Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 11 de junio de 2023

Sobre la crispación social


Café Filosófico en Vélez-Málaga 13.8

19 mayo de 2023, Sociedad “La Peña”, 18:00 horas


Y la teoría es capaz de apoderarse de las masas cuando argumenta y demuestra ad hominem; argumenta y demuestra ad hominem cuando se hace radical. Ser radical es atacar el problema por la raíz. Y la raíz, para el hombre, es el hombre mismo...

Karl Marx, Crítica de la Filosofía del derecho de Hegel


¿Cuál es el origen de la crispación social?

Cuando hoy hablamos de “crispación”, podemos referirnos a dicho fenómeno en relación a alguno de estos tres niveles: contracción repentina y pasajera de algún tejido muscular o una parte del cuerpo; irritación o exasperación de alguien, desde el punto de vista psicológico (estos dos tipos definidos por la RAE); o bien, el uso que se ha extendido bastante en el contexto político-social actual: un malestar o alteración de la vida social debido principalmente a la exacerbación de las posturas (ideas o creencias), provocado, quizás, por lo que oímos llamar “polarización social”, y de lo cual hemos tratado en un reciente café filosófico (será que preocupa). Nos contraemos sobre nosotros mismos (aumenta la tensión) al ver y oír ciertas posiciones sin posibilidad de diálogo o reconciliación. Y nos crispamos: ¿cómo puede ser esto?, ¿sólo puede ser así?, ¿es que he de elegir entre esas dos únicas posturas o posibilidades? ¿El otro es el culpable? Me contraigo individualmente y, socialmente, se va enrareciendo el ambiente; todo paso por pequeño que sea se hace intransitable, no viable, imposible. Entonces, el malestar individual y el malestar social se alimentan mutuamente. Pues bien, ¿cuál es el origen de esta crispación?, ¿es endógena o está fabricada por factores externos, intereses interesados? Puedes seguirnos en esta investigación, si es tu deseo comprender un poco mejor el mundo en que vivimos.

Pero antes, permíteme que me refiera a lo que sucedió previamente, las respuestas de los participantes a la pregunta inicial que planteó el moderador del diálogo: ¿puedes señalar una cualidad tuya, de la que estés orgulloso, una virtud en ti? Esta no es una cuestión baladí. Generalmente, somos más conscientes de nuestras limitaciones actuales (consideradas erróneamente defectos, fruto de la comparación con lo que nos gustaría o se nos exige, que hemos integrado como propio), pero nos cuesta más mostrar la propia luz (Mónica Cavallé). Y esto no es egolatría ni presunción, si se anota conscientemente. Es un ejercicio también necesario en este mundo de la extrema competición, el éxito y la excelencia mal entendida (por contraste o comparación). Y no se aprecia el valor en sí de algo. Pues bien, ahí van unas cuantas excelencias reconocidas por nuestros participantes: saber gestionar emocionalmente a un equipo de personas; escuchar sin juzgar; ser capaz de percibir un sentido diferente de las cosas; no rendirse uno nunca; continuar siendo el niño que pregunta por qué; ser la alegría en las situaciones; seguir teniendo fe, también religiosa; la búsqueda de la positividad en todo; la capacidad para la empatía; la extroversión; la timidez, que me ha llevado a respetar el espacio de cada persona; la sensatez, suma de empatía e inteligencia; y, finalmente, dijeron, la coherencia personal.

Volvemos. Algunos de los participantes piensan que la crispación social siempre ha existido. Y este es su origen: desde siempre hemos clasificado todo lo que nos rodea. Algo muy humano, diría Nietzsche. Para sobrevivir, necesitamos ordenar el mundo, aunque solamente sea una ficción nuestra, que nos creemos, y con ella funcionamos. Porque todo lo que existe es siempre diverso y cambiante. Pero no soportamos el vacío. No soportamos no saber. Y necesitamos controlar, quizás para dominar y sentirnos poderosos. Por eso, dijeron ellos y ellas, que históricamente funciona la “ley del péndulo”. Lo que hoy es, mañana puede ser lo opuesto. Así las modas. Así las tendencias o los estilos en cualquiera de las áreas del quehacer humano. Pero, entonces, ¿qué nos pasa hoy?, ¿por qué lo vivimos con una tensión desmedida? De esto dependía el que hubiera discusión enriquecedora, pues, si solamente íbamos a decir que siempre ha existido... Y se dio con la diferencia propia de nuestra época: la confusión, el malestar, la tensión proviene de la convivencia actual de tendencias contrapuestas, su simultaneidad. Y, sobre todo, cuando nuestras sociedades son tan complejas, tan diversas, tan plurales (al menos en posibilidades) que todo aparece revuelto y bullendo en la misma olla; tanto los jóvenes como los adultos viven confundidos, se sienten perdidos. Ofuscados. Y la crispación puede emerger con suma facilidad. La extrañeza aparece, como apuntó la participante que propuso el tema del día, cuando nos damos cuenta de que ahora contamos con más información, más medios que en otras épocas... ¡y nos crispamos con todo tipo de situaciones que ya podrían estar superadas¡ Por ejemplo, las derivadas de la diversidad sexual, racial, cultural, mental, etc. En lugar de tolerancia y comprensión hacia la diversidad, aparece la polarización, una extrema dualidad y escisión, tanto interna como externa.

¿A qué puede deberse esta incapacidad para mirar al otro (y a lo otro) por sí mismo y no con las gafas empañadas? Nuestros participantes esbozan dos hipótesis: a) no hemos evolucionado mental, emocionalmente; estaremos muy adelantados en nuevas tecnologías, pero no humanamente, para ser capaces de hacernos cargo de este mundo lleno de situaciones diversas y cambiantes; b) determinados intereses crean “cortinas de humo” para ocultarse (es decir, lo que desde Karl Marx se ha venido entendiendo por “crítica de las ideologías”, que habrían de ser desenmascaradas), y de ese modo, esos intereses, alcanzar sus objetivos finales de poder y de dinero; políticamente, y por desgracia, esto parece mostrar, incluso, rentabilidad electoral; se le viene a decir a votante: “tienes que elegir entre nosotros o el caos”. Además, los medios de comunicación hacen de altavoz, mientras que la educación formalizada resulta insuficiente para hacer frente a toda esta avalancha de crispación social: ver sus causas y ayudar a adoptar una actitud más madura.

Pero, nuestros encuentros filosóficos no solamente son descriptivos o explicativos, además, tratan de ofrecer salidas, las que los participantes ven en ese momento; que si las ven ellos y ellas, seguramente puedan ser compartidas por otras personas. Lo primero a señalar es que se necesitan salidas globales o generales y salidas individuales. El primer tipo de salidas eran más difíciles de prefigurar por las personas que allí estaban reunidas. Pero el todo no es nada sin las partes... así que el grupo se apresta a proponer algunas iniciativas que partan de (y cuenten con) nosotros mismos: exigir (de abajo-arriba) un cambio de tendencias, una denuncia de esta vida social insostenible (nadie se va a beneficiar de veras en el medio o largo plazo de esta exagerada, extremista, radical polarización social), aprender a pensar por nosotros mismos, tratar de funcionar en las relaciones sociales sin etiquetas (esas simplificaciones tan irreales). Y la educación tendría que jugar un papel fundamental. Pero, otra educación, dirigida al autoconocimiento. Y esto se dice primero referido a los propios educadores o responsables públicos en cualquier área: si no se conocen a sí mismos y caen fácilmente en el etiquetado inconsciente (o acrítico) de la realidad, ¿qué transmitirán los educandos o los receptores de la información? Siendo como es cierto que se educa más con el ejemplo que con lo que se exige de una manera explícita. Si yo no soy capaz de mirar lo que hay de insondable, de misteriosa profundidad inagotable en mí mismo, cómo podré apreciarlo en los demás. ¿Qué veré en los demás? ¿Fichas ordenadas en un casillero? Las polaridades contrapuestas e irreconciliables estarán servidas. Y la crispación social. Vale.  

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