que no reina.
Publicado en HomoNoSapiens
No hay comentarios:
Publicar un comentario