Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

jueves, 26 de septiembre de 2024

¿Qué hacer con nuestra indiferencia?


Sobre la indiferencia

Café Filosófico en Torre del Mar 14.5

6 de junio de 2024, Taberna El Oasis, 18:00 horas


Homo sum; nihil humani a me alienum puto dijo el cómico latino. Y yo diría más bien, nullum hominem a me alienum puto; soy hombre, a ningún otro hombre estimo extraño. Porque el adjetivo humanus me es tan sospechoso como su sustantivo abstracto humanitas, la humanidad. Ni lo humano ni la humanidad, ni el adjetivo simple ni el sustantivado, sino el sustantivo concreto: el hombre.

Miguel de Unamuno


Denomino “conciencia de separatividad” a un determinado nivel de conciencia, en concreto, a un estado contraído del yo, a un estado subjetivo de aislamiento en el que nos sentimos desconectados de nuestra propia fuente, de modo que no reconocemos ni encontramos en nuestro interior, al menos de forma significativa y estable, un fondo ontológico que nos sostenga, nos guíe, nos inspire y nos proporcione un sentimiento de confianza básica.

Mónica Cavallé



¿Qué hacer con nuestra indiferencia?

Es suficiente que uno deje que las cosas de este mundo sigan su curso para ver cómo circulan juntas; que no influyamos para que reciban su influjo unas de otras. Si el animador del encuentro filosófico propuso una práctica a partir del término griego enthusiasmós, los participantes decidieron hablar de la indiferencia que muchas veces reina en nuestras sociedades. Si el encuentro permitió que salieran a la luz las pasiones confesables más propias de cada participante, la mayor parte del tiempo trataron de levantar cabeza de un magma indiferenciado. Pero de ese cóctel de contrarios emergió la actitud más adecuada para deshacer la inmunización a que parecemos estar sometidos; ante el pasotismo (que antes se decía) y la pasividad y la indiferencia, brotó el entusiasmo responsable. ¿Cómo fue esto posible? Vamos a caminar...

Las pasiones son pasivas, las padecemos, nos arrastran y somos su juguete pues se adueñan de nosotros. Éste es el sentido de la passio latina, pero también está la idea que recoge el pathos griego: una afección activa, consciente, libre. Los celos nos ciegan y nos esclavizan, pero una afición, como el deporte o la música, puede desarrollar algunas de nuestras cualidades y hacer que nos sintamos más nosotros mismos. En lugar de sufrir nuestras pasiones, entregarnos lúcida y conscientemente a ellas. Un tal enthousiasmós, que es un arrebato y un éxtasis de inspiración divina, como el arrobo de las sibilas durante sus oráculos que se diría que “llevan un dios dentro”. Pues bien, preguntó el facilitador del encuentro: ¿cuál es tu pasión consciente y libre, tu más reciente entusiasmo? Y destilaron los participantes en público sus pasiones: bailar, mi pasión está en la actitud que pongo, en el trabajo de ayuda a los demás que desarrollo, la pasión está para mí en la misma magia de la vida, en el mismo hecho de vivir, en la poesía, en la contemplación de la belleza, en las artes escultóricas, en mi curiosidad y el interés que pongo en conocer, leyendo algo que me gusta, en todo lo que hago o procuro hacer, tratando de conocerme a mí misma, comprobando cómo las personas cambian su vida con algo de ayuda, en mi telar de tapices, cuando indago en la poesía y los poetas, cuando encuentro un texto clave, con la verdadera compasión, la palabra ahimsa a mí me suscita todo eso, cuando comprendo el sufrimiento, el asombro ante el universo, el viaje y sus descubrimientos, poniendo en práctica lo aprendido... todo esto, a lo que podemos añadir tus propias pasiones más entusiastas; tuyas, no que ellas te tienen.

Muchos son los cambios, los desafíos, que nos están esperando a una velocidad que da vértigo. ¿Y qué hacemos con ello? ¿Estamos a la altura? A nuestros participantes de aquella tarde les preocupaba la tendencia hacia la indiferencia o la pasividad, sobre todo cuando se trata de situaciones injustas o de peligrosas. Quizás, lo pensaron como contraste del entusiasmo que había salido a la luz durante la preparación de la sesión. Quizás, porque habían traído ya esa percepción con ellos y con ellas. La cosa es que ahí estaba, nuestra indiferencia ante los desafíos que a menudo nos cercan y acorralan. ¿Por qué somos tan indiferentes? ¿Por qué no somos capaces de apreciar lo que está pasando, y no nos comprometemos con mayor firmeza? ¿Cuál sería la actitud más adecuada? Sobre este telón de fondo trataron de indagar. Y ésa era la impresión general, el predominio actual de la indiferencia; mirada así, a lo grueso, porque enseguida comenzaron a aparecer los contraejemplos: en algunos casos de personas u organizaciones no se observa dicha indiferencia, todo lo contrario. No se puede generalizar. Caemos a menudo en las garras de tamaña falacia. Hay individualismo, hay inacción y fatalismo, y delegamos y derivamos. Y buscamos muchas veces nuestra pura satisfacción personal, generalmente de tipo material (“vive alegre y despreocupadamente la vida”) y nos alojamos en nuestra zona de confort. Sí, pero es posible que todo esto sean mecanismos de defensa, fruto de algo más profundo: la impotencia que sentimos ante acontecimientos y fenómenos sociales que no controlamos, que no creemos que podamos llegar a controlar, que no dependen de nosotros; lo que, vivido por vidas individuales, se transforma en frustración e impotencia social. No sería, pues, la indiferencia sino la impotencia la que manda en un mundo que va muy por delante de nuestros pasos, que se escurre entre los dedos cuando tratamos de agarrarlo y empuñarlo. De manera que no busquemos culpables entre las personas que nos rodean, comprendamos qué está pasando en nuestras sociedades. El que no sean regímenes autoritarios nuestras democracias, no significa que las sentimos más nuestras, “gobiernos a favor del pueblo”. La siembra de la indiferencia y la pasividad (de lo que ya hablamos en un café filosófico anterior) busca alcanzar la cosecha perfecta para conservar de la relación actual de fuerzas: individuos cabizbajos y confusos, egocéntricos y cortoplacistas en sus aspiraciones; y para esto, ciertos medios tecnológicos están siendo la mar de eficientes.

Pero, lo que más interesaba a los participantes era: ¿qué actitud adoptamos frente a ello? Porque no estaban allí para quejarse, sino para aclararse, para comprender y comprenderse. Y propusieron ellos y ellas un cambio de rumbo: minar la base de nuestras indiferencias. Comienza por tu círculo más cercano, implicándote, de manera que, por lo que a ti respecta, contribuyas a hacer del mundo un mundo mejor; imagina muchos círculos excéntricos que van aumentando su tamaño... hasta cubrir toda la superficie. Si no hay conciencia social (que lo que afecta a muchos me afecta a mí, y que lo que me pasa a mí les pasa a muchos), vamos a ir creándola progresivamente; una reeducación que lleve a comprender que lo tuyo es también problema mío. Además, necesitamos un amplio conocimiento de lo que sucede, sin sesgos, sin desviaciones o polarizaciones, sino tratando de ver lo que hay tal como lo hay, sin tener que defender posturas; esto es un trabajo de todos, no se trata de que otros sean los que nos cuenten o nos informen... buscar nosotros la información. No dejar, en general, que otros piense por nosotros, que actúe por nosotros. A esto lo llamaba Immanuel Kant, simplemente, llegar a ser un ciudadano ilustrado. Necesitamos, los ciudadanos de a pie, recrear y mantener buenos foros de intercambio de experiencias, ideas, acciones. Algunos dijeron que este diálogo filosófico lo era. Pero es tan raro hoy día...

Sin embargo, este plano social de actitudes que conlleven nuevas acciones, desconocidas en los últimos tiempos, no podrá materializarse sin un cambio de rumbo en los propios individuos, en su interior, en sus modos de ver y más adentro todavía, sin la conciencia de su propia identidad insobornable, como personas, como seres humanos. Por aquí dijeron que habría que empezar, por nosotros mismos. Y la clave que aportaron: autorresponsabilizarnos. Si el cambio de actitud fuera por dentro, se verían sus efectos por fuera. Y si esto sucede en un porcentaje crítico de personas, el cambio consciente, no indiferente, sería posible. Primero, he de mirarme yo: que nada en mí me sea indiferente, de lo contrario, la indiferencia hacia lo que sucede en mi interior, reaparecerá de mil formas en el exterior. Esto no significa que yo empiece a sentirme culpable por el actual funcionamiento del mundo. Esta es una tendencia también muy de nuestros días: arrojar el peso de toda la responsabilidad sobre el individuo, para que éste, ante su manifiesta impotencia, decline hacer nada y se evada y sustituya y compre y tenga y crea que, de ese modo, se tiene más y mejor a sí mismo. De esta manera, la armonía y la cordialidad que uno no encuentra en sí mismo, tiende a buscarlas fuera y, si no lo logra, lo sustituye conjugando los verbos de acción conseguir, poseer, dominar, acumular y otros del mismo linaje. Entonces, así pues, volver a conectarse uno consigo mismo, con su fondo. Desenmascarar esa “conciencia de separatividad” que tanto abunda y reconocer la siempre fresca, siempre viva, conciencia de unidad en mí, un canal que me conduce directamente al encuentro y al vínculo con los demás seres. Sin culpas, sin esfuerzos o desesperanzas, recoger nuestra esencia más humana y que nada de lo injusto o inhumano nos sea indiferente, como canta Mercedes Sosa. Para interesarnos y cuidar del mundo, empezar por cuidar de nosotros mismos. Cura sui, cura nostri.





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