Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

martes, 10 de agosto de 2021

Entre la filosofía y la poesía: «Paseo por los dioses»


  

Teniendo en cuenta su vocación por la denominada filosofía práctica, llama la atención que Antonio Sánchez Millán (Castro del Río, 1961) no se haya decantado antes por la poesía, como señala en su atinado prólogo el escritor José Zafra Castro. Y no sólo por las indudables afinidades electivas entre poesía y filosofía a lo largo de la historia: al menos en Occidente, desde Parménides y Heráclito hasta Nietzsche y María Zambrano, a la que se cita, por no mencionar a los que desde la poesía se han adentrado en la filosofía: LucrecioDante, GoetheAntonio MachadoPessoa… Suponiendo que son sustancias distintas, pues, aunque parezca que poseen funciones diferentes –¿no se trata de conocer/se y actuar de otro modo?– ambas se tejen con letras, con palabras, con símbolos. ¿Cuál es si no la etimología de “literatura”?

A pesar de que Platón destierra a los artistas y poetas de la ciudad ideal, además de un filósofo imperecedero, es un poderoso poeta que nos seduce con sus diálogos, repletos de mitos y alegorías, y en los que no sólo aplica la dialéctica en busca de la verdad, sino que nos muestra cómo deben comportarse los seres humanos a la luz de Sócrates. Profundamente interesado en la filosofía como ejercicio ascético de transformación personal, me sorprende que Antonio Sánchez Millán no se haya inclinado antes a la poesía.

De todos los géneros literarios, tal vez ninguno, desde sus orígenes, posea un lenguaje más performativo. A diferencia de otros tipos de lenguaje con los que intentamos con mayor o menor suerte comunicarnos, con el lenguaje poético los poetas procuran, antes que comunicar su visión del mundo, interpelarse a sí mismo con el fin de acceder a otro modo de percibir, comprender y ser. En términos de Pierre Hadot, son ejercicios espirituales; en términos de Michel Foucaultcura sui (cuidado de sí) o, si se prefiere, tecnologías del yo.

Mas, en todo caso, dadas sus inquietudes vitales y filosóficas, se diría que Antonio Sánchez Millán estaba destinado a abrazarse con el fuego de la poesía. Como en certera paradoja formulara Pascal en otro contexto, el autor de Paseo por los dioses podría haber afirmado respecto a su relación con la poesía: “Yo no te hubiese buscado si previamente no te hubiera encontrado”. Precisamente el poema con el que se abre el libro, en la línea de los ejercicios espirituales o tecnologías del yo antes mencionados, versa sobre eso que mueve a los seres humanos, el deseo, y lo que encontramos o no tras su afanosa búsqueda sin término:

No busques el otoño

    sólo hallarás otoños.

No busques más otoños

    sólo hallarás los nombres.

No busques en los nombres

    sólo hallarás impresiones.

No busques esas impresiones

    tan sólo hallarás ideas.

No busques las ideas,

    sólo hallarás creencias.

No busques una creencia,

    sólo hallarás hábitos.

No busques en el hábito

    sólo hallarás temores.

No busques esos temores

    si no quieres encontrarte

    a ti mismo.

No busques nada

    si quieres encontrarlo

    todo.

Curiosamente emplea la segunda persona del singular, con la que a la vez que se interpela a sí mismo lo hace al lector. Este uso de la segunda persona fue empleado en la poesía española por algunos poetas meditativos, como Antonio Machado y, especialmente, Luis Cernuda, entre otros. Por medio de anáforas, repeticiones y estructuras simétricas encuentra el ritmo, propio de la poesía y el ritual.

La terminología que utiliza (“nombres”, “impresiones”, “ideas”, “creencias”, “hábitos”…) recuerda al filósofo empirista David Hume. No obstante, por su forma y por su contenido, evoca en mí todavía antes los versos de San Juan de la Cruz en la “Subida del monte Carmelo”:

Para venir a saberlo todo,

no quieras saber algo en nada.

Para venir a poseerlo todo,

no quieras poseer algo en nada.

Para venir a serlo todo,

no quieras ser algo en nada.

Estos versos del místico San Juan de la Cruz influyeron en uno de los poemas filosóficos más memorables del pasado siglo, Cuatro cuartetos, de T.S. Eliot. Como apreciamos en el epifonema, donde se contrapone la nada frente al todo en una reveladora paradoja (“No busques nada / si quieres encontrarlo / todo”), se trata de un ejercicio ascético para no desear nada a fin de fundirse con todo. En la medida que deseamos, buscamos y tenemos expectativas, que raras veces se cumplen, pues la naturaleza no está ahí precisamente para complacernos.

Por el contrario, si logramos no desear, o desear sin expectativas, le damos la bienvenida a todo cuanto es, agradecemos el incomprensible milagro de ser. Pero a este dificilísimo estado no se llega sin un continuado esfuerzo ascético. En contra de un prejuicio bastante extendido, los ejercicios ascéticos no son tanto una renuncia como una preparación para lo incierto del destino. Y el destino se caracteriza por una incertidumbre que nunca desaparece del horizonte.

Además, ese estado no es definitivo ni irreversible, de manera que podemos perderlo en cualquier momento, como casi todo lo humano. De ahí que la poesía, al igual que el arte, insista sobre unos mismos asuntos. Por lo demás, el poema guarda un aire de familia con ciertas propuestas de la filosofía oriental, a la que también conoce el autor, en un interesante abrazo intercultural en busca de sabiduría para conducir con prudencia la vida.

En los siguientes nueve poemas que pertenecen a “Los dioses de los nombres” aparecen los términos del texto que acabamos de comentar a modo de epifonemas de una búsqueda infructuosa. Asimismo, con el poeta intimista y espiritual convive el poeta social, tal como advertimos en “Ecos de sociedad” con tono irónico:

Según estudios científicos recientes

la población

    mayoritariamente

está siendo aquejada

    los síntomas así lo atestiguan

de una inadaptación

inaceptable a este mundo

Sin embargo, es más frecuente encontrar en Paseo por los dioses el poeta introspectivo y experimental con rasgos tipográficos inusuales, como la deliberada omisión de ciertos signos de puntuación o la ruptura de palabras y versos en sílabas con las que retuerce la lengua, a veces fusionando forma y fondo, multiplicando los sentidos, en la línea de Paul CelanJuan GelmanJosé Ángel Valente o más recientemente Chantal Maillard:

ca

da

u

no

bien ceñida su careta

Por momentos, alcanza tal hermetismo que resulta arduo penetrar en algunos mensajes, como si escribiera para sí mismo, sin apenas considerar al hipotético lector. Quiero terminar cediéndole la palabra a Antonio Sánchez Millán en otro de mis poemas preferidos de Paseo por los dioses y que bien podría haberse titulado “Narciso”. ¿Podemos prescindir del impulso narcisista? ¿A partir de qué punto puede considerarse patológico o perjudicial? Además de un penetrante ejercicio introspectivo que manifiesta la constante insatisfacción que experimentamos por no llegar a ser lo que imaginamos, sumergidos en las redes fecales y los medios de formación-intoxicación de masas, refleja uno de los rasgos de la época en la que vivimos:

Amo mi imagen

mi     imagen

    deseo de mí

que nunca

puede

completo

ser

yo

Cerca de mí

me busco

lejos

    a mí

El espejo deja de ser

reflexión

y es superficie densa

mi cuerpo

    contorno

vacante de piel

imagen especular

de sombras

    temblando

sin pistas

sin tierra

sin fondo

ya

sin sustancia

des-

hacién-

dose

    espuma de mar

el aire escondido

en mi mano

Yo tengo un cuerpo

pero no soy

    mi cuerpo

ima

gina

do

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